De una necesaria voz.
Julio Chueco
La Fogata
El primer acto del juicio por los sucesos del Puente Pueyredón, que se
promete como extraordinario, se dice que mil testigos prestarán testimonio,
como si hicieran falta mil voces para atestiguar el concreto que policías
asesinaron a dos jóvenes en medio de una manifestación de protesta, la primer
movida de la defensa fue una chicana de procedimientos. Desdoblar la causa,
atenerse a lo publicado acerca que habrían desaparecido armas de Darío y Maxi,
lo que coloca ante la opinión en posición de víctimas a los victimarios y a
desestimar la sesión.
No quiero imaginarme la indignación de los compañeros en las puertas del
tribunal que quizás no tengan la experiencia de la familiaridad de estas
chicanas judiciales con las que se intenta torcer un juicio. Causa
indignación lo que no puede calificarse de digno, la historia ampliada de
estos sucesos, la que nos incluye como partícipes obligados de unos tiempos
desgraciados.
Que el poder encubre sus propios crímenes es pretender un desdoblamiento que
no es tal. El poder, tal como está siendo ejercido, es lo criminal. Y para
este esquema, estos son nada más que accidentes que contienen en sí, si es
que no lo advertimos, la confirmación de su misma sustancia. Reclamar por la
impunidad contiene dentro, además, la imaginación de una justicia extra
territorial, fuera del lugar de las relaciones de dominación en las que
estamos incluidos. Se nos enseña esto. La independencia de los poderes del
estado. La imparcialidad de los jueces y tribunales. La independencia de su
juicio de toda fuerza o influencia.
Harto hemos comprobado estas falsedades. No es sólo que éstos sean malos
jueces o solamente que el momento político fuera el perverso. Desde su código
mismo, desde la concreción cotidiana de sus códigos, harto hemos comprobado
estas mentiras. Los fusilados en el sur patagónico, la semana trágica, los
ultimados en el basural, los asesinados en dictaduras y democracias
recientes, el tratamiento que la justicia les ha dado, hablan de esta
historia. Las experiencias por un desalojo, por un televisor que no
terminamos de pagar. No es de hoy, no es de ayer, es que así están hechos. Su
convicción clasista es funcional al sostén del esquema y a la obtención de
sus privilegios y prebendas.
La historia reciente, la que hemos sufrido nosotros, no es sino una burlesca
reiteración de los mismos sistemas de acumulación de riquezas, la repetición
de las mismas estratagemas contables legales, lo que nosotros hoy llamamos
corrupción. La campaña al desierto. La Ley Avellaneda. Cavallo, Menem, vistos
así, no son sino sus desvergonzados repetidores.
El asesinato de personas, de activistas, de quien se opone a este estado de
las cosas, recorre la historia de lado a lado. Cuando se dice de lado a lado
quiere decirse el mundo de nuestra experiencia, el mundo capitalista. Es uno
de sus dispositivos de perpetuación. Extiende al valor de la censura, el
exilio, el encarcelamiento y quiere ir más allá, experimentar en las propias
entrañas del déspota, con su autoría tras bambalinas, que el peligro ha
desaparecido. Saben que el peligro no desaparece, sólo que su vocación de
sangre queda satisfecha. Visto así, no es para conformarse, es señal de
impotencia. Se sabe que esta violencia es propia de quienes no tienen otro
argumento.
De allí a un grupo de comisarios que se reúne para materializar lo que
alguien le ha deslizado al oído a uno de ellos, sólo hay un paso. Habrán de
producirse muertes. Hoy estamos consternados por hechos que nos incluyen, a
algunos de manera muy cercana, diríamos que no es historia, es que somos
nosotros.
Es cierto, la manifestación de protesta, la agitación frente a este juicio,
habla de una interpretación de los hechos que no está en los titulares, en
las crónicas, contradice, quizás la única forma de colocar una contradicción
en el espacio público. Al momento de la agitación habla de un necesario y
solidario reconocimiento entre pares. No es poco.
