Argentina: La lucha continúa
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Alberto
fernandez / Claudio Moroni
Lo que el año no se llevo
La Vaca
El jefe de gabinete y el titular de la SIGEN todavía deben dar respuesta por
sus actuaciones en la función pública, donde tenían la responsabilidad de
controlar un sector que fue escenario de denuncias por corrupción, escandalosas
quiebras y sospechosas impunidades. El periodista Julio Nudler quiso pedirlas y
fue censurado. El columnista Horacio Vertbisky intentó refutar a Nudler y
reprodujo el descargo de los funcionarios. LAVACA realizó su propia
investigación que compartimos aquí con ustedes. El resultado es esta nota con la
que brindamos por lo que vendrá: reciban nuestros mejores deseos, entonces,
aquellos periodistas que seguirán atreviéndose a escribir sobre tema.
Empecemos por el principio:
Alberto Fernández y Claudio Moroni fueron compañeros de estudio en la Facultad
de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Una vez recibidos, comenzaron a
recorrer juntos una carrera en la función pública, interrumpida solo por cortos
períodos de trabajo en el sector privado, en actividades íntimamente ligadas a
sus gestiones gubernamentales. Hoy, Alberto Fernández es el jefe de gabinete del
gobierno de Néstor Kirchner y Claudio Moroni el encargado de controlarlo: fue
designado presidente de la Sindicatura General de la Nación (SIGEN), el
organismo que debe detectar e informar los 'perjuicios al patrimonio público'
que pudieran realizar funcionarios como Fernández, entre otras funciones.
En los curriculums personales de Fernández y Moroni estas nuevas tareas
significan, sin duda, un importante ascenso. Un premio político, quizá, por la
performance alcanzada en el ámbito en el que se desempeñaron durante toda la
década de los 90 y que les permitió convertirse en lo que hoy son: expertos en
seguros.
Veamos cómo y por qué.
A seguro lo censuraron
La Superintendencia de Seguros de la Nación es un organismo público,
descentralizado, dependiente del Ministerio de Economía. Su tarea es controlar a
las empresas aseguradoras. Fiscaliza, en consecuencia, 'la organización, la
solvencia y la liquidación' de todas las compañías que operan en el mercado
argentino. Su responsable ostenta el cargo de Superintendente.
Desde 1989 hasta 1995 Alberto Fernández ocupó ese puesto. Cuando renunció, lo
dejó en manos de su gerente técnico, asesor y amigo: Claudio Moroni. La gestión
de Fernández/Moroni al frente de la Superintendencia fue la más larga de la
historia de ese organismo. La de Moroni tuvo dos períodos: desde el 95 hasta el
98, primero y desde el 2002 hasta el 2004, cuando abandonó ese cargo para
convertirse en el titular de la SIGEN.
Fue a propósito de este nombramiento que el periodista Julio Nudler decidió
dedicar su habitual Panorama Económico de los sábados del diario Página 12 a
recordar la trayectoria de Fernández y Moroni. Ya se sabe qué pasó: Nudler
denunció que su artículo fue censurado. Como consecuencia de esa denuncia
pública, el diario retiró definitivamente la columna de Nudler, prohibió su
firma en otros artículos y el director, Ernesto Tiffemberg, atacó el honor de
Nudler en la portada del matutino, tratando de justificar lo que de esa manera
se tornó injustificable. Para empeorar aún más las cosas, el domingo 14 de
noviembre el columnista Horacio Vertbisky dedicó sus páginas del diario a
refutar el censurado artículo de Nudler.
Así las cosas, la suerte de la más escandalosa denuncia de censura de este año
no está echada. Dependerá, una vez más, del juicio de los lectores que soporten
algo más que esta saga de dimes y diretes acerca de uno de los tantos casos de
corrupción que la justicia no ha investigado. Estamos hablando de los años 90 y
del control estatal del negocio de los seguros. Pero, sobre todo, estamos
hablando de dos de sus protagonistas clave: Alberto Fernández y Claudio Moroni.
Que el árbol que intentó plantar Página 12 no nos tape el bosque.
Memoria del saqueo
El artículo de Nudler comenzaba citando a Roberto Guzmán, un conservador salteño
que en setiembre de 1994 fue designado al frente del Instituto Nacional de
Reaseguros (INdeR) por el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo. Guzmán
publicó un libro titulado 'Saqueo Asegurado', cuya impresión pagó de su
bolsillo, donde detalló lo que encontró en el Instituto. Su versión acerca de
las maniobras fraudulentas con las que compañías, funcionarios y políticos -con
el amparo de sindicalistas, jueces y periodistas- convirtieron a ese organismo
en 'una verdadera organización para el delito y la defraudación', según las
palabras con que Cavallo prologa el libro.
