Argentina: La lucha continúa
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Provincia de Buenos Aires: Hacinamiento, abandono, torturas, suicidios inducidos, asesinatos encubiertos...
Las cárceles del exterminio (Parte I)
Daniel Badenes
Durante la dictadura, la Unidad 9 de La Plata concentró la mayor cantidad de
presos políticos del país. En ese lugar torturaron, entre tantos otros, al
premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Pero el trato cruel no es cosa del
pasado: el Servicio Penitenciario acumula centenares de denuncias por apremios
ilegales en democracia. Hace poco se logró probar, por primera vez
judicialmente, un caso de tortura con picana eléctrica en ese penal, ubicado a
diez minutos de la Gobernación.
Las penitenciarías bonaerenses están atiborradas de jóvenes marginales y sin
condena, regidos por una fuerza militarizada que impone la violencia y el
silencio.
9 de mayo de 2005. La noche, como todas, será difícil de pasar: la humedad de
las celdas, el escaso abrigo y una mala alimentación arrastrada de meses son a
la larga una combinación fatal. Pero cuando los guardiacárceles buscan a
Cristian Emanuel López Toledo y a su compañero, con la excusa de un examen
psicofísico, ambos intuyen que la noche será mucho más dura aún. Son más de las
diez, está oscuro y ya cerraron con llave todos los pabellones. Los dos jóvenes
son conducidos al área de Sanidad, uno de los pocos sitios donde no hay cámaras
de vigilancia.
Un médico flaco le pide a Cristian que se desnude. Con la orden a medio cumplir,
irrumpen varias personas vestidas de celeste, azul y negro; sus rostros
cubiertos con pasamontañas y gorros con visera. Lo tiran al piso y lo muelen a
golpes.
– Así que a vos te gusta denunciar, hijo de puta.
Luego lo acuestan y lo atan con alambres.
– Esto te va a sacar las ganas de hablar, intimida uno de los que viste el
uniforme de la División Traslados, mientras le aplican una picana eléctrica en
los pies.
– Callate la boca y entendé que con nosotros no se jode. No creas que saliendo
de acá te vas a salvar. A dónde vayas, vas a vivir cobrando. Acá levantamos el
teléfono y en la otra punta de la Provincia hay alguien que te va a estar
esperando. En el Servicio somos una familia muy grande...
Desde una celda contigua, su compañero grita y pide por él. Los verdugos se
burlan.
Cuando llega la medianoche, Cristian apenas puede moverse.
Las cárceles de la miseria
"Es un hijo de una familia golpeada por la pobreza, de los tantos que hay en
Argentina. Tuvo que bancar a su familia y al hijo de su hermana, que estaba
desnutrido...", cuenta el coordinador del Comité contra la Tortura, Alejandro
Mosquera, sobre Cristian, quien cumplió 26 años dos semanas después de la noche
que lo picanearon y es, en muchos aspectos, el prototipo del preso actual: joven
y pobre, está allí por un delito menor, no tiene condena firme y ha sido vejado
hasta el cansancio.
Las cárceles bonaerenses acopian actualmente 25.000 personas, a las que se suman
5.000 detenidas en comisarías. El director provincial de Población Carcelaria,
Juan Scatolini, admite que "ya no alojan a los ´desviados de la norma´, sino a
jóvenes muy jóvenes, analfabetos o semianalfabetos; es decir, a los excluidos
del sistema". Según un informe de la Secretaría de Derechos Humanos (SDH) de la
Provincia publicado este año, el 61% tiene entre 18 y 30 años. Y el 68% está
privado de su libertad por delitos o tentativas de robo o hurto.
"Tenemos un sistema penal clasista, selectivo, arbitrario, que sólo apunta a un
segmento de la sociedad", asegura Mosquera: "los delincuentes que vaciaron el
país, que vendieron el patrimonio nacional, que cometieron los grandes fraudes,
no están en las cárceles ni son juzgados".
El agravamiento de la situación respecto a tres décadas atrás no es fortuito.
Las políticas neoliberales son las que han superpoblado a las prisiones de
"parias urbanos", tal como analiza el sociólogo francés Loic Waquant en su libro
Las cárceles de la miseria. La desaparición del Estado organizador de la
economía, la reducción del Estado social y el fortalecimiento de un "Estado
penal" son parte de un mismo proceso: en definitiva, se ha pasado de una gestión
social, paliativa o asistencial de la pobreza a una gestión punitiva, donde cada
vez hay más presos y menos derechos.
En estos pagos, la criminalización de la pobreza se acentuó desde 1999, cuando
asumió como gobernador Carlos Ruckauf enarbolando la propuesta de "que los
delincuentes se pudran en la cárcel". Desde ese año, la Legislatura bonaerense
sancionó 15 reformas al Código Procesal Penal para alargar las penas y negar
excarcelaciones.