Permítaseme la humorada, por un instante, de imaginar la escena de la sala
del tribunal vacía de público, algunos de los de ellos, no más, tramitando
alguna forma de absolución de los imputados. Esta imagen, nada más que una
imagen, no sirve como propuesta política, al menos desde aquí, puede
facilitarnos la comprensión de nuestro papel de contraparte necesaria. En esa
imaginaria escena ¿estarían las cámaras y los micrófonos? Se aparece como una
escena graciosa. Casamiento sin novia. Afeitado y sin visita. Si no se diera
la agitación popular casi no habría juicio como lo estamos entendiendo.
Estaría frustrado el centimetraje mediático que difunde los prolegómenos que
habrán de concluir necesariamente, está dicho, con el "es justicia" del
final.
Decir de ser contraparte es decir de ser parte. Esto es inexcusable. Para
quienes se colocan al frente de la agitación, necesariamente la cámara no
dialoga con multitudes, está diseñada para la entrevista y esto es un diseño
nada ingenuo, para quien termina colocándose frente a las cámaras, cómo
evitar caer en la ineludible dinámica, más allá de la intenciones, de
convertirlos en personajes de esta actividad que se toma por lucha.
Por palabras que se digan, lo que en términos vivenciales se difunde, es la
esperanza que ese tribunal, esa justicia, produzca una acción que componga
ante la sociedad el esquema de poder, que el asalariado tome voz y voto, que
por ahora sólo ejercemos la voz de la protesta.
En otro orden, qué es lo que llevó a nuestro compañero, el fotógrafo
Kowaleski, a estar en el lugar y producir los documentos que dieron vuelta la
historia urdida. La negación de otra institución básica, pilar de la
realidad, los medios de comunicación. ¿Era otra la escena que se anteponía a
su objetivo que la del resto de decenas de camarógrafos en el momento? No, lo
que era otra fue su interpretación política, no esperaba nada de lo que
hicieran con esas mismas imágenes. Propiamente fueron las imágenes que él
captó, su decisión de estar ahí, pero fue la suerte que decidió para esas
fotografías, las que volcaron la historia. Dicho claramente, entre otras
cosas, desechó radicalmente la institución llamada medios de comunicación. No
perdonó, no olvidó, no negoció, ahora en términos de acción concreta.
¿Cómo llegar a eliminar al mundo capitalista? – preguntaba recientemente en
una clase pública Osvaldo Bayer – mediante la desobediencia, la desconfianza
a la autoridad y la rebelión – se contestaba. Qué es lo necesario para que un
joven Osvaldo Bayer viaje al sur e investigue los asesinatos patagónicos.
Desobediencia, desconfianza y rebelión. El sentido de esa investigación
sería, entre otras cosas, el instalar en el conocimiento un universo
simbólico distinto al de la imparcialidad, la intangibilidad. Los jueces, la
justicia, son estos jueces, esta justicia, no aquella que nos pretenden
endilgar.
Quienes se desdicen de la validez de la formación de estos simbólicos
seguramente habrán de entregarse a una farragosa actividad política que
llaman práctica. Una verdadera práctica política habrá de reconocer los
distintos niveles de significación de una acción.
De lo que aquí se trata no es negar el valor de la agitación, sino de la
necesidad de intercalar alguna voz que produzca alguna interrupción en esta
serie de sucesos de acción y reacción. Desde el fondo de la historia. Que
comience por permitirnos afirmar que podemos tomar la iniciativa. Explosionar
en otra parte, tal vez en otro entorno. Producir un acontecimiento, en otro
juego, fuera de la sala mediática. La verdad es que a una estrategia no se la
anuncia, aquí sólo se intenta identificar a una necesaria voz en esto.
Podremos reclamar por la impunidad, podremos jugarnos por los entreveros que
los procedimientos nos ofrecen, podremos abogar por una mayor justicia dentro
de la mayor menor que nos ofrecen, sólo que, por difícil que sea, no debe
faltar la palabra, la acción, que diga que todo se juega dentro de una farsa,
que no hay justicia posible sin revolucionar la sociedad.
Bayer en la misma clase nos proponía, más radical – abjurar de los tres
impostores de la historia, Moisés, Cristo y Mahoma. Cristo, no Jesús – dijo.
A tiempos de tamaña radicalidad quizás deberíamos comenzar a ocuparnos de
ponerle voz.
|