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Argentina: La lucha continúa

Algunas reflexiones sobre dos tendencias que pueden entorpecer la invención de nuevas políticas de emancipación

Raúl Cerdeiras.

Cuando en política se propone cambiar una determinada estructura social se parte del convencimiento de que esa estructura está centrada en un principio que la organiza y le da sentido. Es la causa o fundamento de esa realidad social. Los hombres y mujeres, se dice, padecemos esa causa o motor y, como padecientes somos víctimas de esa situación. Una política de cambio tratará de destruir a ese fundamento y de esa manera liberar a los pueblos oprimidos por ese fundamento, por ese centro promotor de la opresión.

Esta circunstancia es lo que me parece crucial para poner en movimiento un nuevo pensar-hacer la política. Mi punto de partida consiste en afirmar que la visión descripta en el párrafo anterior es el núcleo teórico-práctico de una política, de una política que hay que subvertir con la invención de otra. Cada vez estoy más convencido de que lo que hay que subvertir es la política y no acumular poder en la lógica de la vieja política para subvertir "la sociedad capitalista".

Corriendo el riesgo de recibir los fáciles calificativos de "teoricismo", "especulación", "abstracto", "fuera de la realidad concreta", "difícil de llevar a la práctica", etc., pero tampoco ignorando de que pueda serlo, puesto que no hay garantías para una apuesta, afirmo que una política o modifica la posición subjetiva, la conciencia, en virtud de la cual las personas se ubican en relación con su vida colectiva efectiva, o se cae en el dispositivo ideológico de producción y reproducción de esa vida colectiva. Si se da esto último, se deberá afirmar que la política está ausente en la vida de los pueblos y si esa palabra, pese a todo circula, y recluta adherentes y moldea conductas reales de los pueblos, entonces se abrirá el campo para una lucha política, que enfrentará a la vieja política como gestión del orden social existente con la nueva que intentará desmontar el andamiaje de la política vigente y comenzará a labrar su propia historia.

En el último cuarto del siglo XX empezó a tomar cuerpo una nueva experiencia política que pone en entredicho a la fundada por Marx y Engels en 1848 en El Manifiesto Comunista, con sus dos grandes secuencias internas, cuyos nombres emblemáticos son Lenin y Mao. Hoy nos ubicamos de lleno en esta controversia y de ella depende el futuro de la vida política de la humanidad. Es una disputa tanto del pensamiento como de la acción, puesto que la política es una experiencia singular en la que el pensar es un hacer y el hacer es siempre un pensar. Este trabajo se inscribe en esa lucha.

Que las formaciones económico-político-sociales funcionen regidas desde un centro hegemónico que finalmente las sostienen es, como lo dije antes, el punto de partida de una determinada concepción política. Eso trae como consecuencia una idea casi natural y que consiste en plantear la lucha en términos de destrucción de ese centro-causa-fundamento. Esta lucha se plantea bajo la forma de un enfrentamiento entre dos grandes bandos: los que dominan esos centros y disfrutan de ellos y el resto de la población que se ve sometido a ese dominio. Y esto se puede comprobar de manera particularmente clara en las luchas políticas de los últimos 150 años.

La dificultad para salir de esa concepción es que la misma es cierta, real y efectiva. Es decir, opera realmente en la vida social de los pueblos. Por lo tanto no puede leerse este trabajo como si fuera un intento de decirle a los hombres y mujeres que están "equivocados", que no han comprendido una "realidad más profunda" que sería puesta de relieve por una investigación exhaustiva del funcionamiento de las sociedades que produjera un saber nuevo destinado a enmendar un error del pasado. De a poco vamos a ver que ese no es el camino. Y no lo es porque esa antigua concepción es, precisamente, un saber objetivo respecto al funcionamiento de las estructuras sociales y, por lo tanto, no se puede derivar de él ninguna estrategia de lucha que no sea quedar amordazado en el interior de sus propias variantes que, por su puesto, son todas variantes de su ley de funcionamiento y no de su desbaratamiento.

El problema no es suplantar un saber por otro, sino en reconocer que si uno actúa en el corazón de una estructura social en función de los efectos y alternativas que se desprenden de su constitución y funcionamiento, entonces caemos en un dispositivo sin salida, puesto que toda la subjetividad allí producida o fomentada en virtud del saber de esa estructura no alcanza para modificar sustancialmente nada, porque es una "conciencia" o "ideología" funcional al sistema. Puede incluso disparar un radical rechazo, pero eso no alcanza si ese rechazo se instrumenta atado a los sutiles hilos de los que el sistema se vale para funcionar.

