Argentina: La lucha continúa
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Kirchner, entre el salario digno y el postfascismo
Nuevo Proyecto Histórico
PROKLA 5
Problema de la Lucha de Klases
Septiembre 2005
"El 93% de los encuestados opina que el Congreso Nacional
no piensa en la gente cuando toma decisiones"
(Encuesta de Mora&Araujo, 2005)
"La mejor imagen del gobierno de Kirchner se encuentra
en los sectores más pudientes de la sociedad"
(Encuesta de CENM, 2005)
"El 50% de los encuestados en Capital Federal y el GBA
apoyaría al Estado si reprimiera a los piqueteros"
(Encuesta de Rouvier, 2005)
"El 85% cree que el gobierno debe tomar medidas
para impedir que los piqueteros tomen los espacios públicos
frente al 13% que cree lo contrario"
(Encuesta Gini, 2005)
"El Fascismo es una forma palingenésica de populismo ultranacionalista"
(R. Griffin, The Nature of Fascism, 1991)
"El sistema político de Occidente es una máquina con dos caras: el derecho y la
violencia pura"
(G. Agamben, Le Monde, 2002)
"El obrero debe apoderarse un día de la supremacía política para asentar la
nueva organización del trabajo;
debe derrocar la vieja política que sostiene a las viejas instituciones
que han caducado,
bajo pena, como los antiguos cristianos que despreciaron y desdeñaron esto,
de renunciar al Reino celestial sobre la Tierra" .
(K. Marx, Discurso sobre el Congreso de la Internacional en La Haya, 1872)
El mito de un "salario justo": estamos viendo en muchas luchas de base de
compañeros sindicalizados durante el 2004/2005 que se populariza una consigna,
vetusta consigna del movimiento obrero mundial, por un "salario justo". Este
lema (ya Marx lo llamaba "conservador" en 1865) era un clásico de los obreros
ingleses entre 1820 y 1880, lema que presto su buen servicio, pero los tiempos
del capital cambian.¿un salario justo en una jornada laboral justa?; ¿qué
entendemos por trabajo justo y jornada justa?... De lo que se trata aquí es de
entender cómo se determinan las leyes económicas bajo el
"Capital-Parlamentarismo", y debemos olvidarnos de la ética o de la ciencia de
la moral (¿justo con respecto a qué?): la única ciencia que decide acerca de la
justicia o no de una sociedad y su riqueza es la que se ocupa de los hechos
materiales de la producción: la economía política del capital. ¿A qué llama un
salario justo en una jornada laboral justa el presidente de la UIA o el mismo L
avagna? Sencillamente a la remuneración, en condiciones normales, es decir: la
suma necesaria para procurarle al obrero los medios de existencia que, en
relación al nivel de vida tradicional de su clase y de su país, requiere para
mantenerse en condiciones de moverse para trabajar y perpetuar a su especie.
Este monto se fija con un intercambio peculiar: se determina por la libre
competencia del trabajador y el patrón (empresa) en el mercado de trabajo. El
contexto y los marcos de esta transacción los asegura el estado, quien debe
asegurarse que el trabajo entregue lo más y el capital lo menos que la
naturaleza de este contrato tan especial permita. Es decir: el estado y la
política son esenciales para el funcionamiento adecuado del desarrollo del
capital y el mantenimiento de esta "fictio iuris", ficción jurídica de
intercambio mercantil. El origen del estado en el capitalismo, como evolución
desde el Absolutismo, puede entenderse como esta necesidad de sostener la
continuid
ad de las condiciones de venta de la fuerza de trabajo. Punto aparte: ¿de dónde
extrae el capital el salario "justo"? Los extrae del mismo capital, pero éste no
produce valor de ninguna clase porque el capital no es otra cosa que el producto
del trabajo acumulado, muerto, ya extraído con anterioridad. Los salarios los
paga siempre el propio trabajo, por lo que un salario "justo" debería ser el
producto total de su trabajo. Pero esto, bajo el capitalismo, no sería "justo".
