¿Cómo, de qué manera original o, al menos, novedosa y pasible de asombro,
escribir acerca de lo que uno y muchos otros hemos escrito ya tantas veces?
Comienza a resultar fastidioso (¿peligroso?, ¿temerario?) corroborar que las
palabras formuladas tiempo atrás, y repetidas hasta el cansancio, bien pueden
repetirse, una y otra vez, pese al correr de los años, con formidable
oportunidad.
Feo y grotesco. Melancólico y aterrador el comportamiento del poder político.
Eso de la tenacidad en mantener un error, de perseverar en el cretinismo y la
insolencia.
El gobierno y sus hombres, la oposición reaccionaria y sus hombres, los grandes
medios de comunicación y sus escribas y habladores, todos, pero absolutamente
todos, han resuelto sitiar el discernimiento. Un asedio a la razón. Un bloqueo,
un pertinaz hostigamiento al soberano derecho de manifestarse que causa
pesadumbre.
Hoy, antes de ponerme a escribir esto que estoy escribiendo, y que ignoro hacia
qué parte me conduce, tuve la buena fortuna de encontrar, en un archivo que daba
por muerto, un artículo de León Rozitchner, julio de 2004, titulado Sobre la
operación mediática anti-piquetera. Dice, de pronto, León: "No quieren que los
gritos cundan. Porque si hay gente que se muere de hambre, no quieren ni pensar
que lo que gozan y dicen suyo es producto de haberlos despojado. Todos, e
increíblemente hasta la pobre gente, se aliaron de pronto con la recua de los
post genocidas: coinciden en que deben limitarse las quejas sonoras y audibles,
los obstáculos por medio de los cuales la protesta puede expresarse. Quieren una
protesta sin ruido, una acción sin presencia, una existencia sin huella: una
protesta que no exista como protesta. Quieren que los despojados y condenados a
la lenta pena capital del hambre, la enfermedad y la muerte jueguen al oficio
mudo: sin hablar y sin reír, como juegan los niños. Que no ejerzan una presencia
que disturbe ese sueño sin pesadillas de los justos".
Y León, pues, me deja sin palabras. Puedo, con todo, ensayar algunas. Pocas,
claro.
El país está habitado por millones de personas que de modo alguno pueden caer en
la osadía de tornar visible su existencia. Permanezcan en sus barrizales,
bestias. No se les ocurra asomar por la gran ciudad esas caras insatisfechas y
poco logradas. Porque la ciudad, con el activo sostén de sus vecinos ilustres,
ha resuelto suprimirlos con la indiferencia. ¿No han comprendido que consigo
sólo traen malestar? Nosotros, el poder, no los reprimirá: será la sociedad,
hastiada y saturada de sus desplazamientos por calles y geografías que no les
pertenecen, la que les pondrá límite.
Váyanse, muéranse, olvídense de que han nacido, y, si les cabe, si todavía cabe
en sus anhelos locos, rueguen al señor, agradezcan el hecho de haber sido
alumbrados. De lo contrario, el gran hombre, a la manera del Yavé del Génesis
tramando el diluvio universal, dirá: "Borraré de la superficie de la tierra a
esta humanidad que he creado, y lo mismo haré con los animales, los reptiles y
las aves, pues me pesa haberlos creado".
Y Aníbal habrá de añadir: "A la marcha peronista se la pueden meter en el culo".
Y Cristina, luego de meterse la marcha peronista en el culo, dirá: "El Padrino".
Y la señora del padrino responderá: "Todos han sido menemistas".
Y los menemistas pensarán: "¿Qué diablos debemos meternos en el culo?".
Y, entre tanto, una buena parte de la sociedad, sumergida en la miseria más
abyecta, preguntándose: "¿Por qué no puedo llegar a Plaza de Mayo? ¿Por qué no
puedo expresarme?"
Y el padrino, y el gran señor comprometido, setentista y luchador por un mundo
nuevo, y la Cristina, respondiendo (pese a las estúpidas diferencias): "Ustedes
afean el paisaje, lo estropean".
Y el canciller Bielsa dirá a una radio: "Me gustaría que me recordaran con el
nombre de una calle, de una plaza".
Todo ha sido sitiado. El sentido común, por sobre todas las cosas.
Ganas de vomitar. Ganas de reivindicar, como nunca jamás, la lucha que llevamos
adelante con todos mis amigos y compañeros desaparecidos. Cuestión que el pobre
K. ha tomado con una liviandad que causa pavor.
Eso es todo. A dormir esta noche. Quizá, en el medio de sueños y pesadillas, me
vengan a la memoria los nombres de algunos de los compañeros de La Plata que K.
y su agrupación peronista ortodoxa supieron combatir porque los consideraban,
como hoy considera a los piqueteros, subversivos, inadaptados.