Por eso no se trata de un nuevo saber, no es una cuestión que se deriva del conocimiento, es una cuestión que tiene que ver con una ruptura. Si no existiera la posibilidad de romper con la mecánica que organiza y estructura la vida social, entonces no habría política, es decir, política de emancipación. Dicho de otra manera, la primera ruptura que hay que producir con la vieja política es afirmar la hipótesis de que la política como tal es un lugar cuya esencia es eludir la ley que estructura a una formación económico-social. La política es esa capacidad para interrumpir el saber que se deriva de la estructura social y la ideología que se trama en el sentido común de la vida cotidiana. Esta capacidad no es el producto de un saber o un conocimiento, es la puesta en acto de una decisión y, como tal, compromete creativamente a la subjetividad de las personas y las arranca del rol pasivo de hacer sólo aquello que le prescribe un saber objetivo acerca de la realidad social, o las necesidades inmediatas de su vida real.

Muchas veces escuchamos decir a los representantes de la vieja izquierda cuando son criticados por la reiteración constante de sus viejas estrategias, que ellos no tienen porque cambiar puesto que el capitalismo sigue en pié y continúa su acción devastadora de explotación de clase. Este argumento, que curiosamente nunca provoca a la izquierda tradicional la inquietud de preguntarse si no será su responsabilidad la que está en juego al reconocer que el capitalismo sigue vigente y más poderoso que nunca, es revelador de que la política está adosada al funcionamiento del sistema social, que la política no puede ser otra cosa que un apéndice de la realidad socioeconómica, ya sea para conservarla (políticas de derecha) o para transformarla (políticas de izquierda).

Una política de emancipación siempre será una invención en ruptura con las formas políticas establecidas. Hoy vivimos el proceso de nacimiento de múltiples formas de replantear la subjetividad política. Debemos ser capaces de abrir el pensamiento a estas diversas experiencias y proponer la nuestra.

Podemos verificar dos grandes corrientes en cuyo seno se van fraguando las nuevas alternativas. Nosotros, empero, creemos útil poner un toque de atención respecto a estas orientaciones porque, algunas de ellas no alcanzan la profundidad necesaria para rebasar el viejo esquema y corren el riesgo de quedar selladas como variantes remozadas del pasado.

1.- La política atada a la producción.

Aquí se despliega la línea de pensamiento italiano que tiene como avanzada la obra de Toni Negri. Sus características principales pasan por adosar la política a la producción y reproducción integral de la vida social y una franca ontologización de la política que consiste en atribuir a una cierta fuerza que podríamos denominar "potencia productiva" el papel del viejo substancialismo en cuanto a constituirse en un eje organizador de ese pensamiento. Hay un marcado interés entre sus representantes en tratar de combatir toda idea de un nuevo determinismo, por eso sus propuestas se enlazan con formulaciones claramente identificadas a la tarea de la desconstrucción de la metafísica y la importancia crucial dada a la estructura de la lengua. Esto los hace avanzar sobre una reivindicación de lo múltiple en relación a la tradicional hegemonía de lo uno. Desgraciadamente quedan ante estos problemas cruciales sólo en el nivel descriptivo, usando imágenes ya consolidadas como la idea de rizoma de Deleuze, o para pensar la diferencia entre multitud y pueblo como lo hacen Negri o Virno. Pero, si de ontología se trata, no conozco otro intento más serio y con proyección para el futuro, que la ontología del múltiple puro, tal como El ser y el acontecimiento de A. Badiou, puso los primeros cimientos. Pese a sus esfuerzos, estas nuevas corrientes no pueden emancipar a lo múltiple de lo uno y éste reaparece siempre al final para encerrar de nuevo en su seno a lo múltiple.

Esta cuestión más teórica quiero dejarla de lado para centrarme en las consecuencias prácticas que se derivan de estos planteos. La primer consecuencia no deseable es que la política empieza nuevamente a perderse devorada por el entramado de la producción de la vida social. Cada vez se desdibuja más la necesidad de la invención subjetiva de un pensar-hacer una política de emancipación, y que justamente es de emancipación porque rompe con lo instituido (político) y hace posible pensar y formular lo impensable de una situación.