Por el contrario: el trabajador sólo percibe la parte necesaria para cubrir sus
medios de sustento mínimos. La variación oscila dentro de límites físicos y
sociales. El obrero no es más que el tiempo de trabajo personificado. El estado
asegura la obligación de todo trabajador independiente, legalmente calificado
para actuar por sí mismo, de celebrar como vendedor de mercancías su contrato
con el capitalista. La ley del salario, como decían los viejos anarquistas,
"forja cadenas" y como están viendo los prop
ios trabajadores a lo largo del 2005, no constituye una línea fija e inmóvil,
no es algo inexorable: en todos los segmentos existe un cierto margen dentro del
cual los salarios pueden modificarse, pero como resultado de la lucha entre el
capital y el trabajo. El movimiento sindicalizado ha logrado por la fuerza y la
acción directa "robarle" un salario mínimo a la burguesía que casi llega al
límite de la pobreza. Un logro desmesurado desde el punto de vista del capital
nacional rapaz e inhumano y su plan de acumulación y extracción de plusvalor.
De fuerza de trabajo a clase: Angriffskraft: Son estas luchas en las que los
trabajadores han descubierto que su salario no se fija por complicadas fórmulas
econométricas ni en filosofías de la historia neoliberales o generosos decretos
populistas sino en el "regateo" violento, en la puja con los dientes apretados,
en la extensión de la solidaridad y la cooperación, y que en este combate gana
quien sea capaz de oponer una resistencia compacta y democrática, una tenacidad
más larga y más fuerte. El proletariado en sus inicios no es más que interés
político inmediato en la destrucción de todo lo existente. En su desarrollo
interno no tienen necesidad de "instituciones" que le den vida de esa inmediata
destrucción. Tiene necesidad de Organización de su potencia autónoma para hacer
objetiva, frente al capital, la instancia política del antagonismo; para
articularla dentro de la relación de clase tal y como es materialmente en un
momento dado; para hacerla agresiva de una manera c
reativa y constituyente con las armas de la táctica, antes que para tomar el
poder para arrebatárselo a quien lo tiene. Y es que la clase existe incluso,
para los dinosaurios de la ortodoxia, sin partido. El más organizado tiene
mejores perspectivas de obtener más, máxime cuando se enfrenta al aparato del
"Capital-Parlamentarismo" en bloque. Ahí está el ejemplo de los nuevos convenios
colectivos de trabajo (a pesar que incluyen disposiciones "posfordistas"
diseñadas en los '90) que han logrado sacarle aumentos promedios anuales del 11%
al 15%, pero con nuevas escalas salariales inferiores a los sueldos que se están
pagando¡¡¡. Muchos convenios introducen cláusulas pro-burocracia sindical
(aportes empresarios al sindicato con descuentos compulsivos) y también
disposiciones posfordistas con grados cada vez mayores de precariedad,
intermitencia y flexibilidad: aguinaldo en cuotas, vacaciones prorrateables a lo
largo del año, polivalencia en funciones atípicas (que esconde dos t
rabajos hechos por el mismo trabajador), autorregulación de conflictos, etc. El
"salario justo" de algunos gremios con mucha tradición, por ejemplo, rondan los
$900 (alimentación, uno de los más altos) a $580 (metalmecánicos). Pensemos el
efecto del gobierno de la contratendencia de Duhalde-Kirchner: el salario en el
sector de manufacturas subió post-convertibilidad un 67% mientras que los
precios aumentaron un 122%, de lo que surge que el costo salarial real se redujo
para el capital en su conjunto en promedio un 60% (dependiendo del sector); a lo
que habría que agregar que la productividad de la mano de obra rinde un 9%. El
salario medio de la gente ocupada es hoy un 30% menor al del año 1999. Como
decían los clásicos el trabajo es el elemento que hace fermentar al capital.
