Argentina: La lucha continúa
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La muerte de Juan Pablo II y el
tercermundismo
La iglesia que no fue
Carlos del Frade
Argenpress
Juan Pablo II fue la racionalidad del capitalismo en las últimas tres décadas.
En forma paralela al crecimiento de la pobreza en el mundo después de la caída
del muro de Berlín y la cada vez mayor hegemonía de los Estados Unidos, en
América del Sur la institución iglesia fue aislando a los sectores que
adhirieron a la postura de los obispos por el Tercer Mundo y aumentaron sus
fieles y -por ende- su predicamento político a partir de la decisión de Wojtila
de impulsar la línea de sacerdotes sanadores. En estas horas en que miles de
suplementos especiales abundan en detalles, fotografías y análisis sobre el papa
polaco es necesario separar la paja del trigo a la hora de pensar la historia
argentina. La resolución pacífica del conflicto entre las dictaduras genocidas
de Chile y Argentina a fines de los años setenta se debió a la denuncia concreta
que hizo el arzobispo santafesino Vicente Zazpe en la prensa nacional e
internacional y que resultó el origen de la participación del cardenal Samoré.
El final de la guerra de las Malvinas también estuvo sostenido más en los
intereses de Estados Unidos y Gran Bretaña que en las urgencias del pueblo
argentino que no escuchó ninguna condena del Papa sobre el terrorismo de estado.
A esto hay que sumar la actitud de Juan Pablo II con respecto a las Madres de
Plaza de Mayo y la permanente condena a la teología de la liberación inspirada
en la realidad del continente de los años sesenta en adelante. Esta es la
historia de una iglesia que quiso ser otra cosa y no fue. Y una de las causas de
esa imposibilidad fue el propio Juan Pablo II.
Los años sesenta
El 11 de octubre de 1962 comenzó uno de los capítulos que mayores movimientos
originó en el interior de la Iglesia Católica, el Concilio Vaticano II. La idea
fue de Juan XXIII.
Su propuesta fue ventilar la institución.
Hasta la fecha se intenta restaurar el viejo y denso clima. Pero nada fue igual
a partir del concilio.
Entre sus principales consecuencias, se encuentran sin dudas las Conferencias
Episcopales Latinoamericanas de Medellín, Puebla y Santo Domingo, más allá que
la primera se había dado en Río de Janeiro en 1955 pero que no tuvo la
repercusión social, cultural y política de las otras.
Le tocó conducir a Pablo VI los cimbronazos del Concilio en todas partes del
mundo.
El principal se generó el 15 de agosto de 1967, con la publicación del
'Manifiesto de 18 Obispos del Tercer Mundo'.
Los 18 firmantes fueron Helder Camara, arzobispo de Olinda y Recife, del Brasil;
Jean Baptiste Da Mota e Alburqueque, arzobispo de Vitoria, del Brasil; Luis
Gonzaga Fernández, de Vitoria, Brasil; Georges Mercier, obispo de Laghouat,
Sahara, Argelia; Michel Darmancier, obispo de Wallis et Futuna, Oceanía; Armand
Hubert, Heliópolis, Egipto; Angel Cuniberti, Florencia, Colombia; Serverino de
Aguiar, Pernambuco, Brasil; Frank Franic, Split, Yugoslavia; Francisco
Austregesilo de Mesquita, Pernambuco, Brasil; Gegoire Haddad, Melquita, Beirut,
Líbano; Manuel Pereira da Costa, Paraibo, Brasil; Charles Van Melckebebke,
China; Antonio Batista Fragoso, Ceará, Brasil; Etiene Loosdregt, Laos; Waldir
Calheiros de Novais, Volta Redonda, Brasil; Jacques Grent, Maluku, Indonesia; y
David Picao, obispo de Santos, Brasil.
'...en su peregrinación histórica terrenal, la Iglesia ha estado prácticamente
siempre ligada al sistema político, social y económico que, en un momento de la
historia, asegura el bien común o, al menos, cierto orden social.