En nuestro país, las corrientes políticas de la vieja izquierda o que han roto con ese tronco, pero bebieron de ese tronco, trabajan (yo diría que espontáneamente) en esa franja. Todo lo que se instrumenta alrededor de los "planes trabajar", las fábrica tomadas y puestas a funcionar por los trabajadores, los diferentes nodos destinados a la experiencia del trueque, el asistencialismo comunitario en general, las ONG, etc. es sin duda de una importancia capital como formas de un nuevo protagonismo social, pero si esa actividad se confunde con la política, ésta nuevamente quedará subordinada a ser un mero instrumento para asegurar la producción y reproducción de la vida de los hombres y mujeres, aunque se lo haga bajo formas más "comunitarias" y "equitativas". La política se borrará como experiencia colectiva autónoma y de transformación de la subjetividad, para convertirse en un simple medio para vivir, habida cuenta la imposibilidad del capitalismo para ofrecer esa oportunidad a todos. La consigna lucha social está desplazando insensiblemente a la de lucha política. Los protagonistas de estas luchas repiten el discurso del Estado cuando denuncian que desde el gobierno se intenta "penalizar la protesta social".

La lógica del poder se instalará nuevamente en estas experiencias y sus futuros son previsibles: un sector bajará el enfrentamiento con el poder para negociar con el poder y así ganar espacios de poder; y otro sector encontrará la razón de su existencia en endurecer su actitud frente al poder con lo que tendrá que acumular suficiente poder para arrancarle al poder sus reclamos y así acumular más poder. Por supuesto que del lado del poder se tratará a ambas variantes de manera tal que implique conservar su poder.

La encrucijada en que se encuentran los movimientos piqueteros que se mantienen más o menos a distancia de las organizaciones políticas tradicionales, como por ejemplo los que se organizan en torno a la Coordinadora Aníbal Verón, está centrada alrededor de esta cuestión: o emerge una experiencia política nueva (un nuevo discurso político) o se quedan estancados en el protagonismo social que los hace depender del Estado o de su capacidad para producir el sustento diario de los compañeros. Al respecto es de suma importancia el trabajo Hipótesis 891. Colectivo situaciones-MTD de Solano (Ed. De mano en mano) no sólo por sus significativos aportes sino por la forma en que se pone de relieve esta tensión. Respecto a este trabajo creo que, finalmente, la alternativa que se plantea no es: política como invención o nuevo protagonismo social, sino que en definitiva la preocupación fundamental es cómo se liberan los emprendimientos productivos de su dependencia del subsidio del Estado, en el convencimiento de que es en la producción de formas autónomas de vida (biológica, cultural, educativa, etc.) la clave de la que derivará una nueva política. Para decirlo en una frase: creo que hay que plantear la política a distancia del Estado, mientras que en Hipótesis 891, el planteo sería la producción a distancia del Estado. Lo urgente es: rescatar la autonomía de la política y no tanto la autonomía de la producción.

Lo importante es ver las conexiones, aunque más lejanas que lo que fue habitual en otra época, de estas variantes innovadoras con un fundamento o centro dador de sentido. Me resisto a no ver en esos planteos los ecos de la tesis marxista acerca del papel decisivo de la base material de la producción (fuerzas productivas y relaciones sociales de producción) para determinar la vida social y política de los pueblos. Para mí esta tesis se impuso en el marxismo vulgar, el estalinismo y en las variantes socialdemócratas del socialismo. Pero en Marx hay también una plena conciencia que la política debe forzársela por otro lugar que no es el espontáneo discurrir de la vida social. Esta tensión hace latir al marxismo por dentro, fue el núcleo secreto alrededor del cual se fueron perfilando sus distintas tendencias. Marx expresamente declara en la prólogo a la primera edición de El Capital, que la clase obrera y el capitalista son sujetos sujetados, personajes que cumplen "como si fuera una ley natural" la función que la estructura del capital les asigna en el cumplimiento inexorable de la producción y reproducción del sistema social. La política no se deriva de El Capital. Por eso Marx marca la invención del proletariado con capacidad política para la revolución, pero el saber sociológico se dedicó constantemente a transformar a esta figura política en el adocenado obrero, un actor social, que se ubicaba en el lugar de los que estaban privados de la propiedad de los medios de producción.