Esto en un contexto de fuertes instituciones sindicales, cuadros medios
preparados y movilizaciones, así que imaginemos qué puede lograr el trabajador
posfordista, informal, precario, en negro, intermit
ente: según el INDEC su ingreso medio es de $480, y su mínimo de $280. Ni
hablar de los argentinos que sufren el "trabajo negado" por el capital, los mal
llamados desempleados que no tienen ni siquiera los miserables $150: la tasa de
desempleo entre los jóvenes llega a casi el 30%, el desempleo se aproxima al 40%
entre las mujeres jóvenes de baja calificación y se calcula que el 53% de los
jóvenes no "participa" del mercado de trabajo. Como vemos la Ley del
Salario capitalista no se ve infringida por la lucha sindical: por el contrario,
como bien lo saben los "gordos" y "flacos" de la CGT, ésta lucha es la que
impone su plena validez. Sin la resistencia ejercida por el activismo de base
contra sus patrones y contra la costra burocrática de sus propias
organizaciones, el trabajador no obtendría ni siquiera lo que conforme al
sistema de explotación capitalista le corresponde. Es el fantasma de una
insurrección de trabajadores sindicalizados, precarios y trabajadores "negados"
, de huelgas, piquetes y asambleas, el "dèjá vu" del 2001 en la conciencia
burguesa, lo que obliga al "Capital-Parlamentarismo" a pagar aunque sea el 50 o
60% de la canasta familiar de alimentos. El "salario justo" de la función
sindical no ataca el sistema asalariado, ya que sólo obliga al patrón (empresa)
a cumplir con la ley económica del salario, es apaciguar efectos, no causas. La
consigna "salario justo" no sólo es anacrónica, sino que acota el horizonte de
lucha al ignorar que toda justicia debe basarse en lo que es socialmente justo.
Y lo socialmente justo no es un salario bajo o injusto: es el salario mismo. ¿No
es acaso la huelga un rechazo profundo a ser trabajo? La enseñanza de estos
meses no puede ser más clara: los obreros como clase, no como fuerza de trabajo,
se presentan como la mayor y más agresiva fuerza política; como meros vendedores
de trabajo se identifican con la figura extrema de la miseria, de la
subordinación y siempre de la explotación. Se trata d
e dar el paso organizativo de la fuerza de trabajo vendida al mejor postor (la
"Arbeitskraft") a la"Angriffskraft" (fuerza de ataque al capital, como la
llamaba Marx).
"Capital-Parlamentarismo" y la clase media en el mecanismo de consenso del
capital: ¿nuevo y viejo fascismo?: la política de contención de la creciente
lucha segmentada del movimiento obrero tiene dos cauces nítidos: una, con el
Garraham como caso testigo de los trabajadores estatales (al estilo de la toma
de Ford en 1985) en su vertiente más judicial; la otra contra el movimiento de
trabajadores negados por el capital (lo mal llamados "desocupados"), cuyo
"locus" geográfico no puede ser más simbólico: Plaza de Mayo y Puente
Pueyrredón, ésta se encuentra en la etapa de "saturación", nombre bélico muy
técnico que remite a las teorías de bombarderos contra áreas de concentración de
tropas del enemigo. Por supuesto que ambas tienen "tempos", actos y dinámicas
muy diferentes. La primera apunta a descerebrar al movimiento del actual
activismo de base, de la nueva generación de militantes de base antiburocráticos,
nacida en las renovaciones de los últimos años, acompañándolas de di
spositivos judiciales y mecanismos rompehuelgas más ofensiva mediática. En el
segundo caso se trata de excluir definitivamente de la arena política y de la
agenda política del estado a los piqueteros rebeldes, los que no sucumbieron a
las prebendas, las cooptaciones y los cargos. Aunque no lo parezcan ambas se
relacionan con el marketing político de Kirchner: lograr un piso respetable de
legitimidad de masas, su propio y peculiar plebiscito de octubre. La "firmeza"
del gobierno contra trabajadores pobres y "trabajadores negados" en la
indigencia, dureza autoritaria que se apoya en una base real de la vieja clase
media alta (el verdadero pilar electoral de K.), nos preanuncia lo que vendrá
después de las elecciones. Pero, en el contexto de un régimen que gobierna con
Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) como no lo hizo ni el propio Menem, con
un Congreso figurativo, con el monolitismo acrítico de los "mass media", con un
clima de represión estatal difusa al estilo peronista
de los años '50. ¿se puede hablar de un fascismo "naranja" (por los
colores de los chalecos de la Policía)? La palabra fascismo nos parece muy
fuerte para definir este pasaje lento pero seguro de K. hacia la extinción del
estado de derecho, pero debemos pensar que el fascismo posmoderno ya no tendrá
el folklore del imaginario popular de los años '30: en cambio de fascios romanos
hoy tenemos banderas argentinas con el sol de guerra; en cambio de uniformes
negros se luce el look burócrata-funcionario (exmontonero de traje
preferentemente italiano oscuro con corbata clara); etc. ¿Podemos definir un "minimum
fascista" para categorizar este gobierno? Para comenzar conviene distinguir al
fascismo como régimen; al fascismo como movimiento y al fascismo como ideología.
