hace 30 años Isabel Perón ordeno
iniciar el genocidio en Tucumán
Marcos Taire
El 5 de febrero de 1975 Isabel Perón firmaba un decreto secreto ordenando al
Ejército iniciar la 'Operación Independencia' en Tucumán. Comenzó así el
genocidio que en octubre de ese mismo año el presidente interino Italo Luder
amplió a todo el país. Los militares utilizaron el territorio de la más pequeña
de las provincias argentinas para aplicar, en el marco de la Doctrina de la
Seguridad Nacional, la metodología de la llamada 'guerra contrarrevolucionaria'
que habían aprendido de los franceses primero y de los norteamericanos después.
Sus ejes centrales fueron el terrorismo, el secuestro, la desaparición de
personas y los campos de concentración donde se torturó y asesinó a miles de
tucumanos. El pretexto de los militares fue 'neutralizar y/o aniquilar el
accionar' de un minúsculo grupo guerrillero rural. El objetivo verdadero fue
destruir el combativo movimiento popular tucumano.
Gobierno títere en una provincia militarizada
El 9 de febrero, domingo de carnaval, la provincia de Tucumán fue ocupada
militarmente por tropas del Ejército, Gendarmería Nacional, Policía Federal y
Policía de la Provincia. Con ellos llegaron centenares de especialistas de
'Inteligencia', que jugarían un papel estelar en la represión que se iniciaba.
Al frente del llamado Operativo Independencia estaba el flamante comandante de
la Quinta Brigada, general Acdel Vilas. Quienes iban a ser los jefes de este
operativo (generales Salgado y Muñoz) murieron el 5 de enero en un accidente de
aviación. Vilas fue designado en su reemplazo por su pertenencia al peronismo y
su estrecha relación con el hombre fuerte del gobierno, José López Rega.
Desde el inicio del Operativo, Vilas se transformó en el verdadero poder de la
provincia, donde un gobierno títere encabezado por el peronista Amado Juri
toleró desplantes que llegaron a la humillación e hizo la vista gorda frente a
los atropellos. Además, aplaudió a rabiar el accionar 'heroico' de los militares
que desde ese día secuestraron, torturaron, asesinaron, violaron y robaron a
pobladores del campo y la ciudad en total indefensión.
Vilas desplegó cuatro fuerzas de tareas en la zona de operaciones, con 1.500
hombres que en poco tiempo superaron los 5.000. Sin embargo, el trabajo sucio lo
ejecutó otra fuerza de tareas asentada en la ciudad de San Miguel de Tucumán,
compuesta por militares, policías provinciales y federales. Esta patota,
responsable de la mayoría de los secuestros en la capital provincial y sus
alrededores, era coordinada y dirigida por oficiales que dependían directamente
del Comando de la Quinta Brigada. Otra patota de policías provinciales tuvo sede
en Concepción y operó con igual grado de criminalidad que sus colegas de la
ciudad. A su vez, los efectivos de Gendarmería fueron destinados a la vigilancia
y la represión en los poblados de la zona rural.
Una guerra que no fue
Durante el Operativo Independencia no hubo combates. A lo sumo se puede hablar
de algunas escaramuzas, en las cuales los factores preponderantes fueron la
confusión y el miedo. A raiz de ello varios muertos de las tropas legales no lo
fueron por el accionar de guerrilleros, sino por las balas de sus propios
camaradas, perdidos y asustados en medio de la selva subtropical. La mitad de
los pocos muertos de las fuerzas legales fueron víctimas de accidentes de
aviación.
Los máximos protagonistas reconocen que solo pueden hablar de dos
enfrentamientos de alguna importancia: Manchalá y San Gabriel. En el primero,
una columna de insurgentes se topó, mientras marchaba para atacar el comando de
Vilas, con soldados pintando una escuela. Sorprendidos y confundidos, huyeron
después de un intercambio de disparos. En el arroyo San Gabriel, una docena de
guerrilleros fueron matados sin piedad con fuego de helicópteros artillados
después de ser descubiertos en medio de un cañaveral, en plena llanura, mientras
esperaban su aprovisionamiento.