Habrá que esperar la secuencia inaugurada por Lenín para decir que la conciencia política se importa desde afuera y se apoya en un sujeto que se llama Partido Comunista. Sin embargo el propio Lenin no pudo terminar de construir la idea de la radical autonomía de la política respecto a lo económico-social (recordar su famosa sentencia: "la política es la economía reconcentrada") y vivió ese conflicto en carne propia cuando lanza (ver Las tesis de Abril) su idea de que Rusia está madura por la coyuntura política mundial para la Revolución Socialista, aunque económicamente aún sea un país semifeudal que aún no ha pasado por la revolución burguesa. Aquí no se trata de hacer un balance del marxismo pero sí de empezar a ver que es necesaria una relectura apoyados en nuevas ideas políticas, y tomar conciencia, esta es mi posición, que el problema de pensar y practicar la política como una experiencia autónoma y por lo tanto negar que sea sólo un medio o instrumento derivado, es un punto decisivo sobre el que se debe apoyar una nueva política de emancipación. Esta cuestión está latente en la historia de la política que se inaugura con el Manifiesto Comunista.

Una de las dificultades que acusa esta línea de pensamiento es su desorientación para poder aunque sea pensar de manera anticipada un sujeto político. Trabajo con la idea de que el sujeto político es una creación propia de cada política. Las otras alternativas niegan la posibilidad de reinscribir la idea de sujeto para los procesos políticos o recaen en la idea de un sujeto predeterminado y sustancial (como el formulado por el marxismo). En Imperio se puede comprobar que a la hora de abordar este problema Toni Negri y Hardt dan vueltas y vueltas para finalmente adscribirlo en el viejo esquema metafísico de una esencia constituyente. La idea misma de multitud, cuando se la quiere pensar como el nuevo sujeto, y aún teniendo en cuenta los esfuerzos de Virno, no veo sino una categoría o concepto sociológico antes que una invención política.

Aunque sea un problema de gran intensidad teórica –y me propuse no ahondar en ese terreno- es casi imposible sostener una política de emancipación sin al mismo tiempo aceptar la necesidad de un sujeto no determinista ni esencialista. Si no existe la posibilidad de pensar un sujeto que no sea un simple efecto de la estructura ¿quién sostiene-soporta las transformaciones?

El camino de las nuevas políticas de emancipación no debe estar atado a las transformaciones de la estructura social, lo que no implica, claro está, que no deberá hacerse cargo de ella. Así como de El Capital no se deriva la política marxista, tampoco se derivará de Imperio en la medida en que esta obra intente reduplicar en el plano de la política lo que está sucediendo en el plano de la transformación mundial del capitalismo imperialista, porque tendría como presupuesto la idea de que la política y la vida social son una sola y misma cosa y lo que impulsa el movimiento del sistema es en definitiva la misma fuerza que lo lleva a su destrucción. Colorario: la desaparición de la política como experiencia de un pensar-hacer autónomo en donde se produce la verdad de la vida colectiva de la humanidad.

Por la misma razón, soy muy desconfiado a la entrada del término biopolítica en el corazón de la política. Adosarle a la política el bio huele siempre a fuerza (natural, cósmica, pulsional, deseante, etc.) incontrolable de la que somos víctimas. Sé que no es ese el sentido con el que lo usan Foucault, Negri, Virno, Agamben, Deleuze, Guattari, etc. pero es un matrimonio que no le veo futuro como novedad y la amenaza biologista, racista o metafísica siempre estará agazapada. Ese bio es siempre el operador que termina engulléndose la colorida dispersión de lo múltiple. El bio es el Uno. Y produce efectos incluso en los autores arriba mencionados.

Pero no hay que olvidar que estas nuevas experiencias y pensamientos políticos que van surgiendo, aunque se les señale una pendiente que los aproxima a confundirse con los viejos postulados de la política que intentan transformar, son, pese a todo, las nuevas emergencias de la política y como tales debemos tomarlas. Quiero decir que deben ser abordados como pensamientos políticos nuevos, autónomos, por más que en sus formulaciones expresen, por ejemplo, la idea de la dependencia de la política a la producción social, etc. Estamos, como no podía ser de otra manera, en el interior de una disputa política.


2.- La política atada a la forma.


