Argentina: La lucha continúa
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Autogestión en Argentina
Michael Albert
Znet
Este octubre estuve una semana en Buenos Aires para conocer el movimiento obrero
de recuperación de fábricas que se desarrolla allí.
Durante la reciente debacle económica argentina, provocada por la globalización
corporativa, los trabajadores a menudo se enfrentaban al desastre más absoluto
cuando sus empresas quebraban. Para mantener un salario y evitar una situación
económica desesperada en algunos casos, los trabajadores de empresas quebradas
decidieron recuperar sus empresas y convertirlas de nuevo en viables a pesar de
que sus propietarios hubieran sido incapaces de hacerlo.
Ignorando la oposición del Estado, la competencia agresiva, el material
obsoleto, y la caída de la demanda, los obreros han recuperaron de este modo
unas 190 empresas en los últimos cinco años. Según nos dijeron en nuestra
visita, en cada empresa ocupada no sólo se fue el propietario capitalista, sino
que también se fueron los profesionales y trabajadores cualificados como
gestores e ingenieros. Mientras los empleados privilegiados vieron que sus
perspectivas de futuro serían mejores buscando en otro sitio en vez de aguantar
en un barco que se hundía, los trabajadores manuales o poco cualificados no
tenían más opción que recuperar las fábricas o caer en el desempleo. Por lo
tanto, hasta el momento las ocupaciones en Argentina, como nos dijo un activista
muy concienciado, "no han sido actos ideológicos o que respondieran a un plan
revolucionario". Han sido más bien "actos desesperados de autodefensa". Sin
embargo, y esto es lo más interesante, lo que resulta provocador e inspirador,
después de conseguir el control de una empresa, lo cual normalmente requería una
lucha de muchos meses para vencer la resistencia política del Estado, y después
de hacer funcionar las fábricas durante un tiempo, los proyectos de recuperación
se han vuelto cada vez más imaginativos.
Además de oír hablar de la situación general del "movimiento de fábricas
recuperadas", visité un hotel ocupado, una fábrica de helados, otra de cristales
y un matadero, todos ellos recuperados por sus anteriormente obedientes y poco
cualificados trabajadores manuales, en la mayoría de los casos con poca
educación y a veces incluso analfabetos.
En cada una de estas fábricas, cuyo tamaño iba desde 80 hasta 500 trabajadores,
así como en el resto de fábricas recuperadas por los trabajadores, éstos ponían
en marcha rápidamente una asamblea de trabajadores como órgano supremo de
decisión. En esas asambleas, cada trabajador tiene un voto y la mayoría
establece las políticas generales de la empresa. Los trabajadores llaman
autogestión a este proceso y cada fábrica decide sus propias normas y
relaciones.
Sin embargo, casi inmediatamente, en la mayoría de las fábricas ocupadas "los
trabajadores igualaban todos los salarios con el mismo sueldo por hora". Las
empresas que no lo hacían tendían a permitir "salarios ligeramente superiores
para los que llevaban más tiempo en la empresa y ligeramente inferiores para los
que acababan de entrar". Además, recientemente ha surgido la discusión sobre los
incentivos. ¿De qué tipo deberían ser? Algunas fábricas han optado por pagar más
por el trabajo intelectual y de gestión. Otras han pagado más por el trabajo más
duro. No obstante, la mayoría permanece con el mismo salario para todos. Todos
han empezado a preguntarse cómo se puede ser justo y "también tener incentivos
para trabajar más". Aun donde el trabajo más pesado no se pagaba más, como
ocurría en la mayoría de sitios, nos dijeron que existía mucha preocupación por
que la gente que ocupaba esos trabajos peores "tuvieran oportunidades y
formación para hacer trabajos más interesantes" y que se había reducido la
tendencia a negarse a compartir los conocimientos, porque todos veían la mejora
de los demás como buena para todos, y no sólo buena para el propietario.
Aunque nos dijeron que ciertas tareas asociadas específicamente al control
capitalista ya no eran necesarias, también nos dijeron en todas las fábricas
recuperadas que "muchas otras tareas interesantes de tipo organizativo o
ejecutivo, que hacían antes profesionales, las habían tenido que hacer los
trabajadores que quedaban". Así, una parte de los trabajadores se ha ocupado de
hacer esas nuevas tareas, a veces incluso alfabetizándose previamente.
