Argentina: La lucha continúa
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Mar del Plata: No es novedad, es continuidad
Jorge Gómez Barata
Altercom
Algunas de las crónicas llegadas de Mar del Plata, magníficamente escritas
revelan la juventud de sus autores, impresionados por el rechazo al presidente
Bush.
El repudio a los presidentes norteamericanos en América Latina no es noticia. La
novedad es la escala continental del rechazo y la madurez de las motivaciones
que lo impulsan.
La historia de estos desplantes, no está ligada sólo a la antipatía hacía los
mandatarios norteamericanos, sino a la profundización de la conciencia política
y el crecimiento de la participación de las masas latinoamericanas en el
acontecer político.
Si bien hasta principios del siglo XX los viajes y giras presidenciales eran
escasos, sobre todo por el tiempo que era preciso invertir en ellos, la
situación se modificó sustancialmente con el desarrollo de la aviación
comercial que permitió a los mandatarios prescindir del correo y de los
embajadores y realizar ellos mismo las más importantes tareas de la política
exterior.
Un ejemplo de esa posibilidad fue Franklin D. Roosevelt que en medio de la II
Guerra Mundial, a pesar de estar paralítico viajó, entre otros sitios a Buenos
Aires, Terranova, Teherán y Yalta en gestiones relacionada con la conducción del
conflicto y la búsqueda de la paz.
Anterior a esa época son contadas las ocasiones en que los presidentes
norteamericanos se aproximaban físicamente a los países latinoamericanos y
cuando lo hacían, establecían contactos exclusivamente con las oligarquías,
completamente al margen de las masas que sin protagonismo alguno presenciaban
desde las gradas las actitudes serviles de los gobernantes nativos.
Esa situación se modificó con la profundización de los procesos políticos en la
región.
El viraje lo marcó la masiva y peligrosamente violenta recepción de que en mayo
de 1958 fue objeto en Caracas el entonces vicepresidente Richard Nixon cuyo
vehículo fue incluso apedreado, situación que en alguna medida se repitió en
Lima.
En Venezuela la movilización popular acababa de derrocar a la feroz dictadura de
Marcos Pérez Jiménez que se mantuvo en el poder gracias al apoyo norteamericano
que la utilizó para profundizar el control imperial de la vida política y
apoderarse de los recursos naturales de Venezuela.
Como resultado de aquel proceso político, se estableció en el gobierno una Junta
Provisional encabezada por Wolfang Larrazábal, cuya radicalización era temida
por la burguesía nativa y el imperialismo que envió a Caracas a Nixon, en medio
de amenazas, incluso de invasión por parte de los Estados Unidos.
La arrogancia imperial que caracterizaba a Nixon que no era precisamente un tipo
simpático y su misión francamente intervencionista, incluso el respaldo
norteamericano a la dictadura de Batista y las simpatías de los venezolanos
hacía la lucha que guerrillera liderada por Fidel Castro, libraba
provocaron lo que algunos comentaristas de la época denominaron un Pearl Harbor
diplomático.
Desde entonces, quizás con la única excepción de Kennedy que reconoció la
legitimidad de la actitud rebelde de las masas latinoamericanas y propuso un
nuevo trato basado en lo que llamó Alianza para el Progreso, ningún otro
presidente norteamericano ha podido realizar nunca más una visita sosegada a
ningún país del mundo.
Los tiempos cuando los presidentes yanquis eran recibidos con genuflexiones en
las capitales latinoamericanas y nuestros gobernantes les hablaban en inglés,
son historia antigua.
La radicalización de la conciencia y de la lucha antiimperialista ligada a la
Revolución cubana, la guerra en Vietnam, el auge del movimiento de liberación
nacional y más recientemente la Revolución Bolivariana y los procesos políticos
en varios países de la región, han producido cambios cualitativos irreversibles.
Lo que acabamos de presenciar en Mar del Plata es una versión actualizada
y ampliada de una realidad vigente hace muchos años.
Lo que ahora ha ocurrido ha sido una respuesta calibrada. A una maniobra de
recolonización a escala continental y a un relanzamiento de las viejas política
imperiales se ha presentado un frente continental y una alianza de fuerzas
nuevas.
Como Caracas en 1958, Mar del Plata no es un destino, sino un camino.
*Jorge Gómez Barata: Historiador y periodista cubano, columnista de Altercom.