Argentina: La lucha continúa
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La interna del peronismo y la lucha por un partido de
trabajadores
Ruth Werner y Facundo Aguirre
LVO 161
La lucha en el peronismo bonaerense por la candidatura a senador entre Chiche
Duhalde y Cristina Kirchner agitó –por momentos- una sombra sobre la
gobernabilidad tan exaltada por los patrones y sus políticos, centralmente por
los kirchneristas que presentan a la autoridad presidencial como un atributo
incuestionable de su carácter. El temor a la interna en el PJ parece disiparse.
La posible ruptura de lanzas movió el escenario político que hoy aparenta
aplacarse para beneplácito de los patrones que viran su interés en ponerle un
freno a la lucha de los trabajadores y prefiere un peronismo unido y moderado
que actué como garantía de autoridad.
Este primer round en la interna parece que otorgará una victoria a Kirchner que
por su alta ponderación en las encuestas obliga a un duhaldismo desgastado, a
retroceder. El cacique de Lomas de Zamora cedería la mayoría de la lista de
diputados nacionales y la senaduría a los Kirchner y va a concentrarse en el
dominio del territorio bonaerense y medirse contra Felipe Solá. Resta ver si el
presidente apoyará al gobernador de la provincia o se desentenderá de él y de
los "transversales" que lo acompañan dejándolos librados a su suerte.
Lo que está en discusión -aunque ninguno de los bandos está dispuesto a romper-
es la continuidad de la coalición de kirchneristas y duhaldistas que hasta el
día de hoy conforman el núcleo político sobre el que se basa el actual gobierno.
El nuevo elemento político a tener en cuenta es que el kirchnerismo se ha
lanzado a consolidarse como liderazgo del peronismo. La lucha interna por su
conducción es expresión de las contradicciones que atraviesan a un partido que
ha mutado del neoliberalismo a su impugnación verbal en tónica con el estilo K,
como una suma de fracciones, que concentran el poder del Estado y se disputan su
caja como botín. Como un efecto colateral de la lucha, el discurso progresista
del kirchnerismo se disipa y obliga a la "transversalidad" a jugar dentro de la
interna peronista.
El cuento de una nueva centroizquierda
En tónica con este giro se ubican figuras de centroizquierda como José Pablo
Feinmann y Chacho Álvarez. En la revista Debate1 explican el "desvió táctico"
pejotista del proyecto K. Según el primero, "el peronismo lo cubre todo" y por
eso tiene "cierta riqueza y movilidad interna" que explica la posibilidad del
kirchnerismo de convivir en el partido de Menem y Duhalde, ocupando desde el
peronismo el espacio vacío dejado por la centroizquierda. En este punto Feinmann
advierte que "Yo le aconsejo obsesivamente que no sea peronista", como forma de
"crear algo nuevo". En consonancia, el ex vicepresidente plantea que Kirchner
encarna a un peronismo de centroizquierda y que en el mediano plazo con este
componente se plantea "un sistema político que mire hacia delante y que se
referencie más en las dicotomías entre izquierdas y derechas". Ambos coinciden
en justificar la opción táctica de acumular poder político en el PJ como paso
inevitable para crear las condiciones "estratégicas" para una nueva fuerza de
centroizquierda.
De esta manera, el rescate del PJ y el pacto con el duhaldismo que ha venido
llevando a cabo el kirchnerismo es presentado como una necesidad para que, del
seno del viejo aparato donde conviven los peores representantes de la mafia
política y el neoliberalismo, surja una fuerza política "moderna". Poco importa
–para los voceros de la centroizquierda- que el mecanismo elegido para "acumular
fuerzas" y derrotar a la "vieja política" y su "corrupción" sea –literalmente-
la compra generalizada de voluntades de ex menemistas y duhaldistas y la
creación de un aparato clientelar propio. Estamos frente a una nueva confesión,
por parte de la pequeñoburguesía progresista que a fines de los ’90 creyó –y
constituyó- la Alianza, de su ausencia absoluta de independencia y del fracaso
rotundo de la centroizquierda que, antes con De la Rúa y ahora con Kirchner,
colaboran en el salvataje del régimen político y sus partidos.
El cuento de una fuerza "nacional" y "popular"
En las tribunas de Felipe Solá se vio posar a los fieles soldados de la causa K,
D’Elia, Jorge Ceballos –de Patria Libre/ Barrios de Pie- y dirigentes de la CTA
como De Petris. Estos presentan a Kirchner como la expresión de un nuevo
nacionalismo que conforma un eje político latinoamericano –con Lula, Chávez y
Tabaré- progresista, popular y "autónomo" del imperialismo. Reconozcámosle a
este sector una gran carga imaginativa o simplemente una dosis excesiva de
cinismo para catalogar de "nacional" y "popular" a quien colabora activamente en
la misión imperialista en Haití, llama a la moderación a Chávez y vota las leyes
antiterroristas a pedido de Rumsfeld, y que negocia la salida del default
hipotecando el futuro del país y el presupuesto del Estado, además de mantener
el mayor número de luchadores populares encarcelados y procesados desde 1983 a
la fecha. Sinceramente, resulta difícil de explicar y tan solo es una
construcción ideológica de corto alcance para hacer digerible el tener que
asumir el papel de fuerza militante al servicio de la candidatura de Cristina
Kirchner, a la cabeza del PJ bonaerense.
El intento de querer identificar en el kirchnerismo la encarnación de un
proyecto de reconstrucción del nacionalismo burgués, choca con la subsistencia
de una burguesía entregada tanto como sus representantes políticos al
imperialismo.