Cuando les pregunté a los activistas si había una división del trabajo en las
fábricas como en las empresas capitalistas, con una quinta parte de los
empleados haciendo básicamente tareas intelectuales, agradables, y las otras
cuatro quintas partes haciendo los trabajos pesados y repetitivos, incluyendo el
hecho de que los primeros dominaran a los segundos al ser capaces de marcar el
orden del día, dominar el debate y en general hacer cumplir su voluntad, las
respuestas que obtuve tendieron a aceptar que existía esta diferencia y luego
hablaban de la necesidad de inducir a los trabajadores a participar más no sólo
en discusiones sobre salarios sino en el resto de los asuntos. Las respuestas no
parecían reconocer que había un impedimento estructural que dificultaba la
participación, y no sólo viejos hábitos. Pero cuando insistía, los activistas
aceptaban que la antigua división del trabajo iba en contra de los impulsos
igualitarios, aunque la única solución que se les ocurría es que más
trabajadores manuales aprendieran a hacer trabajos de gestión. No caían en la
cuenta de que no habría suficientes trabajos de ese tipo para todos a no ser que
hubiera un cambio en el sistema de trabajo, de forma que todos tuvieran una
parte de tareas interesantes.
Por ejemplo, en la fábrica de helados que visitamos sólo había dos mujeres
trabajadoras. Una de ellas era la tesorera. Al preguntarle qué categoría tenía,
al principio fue incapaz de imaginar de qué le estaba hablando pero, cuando
entendió lo que quería decir, dijo "por supuesto soy una trabajadora como las
demás". Esto era obvio para ella. Mi pregunta era tan ridícula como si le
hubiera preguntado de qué sexo era. Además de sentirse como una trabajadora más,
cobrar como el resto de trabajadores y tener un voto como los demás, resultó que
esta tesorera sólo se ocupaba durante medio día de la contabilidad, apoyando su
incredulidad. El otro medio día trabajaba también en la cadena de montaje. Sin
embargo, su caso no era típico. Mis preguntas mostraron repetidamente que
compartir los antiguos trabajos con nuevas tareas más enriquecedoras no era la
única, ni tan sólo la más típica, forma de llevar a cabo las tareas de gestión.
Por el contrario, a menudo había gente cuyo trabajo era totalmente intelectual,
sin pasar ningún tiempo en la cadena de montaje o trabajos equivalentes. Es más,
la mayoría de gente en las fábricas recuperadas continuaba haciendo el mismo
trabajo que antes, sin haber conseguido nuevas tareas más atractivas. En otras
palabras, la mayoría de la gente continuaba haciendo hora tras hora trabajos
abrumadoramente repetitivos, aunque ahora en un contexto muy diferente.
Al preguntarle si ganaba un sueldo diferente al resto de trabajadores, la
tesorera / ensambladora contestó "no, gano lo mismo, por qué iba a tener un
sueldo diferente?". Al continuar con la charla, esta mujer y otros de la fábrica
de helados (y de las otras fábricas que visitamos) nos dijeron que "aunque no se
castiga a los trabajadores por vagancia ni se les paga más si trabajan más, al
que se escaquea se le reprende en la asamblea". De la misma forma nos contaron
que había habido despidos por "alcoholismo, violencia, etc." bajo los auspicios
de la asamblea en pleno. Resumiendo, en casi todas las fábricas los trabajadores
debían cumplir con el resto de compañeros, lo cual en la práctica significaba
que la gente tenía que hacer sus tareas de forma competente y contribuir todo lo
que dieran de sí sus capacidades, según las entendía la asamblea en pleno. O, en
otras palabras, mandando los trabajadores, o haces tu parte según tus
capacidades o te lo echan en cara.
Al preguntarle si ella era diferente de alguna forma al resto de trabajadores, o
si otros podrían también llevar la contabilidad que estaba orgullosa de llevar,
la tesorera respondió "claro que la pueden llevar otros". Todos los demás
estuvieron de acuerdo en que "sí, claro que cualquiera podría llevar la
contabilidad o al menos cualquiera podría hacer algún tipo de trabajo
intelectual ". Pero cuando les preguntaba por qué sólo ella y dos personas más
de la fábrica hacían el trabajo de gestión mientras la mayoría de trabajadores
de la fábrica sólo hacía tareas pesadas y repetitivas, ni la tesorera ni ningún
otro trabajador con los que hablamos consideró que tal división fuera un error,
al menos antes de preguntarles. "Todos somos trabajadores", decían, "todos somos
amigos. Compartimos la alegría y los resultados de nuestro esfuerzo conjunto".
Mientras trabajaran duro, dieran todo lo que podían y ganaran lo mismo, no
parecían sentir que importara nada quién hacía qué. Pero es importante recordar
que, aunque hablamos con los trabajadores, fue siempre, sin excepción, con los
trabajadores que hacían las tareas más intelectuales.