El jefe de la Inteligencia militar durante el Operativo, coronel Eusebio
González Breard, admitió que 'contrariamente a lo que se supone, la lucha en
Tucumán se definió en la ciudad y no en el monte'. Por su parte, Acdel Vilas, en
un libro que el Ejército impidió su publicación y que es una verdadera confesión
criminal, afirmó que 'a través del empleo de tropas escogidas y entrenadas para
operativos irregulares, se logró la victoria más importante de cuantas se
obtuvieron en el año que permanecí en Tucumán: revertir y transferir el temor de
la propia tropa a la subversión, con el agravante, para ésta, que el temor
devino terror ante la celeridad, eficiencia y dureza del Ejército'.
Vilas confesó que no fue a Tucumán a combatir la guerrilla, sino 'la
subversión'. Y en su delirio, consideraba que 'la guerra a la cual nos veíamos
enfrentados era eminentemente cultural' y 'de nada valía comandar tropas en la
selva, mientras no tuviésemos claro el problema psicopolítico'.
Las víctimas de Vilas fueron los obreros y estudiantes díscolos, los profesores
universitarios a los que consideraba ideólogos de la subversión, los abogados a
los que odiaba porque pretendían que se respetaran los derechos de los
ciudadanos, los 'elementos disolventes: psicoanalistas, psiquiatras, freudianos,
etc.', según lo escribió en su libro.
El campo de concentración, creación del Operativo
La máxima creación de Vilas fue el campo de concentración. Llamado en lenguaje
militar Lugar de Reunión de Detenidos (LRD), el primero y más importante
funcionó en la Escuela Diego de Rojas, en las afueras de Famaillá. Por allí
pasaron alrededor de 2.000 secuestrados por las fuerzas de tareas del Operativo.
La mayoría no sobrevivió. Fueron sometidos a las más crueles torturas,
asesinados y desaparecidos.
La custodia de los desaparecidos corrió por cuenta de los efectivos de la
Gendarmería. Su secuestro lo ejecutaron patotas integradas por militares y
policías. Las torturas ('sistemáticos interrogatorios' en palabras de Vilas)
eran aplicadas por los oficiales de la Inteligencia militar.
Simultáneamente con la 'Escuelita de Famaillá', funcionaron campos de
concentración en todas las bases militares donde se asentaron las fuerzas de
tareas del Operativo. Casi no hubo militares destinados en Tucumán que no hayan
participado en las atrocidades que se cometieron contra el pueblo indefenso.
El pacto de sangre
Al mes de iniciado el Operativo Independencia se puso en marcha el 'pacto de
sangre' ideado por el comandante del Tercer Cuerpo del cual dependía Vilas, el
general Luciano Benjamín Menéndez. Desde el 9 de marzo comenzaron a llegar a
Tucumán cuadros de todas las guarniciones del país 'en un proceso de relevos
tendiente a que la mayor parte de los efectivos del arma pasara por la zona de
operaciones. Cada treinta días -dice Vilas- había relevos de 17 oficiales
subalternos y unos 50 suboficiales, los cuales (...) eran distribuidos en las
fuerzas de tareas'. 'En cuanto a los jefes -revela Vilas- al cabo de un mes
llegaban siete u ocho mayores o tenientes coroneles nuevos'. Además, la tropa
que componía las fuerzas de tareas era relevada cada treinta días, lo mismo que
los escuadrones de Gendarmería y Policía Federal.
Vilas reconoció que dejó de lado las normas legales, éticas y morales para
reprimir al movimiento popular tucumano . 'Hubo que olvidar por un instante -un
instante que se prolongó diez meses- las enseñanzas del Colegio Militar y las
leyes de la guerra' afirmó, y se enorgulleció de haber empleado 'métodos no
convencionales'. Al respecto, dijo que 'los grupos especiales salían a operar
día y noche, procediendo a ejecutar o capturar al oponente'. Afirmó que era un
'mito del enemigo lo referido a su capacidad de resistencia para soportar el
castigo físico y psicológico: tarde o temprano su capacidad se agota y termina
quebrándose', vanagloriándose de haber martirizado a ciudadanos indefensos,
atados a un elástico de cama, al cual se aplicaba la picana, se flagelaba, se
violaba. Finalmente, Vilas afirmó que 'es falso de toda falsedad que los hombres
encargados de tomar declaración, empleando muchas veces métodos no
convencionales, quedasen traumatizados o con psicosis de guerra'. La realidad,
treinta años después, indica que pasó todo lo contrario: el propio Vilas debió
ser internado en una institución para enfermos mentales. De los oficiales a su
cargo durante el Operativo, muchos quedaron con secuelas psicológicas graves y
no fueron pocos los casos de suicidios.
