Hijos de puta…! ¡ Hijos de puta…! ¡ Hijos de
putaaaaaaa…!
El grito sale de adentro, de muy profundo, como respuesta a la masacre que se
llevó las vidas de 175 jóvenes y se cobró más de 600 víctimas entre quemados y
ahogados por el humo y los gases tóxicos anoche, en un recital de rock en Buenos
Aires.
Pero tratando de sobreponerse a la bronca y al dolor, es necesario preguntarse,
reflexionar – y actuar – para que no siga la impunidad cabalgando por estas
tierras.
Porque ya están apareciendo voces que en medio de ese dolor desgarrante - el
Papa Wojtila y el cura Bergoglio claman - por "consuelo y serenidad" con la
resignación que siempre la iglesia pide a sus fieles corderos. ¡Nada de
"justicia"… "consuelo y serenidad"!
Claro que la justicia tampoco resolverá nada, porque la "justicia" argentina no
está para eso…
Ni siquiera juzgando y encarcelando a los responsables directos de esta masacre,
como el "empresario" Omar Chabán, dueño del local incendiado, que no contaba con
las más mínimas condiciones de seguridad.
La "seguridad", para estos verdaderos hijos de puta (perdonen la insistencia,
pero ¿hay algún miembro de esta clase, algún empresario que no lo sea?) se
concibe en otros términos: cuidar que su patrimonio, lo acumulado a través de la
explotación y el lucro, no pueda ser alcanzado por los
pobres y marginados que ellos, los ricos, generan y reproducen para mantenerse
como clase.
Este drama, esta tragedia, esta verdadera masacre perpetrada anoche en un local
bailable del barrio de Once, no es responsabilidad única del "empresario" dueño
del boliche. Es – ni más ni menos – que otro de los genocidios a los que este
sistema nos tiene (mal) acostumbrados.
No sólo con bombas, misiles y aviones artillados mata el capitalismo. Así lo
hace en Iraq, por ejemplo, para asegurar su provisión de petróleo, para
alimentar la obscena avidez del sistema dominante, para el que la vida de los
seres humanos no vale nada, sólo importa el lucro, la ganancia, las montañas de
dinero.
También mata de hambre, expulsando a millones de humanos a la miseria más
absoluta, para repartirse entre unos pocos las riquezas.
Múltiples formas tiene este inhumano sistema para alimentarse, sobrevivir y
reproducirse, y en todas ellas la voracidad por la acumulación de ganancias, por
incrementar el capital, no tiene límites ni barreras. Ni materiales, ni morales.
La masacre que puso hoy de luto a todo el pueblo argentino, también es
responsabilidad de este sistema. No sólo del desaprensivo dueño del lugar y los
organizadores del recital, únicamente preocupados por vender muchas más entradas
de las que el local admite, y eludir las mínimas normas sobre la seguridad en
espectáculos públicos, ahorrando en pesos pero malgastando en vidas humanas.
Es esa avidez sin límites, propia de la ética y los principios que sustentan
este inmoral sistema, la que se llevó esas vidas, la que hospitalizó a varios
cientos - varios al borde aún de la muerte – la que se seguirá cobrando vidas
para alimentarse, si no le ponemos límite.
El capitalismo es muerte. ¡Muerte al capitalismo, entonces!
Quizás muchos puedan, esta noche de fin de año, cenar y brindar alegres, aún con
cientos de cadáveres sobre sus mesas.
A los que nos duelen en serio las vidas de nuestros hermanos, sólo nos queda
comprometernos para luchar, día a día, hasta la victoria, para derrotar este
inmundo sistema, y que triunfe la vida.