Argentina: La lucha continúa
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El papel del trabajo: Argentina
Empresas recuperadas
Paulo Braga
La Jornada
De la necesidad surgió el ingenio. Trabajadores argentinos han sacado a flote empresas abandonadas por sus propietarios originales en la tormenta de las crisis que han azotado a ese país. ¿Marx está de regreso? "Tuvimos el coraje de ocupar, la valentía para resistir y nuestro desafío es tener la inteligencia para producir", dice uno de los protagonistas de esta historia.
Seguramente no se trata de la materialización de la utopía socialista del
control de los trabajadores sobre los medios de producción, pero algunos miles
de personas que hacían funcionar fábricas que fueron cerrando sus puertas una
tras otra durante las últimas décadas decidieron hacer algo para evitar la
destrucción de sus puestos de trabajo. Ante el abandono de instalaciones
industriales argentinas por los empresarios que llegaron a la conclusión de que
era mejor dejar que sus negocios quebraran, grupos de obreros decidieron tomar
posesión de máquinas y galpones, manteniendo de alguna manera la actividad
productiva.
El fenómeno, iniciado de manera tímida a fines de los años 70 como reacción a la
primera oleada de desindustrialización en Argentina, provocada por la apertura
del mercado impulsada por el régimen militar, se intensificó con la política
neoliberal de la década de 1990, pero sólo pudo hacerse viable con el colapso
económico de 2001. El pico de esa reciente crisis fue el golpe de gracia para
muchas empresas, pero a la vez creó condiciones para que algunos sectores
beneficiados por el fin de la paridad cambiaria del peso con el dólar
recuperaran la competitividad, y fue con ese margen de maniobra que los nuevos
emprendimientos lograron desarrollarse.
En la actualidad existen alrededor de 180 empresas recuperadas por los
trabajadores en el país. Los mismos líderes del Movimiento Nacional de Empresas
Recuperadas reconocen que su valor es, por ahora, más bien simbólico y que el
peso de dichas empresas en el conjunto de la economía es ínfimo. Pero algunas de
esas firmas lograron hacerse de un espacio en el mercado y hasta exportan sus
productos.
"Tuvimos el coraje de ocupar, la valentía para resistir y nuestro desafío es
tener la inteligencia para producir", afirma Hugo Fucek, ex miembro de la
agrupación guerrillera Montoneros, quien para escapar del régimen militar pasó
por México y Cuba. Fucek, de 53 años, integra con otras 22 personas la
Cooperativa de Trabajo Viniplast Ltda. La fábrica de telas plásticas, ubicada en
el antiguo barrio industrial de Mataderos, llegó a tener 70 empleados en la
década de 1970.
Junto con otras 12 empresas de la ciudad de Buenos Aires, Viniplast fue
beneficiada por una ley que expropió las compañías, transfiriendo su control a
cooperativas formadas por trabajadores que las ocuparon después de que la
mayoría fue abandonada por sus propietarios. Una de esas empresas es una fábrica
de grisines (palitos de pan), cuya historia fue vertida en la película
Grissinópoli, del director Darío Doria, ganadora en 2004 del premio de mejor
documental en el Festival de Barcelona, que se estrenó en agosto pasado en
Buenos Aires.
El filme narra la historia de sus 16 empleados, la mayoría de los cuales no
terminaron la escuela primaria y son mayores de 50 años. Ellos decidieron ocupar
las instalaciones de la fábrica después que sus dueños dejaron de pagarles nueve
meses de sueldos y cerraron la planta. Los obreros formaron la cooperativa Nueva
Esperanza y tomaron el control de la fábrica, que volvió a producir.
La legislación aplicada en dichos casos, aprobada a fines de 2004, determina que
cada cooperativa tiene 20 años para devolver al gobierno de la ciudad la
indemnización pagada a los antiguos propietarios por la expropiación y añaden
tres años de gracia. Con particular pragmatismo, Fucek se distancia del sector
que asocia el movimiento de las empresas recuperadas a "una nueva vanguardia de
los trabajadores" y se preocupa de la factibilidad de su negocio. "Desde que
empezamos, invertimos 200 mil pesos [casi 70 mil dólares] en la adquisición y
reparación de máquinas", explica, mientras toma café en el bar del hotel Bauen,
un tres estrellas ubicado en la tradicional esquina porteña de Callao y
Corrientes, que también integra la lista de empresas recuperadas por sus
empleados.
Fucek explica que en este momento cada uno de los miembros de la cooperativa
Viniplast se lleva a su casa mil 300 pesos (unos 450 dólares) por mes, y afirma
que por ahora es necesario vivir con sueldos modestos, "pero dignos", para
prepararse para el futuro. "Nuestro sueldo podría ser más elevado, pero tenemos
que invertir y pensar en el momento de pagar la deuda", estimando que el valor
que tendrá que entregarse al gobierno de la ciudad para compensar la
indemnización pagada a los antiguos dueños es de 1 millón de dólares.
Mientras algunas empresas tienen problemas, otras ya exportan su producción.
"Como sucede en Colombia, Estados Unidos y España, en México la gente brinda con
copas de cristal fino hechas por los trabajadores de la Cooperativa de Trabajo
Cristalería Vitrofin de Cañada de Gómez", celebra una comunicación de la
flamante agencia de noticias del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas. El
texto, publicado en el sitio de Internet de la organización, da cuenta de que
"hacia la tierra del Chapulín Colorado partirá en los próximos días un
contenedor de entre 10 y 12 mil unidades elaboradas en la empresa recuperada de
la ciudad de la provincia de Santa Fe". Otra nota menciona la oportunidad de que
una empresa recuperada en la provincia de Córdoba, en el centro oeste argentino,
venda tractores "para la reforma agraria de Venezuela".
Con un poco menos de euforia, la principal preocupación de Fucek y de los otros
trabajadores de Viniplast en este momento es la misma que tienen otros
industriales argentinos: la dificultad de competir en el mercado interno con la
producción que viene de Brasil y, principalmente, de China. "Hasta ahora
veníamos bien, pero hoy un artículo que a nosotros nos cuesta 12 o 13 dólares,
viene de Brasil a nueve y de China a un costo aún menor", se lamenta,
defendiendo la necesidad de contar con medidas oficiales para proteger a la
industria local. Ese mismo reclamo lo hace prácticamente todo el empresariado
argentino y ha sido escuchado por el gobierno del presidente Néstor Kirchner,
que aplicó formas de protección para algunos productos.
En contraste con la preocupación pragmática de hombres como Fucek, el movimiento
cuenta además con representantes identificados con una visión de izquierda que
él cree ya superada. "Hay gente que quiere la estatización de las empresas, con
el control de los obreros", pero si el Estado no tiene la capacidad de
satisfacer las necesidades básicas de la población, ¿cómo podrá cumplir las
necesidades productivas?", se pregunta.
De acuerdo con su visión, las empresas recuperadas no son "la panacea
revolucionaria, pero son otro camino. Lo que sí hacemos es repartir la riqueza
de manera más equitativa, y eso es revolucionario", concluyeel ex guerrillero.