Bussi, 'el loco jardinero'
Vilas se fue derrotado políticamente, despreciado por sus jefes directos -Menéndez
y Videla- a mediados de diciembre de 1975. En su reemplazo llegó Antonio Domingo
Bussi. A la semana de hacerse cargo del Operativo, Bussi llamó a Vilas para
decirle 'general, usted no me ha dejado nada por hacer'.
Antes de irse de Tucumán, Vilas afirmó que la 'subversión' había sido
completamente derrotada. Sin embargo, Bussi perfeccionó la criminalidad
desbordada de las hordas de Vilas. Creó nuevos campos de concentración y uno de
exterminio, construido a imagen y semejanza de los campos de los nazis, con
alambrada de púas perimetral, torres de vigilancia, barracas para prisioneros y
terrenos para fusilamientos. Funcionó en el Arsenal Miguel de Azcuénaga, en las
afueras de San Miguel de Tucumán. Allí Bussi mató a Ana Corral, de 16 años, de
un balazo en la nuca. Allí sus oficiales disparaban después de él, sellando el
pacto de sangre, en un rito de cobardes asesinando a prisioneros indefensos.
A los tres meses de hacerse cargo del Operativo, el golpe de estado entronizó a
Bussi en la gobernación de la provincia. Tenía todo el poder, era gobernador,
comandante de la Quinta Brigada de Infantería y jefe del Operativo
Independencia.
A los pocos días los tucumanos se enteraron que le decían 'el loco jardinero',
sobrenombre que le habían puesto sus propios camaradas cuando siendo jefe de
regimientos de infantería se preocupaba más por las plantas y las flores que por
la preparación para el combate. En Tucumán, además de las plantitas y las
florcitas, su obra de gobierno se caracterizó por hacer pintar de celeste y
blanco todos los tanques de agua. Y por obligar a detenerse y en posición
marcial rendir homenaje a la bandera a todos los transeúntes que osaban cruzar
la Plaza Independencia a la hora de Aurora.
Ahora los tucumanos intuyen que también se dedicó a robar. Para ello tuvo la
complicidad de los industriales azucareros, los grandes cañeros, la burguesía
asustada que aplaudió los crímenes. Le aportaron en el Fondo Patriótico
Azucarero cifras millonarias que manejó a discreción sin ningún control. Suponen
que allí está el origen de las cuentas secretas que se le descubrió en Suiza.
El balance del Operativo
A treinta años del comienzo del genocidio se están conociendo las cifras
verdaderas de los crímenes cometidos por los militares del Operativo
Independencia. Ya casi nadie duda que en la más pequeña de las provincias
argentinas los militares, gendarmes y policías, asesinaron a más de dos mil
personas. Es que recién ahora, con el impulso que el actual gobierno nacional
dio al tema, centenares de tucumanos están animándose a testimoniar. 'La causa
de esta circusnstancia -decía la Comisión Bicameral que investigó las
violaciones a los derechos humanos durante ese período- es atribuible a los
resabios del espanto y el terror sembrados entre la población, en los años en
que campeó la represión desmedida'.
Como ya lo señalara la Comisión Bicameral, los militares 'orientaron su
verdadero accionar a arrasar con las dirigencias sindicales, políticas y
estudiantiles'. La mayoría de las víctimas fueron obreros de la industria
azucarera, peladores de caña, jornaleros, pequeños almaceneros, carniceros y
estudiantes. La Universidad de Tucumán registra el mayor porcentaje de
desaparecidos de todo el país. Nueve de cada diez personas fueron secuestradas
en sus domicilios, lugares de trabajo o en la vía pública. Se fraguaron decenas
de combates con cadáveres de jóvenes que habían sido detenidos varios días
antes, torturados y asesinados. La inmensa mayoría de los operativos se llevaron
a cabo de noche, con zonas liberadas, decenas de hombres armados hasta los
dientes y encapuchados, las luces del alumbrado público cortadas. La proporción
de 'valientes combatientes' contra 'peligrosos subversivos' en cada allanamiento
o detención en la calle, era de 15 o 20 a uno. Además, ese uno siempre estuvo
desarmado.
Vilas y Bussi comandaron una horda de criminales, ladrones y violadores. Nunca
participaron de combate alguno, simplemente fueron represores de un pueblo
valiente y combativo que durante décadas se había animado a luchar contra un
orden injusto.