En zonas del imaginario colectivo pululan supuestos según los cuales grandes
cantidades de niños pobres depositados en instituciones estarían a la espera de
padres que los adopten. Sin embargo sucede lo contrario: grandes cantidades de
padres con intenciones de adoptar esperan una oportunidad.
Damos por supuesto que esto no sucede porque (como suelen sugerirlo algunas
fantasías populares) en todo el país funcionan perfectas maquinarias capaces de
facilitar la comercialización de cientos de niños que debieran ser adoptados por
la vía legal. Esta sospecha ciudadana existe pero a poco de analizarla con
detenimiento se torna difícil de sostener. Hechos de tal tipo han existido y
fueron motivo de intervención judicial pero no se puede atribuir a ellos la
escasez de niños adoptables. Es difícil de imaginar un sistema delictivo tan
impecable que no haya sido descubierto en cuanto tal en todas las provincias
argentinas durante años de funcionamiento. No obstante el dato cierto está allí:
el número de niños en condiciones de ser adoptados es mucho más bajo que el
número de potenciales adoptantes.
Esto no implica que en las instituciones se encuentren pocos niños sino que la
mayoría de ellos no están en condiciones de ser legalmente protegidos mediante
la adopción lo que significa que sus padres no han sido privados de la patria
potestad o no desean entregarlos en adopción. A la luz de muchos ojos ciudadanos
esto no parece lógico pues tiene fuerza el supuesto según el cual el Estado,
dada la deprivación social, debería con urgencia proporcionar al niño "padres
adecuados', término que suele significar "padres económicamente viables".
Pero esta no es la posición dominante gracias, en gran medida, a quienes
priorizan la perspectiva de los Derechos Humanos. Y también gracias a dichos
esfuerzos esta concepción ya forma parte de importantes cuerpos normativos con
rango constitucional en la Argentina. Este posicionamiento profundiza el
esfuerzo por finalizar con lo que se denomina la judicialización de la pobreza.
Es decir la tendencia a frenar la intervención judicial sobre situaciones que
antes que eso exigen eficaces políticas sociales y, en consecuencia,
redistribución de los recursos materiales y simbólicos.
Si ante la pobreza que castiga a una familia primara como solución la entrega en
adopción tendríamos como mínimo un nuevo castigo sobre el niño. No es extraño
que la privación de patria potestad o quita de hijos a padres acarree la quita
de padres al niño. Vulnerados sus derechos sociales, además, se los sometería a
esta pena adicional. Es por ello que dicha medida debe ser realmente el último
recurso al que se apela luego de un complejo proceso transdisciplinariamente
fundado que agote todos los esfuerzos por recomponer la relación del niño con
sus lazos originarios.
Podríamos decir entonces que, por fortuna, el número de niños a los que el
Estado les quita sus progenitores o padres no es significativo. Sabemos las
ansiedades que este problema moviliza. La búsqueda de un niño para emplazar
subjetivamente como hijo tiene sus bemoles, en muchos casos tantos como los que
aparecen en la búsqueda biológica de un niño y en su emplazamiento subjetivo
como hijo. Allí opera el nivel de tolerancia ante la frustración, la capacidad
para elaborar el duelo y las herramientas como para diseñar una salida y
proyectarse. Pero opera también, siguiendo a Pierre Bourdieu, la noción de
familia en cuanto construcción social.
Sabemos que "...si bien es cierto que la familia no es más que una palabra,
también es cierto que se trata de una `consigna', o, mejor dicho, de una
`categoría', principio colectivo de construcción de la realidad colectiva. Se
puede decir sin contradicción que las realidades sociales son ficciones sociales
sin más fundamento que la construcción social y que existe realmente, en tanto
que están reconocidas colectivamente. En cualquier uso de conceptos
clasificadores como el de familia, iniciamos a la vez una descripción y una
prescripción que no se presenta como tal porque está (más o menos)
universalmente aceptada, y admitido como evidente: admitimos tácitamente que la
realidad a la que otorgamos el nombre de familia, y que ordenamos en la
categoría de las familias `verdaderas', es una familia real" (1).
Lo real, la familia que tradicionalmente se considera real, motoriza la búsqueda
de formas familiares estandarizadas (padre-madre-hijos). La figura de la
adopción se inscribe generalmente en este esquema de esfuerzos aún cuando ya hoy
se reconozca conceptualmente la existencia de diversos tipos de familia. La
decisión de adoptar pareciera operar absolutizando el derecho de los padres a
tener hijos cuando en realidad es prioritario el derecho de los niños a tener
padres, orden de cosas en el que no se puede negar una fuerte -aunque no
excluyente- impronta biológica.
Todo esto puede (quizás no) tener relación con la naturaleza de algunos
movimientos fundantes de la dinámica familiar, lo que incluye tanto la fuerza
con que se admite la posibilidad de constitución con el otro como también la
fuerza con que se intenta anular al otro expandiendo el campo personal,
interjuego inevitable en toda relación humana. El equilibrio en estas fuerzas
posiblemente incida en la toma de decisiones que desde el primer instante
estarán signando historias de vidas pues sintetizan, en actos muy precisos, la
cosmovisión de sus ejecutantes. (1) Bourdieu, Pierre: "Razones prácticas sobre la Teoría de la Acción".
Barcelona, Anagrama.