Los dos primeros son específicos fenómenos históricos nacionales que resultan
sino poco universales, muy difíciles de generalizar por la extraordinaria
coyuntura de la cual surgieron en Europa. Nuestra tesis es que e
l fascismo postmoderno puede ser definido críticamente, preferiblemente, como
una ideología. Un "minimum" fascista podría ser: "nacionalismo+socialismo=fascismo",
es decir: una ideología burguesa que se basa en el mito de un "renacimiento"
social sobre la base de una tercera vía del tipo holístico-nacional, con
prácticas de bonapartismo y centradas en un "leader" carismático (más que en
programas económicos detallados) y empeñada en la demonización maniquea de sus
enemigos, en especial con la izquierda. La "base" de la concepción del mundo del
fascismo posmoderno puede resumirse en cuatro puntos: 1) El Nacionalismo: la
creencia que el mundo está divido en naciones, que el estado debe reconstruir la
comunidad originaria basada sobre herencias y mitos pre-existentes: "Argentina
Potencia", "Un País en Serio", etc., además de políticas de proteccionismo (como
el tipo de cambio, etc.); 2) El Holismo: el fascismo siempre se basa en la idea
fuerte que lo colectivo predomina sobre l
os intereses y derechos individuales, privados y sociales (la hostilidad del
peronismo a la democracia liberal y la famosa transversalidad multiclasista); 3)
El Radicalismo: el fascismo posmoderno no es una forma de conservadorismo o
neoliberalismo, intenta refutar o criticar la sociedad pre-existente (ver la
campaña de Kirchner centrada en lo viejo y lo nuevo) e implica el deseo de crear
una nueva cultura política corporativista, a través de la movilización y
cooptación y el uso catártico de violencia más o menos disimulada. Por eso el
fascismo posmoderno es una forma alternativa de modernidad capitalista, que
sintetiza el pesimismo de los conservadores con el optimismo de los
"modernizadores". 4) La Tercera Vía: el fascismo es hostil tanto al capitalismo
neoliberal como al comunismo de las masas: al neoliberal lo considera
excesivamente individualista (enemigo de la "Gemeinschaft"); al comunismo en
exceso internacionalista, cosmopolita y con una concepción falsa de la igua
ldad. El objetivo de la tercera vía puede variar aunque el corporativismo es su
objetivo común; en términos políticos el post-fascismo tiende a ser totalitario
pero no es necesariamente estatalista en sentido fuerte, como vemos en Kirchner.
Esta concepción nos permite explicar la existencia de diversos sostenedores del
postfascismo: aquellos mayoritariamente nacional-afectivos (exmontoneros,
exsetentistas de diverso pelambre, etc.), ya de aquellos sostenedores del tipo
económico-racional. Lo importante es que el post-fascismo y su consenso, intenta
construirse como un movimiento político relativamente legítimo, en grado de
ofrecer una alternativa tanto a la reacción conservadora como a la latente
revolución comunista. El post-fascismo tiene su propia lógica de acceso al poder
(electoral-mediática, es decir: un medio "frío" con respecto a la movilización
clásica populista) que difiere en estilo y organización del fascismo histórico.
