Argentina: La lucha continúa
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Algunas cuestiones en debate sobre los cultivos transgénicos y sus efectos sobre
el ecosistema y la población.
de Alberto J. Lapolla *
Los cultivos transgénicos se han difundido entre nosotros de manera explosiva.
Hoy la mitad de la superficie cultivada argentina se basa en soja RR,
genéticamente modificada para hacerla resistente al herbicida glifosato. También
se ha autorizado el maíz RR. El permiso para su ingreso se extiende a 19 países.
Su cultivo masivo sólo está autorizado en cinco de ellos. La Argentina gracias a
una resolución del Ingeniero Felipe Solá, entonces Secretario de Agricultura del
ministro Cavallo, autorizó los cultivos transgénicos, sin ningún estudio previo
que avalara tal decisión. Lo mismo había hecho apenas unos años antes en su
país, R. Reagan, mediante un decreto presidencial, pese a la oposición de los
organismos de control sanitarios y ambientales norteamericanos. Hoy la
transgenia también se expande a usos medicinales e industriales. En una primera
mirada la transgenia parecería una nueva herramienta tecnológica que viene a
resolver problemas existentes y que, como siempre ocurre, trae aparejada la
oposición de quienes se resisten al progreso. Pero la realidad como siempre es
más compleja que lo que parece.
Toda la teoría de la transgenia se basa en una simplificación de la teoría del
ADN de Watson y Crick en el sentido de que cada carácter genético está
determinado por una única secuencia de ADN. No habiendo interferencias de ningún
tipo en ello. En un sentido la nueva genética de la Ingeniería Genética y de las
empresas de biotecnología -que manejan en un 95% la investigación, la inversión
y el patentamiento de estos productos-, se resumiría en el slogan ‘un gen, una
proteína o un gen un carácter’. O peor aun, ‘el ADN es la vida’, como señalara
luego de la muerte de Watson, su colega Francis Crick. Este ha sido el dogma
central sobre el que se apoyó este inmenso negocio que hoy mueve miles de
millones de dólares. Es decir, el ADN no sería un código de la vida sino la vida
misma. Manipular el ADN implicaría crear vida. El hombre puede ser Dios.
El problema reside en que esto no es así, pero reconocerlo abiertamente implica
el derrumbe de un negocio multimillonario Si bien los genetistas vegetales
siempre supimos que había factores ligados a la herencia de varios genes, que
algunos factores tenían una herencia compleja, que había herencia cuantitativa y
que la idea de ‘un gen un carácter’ no era acompañada siempre por la práctica,
la nueva genética pareció arrasar con esas dudas. Sin embargo estos mismos
hechos y otros nuevos fueron apareciendo ya a partir de los años setenta. Luego
con la realización del Plan del Genoma Humano y su afortunada exposición pública
-por mediación del presidente Clinton en contra de las empresas biotecnológicas
que querían su privatización- permitió el acceso a la comunidad científica
internacional a hechos que confirmaban claramente esta línea. Es decir la
relación entre el ADN, el ARN y las proteínas no era lineal y unidireccional,
sino compleja y multidereccional. Es decir, la presencia de algunas proteínas
inhiben la acción de algunos genes que están en el genoma, pero que se expresan
sólo en algunas condiciones. Genes a los que un pensamiento utilitarista y
determinista ha llamado indebidamente ‘genes basura’. Simultáneamente se ha
observado también que en conjunto la presencia de algunas proteínas, hace que
algunos genes produzcan determinadas proteínas y no otras.. En ausencia de esas
proteínas los genes producirían otras proteínas. Es decir otros caracteres. Así
de seguido, la enfermedad conocida como de la ‘Vaca Loca’ complicó aun más las
cosas para los defensores del dogma central, pues en su transmisión de animal en
animal y de estos hacia el humano no participaba material genético, sino
sustancias de origen proteico denominados priones. Esto implica que en realidad
al manipular genes e introducir un gen dentro del genotipo de otro organismo, no
sólo alteramos barreras que la selección natural construyó durante millones de
años, afectando así al ecosistema global de una manera irreversible y
desconocida, -en particular para el plazo mínimo de los pocos años que requiere
un ensayo de objetivos comerciales inmediatos, como pretenden las
multinacionales de la alimentación-, sino que además estamos afectando más de un
carácter del nuevo organismo. Es probable que se introduzca el carácter de la
resistencia al glifosato por ejemplo, pero también se introducen otros elementos
que desconocemos en su accionar, pero que seguramente afectarán algunos aspectos
vinculados con la síntesis de proteínas. Por lo cual las enfermedades de allí
derivadas para el hombre y los animales se vinculan con las alergias, el cáncer
y las enfermedades inmunodeficientes. Tal cual se ha detectado en los estudios
serios sobre los efectos de los cultivos trangénicos respecto de salud en el
largo plazo. El problema mayor aquí radica en que estos efectos no son
investigados. Por lo tanto no pueden ser comunicados. Lo que no se investiga no
se conoce y por lo tanto no existe. En este hecho radica la tan mentada -por las
multinacionales de la biotecnolgía, granarias y sus agentes- ‘ausencia de
efectos nocivos de los cultivos transgénicos sobre la alimentación humana’.
Problemas más graves se están reportando con los clones animales y los
individuos obtenidos a partir de la fertilización forzada. Si bien en este caso
no es un tema estricto de transgenia, sí lo es respecto de la biotecnología y la
manipulación de técnicas aun no debidamente experimentadas en sus consecuencias
en el largo plazo. Con una utilización predeterminada exclusivamente por los
beneficios económicos que de ella derivan.
Esta polémica inicialmente sólo llevado adelante por algunos científicos
valientes, como los Doctores Barry Commoner y Mae-Wan Ho, hoy es un debate
abierto en los países del Primer mundo, particularmente en Europa. Al punto que
hace ya varios años se ha creado el Grupo de Ciencia Independiente que núclea a
cientos de científicos de todo el mundo en una lucha abierta contra el uso
indiscrimando e incontrolado de la transgenia. De tal forma que algunos
gobiernos del Primer mundo inponen limitaciones a los productos trangénicos. De
tal forma las empresas que los producen se refugian en países del Tercer mundo
como el nuestro, donde los científicos están ávidos por recibir ‘ayuda’
financiera. Países donde los estados destruidos por las políticas neoliberales
parecen estar mentalmente incapacitados para controlar a dichas megaempresas.
Una vez más el Tercer mundo hace lo que algunos miembros del Primer mundo dicen
que hay que hacer, transformando a sus pueblos en laboratorios vivientes, en
cobayos humanos para sus ‘investigaciones’ comerciales y en fuentes de
gigantescas ganancias por supuesto Una vez más se trata de hacer lo que ellos
hacen y no lo que nos dicen que debemos hacer. La contaminación transgénica es
irreversible, cuando la salud de nuestra población y nuestro ecosistema en su
conjunto se encuentren afectados de manera insoluble, las multinacionales
seguirán su camino parasitando otros países. Siempre y cuando la humanidad no
haya podido ponerles límites a su insaciable capacidad depredatoria sobre el
ecosistema global, las demás especies, la especie humana, los recursos, la
economía, las libertades, la cultura, las tradiciones y la vida misma.
* Ingeniero Agrónomo genetista
Dos nuevos libros de Alberto Lapolla sobre el monocultivo de soja y los cultivos
transgenicos
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