Argentina: La lucha continúa
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Eduardo Aliverti
Entre las muy pocas opiniones disonantes con la observación de que el
kirchnerismo obtuvo poco menos que un cheque en blanco, sobresale un estudio del
Instituto de Estudios y Formación de la CTA, realizado por el diputado Claudio
Lozano.
La sencillez de esa cuenta apunta que la suma de quienes no concurrieron a
votar, lo hicieron en blanco e impugnaron alcanza a más del 35 por ciento:
9.236.117 ausencias y votos. Y el kirchnerismo, tomado con su conjunto de
aliados, se ubica en un cómodo segundo lugar con el 26,1% del total de padrón. Y
aun cuando a ese 35,4 por ciento se le restase alrededor del 15, que es el
porcentaje del padrón que históricamente no viene concurriendo a los comicios,
la cifra resultante es que entre los nuevos ausentes y quienes votaron en blanco
e impugnaron agrupan a más del 20 por ciento. O sea, el segundo conglomerado
significativo del padrón, a apenas 6 puntos de lo que obtuvo el oficialismo. Sin
embargo, la interpretación política de las cifras debe complementarse con la
construcción de subjetividad que esos números suponen.
Tomemos el caso de Macri, que llevó a tanto tendencioso, vago o apurado a hablar
de una victoria notable y hasta de la derechización de la sociedad porteña. Una
barrabasada analítica: Macri, redondeando con viento a favor, no logró otra cosa
que mantener los votos de sus enfrentamientos con Ibarra; y la suma de los
sufragios de Carrió y Bielsa, que dividieron lo que puede verse como la mayoría
del voto progre o, antes, como el voto "útil" de rechazo tajante a la figura del
presidente de Boca, da casi exactamente la cifra lograda por el jefe de Gobierno
capitalino cuando lo derrotó en la segunda vuelta. Ni siquiera hace falta
agregarle los porcentajes de La Porta, Zamora y los pedacitos de la izquierda,
que confluyen arriba del 12 por ciento, si se los toma desde la obviedad de ser
sufragios irreversiblemente antimacristas. Sin embargo, tan cierto como que una
clara mayoría de los porteños es, por lo menos, contestataria respecto de la
imagen de Macri, lo es que la distancia que obtuvo sobre el segundo y tercero lo
instala en el imaginario colectivo, desde la gran vidriera del país, como el
eventual nuevo líder de la oposición. Y es desde allí donde tiene la gran
posibilidad de construir poder. No desde la lupa fría de los números, sino con
los signos concretos; con el marketing mediático; con el aura de ganador
indiscutido; con la chorrera de plata que lo respalda, asoma o puede asomar
tranquilamente como opción para una sociedad que viene demostrando muy de sobra
sus características histéricas a la hora de elegir.
A Kirchner le calza la analogía. La cuenta despinada le da apenas ese poco más
de un cuarto del padrón. Perdió Capital. Perdió Santa Fe y, francamente,
detenerse en la trascendencia de su muy buen desempeño en distritos técnicamente
irrelevantes no suena a sentido común. Pero, otra vez, lo importante no es eso,
sino la imagen de vencedor avasallante que instalaron los medios y la forma en
que barrió a su progenitor Duhalde. Y algo más: la primera minoría de quienes no
votaron, lo hicieron en blanco o impugnaron no expresan, como alternativa,
absolutamente nada. Quieren decir disconformismo, displicencia o indiferencia,
pero jamás construcción. Son aprovechados o aprovechables por las fuerzas y
dirigencia tradicionales que creen rechazar con su ausencia o con su voto.
Al oficialismo le queda abierto el gran riesgo de que el centroizquierda que
dice encarnar se revele incapaz de corregir la monstruosa desigualdad social,
como le ha ocurrido a todas las fuerzas de ese espacio colapsadas, de manera
invariable y más tarde o más temprano, por terminar siendo una mala fotocopia de
los originales de la derecha. Y podría ser explícitamente hacia allí, hacia la
derecha, donde quede plasmada la próxima fuga de los votos. Es un juego abierto
donde intervendrán factores que hoy son muy difíciles de calcular. Lo que quiera
que vaya a suceder, eso sí, antes que pasar centralmente por los votos está
atravesado por la conciencia, la lucha, la organización y el liderazgo que
quieran darse las grandes franjas de desposeídos y postergados. De todo lo cual
los votos no son causa sino efecto. Si eso no se entiende, seguirán pasando las
elecciones, se alternarán la derecha y la izquierda de la derecha e, inclusive,
alguna revuelta popular podrá ser apta para cargarse a otro presidente. Pero la
ausencia de opciones seguirá dejando las cosas como están, sin alterar el statu
quo.
Y tal vez, aunque solamente tal vez, se trate de eso. De que en esta etapa
histórica la mayoría del pueblo está irritable y hasta enojada. Pero con un
grado de macroconformismo que, sumado a la carencia de líderes atractivos entre
quienes se oponen al orden establecido, lo deja muy lejos de entregarse a la
utopía de algo no diferente sino distinto.