Además, como hemos visto, el post-fascismo
tiene su propia (y seria) economía política, que aunque globalmente desarrolla
el capital, mantiene un grado de autonomía importante. Los sostenedores
individuales del postfascismo son interclasistas, base material de un "Volkspartei",
partido popular, fundado sobre el pluriclasismo considerando la novísima
subjetividad del posfordismo. El posfascismo intenta crear afinidad ideológica
entre la nueva clase media, la vieja pequeñaburguesía y trabajadores de pequeñas
y medianas empresas, como se puede deducir de la ecología electoral de Kirchner,
y crea esta afinidad utilizando temas típicos de la izquierda: derechos humanos,
vago anti-FMI, antiliberalismo salvaje, pan y trabajo, etc. La esposa del
Presidente está logrando aglutinar una masa de votantes equivalente a una
coalición social: tiene alta intención de voto tanto en los sectores populares
como en la clase media y media alta. El "Volkspartei" que intentarán reconstruir
de las cenizas del viejo PJ, también tiene la habi
lidad de "integrar" a través de la propaganda diversos tipos de protesta,
incluso elementos del "¡QSVT!" (Que Se Vayan Todos como producto de la anomia
social y la crisis de la vida comunitaria). Kirchner está intentando con todos
los recursos económicos del estado transformar el voto protesta que lo llevó a
la Casa Rosada en afinidad e identidad ideológica. De alguna manera es una
respuesta al ciclo "post-materialista" del menemismo. La naturaleza del
sostenimiento a Kirchner a cambiado mucho: la naturaleza del apoyo de masas en
el 2005 es muy diferente al del 2003, y las propias necesidades de legitimación
y lealtad de masas también. Es probable que si los nuevos mecanismos que
anuncian el fin del estado de derecho son alarmantes antes de las elecciones de
octubre (una respuesta del "Capital-Parlamentarismo" al auge de luchas obreras
que tuvo su climax en el mes de junio con 127 conflictos, cifra superior a la de
todo 2003¡¡¡¡¡) debamos enfrentarnos a una nueva forma-estad
o durante el 2006, con un PJ reestructurado, un Kirchner autoplebiscitado y la
profundización del bonapartismo a niveles inéditos. La autonomía deberá asumir
el desafío de formas de fascismo "blando", de mecanismo de control posfordistas
y del fin de los restos del estado de derecho del siglo pasado.
La Forma -Estado del capital: notas sobre el "Capital-Parlamentarismo": la
sociedad capitalista no consiste en individuos, sino que expresa la suma de
relaciones en las que estos individuos están el uno con respecto al otro. Es
decir: la sustancia común de todas las cosas debe ser su forma precisamente
social, el ser producto de una relación social. El capital es una relación, y de
modo inmediato, debido a su naturaleza, es sólo un interés económico; es bajo la
amenaza obrera que está obligado a convertirse en fuerza política, a subsumirse
en sí mismo, con el fin de defenderse: se convierte en lo político, en clase
política. Si el concepto de clase es una realidad política, entonces debemos
tomar conciencia que no existe clase capitalista sin estado del capital. La
política se erige como oposición institucional a la instancia del antagonismo
del trabajo. La economía capitalista busca y necesita a la política para
mantener separada las dos dimensiones de su dominio de clase. H
agamos un poco de historia sobre la figura del estado. Sabemos que el proceso
capitalista de producción reproduce por su propio desenvolvimiento la escisión y
separación entre fuerza de trabajo y condiciones materiales de ese trabajo.
