Argentina: La lucha continúa
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Porque no voto
Artículo 37.- Esta Constitución garantiza el pleno ejercicio de los
derechos políticos, con arreglo al principio de la soberanía popular y de las
leyes que se dicten en consecuencia. El sufragio es universal, igual, secreto y
obligatorio. La igualdad real de oportunidades entre varones y mujeres para el
acceso a cargos electivos y partidarios se garantizará por acciones positivas en
la regulación de los partidos políticos y en el régimen electoral.
Constitución Nacional de la República Argentina
Hugo Alberto de Pedro
Para que el lector siga con atención el contenido de este artículo, extenso por
cierto, debo aclarar que mi posición frente a las próximas elecciones
legislativas en la República Argentina del 23 de octubre próximo es la de no
votar par nadie. Una vez aclarado esto corresponde justificar los motivos que me
han llevado a ésta decisión tajante y a la vez, quizás, encontrada con el
criterio democrático tradicionalista que impone la necesidad de elegir
obligatoriamente entre las diferentes opciones políticas impuestas.
Desde el año 1983 los argentinos hemos votado mayoritariamente a las propuestas
políticas ofrecidas: Alfonsín en 1983 (51,9%), Menem en 1989 (47,3%) y 1995
(49,8%), de la Rúa-Álvarez en 1999 (48,4%) y por último la elección presidencial
de 2003, convertida en una interna partidaria entre Menem, Kirchner y Rodríguez
Saá, en donde el justicialismo alcanzó el 60,7% de los votos. Todo ello ha
tenido de una u otra forma su correlato en las once elecciones parlamentarias
realizadas.
Los cambios estructurales en los últimos veintidós años han sido escasos en
cuanto a la distribución del ingreso y la riqueza como en el mejoramiento de las
condiciones de vida del pueblo. Su extremo ha sido magnánimo en el aumento de la
riqueza para una minoría privilegiada, la explotación del trabajador y
debilitamiento de su participación en el producto bruto nacional, la entrega de
la representación sindical a las enquistadas cúpulas gremiales que llevaron
adelante el desamparo del pueblo trabajador, la precariedad del empleo con
desocupación y subocupación insostenibles e inimaginables, el aumento a niveles
inmorales de la pobreza, la indigencia y la exclusión social, el facilitar la
injerencia y coerción económico-financiera-social de los organismos
internacionales de crédito junto al de los oligopolios de privatizadores y
concesionarios, la pérdida del control sobre los recursos nacionales
fundamentales otrora en manos del Estado, la desarticulación, actualización y
fomento de las políticas públicas educativas y de salud, el quebrantamiento de
la seguridad jurídica junto a la cooptación de jueces, la implementación de las
economías populares de mercado y todas las variantes neokeynesianas ensayadas
hasta el hartazgo, el retroceso en la vigencia de los derechos humanos y
ciudadanos, etc.
Al mismo ritmo que el pueblo fue perdiendo los derechos y garantías
fundamentales consagradas constitucionalmente un pequeño grupúsculo de políticos
se fue adueñando del centro de la escena nacional. Han realizado tantos pactos,
acuerdos, frentes, alianzas y trapisondas como fueron necesarias para hacerse
del mismísimo poder. Todo sin la más mínima presencia de concepciones
ideológicas, dogmáticas ni de principios. Puro pragmatismo político.
La utilización de los medios de comunicación -mediatización de la política- ha
terminado y determinado la exclusión del debate interno en cada fuerza política.
Obviamente que ello no ha sido ingenuo sino que tras de sí lleva la perversidad
propia de la hegemonía y el autoritarismo político partidario. Éste último aún
bajo su forma solapada de "autoridad" política. La mediatización ha sido
impuesta al pueblo hasta convertirlo en un "escucha", "lector" o "veedor" simple
y sin opinión.
Haber logrado en cuatro años quebrar el pensamiento y la exigencia de "que se
vayan todos y que no quede ni uno solo", ha sido mérito innegable de las elites
políticas que veían peligrar su continuidad en el crecimiento de las posiciones
contestatarias. La falta de acciones activas, sostenidas y revolucionarias de
las organizaciones, movimientos y asambleas populares pueden justificarse en el
temor popular de caer en propuestas anti-sistema imperante, la confianza
traicionada una vez más por los ejecutores de las políticas, el nivel de apatía
generalizado que fue aprovechado por el eje político dominante, con más los
errores de los que intentaron adueñarse estúpidamente de los incipientes
movimientos sociales.
