Argentina: La lucha continúa
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La condena de Scilingo fue un momento histórico, de los dos o tres que he vivido
en mis 29 años
Bananas y dulce de leche
Juan Diego Botto
El Periódico de Catalunya
Hay ocasiones en la vida en las que uno siente que el mundo debería
detenerse. Ocasiones en las que uno tiene la certeza de estar viviendo un hecho
histórico. Uno se siente taladrado por emociones y recuerdos que caen por una
suerte de hilo imaginario hasta lo más nítido de tus entrañas.
Ahí se mezclan el recuerdo de la primera tacita de café --ese inconfundible olor
que es a la vez infancia y misterio de adultos--, el sabor metálico de la
angustia cuando a los 3 años subiste a un avión con una madre, una hermana y una
falta, las imágenes de tantas pérdidas: el país, los compañeros, los padres, los
hermanos, los maridos o mujeres, los nietos, esa calle donde besaste por primera
vez o ese colegio donde aprendiste a burlar la autoridad.
En esos momentos bajan por el hilo imaginario las fichas de tu vida. Quizá veas
pasar la imagen de Menem indultando a los militares genocidas argentinos o a
Alfonsín, hablando del punto final y la obediencia debida, mientras es
flanqueado a izquierda y derecha por dos militares. O puede que uno vea a
Pinochet bajando de un avión, abandonando su silla de ruedas y, como Lázaro,
levantándose y andando. Seguro que también aparecen otros momentos, quizá la
invasión de Panamá. Y quién sabe, a lo mejor también algún momento lindo, como
la cara amable de Rigoberta Menchú o el sabor de las bananas aplastadas con
dulce de leche que me hacía mi abuela. Todos esos recuerdos, vivencias y
emociones explotan en tu cabeza y uno necesita que el tiempo se detenga, que
esos segundos no cuenten, uno necesita un corredor de aire para recomponer su
existencia.
En mis 29 años he vivido dos o tres momentos de ésos. De forma agridulce, el 15
de febrero del 2003, rodeado de dos millones de personas en Madrid, coreando
todas un mismo grito. De manera negativa, la madrugada del 19 al 20 de marzo de
ese mismo año, rodeado de mis compañeros de la Plataforma Cultura contra la
Guerra, cuando Bagdad era bombardeada. Y de un modo positivo, el pasado 19 de
abril, cuando la Audiencia Nacional condenó al capitán de corbeta Adolfo
Scilingo a más de 600 años de cárcel por delitos de lesa humanidad.
ESE DÍA fue histórico para los miles de familiares de víctimas del terrorismo de
Estado y genocidio en Argentina que por primera vez sentimos que la justicia se
ponía de nuestro lado. Por primera vez un genocida era juzgado a la luz de la
justicia universal fuera del país donde cometió sus tropelías y más de 30 años
después. Eso en sí podría significar que cualquier dictador, torturador o
cómplice pueda ser juzgado y condenado. En este caso no se condenó a Scilingo
porque hubiera españoles víctimas de sus siniestros vuelos de la muerte, sino
porque sus crímenes son una ofensa para el conjunto de la raza humana y se
entiende que ésta debe juzgarlos y castigarlos allí donde se pueda.
Ese día, allí, a las puertas de la Audiencia Nacional, muchos de los familiares
de desaparecidos en la dictadura argentina lloramos y nos abrazamos. Nos
temblaron las piernas porque no estamos acostumbrados a las buenas noticias.
Hemos aprendido a desarrollar un corazón coraza frente a tanta derrota.
Acostumbrados como estamos a ver cómo la historia escrita por los vencedores
tuerce nuestro pasado y nuestra herencia. Con ese "algo habrán hecho" clavado en
nuestras pupilas; "algo habrán hecho" para que los detengan, para que los maten,
serán terroristas o subversivos. Con ese "es mejor dejar las cosas del pasado en
el pasado, ¿por qué desenterrar viejas heridas que sólo dañan a unos y a
otros?". Como si víctimas y verdugos estuvieran al mismo nivel. Nunca falta un
fiscal español para decir que Pinochet quiso restablecer el orden democrático
quebrantado por Allende. Ese algo habrán hecho nos ha endurecido las manos y el
alma, pero seguimos persiguiendo obstinadamente las buenas noticias.
POR ESO ese día histórico debería marcarse en los calendarios como el día
universal de la justicia o de la justicia universal. Hoy, semanas después, sueño
más allá, con el día en que los jefes de Scilingo sean condenados de por vida,
pero también con que los jefes de éstos, que por aquellos años 70 no vivían
precisamente en Argentina, sean también encarcelados. Sueño con que Kissinger
sea juzgado y condenado por su planificación, amparo y apoyo a las dictaduras
chilena y argentina. Sueño con que se investigue lo que fue la Escuela de las
Américas. Pero como soy muy ambicioso, y soñar es gratis, me atrevo todavía a
soñar aún más; con que mis hijos vean cómo procesan a los responsables de la
pesadilla que empezó el 19 de marzo del 2003 en Bagdad. Aunque quizá empezó hace
más de 30 años, cuando un país se arrogó el derecho de decidir sobre otros.
* Juan Diego Botto es actor y miembro de la asociación HIJOS (Hijos contra la
Impunidad por la Justicia contra el Olvido y el Silencio), creada por familiares
de víctimas de la dictadura argentina. Su padre desapareció el 21 de marzo de
1977.