Reproduce y perpetúa las condiciones de explotación; los obliga, de manera
constante y natural, a "vender" en un contrato "libre" su fuerza laboral para
simplemente poder vivir y permanentemente pone al capitalista en condiciones
ideales para comprarla a buen precio. Esta "transacción justa" es la que debe
asegurar el estado: que el trabajador individual pertenezca al capital aún antes
de venderse al capitalista individual. La división capitalista entre economía y
política, entre el burgués y el "citoyen" (ciudadano) asegura la servidumbre
económica con un sistema de poder que implica un predominio que se perpetúa a sí
mismo de las clases propietarias sobre los grupos sociales, cuya subsistencia y
posición social dependen de su fuerza de trabaj
o. El capital presupone el trabajo asalariado (premisa que asegura una
institución única: el estado) ya que todo trabajador "produce" capital (trabajo
no pagado), o sea: la política en su autonomía relativa debe asegurar la natural
producción y reproducción de la relación capitalista misma. Es por esto que
siempre la política precede al derecho, aunque hay que señalar que el derecho es
técnicamente (no siempre políticamente) la forma más acabada de dominación. El
estado argentino, como cualquier otro, es un complejo institucional, artificial
y planeado por las clases dominantes, condensado en coordenadas institucionales
(1994, la Constitución es un instrumento de diferenciación del sistema político)
y no es un producto de un desarrollo azaroso o espontáneo, o un fruto de la
evolución natural. El estado en su forma "Capital-Parlamentaria" es un marco
deliberadamente construido por la Nueva Clase (NC) política de acuerdo a un
plan. En otras palabras: el estado y su forma no es
un regalo de Dios, ni un mecanismo opaco e irracional, ni siquiera el "Geist"
de una época: es una realidad construida por un acto de voluntad y deliberación
de una clase social. Su "función" bajo el capital es la organización y
activación autónomas (valga la paradoja) del proceso de acumulación social en un
territorio delimitado, fundado en la necesidad histórica de alcanzar "modus
vivendi" (violentos, semipacíficos, etc.) entre intereses contrapuestos e
irreconciliables. Y es que el estado está marcado a fuego por la contradicción
desde su nacimiento moderno: una institución que pretende ser la fuente de todas
las relaciones de poder actúa de hecho como el "garante" de unas que no se
originan en sí mismo y que no controla, la generada por el comando privado del
capital. El estado ya no puede identificarse directamente con la sociedad, so
pena de anular su "especificidad funcional" ligada a la ley de valor. Desde su
evolución (feudalismo, Ständestaat, absolutismo, liberal,
welfare,.) confronta con el problema de su propia legitimidad, el nudo de
la obligación política de la multitud, que el "citoyen" acate y reconozca como
propias su autoridad, ya no por inercia de rutinas no razonadas o cálculos
utilitarios de ventajes personales, sino a partir de la convicción de que la
obediencia es correcta. Por supuesto: la paradoja de la legitimación (el
problema de la política) se juega en las formas y estaciones de la relación
capital-trabajo. A medida que la propia presencia de la clase obliga a cambios y
dislocaciones en el desarrollo del capital los problemas de legitimación y de
sobrecarga de tareas en el mismo estado. Se desarrolló un sofisticado sistema de
partidos políticos y sindicatos, los políticos ya en el parlamento del siglo XIX,
"crearon" los partidos para atraer a la creciente masa electoral obrera y
popular a la vida estatal. Y aunque los partidos políticos burgueses son algo
endémico a la democracia no formaban parte de la definición
formal de democracia liberal, de hecho hasta hace poco operaban en un ámbito
sin regulación por la ley. La evolución del partido de "notables" (congresistas)
al "Volkspartei", al partido de masas tuvo con ver con la creciente movilización
de masas de ciudadanos y proyectaban en el ámbito político fracturas sociales,
escisiones de clase heredadas históricamente con la posibilidad de "procesar"
demandas populares contradictorias para el sistema (a través de socialización de
intereses y afectos), además de reclutar los miembros de la elite de la Nueva
Clase de los políticos profesionales. La función esencial del sistema político y
el "Staatpartei", el estado "Capital-Parlamentario" es obtener el consentimiento
del pueblo al curso de la política pública de acumulación del capital. Pero el