La democracia representativa impuesta es totalmente excluyente de los más
mínimos intereses sociales y populares mayoritarios. Estos no cuentan a la hora
de establecer políticas porque su nivel de acción y de actuación ha sido
perfectamente atomizado, desarticulado, vilipendiado y entregado por las propias
dirigencias sociales, políticas, empresariales y sindicales en pos de las
propias conveniencias del poder.
El modelo neoliberal capitalista ha trascendido a los diferentes partidos
políticos y a las alianzas frentes creados para alcanzar el poder en los actos
eleccionarios. Tanto peronistas, radicales y frepasistas han seguido abrazados
al modelo, al cual lo han maquillado al solo efecto de hacerlo más efectivo y
perverso. Sin dudas criminal también.
Con el neocorporativismo, llevado adelante por todas las dirigencias que
ocuparon el poder, han demostrado su alejamiento de los sectores populares y
fundamentalmente del pueblo trabajador al que han traicionado y empobrecido
sistemática y políticamente. Basta recordar las reformas del Estado, de los
regímenes de jubilación, de las leyes de empleo; así como las políticas de
privatizaciones y concesiones, emergencias económicas, planes de ajuste
económico-financiero y superpoderes otorgados al Poder Ejecutivo.
Sabemos perfectamente que nos han llevado a una plutocracia, donde el poder de
la riqueza personal condiciona al derecho del pueblo en la búsqueda de su
genuina representación y posibilidades de participación.
Las posiciones sostenidas por la izquierda nacional han sido una vergüenza,
desde la negativa sectaria de procurar la posibilidad de sustanciar un polo
político que pretendiera luchar por el poder real y que convirtiera, desde la
unidad en la diversidad, a la lucha de clases en el eje central de las
reivindicaciones populares, sociales y fundamentalmente de la clase trabajadora.
Los principios esenciales del ideario, dogma, doctrina y pensamiento marxista,
que siempre reivindicaré, fueron destruidos por un manojo de dirigentes miopes.
La única cuestión que no se les puede atribuir es el desencanto en el manejo de
la cosa pública, por razones lógicas de no haber pretendido hacer cosas
superiores políticamente.
Al analizar quienes han sido más duramente castigados en las últimas décadas nos
permite advertir que las políticas llevadas adelante no han sido casuales y que
no han sido producto de efectos colaterales de ellas. Son el cúmulo de las
acciones tendientes a generar el empobrecimiento y la exclusión de las mayorías,
por un lado para posibilitar el enriqueciendo de las minorías que en definitiva
los políticos representan y por el otro mantenerlas cautivas en la desesperación
del hoy y mañana oscuro que se presenta. Para comprobarlo solamente hace falta
comprobar la distribución del ingreso y la riqueza que han llevado adelante las
diferentes administraciones, las que han sido permitidas por las diversas
conformaciones del Congreso Nacional.
Las administraciones ejecutivas y los parlamentos han estado más atentos de las
opiniones y exigencias de los gobiernos de países desarrollados del primer mundo
hacedores de guerra e invasiones terroristas, de los acreedores usurarios
externos y de los organismos internacionales de cualquier tipo, en lugar de la
opinión, lucha y resistencias del pueblo argentino en toda su territorialidad.
Éstas no han sido cuestiones menores en todos estos años por más de se haya
intentando minimizarlas y ningunearlas hasta extremos de características
autoritarias y represivas.
Las diferentes facciones de los partidos políticos mayoritarios han accionado
siempre en el sentido de hacer acallar las opiniones en contrario de sus propias
huestes, para imponer las decisiones de los grupos concentrados de poder interno
dentro de cada espacio político. Solamente ha sido el mantenimiento de la
ocupación de los espacios ejecutivos y legislativos sus intereses supremos y que
los han llevado adelante con los mismísimos personajes que dicen ellos condenar
y separarse una vez logrado sus espurios objetivos. En estas elecciones de la
democracia representativa para cargos legislativos una vez más ha quedado al
desnudo las miserias internas de los partidos políticos al bloquear cualquier
tipo de discusión intestina.