Por otra parte las Iglesias se encuentran de tal manera ligadas al sistema, que
parecen estar confundidos, unidos en una sola carne como un matrimonio. Pero la
Iglesia tiene un solo esposo, Cristo. La Iglesia no está casada con ningún
sistema, cualquiera que éste sea, y menos con 'el imperialismo internacional del
dinero' (Popularum Progressio), como lo estaba a la realeza, o al feudalismo del
antiguo régimen y como tampoco lo estará mañana con tal o cual socialismo'.
Definiciones como estas conmocionaron a los sacerdotes que se encontraban
trabajando y desarrollando su pastoral en medio de barrios marginales de todas
las naciones del Tercer Mundo.
En la Argentina
La repercusión ideológica y política fue proporcional al contraste con la
alianza establecida entre el cardenal Caggiano con el partido militar y los
representantes de los intereses económicos que comenzaron a vaciar el estado en
beneficio propio.
'En el momento en que un sistema deja de asegurar el bien común en beneficio del
interés de unos cuantos, la Iglesia debe no solamente denunciar la injusticia
sino además separarse del sistema inicuo, dispuesta a colaborar con otro sistema
mejor adaptado a las necesidades del tiempo y más justo', indicaba el documento
de los 18 obispos del Tercer Mundo.
'El sistema económico en vigor actualmente permite a las naciones ricas seguir
enriqueciéndose aunque incluso ayuden un poco a las naciones pobres que,
proporcionalmente, se empobrecen. Estas tienen el deber de exigir, por todos los
medios legítimos a su alcance, la instauración de un gobierno mundial, en el que
todos los pueblos sin excepción están representados, y que sea capaz de exigir,
incluso para imponer, una repartición equitativa de los bienes, condición
indispensable para la paz', señalaba el punto 21 de aquel documento liminar.
'En el interior mismo de cada nación, los trabajadores tienen el derecho y el
deber de unirse en verdaderos sindicatos con el fin de exigir y defender sus
derechos: justos salario, vacaciones pagas, seguro social, salario familiar,
participación en la gestión de las empresas...No es suficiente que estos
derechos sean reconocidos sobre el papel por las leyes. Estas leyes deben ser
aplicadas y corresponde a los gobiernos ejercer sus poderes en este terreno para
servicio de los trabajadores y los pobres. Los gobiernos deben abocarse a hacer
cesar esa lucha de clases que, contrariamente a lo que de ordinario se sostiene,
frecuentemente los ricos han desencadenado y continúan realizando contra los
trabajadores, explotándolos con salarios insuficientes y condiciones inhumanas
de trabajo. Es una guerra subversiva que desde hace mucho tiempo lleva a cabo
taimadamente el dinero a través del mundo, masacrando a pueblos enteros',
proclamaban para terminar citando al evangelio de Lucas, en el capítulo 21,
versículo 28, donde dice: 'Poneos de pie y levantad la cabeza, pues vuestra
liberación está próxima'.
El concepto 'liberación' atravesaría los últimos veinte años, no solamente en la
Argentina, sino toda América latina, y arrastraría a vastos sectores detrás de
la transformación social, ideal a contramano del sentido común construido por la
jerarquía a lo largo de la historia.
En setiembre de 1967, se produjo la traducción y la distribución del Manifiesto
entre los clérigos argentinos. El primero de diciembre de aquel año, se acordó
la renuncia de Jerónimo Podestá, como obispo de Avellaneda quien había decidido
trabajar en una empresa y descartar la idea del celibato como indispensable para
la función de sacerdote.
También en diciembre, 270 clérigos argentinos adhirieron con su firma el
Manifiesto de los 18 obispos, entre ellos Luis Farinello, Eliseo Morales, Luis
Sánchez, Miguel Hesayne (en aquellos tiempos en Azul, provincia de Buenos
Aires), Horacio Benítez (el confesor de Evita), Domingo Bresci, Carlos Mugica,
Miguel Ramondetti, José Gaido, Elmer Miani, Julián Zini, Rolando Concati, Rubén
Dri, Juan Carlos Arroyo, Santiago Mac Guire, Franciso Parenti, Tomás Santidrián,
Gustavo Rey, José Karamán, Elvio Albega, Celestino Bruna, Osvaldo Catena,
Victorio Di Salvatore, Edelmiro Gasparotto, Atilio Rosso, Severino Silvestri,
Edgardo Trucco y José Serra.