papel paradójico del partido es que los gobiernos de turno no cumplan con las
preferencias de los ciudadanos, en especial de los trabajadores y pobres. Con la
subsunción real del trabajo al cap
ital, con la transición epocal del fordismo al posfordismo, el problema
político principal pasa a ser el contenido y dirección de los procesos de
legitimación de los poderes del estado, en especial el referido a la
distribución de la riqueza nacional (Producto Bruto) y el control de los medios
de producción. Con la decadencia del keynesianismo (populismo) como método
particular de control social y de inclusión política, se produce la corrosión
del núcleo duro de la forma-estado de derecho heredada del siglo XIX. El proceso
político interno del estado (centrado en la ciudadanía universal, civilidad,
esfera de la opinión pública burguesa, división de poderes, centralidad de
mediaciones representativas, etc.) se modifica en rituales semiplebiscitarios,
neocorporativismo, bonapartismo y formas perversas de dictaduras decisionistas
de baja intensidad. El viejo "Parlamient", el Congreso nacional, que jugaba un
papel ideológico mediador entre la "variedad clasista" de las opiniones
individuales y la necesidad sistémica del capital de reducirlas a mero
"apoyo" al desarrollo del capital, decae en una variante posmoderna de la
"Dieta" de los príncipes, alineada automáticamente al puro decisionismo del
Ejecutivo, donde ya no se selecciona a los nuevos "leaders" de la Clase Política
sino se coloca a familiares y prebendarios (nepotismo moderno). EL Parlamento ya
no "acopla" a las masas al estado, su papel central como momento constitucional,
ya que producía impulsos políticos con el procesamiento de las orientaciones del
electorado al que representaba a través de un doble vínculo, como mandato y como
miembro del partido político. Está función era la que el viejo Ulianov creía que
podía usarse como tribuna en su discusión con los comunistas holandeses y
alemanes: éste espacio institucional para "uso obrero", de propaganda y
agitación, ha desaparecido hace tiempo. El disloque
"Parlamento-Electorado-Estado" es el rasgo saliente de la nueva forma-estado, es
má
s: éste disloque aún no ha podido ser recompuesto por la Nueva Clase (se puede
ver este síntoma de crisis final en la atomización y en el dato relevante que la
suma de votos de el PJ y la UCR en el 2003 fue la más baja de la historia
argentina). Si en esencia el estado liberal se construyó para favorecer y
sostener a través de sus actos de gobierno la dominación colectiva de clase de
la burguesía sobre la sociedad en su conjunto (con todas sus variantes
nacionales) la actual forma-estado "capital-parlamentaria" significa que el
mercado del siglo XXI ya no es capaz de hacer en sus propios términos las
distribuciones necesarias o mantener automáticamente el proceso de acumulación
social desde "afuera". Los principios institucionales del estado son
instrumentales para el predominio de clase dentro de la sociedad y en este
proceso las estructuras del juego e intercambio político son primordialmente
sensibles a las exigencias cíclicas del modo capitalista y expresan (ocultando)
a
l mismo tiempo (por la propia característica de la autonomía relativa del
estado) la subordinación funcional del sistema político al pulso de la ley de
valor. Aunque idealmente la política se coloca por encima del poder del dinero,
en los hechos se ha convertido en su "garante", reconocía un joven filósofo
llamado Marx en 1844. El estado, ya "separado" de la sociedad por el
absolutismo, sigue funcionando a través de formas políticas y jurídicas
derivadas de los diseños decimonónicos del siglo XIX. Aunque los modifica, como
en la Constitución de 1994, lo hace en la medida justa para disimular y limitar
los cambios en la "sustancia", en el sustrato profundo del proceso político,
pero en el mismo acto modifica y distorsiona las formas mismas. Si el estado
populista, keynesiano, "welfariano", era la realización de la inclusión política
(activa y pasiva), las transmutaciones en la anatomía de la sociedad civil
producen un estado transicional, llamémosle "postfordista", expulsivo,
de excedencia, exclusivo. La política keynesiana supone dos cosas que ya
no existen más: que los gobiernos cuentan con suficiente autonomía para actuar
racionalmente y que existe bastante mercado para que funcione la
manipulación. No se mantiene en pié si falta alguno de sus ingredientes. Hoy la
concentración económica es tal que puede distorsionar a placer la elaboración de
