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Argentina: La lucha continúa


El infierno está en Buenos Aires
Nos siguen pegando abajo

Por Carlos Aznárez

Nos matan a nuestros pibes en las calles bonaerenses y lo llamamos "gatillo fácil".
Nos matan a nuestros pibes en los hospitales debido a las carencias de medicamentos básicos y le ponemos el rótulo de "insuficiencia sanitaria",
Nos masacran a nuestros chicos en las malditas guerras que ellos inventan para hacerse cada vez más ricos, y los mismos verdugos titulan que hubo "daños colaterales".
Nos fusilan a nuestros mejores pibes en las calles por rebelarse contra tanta mierda y lo explican diciendo que se trata de "subvesivos". Treinta mil cayeron treinta años atrás, y millones miraron hacia otro lado, enquistando para siempre esa frase que se hizo estigma: "por algo será".
Palabras y más palabras, mientras los de arriba siguen organizando el genocidio. Palabras que a la luz de lo que estamos viendo, se parecen a estiletes que se hunden en el cuerpo de los más débiles, mientras los de siempre siguen acaparando riquezas, generando más propiedad privada, más consumo. Bendecidos por la iglesia basura, aplaudidos por los medios y políticos de turno.
Pero no les basta. Organizan –o mejor dicho desorganizan- todo de tal manera, para que siempre surjan nuevas tragedias. Nos siguen pegando abajo mientras ellos, en actos rimbombantes, se alisan sus ridículas corbatas de seda y pronuncian palabras como "juventud pujante" o "queridos jóvenes, ustedes son nuestra esperanza y nuestro futuro". Dan asco.
Allí están los cuerpos de cientos de chicos y chicas, quemados, aplastados, asfixiados, en pleno barrio céntrico del Once porteño.
Esta vez fue el incendio de una discoteca. "El boliche se llamaba República Cromagnon", dice la crónica. Y agrega algo que conocemos de otros hechos similares: Las puertas de emergencia –como siempre- estaban bloqueadas; el local albergaba varios miles más de concurrentes de lo que autorizaban, no sólo las normas sino el sentido común. Hasta habían habilitado una "guardería" para niños en un baño del recinto, en un local donde debería haber estar prohibida la entrada de niños. La policía llegó tarde; las ambulancias no alcanzaban, los equipos de auxilio eran desbordados e insuficientes; el caos era total y como siempre, fueron las propias víctimas –esos pibitos de 15 o 17 años, nuestros hijos, nuestros nietos- que se tuvieron que autoorganizar a la fuerza para intentar salvar a sus coleguitas incinerados por el fuego o ahogados por los gases tóxicos que provocaba el fuego.
El resto de la información repite otros hechos adivinables: Se fugó el dueño de la disco, un miserable llamado Omar Chabán, un tipo que viene haciendo dinero a costa de estos "espectáculos" desde hace años, un hijo de puta que bien se podría apellidar Videla, De la Rúa, Bush, Aznar, Sharon o cualquier otra lacra. Porque no nos engañemos, no hay diferencias de apellidos cuando se trata de determinar la importancia de los genocidios. Unos lo hacen de una manera y otros de otra, pero las consecuencias son las mismas. Sacarse de encima a los pobres y si son jóvenes, mucho mejor, expulsar de su territorio a los rebeldes, a los descontentos, a los que caracterizan con el eufemismo de "excluídos". Qué importan los nombres de los asesinos si nunca pagan por lo que hacen. Y si de vez en cuando reciben alguna respuesta de los humillados –porque suele haber patriotas o gente común que sintió que se colmaba el vaso de su sacrosanta paciencia y decidieron poner fin a tanta hipocresía criminal, apelando a la justicia por propia mano-, enseguida se escucharán voces condenatorias a derecha e izquierda, porque esos " no son métodos".
Nos preguntamos entonces: ¿ cuáles son los métodos, señores de la corbata y los trajecitos bien planchados, señores bien comidos y mejor bebidos, señores de la vivienda refrigerada o calefaccionada?.
¿Cuáles son los métodos, decimos, para acabar con tanta basura, con tanta miseria, con tanto hacinamiento, con tantas mentiras, con tantos crímenes del Sistema que ustedes representan?.
Maldecimos sus palabras huecas y sus explicaciones de conveniencia, maldecimos sus faltas de respuestas. Nos duelen estos chiquitos muertos, tirados en las calles de Buenos Aires, quemados por el fuego, ahogados por el humo o por la pobreza, que se reparten la tristeza que provoca la realidad de una sociedad desestructurada de arriba hacia abajo. Nos duelen estos pibes desesperados, peor que perros callejeros, que revuelven la basura para encontrar un poco de comida, en este fin de año de provocativo consumo. Nos duelen las declaraciones "al uso" y la escasa presencia de responsables institucionales cuando ocurren las tragedias anunciadas. Recordamos siempre a Fidel poniéndose al frente de su pueblo en cada grave contingencia, y entonces miramos a nuestro alrededor, comparamos y sentimos las ausencias lacerantes de los que se dicen gobernantes.
Frente a lo que ahora ha ocurrido, nos duelen la rabia de tanto sufrimiento, las estadísticas del horror y los comentarios fríos de los analistas y tecnócratas.
Más de 200 pibes muertos, un millar de heridos, un centenar de desaparecidos. ¿Qué más tiene que ocurrir para que nuestra furia se convierta en una herramienta que termine por dar vuelta esta sociedad desquiciada por los que históricamente nos han convertido en ciudadanos de tercera?