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Argentina: La lucha continúa

El regreso de las Madres

Por Luis O. Saavedra
elidaluis@ciudad.com.ar
Hipotesis

"Sólo pido una cosa: los que sobrevivís a esta época, no olvidéis. No olvidéis ni a los buenos ni a los malos. Reunid con paciencia testimonios sobre los que han caído por si y por vosotros. Un día, el hoy pertenecerá al pasado y se hablará de una gran época y de los héroes anónimos que han hecho historia.

"Quisiera que todo el mundo supiese que no ha habido héroes anónimos. Eran personas con su nombre, su rostro, sus anhelos y sus esperanzas, y el dolor del último de los últimos no ha sido menor que el del primero cuyo nombre perdura".

Con estas palabras comenzó ayer Ana María Careaga a relatar la historia de su madre, Esther Ballestrino de Careaga y sus compañeras fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, cuyos cuerpos fueron reconocidos por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Ana María fue ella misma una detenida desaparecida, en el centro clandestino conocido como Club Atlético.

La muy oportuna cita corresponde a Julius Fucik, escritor, periodista y dirigente del Partido Comunista checoeslovaco, torturado y asesinado por los nazis. Mientras esperaba la muerte, logró escribir y sacar a través de un guardia, los textos que luego, rescatados por su esposa Gusta, serían conocidos como "Reportaje al pie del patíbulo".

Recordemos brevemente los hechos que ahora vuelven a ser difundidos: Careaga, María Ponce de Bianco y otras personas, entre ellas la monja francesa Leonie Duquet, fueron secuestradas, el 8 de diciembre de 1977, por un grupo de tareas de la Armada, en la puerta de la Iglesia de la Santa Cruz, luego de haber sido marcadas con un beso por Alfredo Astiz, infiltrado en el grupo que estaba luchando por los desaparecidos.

Se habían reunido a fin de redactar y juntar fondos para una solicitada que publicaría La Nación el día 10. Azucena Villaflor de De Vincenti, señalada por sus compañeras como la indiscutible fundadora de las Madres, fue secuestrada ese día, cuando salió de su casa, en Dock Sud, para comprar el diario.

Arrojadas al mar en uno de los vuelos de la muerte, descriptos por el hoy condenado en España, Adolfo Scilingo, sus cuerpos y los de otras cuatro personas, fueron devueltos por el generoso Atlántico, en las playas de Santa Teresita y enterrados como N N en General Lavalle.

Familiares y militantes de derechos humanos reunieron testimonios con la paciencia que recomendaba Fucik y 28 años después, el Equipo Argentino de Antropología Forense, pudo identificar a las tres Madres.

"La organización vence al tiempo" se dijo alguna vez. Nada más cierto que en este caso. La organización venció al tiempo, al olvido y a la impunidad.

La historia de estas tres Madres Fundadoras ha regresado para que se pudiera conocer, por primera vez, el circuito completo de una de las operaciones de los grupos de tareas de los marinos.

Todos y cada uno de los momentos de este circuito están documentados por testimonios y pruebas materiales. El secuestro en la puerta de la Iglesia fue presenciado por numerosas personas.

La metodología de los vuelos es conocida por diversos relatos, entre ellos el documentado libro de Horacio Verbitsky, basado en los testimonios grabados del represor Scilingo.

La aparición de los propios cuerpos en una playa corrobora que fueron arrojados vivos al mar. La fractura de los huesos largos, típica de un impacto de esta naturaleza, ha sido detectada por los integrantes del Equipo.

Resquicios en el aparato burocrático permitieron la paciente búsqueda que condujo al rescate de los cuerpos y su identificación, anunciada ayer en la sede la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires.

La magnitud del hecho y la conducta de los familiares y militantes de derechos humanos arrojan una oportuna contraluz sobre el atentado terrorista que acaba de cobrarse en Londres decenas de muertos y heridos.

En casi treinta años de lucha, ningún familiar, ningún militante, se plantearon la venganza personal contra los protagonistas del terrorismo de Estado. Con paciencia y tenacidad, enfrentando mil dificultades, trabas burocráticas, olvidos, amenazas y agresiones, se logró la derogación e inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.

Con paciencia y tenacidad se está logrando juicio y castigo, enviando represores a la cárcel. Con paciencia y tenacidad se está punto de lograr la anulación de los indultos.

Este ejemplo ético se deriva directamente de la conducta que, en su lucha, mostraron quienes en su momento combatieron por la justicia y la libertad, aquellos que hoy están desparecidos o sobreviven, buscando nuevas formas de vida y militancia, en la patria o en la diáspora por multitud de países en el mundo entero.

Porque una línea clara e infranqueable separa a la legítima lucha revolucionaria del terrorismo: los civiles ajenos al conflicto no pueden ser nunca objetivos de las operaciones militares.

Cuando se enfrenta al terrorismo de estados como el de Israel, el español o el británico, con medidas acciones contra sus tropas y puestos militares, se está realizando una acción éticamente legítima, más allá de su acierto o error político.

Cuando se ataca a hombres, mujeres y niños que nada tienen que ver con el estado terrorista, se cae en el terrorismo liso y llano y el oprimido se confunde con el opresor.

El fin no justifica los medios. Las Madres y sus hijos no lucharon ni luchan para justificar el asesinato de civiles inocentes.

Vale la pena volver a citar a Fucik para saber porque lucharon las Madres y sus hijos, porque luchamos todos nosotros, sus hermanos.

Dice el hombre que está esperando la tortura y la muerte, en el campo de concentración de Pankrac: "Por la alegría hemos vivido. Por la alegría hemos ido al combate. Por la alegría muero. Que jamás el ángel de la tristeza sea asociado a nuestros nombres".

"A Contrapelo", columna de opinión emitida en el programa Hipótesis, de LT 8, Radio Rosario, el sábado 9 de julio de 2005.