Una República Cromagnon, no puede sostenerse sin la impunidad.
Primitiva y más cercana al gorila que al ciudadano, resuelve las relaciones a su
voluntad o a los palos. Está en su naturaleza.
Con poca inteligencia y mucha fuerza repite sin variantes sus movimientos,
dirigidos por su voracidad de acumulación y por la reacción ante cualquier
oponente.
Actúa sin tomar en cuenta su entorno y parece no ver con los ojos.
La realidad de miseria, hambre, desocupación, ausencia de vivienda, salud y
educación desborda los límites de esta República. Y el recurso para solucionarlo
siempre es la represión.
En esta vía Ibarra tras la corrupción que emparenta su gestión con el mundo del
espectáculo, la droga, la policía y los jueces, repite gestos de gorila. Aparece
al día siguiente de la tragedia rodeado del empresariado de la 'joda' porteña,
para terminar en otro movimiento primitivo que profundiza la impunidad, con un
abrazo al apoyo del PJ bonaerense.
No se equivocan los jóvenes y familiares cuando se movilizan de a miles gritando
que a los pibes no los mató ni la bengala ni el rock, que los mató la
corrupción.
La postergación presente y la falta de futuro que ven en su camino nuestros
hijos, sus expresiones y su bronca no son causa sino consecuencia de años de
genocidio, saqueo e impunidad.
En la Argentina gobernada por la UCR, la Alianza y el PJ, dos Cromagnones por
semana dejan sembrados los cementerios con niños por desnutrición y causas
evitables. Veintidos millones de pobres y el constante aumento de la distancia
entre las mayorías más pobres y los pocos más ricos dan cuenta que tampoco las
exportaciones y el superavit fiscal derraman bienestar a nuestro pueblo.
Al contrario, se retoma y consolida el sentido de una economía en manos de
grupos multinacionales a expensas del pueblo. Con él se reorienta otra vez la
ideología de la sociedad hacia la culpabilización de las víctimas. Y si las
mayorías son responsabilizadas y criminalizadas, por supuesto que se necesita
más control y más represión.
Para eso nada mejor que un experto como 'Juanjo Alvarez', que juró desempeñar su
cargo con lealtad y patriotismo a la República Cromagon con el aval de la plana
mayor del duhaldismo.
Alvarez construyó su carrera haciendo gala de una imagen legalista en materia de
seguridad, es un gran manejador del aparato represivo, los medios de prensa y de
la rosca con intendentes, policías y jueces.
Con esa habilidad destacada hoy por Ibarra y Chiche Duhalde, ejerció el
Ministerio de Seguridad provincial con Ruckauf y luego en la Nación con Duhalde.
En el 2002 fue el mentor de la estrategia para reprimir a los movimientos
populares que derrocaron a De la Rúa y avanzaban hacia un país con justicia
social.
Mientras Oscar Rodríguez desde la SIDE y Quindimil en Lanús, planteaban el
enfrentamiento en términos de 'disputarle la calle a los piqueteros y los
zurdos', Alvarez apelaba a operaciones de acción psicológica desde los medios
periodísticos y había repuesto la política represiva de la dictadura militar
mediante el accionar conjunto de las cuatro fuerzas de represión interior, que
bajo su coordinación se mostró con esplendor en la masacre del Puente Pueyrredón.
Una semana antes desató una propaganda feroz para enfrentar a las clases medias
con los trabajadores desocupados movilizados y construir el clima de miedo y
violencia que justificara lo que vendría.
El 26 de junio de 2002, más de 40 personas fueron heridas con munición de guerra
en Avellaneda y eran asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki como
resultado del operativo represivo que dirigió desde su oficina, en permanente
comunicación con los Jefes de la Policía Federal, la bonaerense, la Prefectura y
los servicios de inteligencia que actuaron rompiendo comercios y quemando
vehículos.
Inmediatamente después de los asesinatos, y hasta que se conocieron públicamente
las fotografías que incriminaban a la Policía, Alvarez se convirtió en vocero
oficial repitiendo los mismos argumentos que planteaba el Comisario Fanchiotti.
Aquella primera noche después de los asesinatos y en los días siguientes,
insistió en destacar la existencia de armas de fuego entre los manifestantes. La
policía no secuestró ni una sola arma a pesar de las 160 detenciones y ningún
efectivo fue herido por disparos.
En el trabajo de Investigación 'Darío y Maxi, dignidad Piquetera', publicado por
el MTD Anibal Verón, se analiza la actitud de Alvarez: 'Tan bien conocía lo que
había pasado aquel día en Avellaneda que, antes de terminar la conferencia,
cometió el fallido que lo delató. Refiriéndose a la denuncia del chofer al que
le incendiaron el colectivo en la avenida Mitre al 1.300, a trece cuadras del
Puente cuando ya no quedaban manifestantes, lo hizo en estos términos: 'Como ha
denunciado un chofer de colectivos, lo ha bajado del mismo, personal que estaba
con escopetas'. Con su acto fallido Alvarez no hizo más que confirmar lo que
cualquiera que estuvo en Avellaneda aquella tarde sabía: que portando escopetas,
armas de fuego, Itaka, el 26 de junio sólo hubo personal policial.'
Hoy en la Ciudad de Buenos Aires, como en una nueva guerra contra los pobres,
propone la conformación de un 'grupo' ( de tareas? ) interjurisdiccional y
'tácticas de prevención comunitaria y prevención situacional', en villas y
ocupación de espacios públicos, eufemismos que hablan de acciones para control
social y represión ante posibles movimientos ciudadanos.
En la República Cromagnon el jefe de la Ciudad, con el aval del Presidente de la
Nación, para responder a la demanda de gestión honesta y justicia, recurre
brutalmente a lo más 'capaz' de cualquier cosa, con probada experiencia
antipopular.
Néstor Kirchner acaba de denunciar en un discurso encendido a los gobiernos que
han mirado al pueblo con la nuca.
Reponer a 'Juanjo' Alvarez y sus políticas, mientras pesan sobre él, denuncias
como represor y el repudio de las organizaciones sociales como de los organismos
de derechos humanos, da cuenta de una repetición primitiva de los actos de
impunidad y esta muy lejos del mirar al pueblo a los ojos.