Argentina: La lucha continúa
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Olga Aredes
El símbolo es esa mujer que da vueltas sola en un pueblo del norte.
Es la plaza de Ledesma, en Jujuy, donde está el ingenio.
La mujer es Olga Aredes, de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo.
Luis Bruchstein
Lleva un cartel, el pañuelo en la cabeza y da vueltas mientras el pueblo,
bajo la sombra del ingenio, da la espalda con temor. El placero lleva la cuenta
de las vueltas y es el único que le habla. Cuando termina, guarda el cartel, se
saca el pañuelo y regresa a su casa en silencio.
Tras años de cumplir el mismo rito, Olga consiguió romper el miedo, quebrar el
silencio y una vez por año, en los últimos diez, Ledesma se sobrecogía en el mes
de julio con la Marcha de la Noche de los Apagones. Primero iban gente de Buenos
Aires y Tucumán y unos pocos vecinos. Y después los mismos pobladores de Ledesma
se hicieron cargo de la cita y realizaron actos en las escuelas y en los barrios
para recordar a los desaparecidos del pueblo, estudiantes, vecinos y
trabajadores, entre los que se cuenta el ex intendente, el médico Luis Aredes,
esposo de Olga.
A la tarde se quema el bagazo de caña y un olor dulzón inunda el pueblo. La
chimenea gigante del ingenio más grande de Latinoamérica lanza una nube espesa
de cenizas que cubren las calles y los autos. Forma parte del paisaje y la gente
se acostumbra en un lugar donde es alta la incidencia de enfermedades
respiratorias.
Olga murió ayer en Tucumán, víctima de cáncer, una enfermedad que se potenció
por la bagazoosis que produce la caña que quema el ingenio. Sabía que se moría y
se fue a Tucumán para estar acompañada por sus hijos Olga, Adriana, Ricardo y
Luis. No quiso cuidados extremos ni que le prolonguen la vida en forma
artificial. Asumió el diagnóstico fatal con serenidad, ordenó sus cosas y
mantuvo alguna comunicación ?la que permitía su salud precaria? con los amigos
en el resto del país.
Siempre fue así, de carácter fuerte pero sereno, desde su juventud, cuando
recién casada con un médico recién recibido llegó a Ledesma. Luis Aredes quería
ser útil donde más se lo necesitara. Y eligió el pueblo con la tasa más alta de
mortalidad infantil. Pero después de un tiempo, el ingenio lo echó porque exigía
demasiado para los trabajadores.
Se retiró a Tilcara, donde fue director del hospital por algunos años, pero
abandonó todo para regresar y dar pelea, o sea ser útil. Fue el médico rural de
los trabajadores golondrina y de los obreros del ingenio. La empresa hizo lo
posible para echarlo, pero en 1973, los trabajadores le pidieron que fuera
candidato a intendente y ganó. El resto es historia, lo depuso un golpe
policial, lo metieron preso, lo liberaron y finalmente lo secuestraron y
desaparecieron. Una noche de julio de 1976 se cortaron las luces del pueblo y de
Calilegua, una localidad contigua, y la Gendarmería y el Ejército se llevaron a
400 vecinos en camiones cedidos por el Ingenio Ledesma. La mayoría fue internada
en campos de concentración, 40 de ellos siguen desaparecidos.
El Ingenio Ledesma también sigue allí. Olga se murió. Es inevitable sentir el
peso de la injusticia, de la desigualdad más desaforada. Pero si a ella y a
muchas más las hubiera ganado el desconsuelo, les hubiera atado las manos y
sacado el aliento o llevado a la resignación, el pueblo de Ledesma seguiría en
silencio, las Madres no hubieran existido y no habría lugar, siquiera, para la
esperanza o la dignidad.
En la película de Eduardo Aliverti, Sol de Noche, que cuenta esta historia, se
la ve a ella y al cura del pueblo y un directivo del ingenio, enemigos del
doctor Aredes. El contraste es tan fuerte entre la mujer y la hipocresía, la
miseria humana, que lastima. Su vida, como la de todos, tiene un sentido en ese
contraste.
La casa de Olga en Ledesma era una romería durante los días de la Marcha de los
Apagones. Madres e HIJOS de todo el país se alojaban allí y se cocinaban grandes
ollas de locro y docenas de empanadas. Habían sido muchos años de soledad, de
dolor y humillación y la marcha era su victoria, la confirmación del valor de la
dignidad, de que no estaba sola y de que el reclamo de justicia era algo más que
una locura desgarradora. Ya enferma, en las últimas marchas caminaba con un
barbijo para evitar la ceniza.
No estarán más su calidez, su opinión serena de luchadora, ni su mirada
práctica. Faltará ese alegre empecinamiento fundamental. La vamos a extrañar en
julio. Seguro que en estos últimos días pensó más de una vez en la marcha de
este año, que será la primera sin ella. Pero también es seguro que en la Marcha
de la Noche de los Apagones de este año en Ledesma estará más presente que
nunca.