Argentina: La lucha continúa
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El regreso de las huelgas
Marcela Valente
IPS
A medida que la economía de Argentina trata de salir de la peor crisis de su
existencia, los trabajadores consideran llegada la hora de exigir la
recuperación salarial apelando a la huelga, una práctica caída en desuso a fines
de los años 90 debido al alto desempleo.
Los más afectados por la erosión del poder adquisitivo de los salarios fueron
los empleados del Estado, seguidos en la desgracia por los trabajadores del
sector informal de la economía. Pero sólo los primeros están en condiciones de
expresar sus demandas de manera orgánica, a través de sindicatos en pleno
fortalecimiento, algunos de ellos con nuevos liderazgos.
Así, en las últimas semanas se registraron paralizaciones de actividades
laborales o la instalación de asambleas permanentes en hospitales públicos,
empresas de transporte, escuelas, bancos bajo la órbita estatal y en la
administración central, una oleada de movilizaciones que preocupa al gobierno El
presidente de Argentina, Néstor Kirchner, se reunió éste jueves con su ministro
de Trabajo, Carlos Tomada, para analizar los dos conflictos más sensibles para
las autoridades, como son los que llevan adelante funcionarios del hospital
Pedro Garraham, el centro de atención pediátrica de alta complejidad de Buenos
Aires, y los de la ex aerolínea estatal Lafsa (Líneas Aéreas Federales S.A.) La
huelga en reclamo de aumento de sueldos de los trabajadores del centro de salud,
que recibe pacientes de todo el país, obligó a sus autoridades a rechazar nuevas
internaciones y a reprogramar cirugías previstas, entre otras medidas, lo cual
ha puesto en alerta a los familiares de los pacientes por entender que puede
poner en riesgo la salud de los hospitalizados.
En tanto, los empleados de Lafsa se declararon en conflicto por la falta de
garantías en el traspaso de 850 de ellos a la empresa aérea chilena LAN, ya sea
porque se les recorte sus salarios o directamente sean despedidos.
El sindicato que los reúnen convocó esta semana a una serie de medidas de fuerza
en el aeropuerto Jorge Newbery, de Buenos Aires, que derivaron en incidentes.
Uno de ellos ocurrió el martes, cuando los trabajadores que bloqueaban los
mostradores de atención de pasajeros fueron desalojados por fuerzas de
seguridad, con el saldo de 30 heridos y dos detenidos.
Pero además de estos dos conflictos, trabajadores de al menos otros cinco
hospitales se declararon solidarios con la agenda del sindicato del hospital
Pedro Garraham y, en algunos casos, llevaron adelante paralizaciones parciales
de la actividad laboral. Del mismo modo actuaron empleados de los trenes
subterráneos de Buenos Aires, maestros, profesores y bancarios.
También funcionarios de los bancos estatales comenzaron esta semana una serie de
huelgas intermitentes y amenazaron con extenderla a una jornada en los próximos
días si no se atienden su reclamo de incremento de 30 por ciento en sus
salarios, a fin de compensar las pérdidas ocasionadas por la inflación.
El gobierno considera que las movilizaciones apuntadas y otras aún no
constituyen una escalada de conflictos sindicales e interpreta que se trata de
demostraciones de fuerza política de dirigentes sindicales nuevos, que intentan
fortalecer su posición antes sus pares, según explicó el jefe de gabinete de
ministros, Alberto Fernández.
Empero, la argumentación de las autoridades resulta insuficiente para explicar
una conflictividad cada más extendida a sindicatos de distintas áreas de la
economía, ya sea del ámbito nacional o de las provincias.
El gobierno de la nororiental provincia de Salta logró que los trabajadores
docentes levantaran la huelga de 45 días esta semana, justo cuando se desata un
conflicto similar en la vecina provincia de Jujuy.
"Mientras haya inflación y sueldos rezagados habrá conflictos sindicales",
sintetizó a IPS el economista Federico Marongiu, del Centro de Implementación de
Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, que presentó un trabajo
sobre el impacto del alza de precios en la economía desde el colapso de 2001.
La crisis económica, social y política que se llevó el gobierno de Fernando de
la Rúa en diciembre de 2001, cuando sólo había cumplido la mitad de su mandato
de cuatro años, derivó en la abolición del régimen de convertibilidad monetaria
que había mantenido los precios bajo control.
La derogación en enero de 2002 de esa ley de convertibilidad, que mantuvo por el
peso argentino atado al dólar en una paridad uno a uno por más de 10 años,
devaluó la moneda y provocó un aumento de 41 por ciento en el índice de precios
al consumidor de ese año.
En 2003, con la economía ya más estabilizada, la inflación fue de 3,7 por ciento
y en 2004 de 6,1 por ciento. Entre enero y marzo, los precios al consumidor
subieron cuatro por ciento, en un marco de predicciones para el año de 10,5 por
ciento, según el gobierno, pero algo más alto para analistas independientes.
"El deterioro del poder adquisitivo de los salarios fue muy grande en 2002,
porque los precios subieron 41 por ciento sin (que se concretaran) aumentos de
salario", recordó Marongiu.
"Desde 2002 hasta marzo de éste año los salarios, en el mejor de los casos,
subieron 33 por ciento", remarcó.
Para el experto, no es que el gobierno carezca de los recursos para aumentar
salarios. "Lo que ocurre es que alcanzaron un superávit fiscal que necesitan
mantener a toda costa" a fin de cumplir con los compromisos externos, y "eso lo
está pagando el trabajador del sector público y el del sector privado no
formal", puntualizó.
Por su parte, el diputado izquierdista Claudio Lozano, un economista ligados a
la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), coincidió en que el aumento de la
conflictividad sindical está asociada a la debilidad cada vez mayor de los
ingresos.
"Nadie debería asombrarse de que haya cada vez más conflictos", advirtió el
legislador, miembro de una de las dos centrales sindicales del país.
"En Argentina, desde 2001, la actividad económica creció más que el empleo y los
precios aumentaron más que los salarios", simplificó Lozano.
Hubo mayor productividad y sin embargo ese beneficio quedó en el fisco o en las
empresas privadas, no entre los trabajadores, explicó.
Más aún, Lozano consideró que no basta con aumentos salariales para mejorar los
ingresos. En la medida en que la proporción de empleados formales esté por
debajo de 30 por ciento del total de activos, los incrementos de sueldos no
tendrán impacto en la mayoría de los trabajadores.
Por eso la CTA sostiene la necesidad imperiosa de poner en marcha un instrumento
nuevo de política de ingresos, como el salario por hijo, una asignación pública
universal para todos los niños, independientemente de que sus padres trabajen en
el sector público, privado, formal, no formal o sean desempleados.
En tanto, los trabajadores apelan a las tradicionales huelgas, una modalidad que
había caído en desuso a fines de los años 90, cuando la recesión se prolongó por
más de tres años y el desempleo superó 20 por ciento de la población
económicamente activa. En ese momento fue, en sustitución, el auge de las
movilizaciones de trabajadores desempleados con la modalidad de bloqueos de
rutas (piquetes).
Ahora, los conflictos sindicales se hacen sentir y los trabajadores se
manifiestan dispuestos a presionar sin temor a la pérdida del empleo, como
ocurría hasta poco tiempo atrás.
A eso se agrega una dirigencia sindical renovada, que no siempre responde a la
histórica Confederación General del Trabajo, por mucho tiempo la única central
sindical, ligada al movimiento justicialista (peronismo) cuya ala más a la
izquierda ocupa hoy el gobierno de Argentina. ( (FIN/2005