La nueva política se puede estancar también si se sobredimensiona la cuestión de las formas organizativas y la circulación de las relaciones de poder y dominio en su interior. Me produce cierta desconfianza cuando las nuevas experiencias políticas hacen hincapié esencialmente en las relaciones entre grupos y de los propios miembros entre sí, como si de esa dinámica dependiera lo nuevo de la política que estamos inventando.

Hay cuatro términos que se usan insistentemente que son: horizontalidad; red; multiplicidad y consenso. Aunque no haya una precisión en lo que se quiere decir cuando se usan esa palabras existe un cierto acuerdo tácito que su significación estaría resumida en la consigna Zapatista de "mandar obedeciendo".

Esta insistencia en la cuestión organizativa lleva insensiblemente a la política a confundirse nuevamente con lo instrumental. Y es bueno recordar que las expresiones "combativas" de la vieja política de izquierda e incluso en el reciente Congreso de diciembre de la CTA, siempre reclaman la "construcción de un nuevo instrumento político que sirva para liberar al pueblo del imperialismo y..., etc., etc."

Parto de la idea de que la política debe ser organizada pero serán los contenidos de la nueva política los que irán gestando sus formas organizativas, y entre estas dos instancias: política y organización, habrá que pensar una relación de dependencia de la segunda respecto a la primera y no a la inversa o una fusión de ambas. Una de las características que marcaron el agotamiento de la vieja política fue precisamente subordinarse a la forma. La política marxista quedó atrapada en la "forma" partido, y luego del derrumbe del socialismo, la socialdemocracia emergente, triunfante y posmoderna, proclamó expresamente que la política quedaba reducida a la forma, al juego de las reglas institucionales, al derecho, es decir, a la forma democrática del funcionamiento de las instituciones. No olvidemos que el caballito de batalla de la opción "totalitarismo o democracia" pasaba justamente en criticar no los contenidos de las políticas en juego sino los procedimientos para llevarlas a cabo. Las críticas se dirigían no tanto contra las ideas "utópicas" de transformar el mundo, sino en querer imponerlas por medio la fuerza, mediante el asalto al Estado y la constitución de gobiernos totalitarios. Este mismo argumento se esgrimía para condenar a la lucha contra la subversión que en sí misma no tenía ninguna objeción, el problema era la forma en que se la había llevado adelante no respetando el orden jurídico, es decir, la forma democrática y por lo tanto degeneró en terrorismo de estado. Es la esencia de la teoría de los dos demonios.

No quisiera que los que luchamos por romper ese cerco y abrir las políticas de emancipación hacia rumbos insospechados quedemos atrapados en esa lógica de la forma, aunque nuestras formas aparezcan como "buenas" tal como parece ser estar a favor de la multiplicidad, el consenso, la horizontalidad, la unanimidad, la apertura al otro, el respeto al diferente, escuchar al otro, etc. porque todas esas palabras, no son nuevas, ni inventadas por nosotros, están, de cabo a rabo impregnadas por la ideología del multiculturalismo democrático y "humanista", los derechos del hombre y la bendita ética.

Veamos algunos problemas. Se escucha decir muy a menudo que el sistema ejerce el poder de manera vertical, de arriba hacia abajo, y que hay que oponerle a esa práctica de dominación de unos pocos sobre los muchos, la horizontalidad, que implica que el poder se desparrama, se disemina en el interior de una comunidad y de tal manera se comparte y potencia el poder del cuerpo en su conjunto y nadie puede arrogarse ninguna potestad para ejercerla sobre el resto.

La primera de las dificultades que plantea esta idea es que debe ser pensada su diferencia con respecto a las posturas que desde Foucault, Deleuze, Toni Negri, etc., vienen sosteniendo precisamente que esa manera de ejercer el poder en forma horizontal y en red es la propia del sistema capitalista de dominación contemporánea, que podemos simplificar con la conocida fórmula del paso de la "sociedad disciplinaria" a la "sociedad de control". El tema de la horizontalidad, la diseminación y la red, son antes que nada categorías para despejar una nueva forma de dominación. Son esencialmente producto de un saber, de una sociología del poder. Pero de lo que se trata es de la política.

No es mi propósito avanzar sobre esa diferencia, pero es todo un programa de trabajo colectivo.

Ahora me contento con arrojar algunas reflexiones hechas sin mucha maduración.

