Argentina: La lucha continúa
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El gobierno terminara de bancarizar los planes sociales
En octubre, todos cobran con tarjeta
Antes de las elecciones se emitirán 350.000 tarjetas más, de modo que los planes
Jefas y Familias se cobren sin chance de clientelismo. Pero apenas un cuarto
paga recobrando el IVA.
Los planes abarcan casi un millón y medio de personas.
Cledis Candelaresi
Pocos días antes de finalizar la campaña electoral, el Gobierno habrá concretado
una de las medidas más defendidas como un recurso para combatir el clientelismo
en el manejo de los planes sociales: a fin de septiembre, otros 350 mil
beneficiarios podrán cobrar esa prestación a través de su tarjeta bancaria, lo
que universalizará esta modalidad de pago para todos los destinatarios del Plan
Jefes y Jefas de Hogar y el Familias, una variante del programa que ideó Eduardo
Duhalde en plena emergencia. El plástico –presunto atajo para evitar que los
magros 150 pesos del pago recalen en manos de terceros– también puede ser
utilizado como medio de compra, con una ventaja fiscal que hasta ahora apenas
utiliza un cuarto de sus tenedores. Las razones, obvias.
Las tarjetas emitidas por el Banco Nación no tienen ningún elemento gráfico que
las distinga de las que pueden tener otros clientes más aventajados de la
entidad ("para no estigmatizar a los pobres", según acotan en Desarrollo
Social). También habilita una cuenta sin cargo alguno y sin límites de
extracción, pero que sólo puede nutrirse con el depósito que hace el Estado como
pago del plan.
Eso sí. Pueden utilizarse además para hacer compras, obteniendo una devolución
del 15 por ciento en concepto de IVA, con lo que la alícuota que efectivamente
tributa su tenedor es del 6 por ciento. Se trata de un reintegro muy superior al
que beneficia a las de débito o crédito convencionales, que sólo permiten
recuperar un 5. Sin embargo, apenas el 25 por ciento de los titulares pueden
evitar extraer íntegramente el modesto monto depositado, que previsiblemente
gastan con igual rapidez en comercios que no tienen el posnet necesario para
admitir el pago electrónico. Así, aquella prerrogativa fiscal se transforma en
una ventaja totalmente secundaria.
Desde mediados del año pasado ya se adjudicaron alrededor de un millón y medio
de tarjetas a titulares de los planes Jefes y Jefas y del Familias, pero el
objetivo es que a fin de este mes todos los destinatarios de esa ayuda social
cobren por esta vía. El leit motiv es evitar una de las modalidades clientelares
más frecuentes, como la de que un tercero se cuele en una cola de pago y perciba
el beneficio que está en nombre de otro. Práctica que para el ministerio de
Alicia Kirchner estaría supuestamente controlada, a juzgar por el "menor número
de denuncias" recibidas. El otro flanco sensible del régimen que de todos modos
podría quedar descubierto con el uso del plástico es el de las "altas", vía por
la que habría ingresado al padrón de programas gente que no califica. En este
caso, el método oficial para erradicar el problema fue singularmente duro:
suspendiendo el ingreso al padrón de beneficiarios o, en otros términos, negando
el otorgamiento de nuevos planes.
Hoy existen 1.470.000 personas beneficiarias del Plan Jefes y Jefas de Hogar,
cuyos destinatarios se fueron derivando progresivamente hacia el Familias. Este
programa otorga a las 250 mil madres titulares un beneficio promedio de 183
pesos mensuales, monto que trepa hasta 200 si tiene cinco o más hijos. La
condición para acceder al programa es que la aspirante presente certificados de
escolaridad y vacunación que prueben que sus hijos tienen esas atenciones.
Requisito equivalente a la contraprestación a la que están deberían estar
forzados todos aquellos que reciben un Jefes y Jefas.
Pero ninguno de estos recursos parece garantizar absolutamente ni la
transparencia ni la justicia del amparo asistencial. Según una estimación de la
católica Caritas, no desmentida por ningún funcionario, existen 400 mil
indigentes (técnicamente, quienes no acceden a una canasta calórica básica) que
no reciben ninguna ayuda del Estado. Los que sí son en su mayoría desocupados
que las estadísticas oficiales computan como si no lo fueran por el hecho de
recibir un plan social.
Desde una visión más estricta, se trata de un universo de un millón y medio de
desempleados en su mayoría encubiertos, que se agregan a otrostantos que sí se
registran como tales en las estadísticas oficiales. La suma arroja un número que
contrasta dramáticamente con los escasos 80 mil subsidios para los desocupados
que administra Trabajo, el paliativo natural para quienes no tienen una
ocupación.
El cuadro gana aún más dramatismo si se considera el perfil de quienes son
auxiliados por esta dádiva oficial, que al Tesoro Nacional le cuesta en conjunto
más de 3300 millones de pesos por año. Según un estudio de la cartera de Carlos
Tomada, más de la mitad de los empadronados en el Jefes y Jefas son indigentes y
el 20 por ciento pertenece a hogares que reciben como único ingreso el plan.
Las perspectivas de que esos ciudadanos en desgracia, en parte expresados a
través de los movimientos piqueteros, puedan insertarse en el mercado laboral
son escasísimas. En particular si se considera su magro nivel educativo y escasa
preparación técnica: el 68 por ciento no tiene ninguna calificación laboral.
Sobre esta base es difícil pensar que el asistencialismo que días atrás Roberto
Lavagna denostó como una modalidad inconveniente para el combate de la pobreza,
pueda ser minimizada en la agenda política argentina.