Fortaleza táctica y crisis estratégica del peronismo
Lo que subyace detrás de la interna peronista es la crisis de hegemonía de la
dominación política de la burguesía. El peronismo luego del levantamiento de
diciembre de 2001 logró subsistir con Duhalde y recuperó bríos con Kirchner,
basado fundamentalmente en la recuperación económica y en un estilo "confrontativo"
y de retórica nacional y popular que lo ayudaron a terminar la tarea de
desmovilización del movimiento social mediante la cooptación de distintas
organizaciones y dirigentes políticos, piqueteros y de derechos humanos e
intelectuales progresistas.
De esta forma, el kirchnerismo se presentaba como una nueva fase del
transformismo y el instrumento de una reforma desde arriba, que impone un cambio
en la relación de fuerzas políticas, como la realización posible de las demandas
populares. Fue un reconocimiento del propio PJ de que para conservar las
instituciones –y sus posiciones dentro de ellas- había que entronar a lo que se
presentaba como el ala "renovadora" de las fuerzas conservadoras con el fin de
recomponer el poder político y que no peligre el dominio del gran capital y el
imperialismo sobre los destinos del país.
Pero, más allá de unas pocas medidas para poner a tono al régimen político con
algunas demandas sociales, hace tiempo que viene quedando al descubierto que
ninguna "revolución pasiva" o reforma desde arriba se llevó a cabo. Por el
contrario, cada vez más jirones de la fachada progresista del gobierno quedan en
el camino. Y aunque en la situación inmediata el peronismo aparezca como
todopoderoso y sin oposición política a la vista, los cambios en las relaciones
internas del PJ están creando a mediano plazo las condiciones para un reverdecer
de una crisis que tiene bases estructurales. El rumbo adoptado por el gobierno
va a tender a aumentar las tensiones internas del peronismo cuya fortaleza se
muestra precaria a la hora de mantener su unidad y cohesión interna.
Partido de Trabajadores
El levantamiento popular de diciembre del 2001 puso al rojo vivo la crisis de
los viejos partidos patronales y señaló la necesidad de que la clase obrera
superara al peronismo para imponer una salida a la crisis nacional. Sin embargo,
la desorganización, la traición de sus dirigentes sindicales (CGT y CTA) y el
terror por la pobreza y la inflación, ubico a los trabajadores a la defensiva y
permitió que el peronismo capeara el temporal. Aunque maltrecho, pudo jugar su
papel contrarrevolucionario al desactivar el movimiento social.
Al gobierno le está molestando que la tendencia a la recuperación de la clase
trabajadora comience a destacar dirigentes combativos y formas democráticas de
organización y lucha, ajenas a la burocracia sindical peronista y objetivamente
enfrentadas al gobierno. Por eso busca estigmatizar los actuales conflictos como
"reclamos que en muchos casos tienen contenidos políticos, partidarios o
interesados"2. Temen que la clase obrera se reorganice, coordinando las luchas y
politizando sus demandas, sentando bases para que una vanguardia independiente
cobre peso y desafíe a la burocracia y al peronismo.
En este sentido, el llamado que desde el PTS venimos haciendo a las
organizaciones obreras combativas, a la izquierda clasista y a los luchadores a
sostener una campaña por un gran Partido de Trabajadores, independiente de la
patronal y sus políticos es una cuestión estratégica para recuperar las
organizaciones obreras de manos de la burocracia, preparar la ruptura de la
clase obrera con el peronismo y las variantes centroizquierdistas y disputar la
base obrera y popular cautiva aún de este partido burgués. Semejante paso
adelante de la clase obrera sería un hecho constituyente, ya que implicaría
superar la conciliación de clases con que históricamente el peronismo ha
moldeado a la clase obrera y sus organizaciones.
La contradicción de la clase obrera peronista fue justamente la de expresar una
gran combatividad y oposición al patrón en las fábricas, pero una enorme
subordinación a un liderazgo burgués en la política. La conquista de la
independencia de clase permitiría liberar las potencialidades revolucionarias
que anidan en su lucha y que tendieron a manifestarse en las grandes gestas que
protagonizó en el último siglo sin que estas terminen expropiadas o puestas al
servicio de un burgués. Hay que recordar que incluso en uno de los momentos más
altos de enfrentamiento con el peronismo, cuando en junio y julio de 1975 una
huelga general gestada desde las fabricas y establecimientos dio por tierra con
el plan Rodrigo y echó al brujo López Rega, la clase obrera careció de una
política propia. Por eso, las Coordinadoras Interfabriles de Capital y Gran
Buenos Aires que allí surgieron como un proceso de autoorganización generalizada
y un embrión de poder obrero, no pudieron desplegarse ante la falta de una
dirección independiente y revolucionaria.
Para dar pasos concretos en el camino de la independencia de clase hay que
avanzar en el reagrupamiento de los luchadores -como en el Encuentro del 2 de
abril-, que fortalezcan una política independiente, las luchas actuales y su
coordinación, como se demuestra en los conflictos de Capital Federal. Nuestra
propuesta de un Frente de Trabajadores de la izquierda clasista (ver pag. 2),
frente a las elecciones, es otro paso a dar en esta senda.
La lucha por un gran Partido de Trabajadores dotado de un programa independiente
y revolucionario es hoy un instrumento para potenciar y darle dirección a la
reorganización democrática de la clase obrera y su proyección política a la
cabeza de la Nación oprimida.
Notas
1 Revista Debate 109. 15/4/2005.
2 Carlos Tomada, Ministro de trabajo. Clarín Digital 21/04/05.
22/4/2005