En entrevistas más largas, los activistas involucrados con el movimiento que
llevan tiempo examinando su evolución estuvieron de acuerdo en que una división
persistente entre trabajadores más intelectuales y menos intelectuales era
problemática y que era algo a superar no fuera que echara para atrás lo que se
había conseguido, pero no tenían ningún plan específico para conseguir ese
cambio y, en general, indicaron que la preocupación mayor era salir adelante y
conservar los empleos.
En el matadero que visitamos, más allá del grupo de trabajadores que hacía
tareas interesantes, nos dijeron que la asamblea de casi 500 trabajadores había
elegido un consejo de 8 personas para ocuparse de la administración diaria.
Charlamos con esos 8 trabajadores que antes eran trabajadores manuales pero
ahora hacían tareas de gestión y que, además, habían sido votados por la
asamblea. Nos informaron de que su salario no había variado al convertirse en
miembros del consejo. Tampoco había cambiado al pasar a hacer trabajos más
intelectuales.
Mirábamos con cierta aprensión la cadena de despiece de las vacas. Cada
trabajador en la cadena hacía una y otra vez un mismo movimiento de corte,
constituyendo la suma de sus trabajos el despiece de cada vaca en trozos para su
tratamiento posterior. La asamblea de trabajadores había cambiado las
condiciones de trabajo, de forma que los trabajadores tuvieran mucho tiempo
libre, distribuido durante el día, para aliviar el estrés y la dureza de esos
movimientos repetitivos. Sin embargo, la asamblea no había rediseñado el proceso
del matadero para cambiar esas tareas y hacerlas menos repetitivas y alienantes,
ni había pensado en ello, al menos por lo que pudimos colegir de nuestras
charlas.
La fábrica de cristales que visitamos también tenía salarios iguales para todos
y una asamblea de trabajadores al mando; trabajadores que se veían a sí mismos
como trabajadores aun cuando hacían funciones de gestión y planificación. Vimos
cómo los trabajadores manuales se ocupaban de los hornos y acarreaban cristal
hirviendo de una parte a otra, y nos explicaron que descansaban media hora por
cada hora que trabajaban frenéticamente en el horno para mantener el ritmo de la
cadena de trabajo. Esto suponía un gran cambio respecto al pasado capitalista,
por supuesto, como lo era la igualación de salarios y la presencia de antiguos
trabajadores manuales haciendo las tareas de gestión. Cuando pregunté en la
fábrica de cristales si la gente que movía el cristal y se ocupaba del horno
podía hacer más trabajo intelectual y menos trabajo manual durante parte del
día, todo el mundo respondía "sí, claro que pueden, se ha hecho todo lo posible
para que la gente que quiera pueda cambiar de trabajo, aprender cosas nuevas,
etc." especialmente ahora que "ya sabemos que todo el mundo puede hacerlo". Y
estaba claro que ésa era su intención, al menos hasta los límites de los roles
impuestos por la división actual del trabajo.
A los miembros del consejo de la fábrica les pregunté qué ocurriría si se
presentaran en la asamblea y dijeran que querían un mayor salario debido a que
tenían más responsabilidad o mayores conocimientos. Se rieron y contestaron "nos
echarían de nuestros puestos y nos devolverían a la cadena". Yo insistí "de
acuerdo, pero qué pasa si hacéis un trabajo más intelectual, más cualificado,
durante cinco años, no podría ser que entonces obtuvierais mayor salario al ser
más importantes para el funcionamiento diario, al saber más, al asumir más
responsabilidad en las reuniones de la asamblea, etc.?". El presidente del
consejo rió de nuevo y dijo "bueno, sí, eso podría ocurrir, estaría bien, no?".
En posteriores charlas descubrimos que realmente en las reuniones de la asamblea
eran los trabajadores que hacían las tareas más intelectuales, los tesoreros,
etc, los que marcaban la agenda, dirigían la reunión y aportaban la información
importante.
Quizá el intercambio más sorprendente, y en cierto sentido más preocupante, fue
con el presidente electo de la fábrica de cristales y un par de compañeros suyos
que también estaban presentes. Les pregunté si pensaban que los trabajadores de
otras fábricas que no tuvieran problemas y estuvieran aún bajo el mando de un
patrón podrían querer emular los logros del movimiento de recuperación e
intentar conseguir el mando de sus fábricas y llevarlas ellos mismos, para
hacerlas lugares dignos y para compartir equitativamente los beneficios. Sin
dudarlo un instante todos dijeron que no.
