El cepo colombiano era una forma de tortura y pena de muerte usado en ese país,
que consistía en estaquear a la víctima envuelto en un chaleco de cuero crudo
mojado, a su medida. Cuando se seca, el cuero se encoge inexorablemente y va
oprimiendo lentamente a la víctima, quebrándole los huesos y asfixiándolo, hasta
que muere en medio de espantosos sufrimientos.
El modelo económico Menem, Cavallo, de la Rúa, cuya viga maestra era la Ley de
Convertibilidad, que ficcionaba un peso - un dólar, era para la economía y la
sociedad argentina un verdadero cepo colombiana.
En diciembre de 2001 el pueblo argentino se sacó violentamente el cepo
colombiano y entre cacerolas e incendios reclamó algo diferente, aunque los
diversos actores sociales y políticos no tenían un proyecto colectivo que
refiriera a ese algo diferente.
En este tipo de explosiones de masas se generan sueños que prefiguran futuros,
pero la realidad se termina estabilizando en el punto que determinan las
relaciones de fuerzas sociales enfrentadas. En otros términos, las relaciones de
fuerzas entre el bloque de poder de las clases dominantes y el bloque popular
que intenta construir un contrapoder.
Los sueños argentinos fueron los piquetes, las asambleas, las empresas
recuperadas y tantas otras experiencias que tienen un común denominador: la
aspiración a la autoorganización. Estos sueños no han muerto, sino que han
cambiado de escenario.
De las grandes batallas callejeras, que retornan periódicamente en distinta
escala y con distintas motivaciones, se ha pasado a la construcción cotidiana en
los socavones de la sociedad, donde aquí y allá, continúa esa construcción de
nuevas formas de vida y de trabajo, con mil ensayos, aciertos y errores.
Pero la vida de la sociedad y la institucionalidad política se estabilizaron,
precariamente, en el punto que marcó la relación de fuerzas entre las clases en
pugna.
Primero operó la banda de los devaluadores, encabezada por el Grupo Techint y
representado en el gobierno por el senador bonaerense que se hizo cargo de la
Presidencia, Eduardo Duhalde y sus ministros de Economía, Jorge Remes Lenicov y
José Ignacio de Mendiguren, hasta entonces presidente de la Unión Industrial
Argentina (U.I.A.) y que dicen que fue ministro de la Producción, aunque eso no
se vio..
Su propósito era echar un poco de agua al incendio, para lo cual convocaron a la
famosa Mesa de Diálogo, que fue un diálogo de sordos, pero principalmente
llenarse bien los bolsillos, licuando las fabulosas deudas en dólares que habían
contraído para sostener la fuga de capitales.
Pero se les fue la mano. A fines de abril de 2002 el empleo y el ingreso popular
seguían cayendo en picada, mientras el dólar superaba raudamente la marca de los
4 pesos y en el horizonte se dibujaba el fantasma de la tercera hiperinflación
argentina y de nuevos incendios sociales.
El 27 de abril, asumió como nuevo ministro de Economía el Licenciado Roberto
Lavagna y las cosas comenzaron a cambiar. Para fines de ese año, los indicadores
económicos eran ya distintos. Pero Lavagna no es mago ni populista.
Simplemente es la expresión de un nuevo bloque hegemónico dentro de las clases
dominantes, que se apoya en la nueva relación de fuerzas con los sectores
populares.
Durante el menemato y su continuación aliancista, el bloque hegemónico estuvo
constituido por las privatizadas, los bancos y los acreedores externos, en el
marco de un modelo económico financiero y de servicios. Sin que por eso dejaran
de tomar su porción de la torta los agro exportadores y las multinacionales
petroleras, pero subordinados al sector dominante.
Lavagna expresa racionalmente un nuevo modelo productivista y exportador, en el
que los capitanes del barco son los vinculados al agronegocio, las petroleras y
las empresas siderúrgicas. Sin que dejen de hacer su negocio bancos y
privatizadas y sumando nuevos sectores como los vinculados a la construcción,
maquinaria agrícola, turismo y otros.
Este nuevo modelo se apoya en tres ejes principales: dólar alto, salarios bajos
y tarifas de servicios, por ahora, congeladas. Y, por supuesto, un alto
superávit fiscal, basado principalmente en las retenciones a la exportación, que
sirve para seguir pagando la deuda externa, aunque en nuevas condiciones.
