Argentina: La lucha continúa
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Elecciones en Argentina
Sensatez y sentimientos
Daniel Campione
Casi de inmediato a las elecciones parlamentarias del domingo 23 de octubre, el
ministro de Economía de Argentina, Roberto Lavagna, anunció un conjunto de
medidas de sesgo conservador: contención del gasto público, creación de un fondo
‘indisponible’ con los excedentes fiscales, reinicio de negociaciones con el
FMI, auspicio a una mesa de acuerdo entre empresarios y sindicalistas que
contenga los conflictos de origen salarial sin ‘desbordes’ en los aumentos de
sueldos. Ese enfoque trasunta una cierta "lectura" del proceso electoral y sus
resultados. La de instaurar mayor "certidumbre" para los inversores externos y
los organismos internacionales, clausurar expectativas de redistribución del
ingreso con aumentos reales a salarios y jubilaciones, y colocar a la inflación
como problema central al mismo tiempo que a la restricción de los ingresos de
las mayorías y del gasto estata como objetivol; instrumentos estos últimos que
convergen a través de los salarios de empleados públicos y jubilados, a los que
se prevé no aumentar. No se habla, por el momento, de una reforma del regresivo
sistema tributario argentino, tal vez por preferir que las retenciones a la
exportación de bienes primarios y el impuesto al consumo encarnado en el
Impuesto al Valor Agregado sigan financiando el gasto público y proporcionando
amplios excedentes para el pago de la deuda externa.
El presidente Kirchner y el gobierno nacional en su conjunto se consideran
avalados y fortalecidos después de unos comicios que no le dieron la victoria
aplastante que muchos creen (o quieren) percibir, salvo que se otorgue esa
consideración a una votación del cuarenta por ciento de los votos válidos,
que equivale a no más del treinta por ciento del padrón electoral. Lo que sí
consiguieron fue derrotar con amplitud a sus principales enemigos políticos
dentro del propio peronismo, empezando por los ex presidentes Duhalde y Menem; a
lo que se agrega la fortuna de tener una oposición dispersa y sin liderazgos
consagrados ni por derecha ni por izquierda, además de un amplio sector que no
se decide entre ser gobierno u oposición, como el triunfador en el tercer
distrito más importante del país, Hermes Binner, del Partido Socialista de Santa
Fe. La izquierda orilló el cinco por ciento de los votos nacionales, en una
atomización que la privó de sus representaciones parlamentarias nacionales e
incluso de buena parte de las locales.
Por tanto el gobierno se fortalece efectivamente, en un cuadro que debe casi
tanto a la debilidad ajena como a la fuerza propia. Entre sus apoyos se
distinguen dos posiciones básicas.
Por un lado, los que apuestan con más o menos énfasis a una cierta
redistribución del ingreso e incremento del gasto en las políticas sociales, a
evitar la inflación con controles de precios y regulaciones en lugar de con
frenos a los ingresos populares, y a retomar el control estatal sobre la
educación, la salud, el transporte, las comunicaciones y los servicios públicos.
Pero no se atreven a sustentar posiciones que puedan resultar "rupturistas" y
tampoco aparecen seriamente dispuestos a intentar estimular por abajo lo que el
gobierno no quiere hacer desde arriba. Esta tesitura predomina entre los "kirchneristas"
que no pertenecen al Partido Justicialista, un variopinto conjunto de dirigentes
sociales (incluyendo ‘piqueteros’), políticos de prosapia izquierdista,
intelectuales, periodistas "progresistas"; y detenta algunos parlamentarios y
unos cuantos funcionarios, la mayoría de segunda o tercera línea. Esta
perspectiva no es de realización imposible, pero sí se vislumbra como
improbable, ya que no parece el camino más "rentable" para un elenco de gobierno
que subordina los propósitos transformadores a su propia acumulación de poder,
en condiciones que desea sean de "gobernabilidad", entendida como contención
para los de "abajo" y tranquilidad en sus negocios para los de "arriba".
En otra postura están los que respaldan a Kirchner como parte de su permanente
política de cercanía al poder (como hace el "aparato" del Partido
Justicialista), o desde las clases dominantes mantienen una política de apoyo al
gobierno para garantizar que siga favoreciendo el "buen clima de negocios" (como
la Asociación Empresaria Argentina y la actual conducción de la UIA). Ellos son
los que reclaman que, terminado el episodio electoral, el presidente "gobierne",
y en su léxico eso quiere decir ajustar tarifas, acordar con los organismos
internacionales, mejorar las relaciones con EE.UU, contener salarios y
generar nuevos estímulos para la inversión, tanto local como externa. En suma,
el programa del "capitalismo serio", que podrá ir acompañado en los próximos
tiempos, de la construcción de esa coalición de "centroizquierda" que el
presidente ha verbalizado últimamente como su futuro sustento político en un
bipartidismo renovado, más "europeo" y moderno que el que terminó su agonía en
diciembre de 2001. Enfrente se colocaría la "centroderecha", que no es otra cosa
que la pudorosa denominación que la derecha recibe en Argentina, que deberá
ajustar su articulación y liderazgo, pero viene logrando un caudal de votos
que le permitiría erigir un candidato presidencial para las elecciones de 2007.
Con estos comicios y sus resultados, las múltiples vertientes del establishment
en Argentina, desde la Iglesia a los medios de comunicación, pasando por el
empresariado y la dirigencia partidaria supérstite, confían en haber dado un
cierre definitivo al período de zozobra abierto en 2001-2002. Crecimiento
económico alto, gobierno respaldado por el sufragio, sentido común
"reformateado" en torno a la agenda que el poder fue reconstruyendo en este
último par de años, parecen apuntar hacia la viabilidad de ese objetivo.
La conflictividad obrera, la persistencia en los reclamos de los "piqueteros
duros", y ese descontento difuso que se expresa en cifras de voto en blanco y
nulo todavía elevadas, hacen pensar sin embargo que la rebelión popular de aquel
diciembre no ha terminado de "pasar a la historia".