Nos explicaron que los trabajadores de fábricas sin problemas temerían que
ocupar sus fábricas más bien empeoraría que mejoraría sus condiciones, además de
temer ser despedidos o reprimidos si no lo conseguían. Nos contaron que antes de
luchar por tener control sobre sus vidas laborales, y conseguirlo, no se daban
cuenta de la diferencia que supondría en su satisfacción personal el no tener
jefes. Vehementemente, explicaban que su compromiso actual con el nuevo modo de
funcionamiento, su origen y su fuerza, dependía de haber luchado por la fábrica
y de haberla sacado adelante para sobrevivir, pero que antes no existía.
Les pregunté, "si mañana abro una fábrica aquí al lado y os ofrezco un trabajo
en ella con el doble de sueldo, pero allí tendríais que trabajar bajo mi mando y
el de mis gestores profesionales, ¿qué me diríais?" Se rieron y contestaron
"literalmente tendrías que matarnos para hacernos dejar nuestra fábrica para ir
a trabajar a cualquier fábrica capitalista, sea cual sea el salario". Entonces,
les pregunté, "¿por qué no podríais contar vuestra historia a vuestros amigos
que trabajan en otras fábricas y motivarles a llevar a cabo el mismo cambio?".
Simplemente se encogieron de hombros. No lo veían probable y, lo que es peor, no
estaba en sus planes.
En general, lo más sorprendente e inspirador de estas fábricas era el espíritu
de los trabajadores. Estos sitios, lugares duros de trabajo, que se habían ido
al infierno bajo mando capitalista y que a menudo tenían tecnología obsoleta o
defectuosa, fueron recuperados con éxito y los trabajadores estaban orgullosos
de ello. El nuevo éxito que el antiguo propietario no pudo obtener, se debía
claramente en parte a la reducción de costes al eliminar sueldos inflados de
profesionales y gestores, pero también al mayor esfuerzo de los trabajadores,
provocado no sólo por no tener que aguantar el control de unos superiores sino
por sentir que el sitio era suyo. Los trabajadores, está claro que disfrutaban
no sólo de buenos salarios, sino de mejores condiciones y estatus, y sobre todo
tenían un grado de dignidad y orgullo así como un nivel de preocupación y
solidaridad comunitaria que según mi experiencia simplemente no existe en
lugares de trabajo capitalistas. Esta mejora espiritual era palpable en todos
los sitios que visitaba pero, desgraciadamente, también lo era el desinterés por
ir más allá.
También nos contaron que había un fondo colectivo entre las fábricas para ayudar
en los inicios de nuevas fábricas recuperadas, con el que se transfería dinero
desde las fábricas más asentadas a las que inicialmente les costaba arrancar.
Nos dijeron que había también un intento de comerciar entre ellas fuera del
mercado, guiados más bien por la solidaridad y los valores sociales. Pero al
preguntarles en detalle, los trabajadores de las fábricas ocupadas informaban de
que, quisieran o no, tenían que luchar por su cuota de mercado. Al principio,
resultó terriblemente difícil, dijeron, puesto que otras empresas que compraban
sus productos no lo veían claro, pero con el tiempo fueron capaces de "reducir
los costes, producir con calidad y encontrar clientes". Discutiendo esto estaba
claro que la competencia del mercado tenía una poderosa influencia en el rango
de decisiones posibles que la autogestión podía tomar. Las asambleas de
trabajadores no podían poner en marcha muchas mejoras en las condiciones
laborales porque otras empresas, con gestores para aumentar el ritmo y reducir
los costes, podrían ganarles el mercado. Este efecto debilitante de los mercados
no había sido capaz aún de alterar las inclinaciones humanitarias de los
trabajadores pero claramente era un freno en su profundización y ya estaba
disminuyendo las innovaciones en ese sentido.
No soy capaz de ver cómo nadie, sin importar sus expectativas previas, podría
examinar estas fábricas recuperadas de la Argentina y negar las lecciones obvias
que transmiten. La sociedad capitalista infrautiliza espantosamente a la mayoría
de la gente, dándole sólo trabajos horribles y repetitivos, frenando su
confianza, creatividad e iniciativa hasta que creen que sólo pueden o deben
hacer tareas humildes y repetitivas. A esto le llaman educación, pero en
realidad es degradación.
El movimiento de fábricas recuperadas en Argentina muestra que en cuestión de
meses, después de haber sido machacados toda su vida, aún cuando son
semianalfabetos, los trabajadores pueden llevar a cabo tareas supuestamente
inasequibles para ellos y hacerlas de forma efectiva y honrosa. Igualmente, las
fábricas argentinas recuperadas demuestran el poderoso y espontáneo deseo de la
gente que no ha sido socializada en mentalidades elitistas, de repartir el poder
y compartir el salario de forma equitativa, en vez de dominar o ser dominado.