La escasa resistencia del movimiento obrero, que venía de una etapa defensiva,
en la cual las luchas se daban en torno a no seguir perdiendo puestos de
trabajo, incluso a cambio de reducciones de salarios y conquistas sociales,
permitió que el modelo funcionara, con baja inflación, indicadores económicos
positivos y relativa paz social.
Así fue el modelo económico de Lavagna con Duhalde y así continuó siendo con
Kirchner, a lo cual el patagónico le agregó su estilo frontal en política, que
produjo algunos avances positivos en materia de derechos humanos, transparencia
judicial y otros aspectos, incluyendo cierta inédita firmeza en las
negociaciones internacionales, que culminó con los cachetazos a Bush y al ALCA
en Mar del Plata.
Pero ya no basta con gestos. Después de tres años de crecimiento del producto
bruto a porcentajes sin precedentes, con el Tesoro nacional reventando de
superávit y el Banco Central atiborrado de reservas en divisas, la gente que
produce todo este milagro con sus manos, su sudor y su sangre empieza a pensar
que es hora de mejorar su miserable porción, de la torta que sólo ellos
producen.
La conflictividad social comienza a manifestarse de las más variadas formas. Ya
no son sólo, ni siquiera principalmente, los desocupados los protagonistas de
los conflictos. Trabajadores en negro y en blanco, se manifiestan aquí y allá
por mejoras salariales y condiciones de trabajo, por blanquear a quienes están
en negro, por quitarle la soga al cuello del impuesto a las ganancias a los que
trabajan en blanco.
Los patrones, con su alerta olfato de clase, adoptan, como Bush, la guerra
preventiva. Se niegan a convalidar convenios ya firmados, despiden gente, ponen
variados palos en la rueda.
Por citar sólo los más recientes y producidos en nuestra zona, Sulfacid salió
rápidamente a la carga, negándose a convalidar el convenio firmado entre la
Federación Química y la Cámara de los empresarios del sector y produciendo el
despido de 40 obreros. Después de la movilización de los trabajadores, apoyados
por legisladores e intendentes de la zona y con la intervención del Ministerio
de Trabajo nacional, se logró anular los despidos y solucionar el tema salarial,
pero siguen otros temas en discusión.
ICI, la antigua PASA, también se negó a convalidar el convenio químico y
petroquímico y en estos momentos están bajo conciliación obligatoria, que fue
alargada por el Ministerio en cinco días más.
En Rosario, Linderma S.A. empresa se dedica a la distribución de una marca de
gaseosas y dos de cerveza, despidió a 26 trabajadores.
Y en General Lagos, General Motors, que dice estar en plena expansión, despidió
a 34. Tras un paro de 16 horas, el SMATA, gremio que no se caracteriza por su
lealtad a las bases, logró un acuerdo que favorece más a los patrones que a los
obreros.
Se reincorporó solamente a 5 que estaban con parte médico al momento de ser
despedidos (lo cual es completamente ilegal, acotemos de paso). Los 29 restantes
recibirán la indemnización al 180 por ciento que regía hasta antes de ayer, más
un plus de 6.000 pesos y algunos aportes a la obra social. Y las 16 horas de
paro serán descontadas en 4 meses.
Acuerdo poco prometedor para todos los trabajadores, habida cuenta que el
Secretario Adjunto de SMATA, Hugo Zimman Din, es ahora el nuevo Secretario de
Trabajo de la zona Rosario.
Y el pragmático Lavagna va tomando medidas antiinflacionarias, que nada tienen
que ver con los intereses populares. La semana pasada se decidió que el
excedente de superávit fiscal no será para obras públicas ni planes sociales,
sino que se constituirá un fondo anticíclico. En buen castellano, quedará
fondeado en el Tesoro nacional.
Y el jueves nos enteramos que, entre otras cosas, se reduce la doble
indemnización del 180 al 150 por ciento, se proyecta una nueva ley de accidentes
de trabajo que volverá a poner en cabeza los intereses de las Aseguradores de
Riesgos del Trabajo y se invita al Banco Central a que eleve los encajes, para
secar la plaza de excedentes monetarios.
Medidas de neto corte monetarista que niegan la más elemental realidad: los
precios no suben porque haya mucha plata en circulación, sino por la formación
oligopólica de los mismos y la voracidad de los grandes formadores.
El equilibrio precario de la relación de fuerzas sociales se está rompiendo. Y
será a favor de quien pegue más duro. A los sectores populares le esperan
momentos de grandes luchas.