El muerto que gasta
El INdeR era la empresa estatal encargada de asegurar los seguros. Durante años
monopolizó esta tarea hasta que en 1991, mediante un decreto de Carlos Menem, se
resolvió liquidarla como parte de la política de 'globalización' de la economía
argentina en general y el mercado de seguros en particular. Desde entonces, las
compañías que operan en el mercado local deben reasegurar sus servicios con
bancas internacionales. Lo que sigue a partir de allí es un despropósito de tal
dimensión que cuesta entenderlo y mucho más explicarlo. Recurramos entonces a la
siguiente metáfora: el decreto de Menem le pegó un tiró en el 91 y desde
entonces el INdeR está muerto, pero su cadáver sigue insepulto y, lo que es
peor, cada vez más endeudado. Recordemos un dato: por entonces Alberto Fernández
era el máximo responsable del gobierno en el diseño de las políticas del sector
seguros y Moroni, su brazo técnico-legal.
Al ordenarse su liquidación, el INdeR dejó de percibir ingresos y su función se
redujo a una sola cosa: verificar los reclamos de las compañías ya reaseguradas
para pagarlos. Pero ¿de dónde iba a salir el dinero para afrontar estos
compromisos asumidos si ya no podía recibir nuevas primas? Pues bien: se creó un
impuesto especial, que pagó cada paisano al contratar un seguro. Por ese
impuesto el INdeR recaudaba aproximadamente 20 millones de dólares mensuales que
fueron a dar a un verdadero barril sin fondo. 'Solo un estado de corrupción a
gran escala podía explicar el hecho de que tras dos años de funcionamiento de
una Comisión Liquidadora la deuda aparente de este organismo se hubiera
cuadriplicado', escribió Domingo Cavallo en el prólogo del libro Saqueo
Asegurado para describir a donde le pidió que se instale Guzmán.
¿Dónde estaba por entonces Alberto Fernández?
Sentado en un sillón del INdeR.
Guzmán cuenta en su libro cómo lo encontró:
'Debido a que estuvo al frente de la Superintendencia desde el 89, Fernández fue
uno de los funcionarios con mayor continuidad como autoridad del INdeR (según la
ley, quien se desempeña como superintendente es además miembro del directorio
del Instituto). Así, en tanto, a la vez miembro del órgano directivo del INdeR y
autoridad de control del mercado asegurador, puede decirse que le correspondió
una alta cuota de responsabilidad respecto de las políticas aplicadas durante
los 90 en el ámbito del seguro y los reaseguros'.
Los 250 millones de dólares que Fernández no vio
En el artículo con el que Vertbisky intenta refutar a Nudler, Alberto Fernández
está descrito como el socio de Guzmán en la lucha contra la corrupción en el
IndeR. Dice textualmente:
'Fernández afirma ser el Superintendente que más compañías cerró, por
insuficiencias económico-financieras que hasta entonces se mitigaban
privatizando las ganancias y socializando los pasivos con el INDER. 'Limpié un
tercio del mercado. También presenté cien denuncias penales, cosa que antes no
se hacía, y dispuse que la Superintendencia se constituyera como querellante,
para seguir las causas contra las aseguradoras'.
Veamos cual es la versión de Guzmán.
'Por medio de la resolución 1010/94 dispuse una modificación muy sencilla para
las operaciones conocidas como borderó, es decir, los siniestros menores a
10.000 U$S. Hasta entonces las compañías reaseguradas en el INdeR reclamaban el
borderó automáticamente, con sólo informar que su cliente había sufrido un
percance (accidente, incendio, robo). Un informe de la Auditoría Interna me
había brindado datos reveladores acerca de los abusos que en la materia se
cometían. En dos años se habían pagado- sin que el INdeR recibiese documentación
alguna que respaldara el reclamo- 250 millones de dólares.(...) Esto resultaba
muy extraño y era alarmante que las autoridades no lo hubieran tomado en cuenta.
Más llamativo aún cuando había una comisión de nueve miembros, varios de ellos
del sector asegurador, incluso el propio Superintendente de Seguros de la Nación
(N de la R: se refiere a Alberto Fernández) que se suponía debía conocer las
modalidades del mercado'.
Guzmán decidió hacer lo que hasta ese momento nadie había hecho: los
aseguradores debían presentar fotocopia autenticada del pago del siniestro al
asegurado. Con esta sencilla medida, el INdeR pasó a pagar por borderó 373.000
dólares (de noviembre de 94 a noviembre de 96) contra lo 4.739.966 dólares
pagados entre junio de 92 a octubre del 94. Una reducción que se logró con solo
pedir una fotocopia.
La deuda del INdeR y el gran bonete
Uno de los aspectos más controvertidos de la gestión Fernández/Moroni es la
determinación de cuál era en realidad la cifra adeuda por el INdeR a las
compañías reaseguradas en ese organismo. No es un problema menor, ya que estamos
hablando de millones de dólares y del gran bonete que impidió hasta la fecha la
sepultura de un organismo que consume 3 millones de pesos anuales en gastos de
funcionamiento.
Por un lado, las compañías aseguradas reclamaban al Estado una deuda de 1.200
millones de dólares. Por el otro, Guzmán calculó que el pasivo no superaba los
500 millones. Lo cierto es que era necesario -y se supone urgente- encontrar una
manera de salir del atolladero, para lo cual se elaboraron distintas propuestas.