El resultado fue explosivo: mientras en 2000 había 17.567 personas privadas de
su libertad en cárceles y comisarías bonaerenses, en noviembre de 2004 el número
ascendía a 31.258. Además, el 85% sólo está procesado (es decir, sin sentencia
firme) y un 75% ni siquiera ha recibido una condena de primera instancia. Como
la tendencia muestra que en el 30% de estos casos se dictaminan absoluciones o
sobreseimientos, habría más de 6000 personas inocentes sobreviviendo un contexto
insalubre y violento que no deben soportar ni siquiera las culpables.
"La reforma de las leyes penales ha sido nefasta y es la causa fundamental de la
superpoblación. Acá no hay otra solución que reformar rápidamente el código
procesal penal y volver a las condiciones de excarcelación anteriores a la
reforma de Ruckauf", dice el actual ministro de Seguridad bonaerense, León
Arslanian.
La vida no vale nada
El hacinamiento en las penitenciarías es alarmante. Aún los cálculos
encubridores, que sólo relacionan la cantidad de presos con la de colchones,
obtienen un diagnóstico de superpoblación: hay 25.000 personas para poco más de
21.000 colchones. Sin embargo, esa cifra no expresa la capacidad de las
cárceles, pues muchas veces se agregan colchones en las celdas sin adecuar la
ventilación, los baños, la cocina o los talleres de trabajo. En una medición
realista, acorde a los criterios de las Naciones Unidas, la capacidad de las
prisiones existentes ronda las 16.000 plazas.
La edificación de nuevas cárceles, publicitada como una solución al problema, no
cubre el incremento diario de prisioneros: "sirvió para absorber mayor cantidad
de gente detenida, en lugar de alivianar la situación de quienes ya estaban en
el sistema", concluye Carolina Brandana, directora de Protección de los Derechos
Humanos de la SDH.
Además, el hacinamiento "es apenas una de las aristas de una situación que se
revela mucho más grave y que se manifiesta mediante el deterioro edilicio, la
humedad de las paredes, los baños colapsados, la falta de colchones, la ausencia
de luz natural y artificial, la falta de ventilación, o el agua que fluye de los
caños rotos para inundar pasillos y celdas", expresa un exhaustivo informe
titulado El sistema de la crueldad, publicado en 2004 por la Comisión por la
Memoria que integran Adolfo Pérez Esquivel, Martha Pelloni y Carlos Cajade,
entre otros.
Esas condiciones infrahumanas, que se repiten en cada penal, presentaba el
pabellón 6 de la Unidad 28 de Magdalena cuando la recorrió un equipo del Comité
contra la Tortura: "se encuentra casi completamente inundado, lo que provoca que
el agua ingrese en las celdas", en algunas de las cuales "hay tres detenidos que
deben turnarse para dormir o hacerlo en el suelo. Tocamos varios colchones que
al escurrirlos chorreaban agua al igual que las frazadas", dice el pedido de
hábeas corpus que presentaron justo el día previo a que, en otro pabellón de ese
mismo penal, se dejó morir a más de 30 personas (ver recuadro).
"La situación de la cárcel hace que la vida no valga nada", sintetiza el abogado
de ese Comité, Roberto Cipriano: "Es terrible el hambre que hay. El otro día
fuimos a ver a un preso que había recibido como once puñaladas de otro, y nos
decía que la única razón fue la pelea por un hueso, que venía en una olla de
agua caliente que supuestamente era un caldo. La vida es un hueso pelado,
digamos... Muchas situaciones violentas tienen que ver con la convivencia, pero
están generadas por la desatención y el abandono en que se encuentran inmersos.
Y en muchos otros casos son mandados a matar porque denuncian o protestan". Hay
presos que cubren su cuerpo con capas de diarios, generando una suerte de escudo
contra ataques con facas (cuchillos puntiagudos y filosos de fabricación
casera), que según las estadísticas se producen a razón de tres por jornada.
La muerte está a la orden del día. "Y puede considerarse el resultado de una
verdadera política de exterminio", asegura un documento reciente de la Comisión
por la Memoria. Según el Ministerio de Justicia, en enero y febrero murieron 29
internos bonaerenses por causas traumáticas: 17 muertes por herida de arma
blanca, 9 por asfixia y quemadura, 3 por ahorcamiento. A esas muertes día por
medio, se suma una semanal relacionada con el SIDA. Y once más por lo que la
jerga oficial denomina PCRNT (paro cardiorrespiratorio no traumático), que
aparentan ser muertes naturales.
Las torturas y apremios también serían parte de la rutina. Y frente a ello, tal
como lamenta Cipriano, "la denuncia es la excepción a la regla... porque tienen
que seguir estando, y la experiencia que tienen es que el que insiste con la
denuncia termina muriendo". En ese sentido, quien pudo ser visto como un preso
tipo en términos sociológicos, resulta una excepción: se atrevió a hablar. Eso
explica el calvario de Cristian López Toledo.