Iglesia y convulsión política
1968 se inauguró con conflictos políticos y clericales en distintas regiones del
país, como en Tucumán, San Isidro y, con posterioridad, en Rosario.
Entre el primero y el dos de mayo, se concretó el primer Encuentro Nacional del
Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo, del cual participaron 21 clérigos,
representantes de 13 diócesis.
Entre el 22 y el 26 de agosto, se desarrolló el Congreso Eucarístico de Bogotá,
con la presencia de Pablo VI, seguido de la II Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano en Medellín. El 15 de setiembre, apareció el primer
número de la revista 'Enlace', el 'boletín de los sacerdotes del III Mundo'.
Nada menos que Antonio Quarracino asumió en octubre de 1968, el obispado de
Avellaneda. El 20 de diciembre, el MSTM se concentró ante la Casa Rosada para
entregar una durísima crítica al presidente Onganía. Entre el 23 y el 24 de
diciembre, los sacerdotes del MSTM advierten sobre la contradicción de celebrar
navidad en medio de una profunda crisis social.
El notable análisis de José Pablo Martín sobre el MSTM en la Argentina, indica
que este movimiento 'precedió en el tiempo a las recientes manifestaciones de la
teología de la liberación; que absorbió energías del clero como ninguna otra
iniciativa presbiterial anterior o posterior lo haya hecho; que duró solamente
una década, en la que por momentos ocupó la primera plana política y religiosa;
que produjo un debate social hacia el que se desplazó la atención anteriormente
despertada por el hecho del Vaticano II. Cuantitativamente, el MSTM agrupó al
menos a 524 personas, es decir, a un 9 por ciento del clero de la época, a un 15
por ciento del clero diocesano, a un 30 por ciento de los sacerdotes que habían
hecho sus estudios durante el concilio Vaticano II. Con el correr de los años,
un tercio de estos 524 sacerdotes se alejó del estado clerical, y dos tercios de
ese número permanecieron en el mismo. Entre los miembros del movimiento, una
decena o poco más optaron en algún momento por el camino de la guerrilla;
mientras al menos 16 de sus miembros murieron víctimas de la violencia política
o se encuentran entre la nómina de desaparecidos. Casi un tercio de los
sacerdotes padecieron en algún momento alguna forma de exilio. De este número,
un centenar se vio obligado a alguna forma de emigración interna y medio
centenar se vio empujado al exilio externo durante la década de los 70, de los
cuales al menos veinte no han regresado a trabajar al país'.
Sigue diciendo el estudioso que 'el movimiento hereda del catolicismo argentino
una fuerte tendencia a pensar la propia fe en función de un acto transformador
de la sociedad, sin excluir los horizontes políticos concretos. Por otra parte,
el movimiento se inclina hacia una autocrítica histórica del apoyo político que
el clero diera a las fuerzas que derrocaron a Perón en 1955, prefiriendo por su
parte una actitud favorable a los pobres y marginados, que se identificaban con
los excluidos de la legalidad política desde aquella fecha. Estas direcciones
preexistentes unen sus fuerzas con los oleajes propios de la década, de los
cuales se han destacado tres: la proyección continental de la revolución cubana,
el ciclo del exilio y del retorno de Perón, la novedad religiosa del Concilio y
de Medellín. La simultaneidad de estos acontecimientos permitió con frecuencia
que cada uno de ellos fuera interpretado a la luz de alguno de los otros, o que
los tres fueran vistos cual idéntica configuración histórica, sin que se
advirtiera, a veces, las diferencias de forma y de contenido que los separan'.