Nosotros ajustamos la política a principios. Un principio que compartimos es el principio igualitario. Este principio plantea que los hombres son iguales y nos obliga a una acción y un pensamiento en estricta coherencia con ese principio. Esto quiere decir que trataremos de combatir toda política que parta del principio que afirma que los hombres son desiguales (políticas de derecha) y también nos oponemos a los que se guían por el principio de que hay que luchar para alcanzar la igualdad de los hombres (política de las izquierdas). Esto divide aguas, y así debe ser, puesto que toda política de emancipación escinde un campo ya constituido y obliga a una decisión. En este caso no veo el papel que puede jugar el consenso, la horizontalidad, el respeto por el otro, etc. Una fidelidad no es ciega puesto que debe argumentar constantemente y en cada situación concreta que su pensar-hacer está en estricta consonancia con el principio que la organiza, pero no puede hacer otra cosa que rechazar el envase y lo que venga en su interior producto de principios no compartidos. Este rechazo es exclusión lisa y llana, y no precisamente "horizontal".

Esto tiene especial relevancia si entendemos que la política de emancipación no es una pedagogía. No es una paciente acción de esclarecimiento y de educación de los condenados por este sistema para lograr su adhesión, luego su organización y finalmente lanzarlos a la confrontación por el poder. En esa dinámica la tarea de convencimiento conduce a un centro que es la uniformidad. Pero nosotros no tenemos que convencer a nadie sino intervenir y realizar actos reales y trabajar sobre sus consecuencias y eso es lo más difícil y lo que escasea por todos lados. Mi preocupación es que no tengo claridad alguna ni siquiera en cómo plantear eso que dije al principio: que la política dicte su propia forma organizativa. Parece que no hay anticipación posible antes de que hagamos actos políticos reales. Si esto es así, este escrito no tiene otro destino que callarse y esperar que nuestra acción nos vaya nutriendo de las experiencias y produciendo los conceptos pertinentes sobre la organización que ahora me parece tan difuso. Pero como en política el pensar es un hacer, sigo adelante...

Y no mucho más que lo ya dicho. Quiero sacar los principios políticos de la esfera del consenso. No dependen del consenso, ellos han forzado al consenso y a ellos quedamos obligados. No es un producto coyuntural de un sistema de concesiones mutuas lo que nos reúne, es la potencia de una decisión. Nuestra libertad es la inventiva para crear los trayectos concretos que sean una consecuencia de esos principios y que siempre deberemos dar los argumentos y las razones pertinentes. Eso nunca está dado de antemano y será siempre motivo de una disputa, libre, colectiva y productiva pero ciñéndonos a los puntos de partida que nos reúnen. Si dos posiciones que se derivan del mismo principio se presentan como irreconciliables, será el momento de revisar el principio.

El "centralismo democrático" fue una necesidad de la política bolchevique. Debemos tratar que la consigna zapatista "mandar obedeciendo" sea la consecuencia de otra política. El peligro que veo es que se independice de la política y entonces quede como una forma vacía de tal manera que un subordinado del ejército represor de la dictadura pueda llegar a decir que "mandaba" torturar "obedeciendo" órdenes. Inmediatamente uno salta y dice: ¡pero cómo comparas una cosa con la otra!. Y en esa justa indignación está el corazón de lo que quiero decir, puesto que lo que allí se reclama es que son dos políticas diferentes que le dan un sentido diferente a la misma consigna. Con lo que la organización pide a gritos que no se la separe de una política.

Por eso mi recelo a que se insista tanto sobre las formas organizativas y tan poco en la nueva política. Ante su ausencia, es casi seguro que lo diferente al represor empezará a dibujarse con vagas frases acerca de la libertad, la moral, la justicia, la lucha contra el poder, el valor de la diferencia, el otro, y todos los temas remanidos esta democracia estéril, benéfica y posmoderna.

Para concluir algo: es la autonomía de la política lo que puede erosionar la tendencia a centralizar al pensamiento político alrededor de un fundamento dador de sentido. Y las nuevas experiencias que asoman pueden caer en aquello con lo que quieren romper, por dos vías que son dos maneras de subordinar nuevamente a la política a algo exterior a ella: la producción (biopolítica) y la organización (la dupla moral-derecho). Y vale la pena recordar que formo parte de aquellos que han contribuido a dar importancia a la forma al utilizar innumerables veces el ambiguo enunciado de inventar "una nueva forma de hacer política".