Lazos de familia
"Hace tiempo que no puedo caminar un rato por un patio sin sufrir la
provocación, la agresión permanente de los guardias, o de otros detenidos que
trabajan para el Servicio", asegura Cristian, intentando imaginar cómo
sobrevivirá los tres años que le restan privado de su libertad. Su cuerpo está
repleto de moretones y cortes a medio cicatrizar. Una quemadura de cigarrillo
oculta la última letra de uno de sus nombres, tatuado en su espalda. Se la
hicieron agentes de la Unidad 30, en represalia a su actitud crítica hacia el
maltrato, en lo que hasta el 9 de mayo fue la peor tortura que había recibido.
Estando en la cárcel de General Alvear, le dijeron que su madre había fallecido
y no lo dejarían ir a despedirla. Cristian montó en cólera; pataleó e insultó, y
fue suficiente: además de las quemaduras, la tortura incluyó golpes, asfixia y
un ahorcamiento del que se salvó por la asistencia de otros presos. Ese día
escuchó algo que se repetiría como un eco los meses siguientes:
– Vas a pagar por haber hablado.
Aún así, volvió a hablar. Y pagó: en cada unidad por la que pasó, fue golpeado y
enviado a buzones, que son celdas de dos por dos, con piso de tierra y una
ventilación escasísima.
El 5 de mayo pudo relatar ese martirio a integrantes de la Comisión por la
Memoria. Fue durante una inspección a la Unidad 9, encabezada por Adolfo Pérez
Esquivel, que ese mismo día pero en 1977 había entrado allí, detenido por la
dictadura. En aquel entonces, la penitenciaría ubicada en 76 entre 10 y 11
concentró la mayor cantidad de presos políticos del país.
La crueldad del sistema ha trastocado el sentido de los espacios: así como el
área "sanidad" suele ser la temida sala de torturas, la capilla no es un sitio
de confesiones y rezos, sino de denuncias. Allí, los miembros de la Comisión y
los abogados de su Comité contra la Tortura se entrevistaron con casi cien
presos. Allí, Cristian contó lo suyo. Lo que sucedió cuatro días después fue la
represalia, con más saña que nunca.
El sistema de la crueldad
Quienes reciben en forma cotidiana las denuncias de los presos bonaerenses,
temen perder la capacidad de asombro. Son centenares por año. Son verosímiles,
logren o no la prueba jurídica. Y son atroces.
Los golpean con palos, gomas, culatazos, puñetazos y patadas. Les dan largas
duchas heladas. Los someten sexualmente. Los meten de cabeza en el agua o los
ahogan en el "submarino seco" (bolsa de polietileno). O les pasan corriente
eléctrica por partes sensibles del cuerpo; un método cuyo invento se atribuye a
un policía argentino de los años treinta, Polo Lugones, quien parece tener
varios seguidores entre los penitenciarios del siglo XXI.
Aquel 9 de mayo no fue un caso único. "A mediados de los ´90 se habían comprado
elementos aplicadores de electricidad", grafica Brandana. Cuando esa adquisición
salió a la luz, recién en 2003, los penitenciaros aseguraron que nunca se habían
utilizado; se dictó una resolución prohibiéndolos y se ordenó su destrucción.
Sin embargo, entre noviembre de 2003 y marzo de 2004, hubo siete denuncias por
uso de picana, que no llegaron a probarse por la tardanza de las pericias.
Más allá del pasaje de electricidad, la tortura es una práctica sistemática y
generalizada en cárceles y comisarías. "No son casos aislados como dice el
ministro de Justicia, que los adjudica a algún penitenciario loco o
descarriado", refuta el fiscal Hugo Cañón, copresidente de la Comisión por la
Memoria. El Comité contra la Tortura informó que en el período 2000-2004, se
denunciaron unos 3500 hechos "en los que un miembro del Servicio Penitenciario,
la policía bonaerense u otras fuerzas de seguridad se encuentra acusado de
apremios ilegales, tortura u homicidio". Este registro sólo incluye casos que
llegaron al Poder Judicial. Se elabora con información de jueces, fiscales y
defensores, que por resolución de la Corte tienen la obligación de remitirla al
Comité, aunque sólo la tercera parte lo hizo.
Además, muchos vejámenes no son denunciados. De eso da cuenta otro Banco de
Datos, impulsado por el Defensor de Casación Mario Coriolano, quien tuvo la
ocurrencia de contabilizar episodios que los defensores conocían bajo secreto
profesional: "47 por ciento constituye la llamada ´cifra negra´, de torturas que
no se denuncian. Son centenares de hechos, que se conocen a través de
manifestaciones de personas no vinculadas entre sí, a lo largo y a lo ancho de
la provincia". La magnitud de los casos no declarados desmiente el discurso
oficial del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), que suele minimizar las
denuncias alegando que los presos buscan ser trasladados cerca de sus familias.
A esa refutación también contribuye lo ocurrido el 9 de mayo; un caso de tortura
que sus perpetradores, cubiertos con pasamontañas, creyeron que quedaría impune.