Argentina: La lucha continúa
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Cromagnon y la vigencia necesaria del ¡que se vayan todos¡
Daniel Campione
La noche previa al fin de año de 2004 quedó marcada por la muerte, la de casi
doscientas personas, la gran mayoría jóvenes, parte de ellos niños o casi. Como
ocurre habitualmente en estos casos, los medios de comunicación comenzaron de
inmediato a ensayar explicaciones y a buscar responsables. Como también suele
pasar, las causalidades analizadas son menos complejas y precisas que lo que un
examen riguroso exige.
Ya en el mes de mayo un informe de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de
Buenos Aires advertía sobre las graves deficiencias en la habilitación de los
boliches bailables y la posibilidad de un siniestro como el que efectivamente
sucedió. Sin embargo, como ese mismo informe profetizaba, sólo después del
desastre comienzan a anunciarse medidas para remediar la situación.
Es sabido que en las sociedades capitalistas el afán de lucro de los empresarios
es el motor fundamental de la actividad económica. Y al menos debería saberse
que es inútil esperar que espontáneas consideraciones éticas circunscriban la
búsqueda de ganancias a límites compatibles con alguna noción válida de 'bien
común'. Justamente la mercantilización universal, incluyendo a la salud y la
vida humanas, está en la esencia del capitalismo. Hasta la reducción a
esclavitud, incluso el asesinato masivo, han encontrado y encuentran una y otra
vez organizadores entusiastas cuando resultan rentables; salvo que la rebeldía
social o algún tipo de regulación pública (a menudo adoptada después de que
ocurre la protesta) los impida.
Cobrar entradas para hacinar jóvenes entusiastas en galpones precarios, es una
de las muchísimas formas 'legales' de hacer ganancias a costa del peligro, el
sufrimiento o la superexplotación del prójimo. Se viene practicando desde hace
mucho, y la autoridad estatal, en ninguna de sus formas, ha tratado seriamente
de impedirlo. Hoy, el 'día después', renuncian jefes de inspectores y
secretarios de Seguridad. Los típicos 'fusibles' cuyo salto permite que el todo
pueda recomponerse más o menos como antes. Es probable que, dado lo terrible de
lo sucedido, las medidas de seguridad en los ámbitos bailables y de recitales
mejoren. Pero, a no dudarlo, mientras no se rompa esa lógica de reacomodo a
posteriori, quedarán en pie los múltiples modos de convertir en empresa
lucrativa el riesgo laboral sin prevención, el trabajo prolongado en jornadas
inhumanas, el uso de equipamiento, maquinarias y vehículos peligrosos sin las
revisiones ni las reparaciones requeridas. Tratando de corregir su estólida
reacción inicial, un acuerdo entre diversos niveles de gobierno, alumbra una
'solución': Juan José Alvarez es nombrado secretario general de la Ciudad de
Buenos Aires. ¡Albricias' El que fue el hombre de Ruckauf en la provincia y de
Duhalde en la nación para ese puesto, el que estaba a cargo de la 'seguridad' al
momento del asesinato de Kosteki y Santillán, elevado al rango del 'experto' que
impedirá nuevos 'Cromagnones'. El patetismo habitual, el cotidiano impulso a
reírnos del ridículo si la ira no ahogara la risa.
En la Argentina, el Estado no ha roto con la impronta de la década llamada 'menemista'.
En lugar de 'desaparecer', como suele afirmarse ligeramente, sus 'ausencias' son
selectivas, en función de que asume que su misión fundamental es facilitar y
agilizar la obtención de ganancias por los capitalistas. Respuestas, lo más
rápidas y eficientes que sea posible, para las demandas del capital. Para el
resto de la sociedad, sólo la atención compatible con el cabal cumplimiento de
aquel objetivo fundamental, y en la medida indispensable para facilitar la
legitimación por vía electoral.. No se ha quebrado ese modo de funcionamiento,
por más que aquí y allá se propongan ajustes parciales, que más temprano que
tarde son absorbidos por la 'maquinaria' La incapacidad no sólo abarca el cambio
de prácticas, sino hasta la renovación del personal, como lo ejemplifica el de
Alvarez, entre otros muchos nombramientos de orientación similar.
Ello se verifica aun en casos como éste, en que ninguna corporación
multinacional ni gran grupo económico aparece involucrado: Omar Chabán no es más
que un personaje menor, cuya astucia y relaciones le permitieron fungir como un
exitoso empresario de espectáculos , en una escala apenas mediana. No necesitó
manejar millones de dólares ni poseer un gran poder de lobby para jugar con la
vida y la muerte durante mucho tiempo. Hoy desde ámbitos de poder se lo trata de
convertir en responsable principal, sino único, buscando que las culpabilidades
ostensibles fluyan siempre por debajo de las responsabilidades de fondo, para
que éstas queden a salvo.
Cabe preguntarse el porqué de todo esto. Entre muchas razones, una: Los que
ocupan los diversos niveles de gobierno son los mismos que atravesaron la década
de los 90', como actores protagónicos o cómplices, desde un oficialismo luego
arrepentido o en la 'oposición de Su Majestad'. Son los que se 'diferenciaban'
del riojano, pero hicieron lo indecible para lograr la privatización de YPF; o
los que se rebelaron en su momento contra el Pacto de Olivos, para convertir
poco después la 'Convertibilidad' en su bandera. A la hora del incendio salen
rápido a echarle la culpa a los bomberos o a satanizar al meneado Chabán o
emprenden viaje hacia El Calafate, para discutir de 'alta política' mientras los
cadáveres se apilan en la morgue...
Quizás porque se comprende esto, siquiera de un modo difuso, aquel grito ¡Que se
vayan todos¡, hizo su inopinada reaparición en las protestas desatadas por el
dolor de la tragedia. Ese 'todos' apunta a los protagonistas de la década de los
90' que siguen encaramados en el poder. Con más certeza que la de sesudos
analistas políticos, con la lucidez que a veces confiere el dolor, quienes
gritaron su rabia en las calles después de la madrugada del 31, nos recordaron
que diciembre de 2001 sigue perteneciendo a nuestro presente. Sería deseable que
junto a los políticos siempre iguales a sí mismos, el 'dedo' popular también
señalara a la sustantiva impiedad del capitalismo, para que el 19 y el 20
empiecen a incorporarse también a nuestro futuro.