Argentina: La lucha continúa
|
La carta que una de las víctimas de Cromañón dejó escrita para uno de los Piqueteros asesinados en el puente Pueyrredón
MTD Anial Verón
De Luis Santana a Darío Santillán: una juventud que predica la solidaridad
poniendo el cuerpo
El nuevo cantito popular surgió en las últimas movilizaciones, y tomó forma de
consigna en las pintadas de las paredes porteñas y en los volantes repartidos en
las marchas: "Ibarra mata en Cromañón, Álvarez mata en el Puente Pueyrredón". En
un sano ejercicio de la memoria, los manifestantes sumaron, al repudio al Jefe
de Gobierno, el señalamiento a Álvarez como responsable político por los
asesinatos del Puente Pueyrredón en junio de 2002.
La designación de Juan José Álvarez como secretario de Seguridad de la Ciudad de
Buenos Aires graficó lo peor de las mañas de una vieja clase política
(presidente Néstor Kirchner incluido) y evidenció un puente de continuidad entre
aquella represión sangrienta del duhaldismo del 26 de junio de 2002, y la actual
crisis de un progresismo en el poder que cuando tambalea, como siempre, se
recuesta por derecha.
Pero esa vinculación grosera e indignante tiene su contracara en el ejemplo de
solidaridad, entrega y humanismo que expresaron Luis Santana en Cromañón y Darío
Santillán en el Puente Pueyrredón. (Sería injusto no aclarar que, además de
Luis, decenas de jóvenes se jugaron sus vidas tratando de salvar a otros en
Cromañón, y al igual que Darío, otros cuantos piqueteros fueron baleados en
similar actitud de entrega y salvaron sus vidas de milagro). Tal vez el hecho de
haber vivido en el mismo barrio les acercó un destino común. Seguramente la
actitud firme de Darío auxiliando a Maxi, televisada, fotografiada, y retratada
en variadas formas, marcó la conciencia solidaria de muchos jóvenes, en una
época histórica hueca de referencias éticas que zafen de la moralina
estupidizante de moda y se arraiguen en los profundos valores de desprendimiento
y compromiso con el que sufre. Lo cierto es que Luis, una vez afuera del boliche
en llamas, volvió por su novia a quien no encontraba. Logró salvarla de la
asfixia, y aunque ella terminó en terapia intensiva por más de una semana, se
recupera; Luis, en cambio, dejó su vida en esa decisión de volver al peligro, de
jugarse por el otro.
Luis Santana vivía en el barrio La Fe de Monte Chingolo, Lanús, a pocas cuadras
de donde Darío Santillán había trabajado y militado en el MTD. Luis trabajaba en
Crónica TV, cursaba la carrera de Historia, y le gustaba escribir: dejó dos
libros de relatos inéditos.
Los compañeros que lo conocieron dicen que en este texto que reproducimos a
continuación, además de hablar de Darío, sin saberlo, también nos estaba
hablando de él.
El aparecido (fragmento)
Por Luis Santana, agosto de 2003
No sé por qué extraña razón Darío siempre se me aparece, siempre está
presente en todos los lugares adonde voy.
Lo veo en las marchas, en la cara de los pibes barbudos rebeldes que cantan, lo
veo en las paredes de Lanús dibujado con pintura negra. Lo veo en los graffitis
de Wilde, en esas manifestaciones escritas que el pueblo escupe desde las
paredes. Lo veo en el mural inmenso debajo del Puente Pueyrredón, lo veo en cada
policía bonaerense que calla, que habla, que culpa, que se "suicida", que no se
hace cargo, que se entrega... Lo veo en los pasillos de la villa caminando
tranquilo, y enormemente feliz, a veces. (...)
Darío volviendo para entrar al hall de la estación, es el hombre nuevo que pensó
tantas veces Guevara, ese Darío que vuelve para entrar al infierno es la
juventud nueva que tanto hace falta. Darío volviendo, entrando, caminando, con
miedo, claro, pero con absoluta seguridad, es el ejemplo que toman los que hoy
levantan las banderas con su rostro eternizado.
Y siempre Darío entra. Cada vez que lo veo, Darío entra. Adentro, arrodillado,
se aferra a la mano de Maxi, que ya está muerto. La realidad convertida en
sangre, humo y plomo, lo encuentra después de buscarlo, arrodillado y sufriendo,
mostrando la humilde sensibilidad de los pobres. Darío no quiere soltar la mano
de Maxi que ya murió. Es gigante ese acto, es eterno. Es inmortal, surge de lo
más profundo del alma.
Y no puedo hablar de Darío sin hablar de Rodolfo Walsh, de González Tuñón, de
Los Olimareños, de Paco Urondo... (...)
No sé por qué extraña razón Darío siempre se me aparece, siempre está presente
en todos los lugares adonde voy.
Su cara sonriente en los afiches de la facultad, su nombre en las banderas que
piden en Plaza de Mayo, su cuerpo parado frente a las gomas que arden en puentes
y rutas de todo el país, siempre presente en todos los lugares donde se reclama
un derecho. (...)
Lo veo a Darío y lo admiro con verdadero respeto; hay que tener coraje para
tejer la vida con la casi ausencia de todo, con tanta desesperación, ofensa,
dolor. Con tanta humanidad negada, traicionada y aplastada.
Darío volviendo y entrando al hall sin poder cruzar los brazos ante tanto
insulto, Darío aguantando al frente para que sus compañeros se escapen, Darío
otra vez, otra vez Darío, siempre Darío, eternamente Darío ahí donde pocos se
atreven a pararse. (...)
Y no puedo hablar sólo de Darío mientras escribo, hablo también de los más de 30
seres humanos que dejaron su vida el 20 de diciembre, hablo también de los otros
tantos que cayeron a lo largo y a lo ancho de todas las rutas del país. Todos
muertos que pone el pueblo.
Hablo también de los que están en los fríos calabozos de la desgracia esperando
justicia, y hablo de todos porque es Darío ahora quien habla mientras escribo.
"El aparecido" se llama lo que ustedes leen, porque Víctor Jara canta mientras
"los muertos de mi felicidad" se hacen presente. Felicidad digo, porque ellos
marcan el camino y no mueren, sino que trascienden para vivir por siempre.
Darío ha aparecido hoy, como otras tantas veces se me aparece por la calle, en
el colectivo, en las paredes, en el diario, en fotos, en los ojos de Leo, en las
caras de los que marchan hacia la esperanza.
Darío vino hoy, un día de lluvia, con calor, sin sol, no golpeó mi puerta, entró
como un hermano, "y en el silencio estuvimos conversando mates, compartiendo
músicas, cigarrillos baratos y otras maravillas de esas que alegran el alma",
después de algunas horas, con un sentido abrazo se despidió y se fue sonriendo,
como siempre.