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Argentina: La lucha continúa

 

El ARI y el populismo con clase

Mauro Emiliozzi

Hace unos días la titular del ARI, Elisa Carrió, definió al gobierno del presidente venezolano Hugo Chávez como un 'populismo demagógico y autoritario'.

Se suele hablar tergiversadamente de populismo como una política demagógica ejercida irresponsablemente sobre los sectores populares, donde un caudillo gobierna en base a su carisma personal, haciendo aparecer como popular lo que en realidad es opuesto a los intereses del pueblo y la Nación.

El populismo -entendido en el sentido específico del párrafo anterior- implica necesariamente un desentendimiento manifiesto sobre la política por parte de los sectores populares. El dirigente populista gobierna sin la participación del pueblo.

En Venezuela se vive un proceso que dista mucho de encuadrarse en las definiciones expuestas hasta aquí. No sólo son los abundantes procedimientos democráticos los que legitiman la política llevada adelante en ese país, sino -y fundamentalmente- la participación organizada de cientos de miles de venezolanos en organizaciones intermedias de distinta índole, unidas todas ellas bajo el objetivo lanzado por Chávez. Como la misma Carrió advierte en sus dichos, en Venezuela 'no hay oposición porque la oposición es el viejo régimen', lo que brinda una pauta por de más de clara de la orientación revolucionaria del proyecto bolivariano convocado por Hugo Chávez.

La señora Elisa Carrió debería revisar sus conceptos -y fundamentalmente reacondicionar su biblioteca, lugar exclusivo desde el cual accede a la realidad- antes de emitir livianamente juicios tan contrarios a las posibilidades de un proyecto latinoamericano genuino que apenas comienza a nacer.

Por otra parte, su propia política podría ser definida como populista, autoritaria y demagógica.

Veamos. El ARI tiene un mensaje sectario, exclusivamente orientado a congeniar con el humor de la clase media y media alta. Con envoltorio progresista propone fundar un nuevo 'contrato moral' como base para desarrollar un proyecto político. Si un dirigente político -aún representando a una clase social, como la clase media- piensa escribir ese contrato, al margen de la dinámica social y política, y al margen de las aspiraciones de las clases populares no está más que ejerciendo una demagogia con clase, con una postura autoritaria al atribuirse el derecho de imponer sus propias normas morales (o las de su clase).

¿La clase media, como 'parte sana de la sociedad' es la que debe establecer los parámetros de la moralidad nacional, imponiendo un contrato a los 'inmorales', o dichos parámetros deben surgir como resultado de la interacción de todos los sectores que componen la Nación?

Posturas como las del ARI evidencian que existe entonces un populismo y una demagogia para cada clase social, y su posibilidad depende simplemente del grado de autoritarismo y audacia de un dirigente político. A Elisa Carrió le sobra la primer característica, pero carece de la segunda.

Por suerte, la estrategia de Carrió -al tiempo que se desentiende de lo popular- prescinde del concepto de poder, lo cual la hace estéril a los efectos de su implementación práctica, quedando relegada al mero papel testimonial del 'querer pero nunca ser' de una clase social que en algún momento deberá abandonar su naufragio indefinido.