Más allá de estas lecciones clave, sin embargo, se pueden percibir cosas
diferentes al examinar las fábricas recuperadas en Argentina. Por ejemplo, yo
percibí que, sin cambiar la división del trabajo, de forma que todos los
trabajadores compartan las tareas más agradables e intelectuales, los impulsos
profundamente igualitarios y participativos de estas fábricas tenderán a
declinar y a cambiarse. Si un grupo relativamente pequeño de trabajadores, aún
cuando hayan salido de la misma base en cada fábrica, aún cuando hayan sido
votados libremente para sus nuevos puestos, se dedica a hacer las tareas
intelectuales mientras el resto de trabajadores continúa haciendo sólo las
mismas tareas repetitivas que antes, con el tiempo, ese grupito dominará las
discusiones de la asamblea, marcará el orden del día, impondrá su voluntad
respecto a las políticas a seguir, y finalmente acabará concediéndose mejores
salarios y mejores condiciones laborales también.
En resumen, a pesar de las intenciones casi universalmente igualitarias, los
empleados separados del resto por una división del trabajo que les da más
estatus, conocimientos, habilidades y confianza que los que siguen haciendo sólo
trabajo manual, se convertirán en lo que sinceramente han intentado eliminar,
una nueva clase dominante, esta vez no de propietarios sino de empleados de
mayor nivel, lo que yo llamo coordinadores, y en cualquier caso mandarán desde
arriba al resto.
Los proyectos de defensa de los lugares de trabajo en Argentina, que siguen
creciendo cada mes, empiezan sin patrones y sin una "clase coordinadora" de
trabajadores superiores. También empiezan con un enorme deseo no sólo de salir
adelante como empresa sino de compartir los beneficios de ese éxito de forma
equitativa, a través de salarios iguales, mejores condiciones, toma de
decisiones democrática y gestores que deben responder ante la asamblea. Pero, si
la vieja división corporativa del trabajo persiste en estas fábricas
recuperadas, me parece evidente que, con el tiempo, todas las innovaciones
deseables dependerán de la buena voluntad y las inspiraciones humanitarias, que
chocarán, y eventualmente perderán, contra la diferencia estructural entre unos
pocos que hacen trabajo intelectual y la mayoría que hace trabajo repetitivo.
Por otro lado, también parece evidente que si los trabajadores fueran tan
conscientes sobre la necesidad de que todos hicieran trabajos enriquecedores
como lo son de la necesidad de igualar los salarios, entonces sus aspiraciones
de eliminar las clases no estarían sólo en sus corazones sino que serían
estructuralmente potenciadas por una nueva división del trabajo que facilitaría
y aumentaría esos logros en vez de ir en contra de ellos.
No obstante, aún existiría el problema del mercado y la economía en general,
incluso en ese caso más deseable. Entender las implicaciones negativas del
mercado para cada fábrica y ver qué cambios podrían reducir esos males y, con el
tiempo, instaurar nuevas relaciones de asignación de recursos diferentes al
mercado también debería convertirse en una prioridad para un movimiento que
quiera trascender la situación actual. Empezar a contrarrestar las presiones del
mercado también sería clave para revertir lo que nos pareció la característica
menos admirable del movimiento argentino, su aislamiento en cada empresa y la
aparente falta de deseo de los trabajadores de dirigirse a las fábricas no
recuperadas y exigir cambios allí también.
Finalmente, me preocupó oír a los trabajadores explicar que si hubieran estado
empleados en fábricas viables no habrían intentado dirigirlas ellos mismos,
puesto que en ese caso la necesidad no les habría empujado y tampoco habrían
entendido las desventajas de su posición anterior y las posibilidades de
liberación. Me sonó a una prueba que alguien podría utilizar a favor del
concepto de vanguardia por parte de unos pocos, que empujaran a la mayoría
apática contra su falta de conciencia e inclinación. La única respuesta a eso,
creo, no es negar los hechos que describen los trabajadores sino que debemos
rechazar la solución "elitista" por ser contraria a nuestros objetivos más
amplios y, por tanto, debemos exigir a los movimientos que piensen cómo motivar
para la acción y cómo apoyarla en empresas viables, así como en las que
quiebren, y cómo hacerlo no como un proceso de arriba hacia abajo que preservara
la división en clases sino por un crecimiento en las bases que genere un
activismo consistente con su eliminación. No sólo debemos vencer a los
capitalistas, tenemos que conseguir una autogestión completa y verdadera para
toda la economía.
Título original: Argentine self-management
Autor: Michael Albert
Origen: ZNet; Sábado 05 de Noviembre, 2005
Traducido por Alfred Sola y revisado por Felisa Sastre