Martín asegura que 'las ideas mayoritarias del MSTM (expresadas en 321
documentos, 182 de los cuales editados por la revista 'Enlace') tienen en común
la fuerza con que se liga lo político y lo religioso, aunque se diferencia del
mismo por haber retraído el punto modélico de las formas religiosas políticas al
cristianismo primitivo, en su etapa anterior a la conjunción con formas sociales
del imperio romano (el modelo para pensar la relación religioso política era el
medioevo y su proyección en la política hispánica como el punto de relación
ideal)'.
En relación a la historia personal de los integrantes del MSTM, 'algunos
sacerdotes del movimiento se apartaron completamente de la pertenencia a la
iglesia institucional, otros quisieron permanecer en la misma en situaciones de
extrema ruptura con sus obispos; pero la gran mayoría de los STM terminó por
encontrar una situación de entendimiento o al menos de no beligerancia con sus
propios obispos, o con otros lazos en nuevas diócesis, mientras concentraban sus
críticas en los modelos sociopolíticos, sin poner en estado de conflicto
insalvable su lugar en la organización eclesiástica'.
Analizando su visión política en contraste con los resultados prácticos de la
misma, Martín sostiene que 'sin poder definir claramente el contenido político
de su apelación religiosa, el MSTM tiene no obstante manifiesto resultado
político desde la oposición al gobierno militar, pero se dispersa cuando
gobiernan los amigos justicialistas. A favor de estos, los STM habían legitimado
el uso de la violencia defensiva de los oprimidos, como gran parte de la
sociedad argentina lo habían hecho; pero quedan en dificultades cuando la
violencia armada se generaliza en el cuerpo social.
Pero más allá de la crítica, el estudioso destaca que 'ninguna otra corriente
del pensamiento teológico logró organizar las fuerzas del catolicismo argentino
en el terreno social y político, ni tampoco ocupar el espacio dejado por el MSTM
a partir de 1976'.
En esto tuvo mucho que ver la política desplegada por Juan Pablo II.
Zazpe y el Beagle
-Veo una lucecita al final del túnel...-dijo el cardenal Antonio Samoré.
Era el enviado especial del entonces flamante papa Juan Pablo II para lograr
frenar la guerra entre las dictaduras militares de Jorge Videla y la chilena de
Augusto Pinochet.
El 8 de enero de 1979, en el Palacio Taranco de Montevideo, los cancilleres
argentino y chileno, Carlos Washington Pastor y Hernán Cubillos, estampaban su
firma en el Acta de Montevideo por el que ambos países pedían la gestión del
Papa para zanjar sus diferencias en el Canal de Beagle por las islas Picton,
Lennox y Nueva.
Junto a ellos firmó Samoré, un cardenal de 72 años, que estaba a cargo de los
Archivos y Biblioteca del Vaticano.
También el gobierno de James Carter percibió con certeza el camino irreversible
que seguían Argentina y Chile hacia el conflicto armado.
El embajador estadounidense en Santiago, George Walter Landau; el embajador en
Buenos Aires, Raúl Castro (que tuvo como aliado al nuncio apostólico, cardenal
Pío Laghi), y el representante de Carter en la Santa Sede, Robert Wagner, junto
al titular de asuntos latinoamericanos del Departamento de Estado, Robert
Pastor, llevaron a Videla y a Pinochet el deseo de Carter: había que evitar la
guerra. Y al canciller del Papa, Agostino Casaroli, un ruego especial: la
Iglesia debía ser mediadora.
En mayo de 1977, el laudo arbitral de Inglaterra otorgó a Chile la soberanía
sobre las tres islas. Argentina desconoció el fallo en enero del año siguiente y
desde entonces desató una escalada militar que le fue correspondida con regodeo
del otro lado de los Andes.
Durante todo 1977 y buena parte del 78, el papa Paulo VI se había mostrado
reticente a intervenir. Cuando el Papa murió el 6 de agosto, los mensajes de
advertencia sobre la guerra inminente llegaron a su sucesor, Juan Pablo I. Pero
Albino Luciani murió un mes después y el 16 de octubre fue reemplazado por el
polaco Karol Wojtyla.