políticas que no coordinen con el desarrollo del capital. Como en la época de
Keynes, o Pinedo en los '30 o Perón en los '40, la pregunta es si la burguesía
está preparada para salir del fordismo y pasar a una nueva forma-estado sin
conmociones revolucionarias como las del 2001. Si lo lograra, tal el empeño de
Kirchner en las próximas elecciones, estaríamos ante un sistema cuyo
presupuestos son el fin del estado de derecho como lo conocemos y el
re-establecimiento del nexo monetario como exclusiva relación social. El tema de
la exclusión significa la expulsión cada vez mayor de necesidades e intereses
de la población en la agenda política posible y, al mismo tiempo, transformar a
la Nueva Clase Política y a los "mass media" en momentos constitucionales de la
acumulación, en subsistemas de legitimación, que suplantan al estándar mínimo de
"salario mínimo-nutrición-salud pública-vivienda-educación" por una ciudadanía
basada exclusivamente en la posibilidad de consumo egoísta. La política, esa
ciencia noble, se transforma en una ciencia de la legitimación, en "cobertura de
seguro de intereses ya formados en la economía. Si la inclusión del populismo es
un principio abierto ("todos" merecen atención política) la
"exclusión-excedencia" del posfordismo clausura toda una época del estado: el
fin del viejo derecho privado y público para la multitud. La política se hace
autorreferencial (pelea Duhalde-Kirchner), por lo que a los clásicos problemas
de gobernabilidad y de procesar la exclusión (el estado de carencia) se le suma
los cortocircuitos que el pobre sistema político "gobie
rno/oposición" produce en vacío sobre el antagonismo de las nuevas
subjetividades proletarias. El código especial de la política burguesa
(progresista/conservador) ya no atribuye nada, ni codifica identidades
duraderas, ni simbología funcional que permitan gobernabilidad y lealtad de
masas. La lealtad de masas en una lógica exclusiva, de carencia, no puede
filtrarse sino con procedimientos puros, extra-políticos, parajurídicos, lo que
termina subordinando a la política a la pura administración del flujo monetario,
a fiscalizar el input-ouput o a ser la vía regia de los grupos neocorporativos.
La nueva figura es el trabajador posfordista, el mayoritario, fuertemente
inestable, precario, intermitente, generalmente trabajando en los servicios a la
producción; y en lo político un "citoyen" desencantado, sin ningún tipo de
fidelidad ideológica, propenso a una inversión electoral breve o inexistente
(sabotaje). La alternativa no es entre un sistema político cerrado y una intensa
p
articipación política desde abajo, y esto es claro en la atomización electoral,
creciente y sin precedentes, desde 1990 y la tendencia a la desaparición de los
"Volkspartei", los partidos de masas burgueses (fractura del PJ, disolución de
la UCR: síntoma en las internas partidarias). La inestabilidad gobernativa es
hoy más difusa, anárquica, volátil y siempre síntoma de una irreversible pérdida
de una síntesis orgánica, de encontrar un horizonte seguro y duradero de
legitimidad. La representación política clásica se fundaba sobre la rígida
separación de lo privado de lo público, a ésta última esfera se la conformaba en
torno a un mandato popular y con una selección racional de la Clase Política en
la arena parlamentaria. Al político le competía la "alta estrategia" keynesiana
del desarrollo, las tareas inclusivas, la movilización de masas y la capacidad
de generar procesos de absorción (purificación) de los embates corporativos del
mercado. La creciente clausura de la autorr
eferencialidad del "Capital-Parlamentarismo", ese especie de autismo
institucional, motivado por las respuestas del capital al antagonismo de la
clase obrera, es la que exige formas de dominio plebiscitarias, ya no basadas en
las correas de transmisión del "Volkspartei" y los sindicatos (que giran en
falso) sino en el bonapartismo ejecutivo, los "leaders" carismáticos y el
totalitarismo mediático. Este fenómeno es el que confirma la imposibilidad de
verificar la "responsabilidad" de la representación política en el posfordismo.
La propia dinámica del dominio político posfordista es la que erosiona el filtro
clásico de los partidos políticos (afiliación, internas, estado dentro de un
estado, etc.) corroe el viejo papel del Congreso y expulsa competencias de
liderazgo, cognitivas y políticas, al espacio extraparlamentario. Por eso es que
la manera como se distribuye el poder del estado es el que determina su forma:
el "Capital-Parlamentarismo".