Argentina: La lucha continúa
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El sol con la mano
Eduardo Aliverti
Se podría tomar la precisión perfecta de la frase que lanzó Eugenio Zaffaroni:
"No manden a la Justicia lo que no pueden resolver en la política". Pero como el
juez de la Corte, a pesar de ser hace rato uno de los más célebres penalistas
del mundo, es invariablemente sospechado de tendencioso por parte de quienes
hacen de la tendenciosidad un modo de vida, también se puede no darles el gusto
a los ordinarios voceros de la derecha que lo cuestionan a priori, diga lo que
diga. Y elegir lo que hacen circular ellos mismos. Porque resulta que en los
propios medios de ese establishment lenguaraz, frente a la decisión oficial de
cercar a los piqueteros con vallas, uniformes y ocupaciones de plazas y accesos,
estallaron ahora chistes y reflexiones del tipo "por fin el Gobierno se decidió
a tomar el toro por las astas". "Qué bien", contesta algún interlocutor y
repregunta: "¿Ahora ya se puede circular?". "No", responde algún vecino,
comisario o funcionario. "Ahora está lleno de policías, gendarmes, vallas".
Es una representación magnífica del modo en que el discurso barato de "terminen
con esto de una vez" se muerde su propia y tilinga cola. O son los piqueteros o
es la policía, pero sean quienes fueren queda claro que algunos puntos
metropolitanos son y seguirán siendo un conflicto recurrente, porque el sol no
se tapa ni con la mano, ni con miles de uniformados, ni con puteadas de
automovilistas, ni con vejetes resentidos y frívolos de alma que llaman a las
radios con ese tufo a que con los militares esto no pasaba. Son la expresión de
un malestar urbano que en definitiva no es con los otros, sino con un "yo" que
es incapaz de asimilar la realidad de una sociedad estallada; y que como
cualquier zarpullido tratado con pomadas superficiales en su zona de exposición
va reapareciendo en otras continuamente. Copan un puente y surge una ruta.
Liberan la ruta y les bloquean boleterías de una terminal. Cubren las boleterías
y les acampan en una plaza. Vallan la plaza y rodean el Congreso. Cercan el
Congreso y les aíslan el microcentro. Controlan los piquetes anunciados y les
aparecen los piquetes-sorpresa. Sin embargo, la insigne cantidad de imbéciles
que claman por el fin de su disgusto cotidiano, verdadero o infiltrado en su
imaginario de tener alguien más débil con quien agarrárselas, crece tanto como
la obviedad de que no hay caso. Y no sólo que no hay caso. Contrario a las
exclamaciones dispersas e individualistas que claman contra las protestas, y aun
cuando éstas no tienen ni vanguardia que las unifique y armonice ni, mucho
menos, liderazgo reconocido, ocurre que aunque sea se amontonan con docentes y
estudiantes universitarios, trabajadores agremiados y otros sueltos que llevan
su solidaridad.
Nada más distante de la intención de esta columna que una visión romántica de
las luchas populares (cosa peligrosa, que pierde de vista mucho progresista
entusiasmado sin sostén ideológico). Hay en ellas especuladores, advenedizos,
sectarismo, aislamiento. Y también un saludable debate sobre la conveniencia de
algunos métodos. Y ciertos reflejos elementales: en medio de la propaganda de lo
bien que está el país en su superávit fiscal, su record de exportaciones, su
desaceleración inflacionaria y otros enamorantes índices, sería lo único
faltante que ni siquiera una flaca parte de las partes más jodidas por la
implosión nacional procediera a reclamar una punta de la cucharita de la torta,
casi como sea. Y sería esperable que los inmensos provocadores y ganadores de la
crisis, además de muchos de sus derrumbados, tomaran conciencia de que, después
de lo que pasó en la Argentina, no pasa nada que no sea lo elemental: gente que
sale a la calle, que tiene rabia, que tocó fondo, que no tiene más nada que
perder. Más otra gente que pide aumentos salariales que apenas compensen la
inflación. Gente que encima es una minoría de la mayoría que perdió como en la
guerra.
Acaban de conocerse datos oficiales, correspondientes al segundo trimestre de
este año. Más de 6 millones de argentinos viven con menos de 2 pesos por día. Y
5 millones lo hacen con 4,10 pesos. Significa que hay 11 millones de habitantes,
que conforman alrededor de 2 millones de familias, que viven con menos de 150
pesos por mes. Y enseguida se ubican casi 9 millones que ganan entre menos de 6
y algo más de 7 pesos diarios. En medio de esta devastación cuyo postre es que
la franja más rica es cada vez más rica, nadie puso una bomba, nadie mató a
nadie, nadie agarró los fierros, nadie promueve la violencia. Pero persiste y
hasta parece que se incrementa ese aglomerado de inconscientes quejosos porque
les cortan una calle y hay que desviar el auto.
Oigan, no sean degenerados.