El enfrentamiento armado entre los dos países parecía inevitable.
Argentina tenía pensado atacar a Chile el 22 de diciembre. Pero a las doce de
ese día en Roma, las 8 en Argentina y las 7 en Chile, Juan Pablo II anunció el
envío de un representante personal para que buscara en su nombre 'las
posibilidades de una honorable composición pacífica de la controversia'.
El gobierno argentino se tomó hasta las seis y media de la tarde para aceptar
dar marcha atrás con la guerra. Pero la orden llegó a la frontera a la noche,
cuando algunas unidades militares habían invadido ya varios kilómetros de
territorio chileno.
El 26 de diciembre Samoré llegó a Buenos Aires. En quince días, junto a su
secretario, el español Faustino Sáinz Muñoz, se entrevistó tres veces con
Pinochet, cinco con Videla, usó la persuasión y los gritos, ofició misas,
atendió a la prensa y se refugió en el calor intuitivo de la gente que lo
vivaba, en Buenos Aires y en Santiago.
El cardenal murió cinco años después, el 4 de febrero de 1983.
En Santa Fe esta parte de la historia también tuvo como protagonista a otro
sacerdote, el arzobispo Vicente Zazpe.
El dirigente cristiano Agustín Santiso que llegó a presidir el todavía estatal
Banco Provincial de Santa Fe narró esta experiencia antes de morir.
Se trata de uno de los aspectos menos difundido de la lucha de Zazpe contra la
dictadura.
'En aquel entonces nosotros no distinguíamos mucho de la información oficial de
la veraz con respecto a la situación entre Chile y la Argentina. Integrábamos
movimientos cooperativos, netamente pacifistas que descartan la guerra y la
muerte. Buscábamos evitar de cualquier manera la guerra. Porque paulatinamente
nos llevaban hacia eso. Entonces dirigentes cooperativos fuimos a entrevistarlos
a Zazpe con quien teníamos habituales reuniones donde llevábamos nuestros
problemas y él apoyaba nuestros reclamos especialmente sobre créditos', comenzó
relatando Agustín Santiso.
El entonces arzobispo santafesino le pidió ayuda 'para desalentar el espíritu de
guerra que se estaba creando en el país y para el cual la prensa jugaba un papel
importante y la secretaría de prensa de la presidencia era la que comandaba la
información'.
Les dijo que había un 'nudo ferrourbanístico que pasaba por acá en la provincia
de Santa Fe, cerca de Santa Teresa' y 'en el cual iban a converger pertrechos
que iban hacia el sur y que estaban anticipando lo que iba a pasar. Era la
logística de las Fuerzas Armadas que estaban creando las condiciones para la
guerra. Fuimos hasta ahí para comprobar lo que estaba pasando. Nos encontramos
con trenes que llevaban unos soldados y otros llevaban cajones de muertos',
apuntó Santiso.
Entonces allí con la prensa cooperativa los dirigentes convocados por Zazpe
empezaron 'a despertar a la gente' y le mostraron que 'los comerciantes de la
guerra estaban trabajando para que se entrara en ese conflicto bélico'.
Zazpe les dio su teléfono directo y pidió que no lo usaran si no era cuestión de
vida o muerte.
'El tenía la verdadera información y por eso luchaba y trataba de poner las
cosas en su lugar. Nos alentó mucho en trabajar por la democratización del país.
Estaba trabajando para la paz. El decía que la guerra no iba a solucionar nada
sino que lo único que se iba a conseguir era que los dos países perdiéramos la
independencia y la paz. Y sostenía que la Patagonia podía quedar en manos de
cualquier potencia extranjera, como Inglaterra o China que esperaban la guerra
entre los dos países', remarcó Santiso.
Aquella denuncia de Zazpe también sirvió para frenar el impulso guerrero del
terrorismo de estado.
El arzobispado santafesino era cada vez peor mirado por los proveedores de la
muerte.