Si los partidos políticos que se ofertan en esta puja legislativa han
quebrantado en las últimas dos décadas sus principios ideológicos, y sus
representantes más sobresalientes se han cambiado de traje y posición -según la
mejor ocasión- para perpetuarse en el poder, acometer con dádivas y sacar
ventajas y réditos personales dentro del sistema político institucional plagado
de corruptelas. ¿Quién puede seriamente pensar en votar por alguno de ellos?
La falta de proyectos políticos es producto, o mejor dicho resultado final, de
los caminos que han querido recorrer sus máximos dirigentes. Los que justamente,
y no por casualidad, son los mismos que pregonan la necesidad de que el
ciudadano vote. Esa es la cuestión que les preocupa. Que se vote.
Claro, si así fuese, acto seguido deben estar nuestras preguntas:
¿Votamos a una persona o votamos por un proyecto político?
¿Votamos para que ellos no se bajen del tren político o votamos para que nuevos
y jóvenes legisladores tengan la oportunidad de cambiar las cosas?
¿Votamos para que la corrupción y la mentira sigan enquistadas e impunes o
votamos para que sea una nueva legislatura la garantía del control
constitucional?
¿Votamos a los familiares y secuaces de los políticos o votamos por aquellos que
no tienen compromisos y que contribuyan a legislar con una visión amplia y
superadora?
¿Votamos para que sean recompensadas sus apetencias materiales personales y de
sus lacayos o votamos para lograr recuperar la honorabilidad perdida y
abandonada de los legisladores?
Sumando a todo lo expuesto, resulta a todas luces insuficiente e inmoral cada
una de las ofertas "partidario-políticas", "frente-políticas",
"encuentro-políticas" y/o "individualistas-políticas" que nos presentan para la
renovación parcial de la clase legislativa.
Los candidatos no saben para qué fines quieren acceder al parlamento. Surgiendo,
sin embargo, de forma clara y precisa que sus postulaciones y ofertas son para:
· Apoyar ciegamente y sin reservas el poder hegemónico y autoritario del
kirchnerismo.
· Dirimir en una elección nacional problemas irresueltos dentro de cada fuerza
partidaria.
· Desprestigiar y atacar con vehemencia y mentiras cualquier opción
contestataria y cualquier cambio propuesto.
· Impedir cualquier discusión sobre el modela neoliberal imperante e impuesto
democrática y representativamente.
· Domesticar a la opinión del electorado bajo el pretexto de no volver a un
pasado del cual han sido ellos los artífices y partícipes necesarios.
· Imposibilitar la participación ciudadana en las cuestiones nacionales basada
en el principio de que el sistema de representación es el único camino viable.
· Negarse sistemáticamente al debate de ideas y obstruir cualquier especie de
discusión política e ideológica.
· Pedir ayuda y apoyos para intensificar las políticas que no han permitido que
sean debatidas con la participación ciudadana.
· Crear en la opinión pública un concepto de necesidad en el alineamiento
irrestricto entre la función legislativa y la ejecutiva, como única forma de
llevar adelante a las instituciones.
· Mentir sobre las consecuencias de las políticas realizadas que han dejado al
ser humano por fuera de cualquier contemplación sobre su desarrollo y bienestar.
Sabemos que votar es un derecho constitucional al que no se puede renunciar y
sobre el cual nadie puede avanzar para conculcarlo o suprimirlo. Pero también
sabemos que a cada ciudadano le asiste el derecho de no actuar contra sus
propios intereses y no permitir que se le relegue a la simple condición de
votante.
Los argentinos nos hemos equivocado en infinidad de oportunidades y
circunstancias, hemos sido llevados de un lado a otro de los intereses
personalistas de los políticos, nos han arrinconado bajo las promesas mendaces
del capitalismo original y del salvaje, nos hemos hecho los desentendidos de
haber llevado al poder a los políticos que no han rendido cuentas y tampoco se
las hemos exigido.
En consecuencia, no votar por nadie, no votar a ninguno, es una manifestación de
rechazo a la clase política, es no posibilitar con nuestro voto que las
tendencias políticas se agudicen, es manifestar que no compartimos ni apoyamos
estas prácticas disociadas del interés general del pueblo argentino.
No votar no es evitar o evadirnos de participar.
Es justamente participar para que todo cambie. No votar en estas circunstancias
es tener un compromiso revolucionario y por el cual seguiremos luchando hasta
que hagamos posible cada uno de los cambios necesarios.
20 de octubre del 2005