Una fue la de Fernández.
Dice Fernández en la nota con la que Vertbisky intenta refutar a Nudler:
'Fui yo y no Guzmán quien redujo las obligaciones del Estado en 500 millones.
Pero además sobre esos 911 millones proponía negociar una quita, cerrar la
cuenta y pagar con bonos. Todo debía quedar saldado en 1995, y luego no se
admitirían más reclamos.'
Veamos cuál es la versión de Guzmán.
La propuesta diseñada por Alberto Fernández en el año 95 'a la medida de los
intereses de las compañías y en desmedro de los derechos del Estado' estaban
basadas, según Guzmán, en una 'inexistente auditoría realizada por la
Superintendecia'. Calificó también de 'facilista' esa propuesta 'tan
irresponsable en lo jurídico como en lo financiero: pretendía pagar todo con una
quita y por medio de subastas, sin ningún control, en efectivo o en bonos, como
si el mayor endeudamiento no fuera a ser soportado por todos los argentinos'. Su
explicación: 'Las soluciones para la Superintendencia pasan por un rápido
jubileo'. ¿Por qué? 'El jubileo era imprescindible para tapar la nefasta
política de descontrol realizada durante largos años. De alguna manera había que
justificar su responsabilidad por la falta de control de la actividad
aseguradora, política que desprotegió a los cientos de miles de asegurados en la
Argentina. Para dar algunos ejemplos, cabe recordar la estafa del grupo Seguros
del Interior y la de Belgrano
Cooperativa de Seguros.
El grupo Seguros del Interior protagonizó una de las más escandalosas maniobras
contra los asegurados, bajo la tolerancia de la Superintendencia y la
complicidad del INdeR. Esta empresa tenía una deuda impositiva y previsional
cercana a los veinte millones de dólares. A pesar de ello cobró, hasta días
antes de su cierre por liquidación, una suma de casi 16 millones de dólares por
parte del Instituto. Su morosidad había sido advertida por Ricardo Cossio,
entonces titular de la DGI, al superintendente Fernández y a la Comisión
Liquidadora del INdeR.
El caso Belgrano no es menos patético. Cuando la Superintendencia examinó los
balances contables cerrados al 30 de junio de 1995 no encontró nada anormal:
sólo una desviación del 2%. Pocos meses después, increíblemente, el mismo
organismo cambió totalmente su diagnóstico al encontrar una insolvencia
patrimonial de más de 100 millones de dólares. Los perjudicados por este
´descuido´ fueron las diez mil personas que sufrieron accidentes de tránsito
provocados por las empresas de transporte público de pasajeros aseguradas en esa
compañía'.
Guzmán también detalla por qué y cómo la gestión de Alberto Fernández fue tan
permeable al reclamo de las empresas aseguradoras. Son cuatro páginas (de la 144
a la 148) que hay que tener paciencia de leer para entender su perspectiva.
A fines de agosto de 1995 Guzmán concurrió con su equipo y los abogados Luis
Moreno Ocampo y Hugo Wortman Jofré (encargados externamente de la investigación
de corrupción en el INdeR) al Congreso de la Nación para informar a diferentes
comisiones la situación del organismo. En una de esas reuniones, un legislador
les preguntó sobre el funcionamiento del 'Fondo de Cooperación Técnica' creado
por iniciativa de la Superintendecia de Seguros para 'pagar más a los
funcionarios'. Responde Guzmán:
' La preocupación de los legisladores por el Fondo era consistente'. Detalla que
con fecha 27 de abril de 1990, mediante escritura pública, se formalizó un Fondo
de Cooperación entre la Superintendencia y un grupo de cinco asociaciones de
compañías de seguros. Entre los objetivos del Fondo figuraban 'el otorgamiento
de incentivos a los agentes de la Superintendencia a través de estímulos
pecunarios o becas'. Los aportes serían 'voluntarios y confidenciales'
calculados en un 0,06% del monto de las primas de seguros directos. Opina
Guzmán: 'Es insólito que un mecanismo de manifiesta índole prebendaria haya sido
al servicio directo de un organismo de control por parte de las mismas empresas
que deben ser controladas, violando elementales principios jurídicos y éticos a
que están insoslayablemente obligados los funcionarios de órganos
fiscalizadores'. Para Guzmán las consecuencias fueron evidentes: 'a través de
distintos hechos y situaciones -que a continuación enumero- quedó demostrado que
esta extraña ´cooperación´a que alude el Fondo creó una interrelación y
dependencia de la Superintendencia con los intereses y posturas de la plaza
aseguradora'. Uno de esos hechos que enumera Guzmán es el proyecto de Alberto
Fernández de pago de la deuda del INdeR. 'Me opuse en virtud del grave
perjuicio, superior a los 1.000 millones de dólares, que se hubiera derivado de
la no consideración de los créditos del INdeR respecto a las aseguradoras'. El
otro es 'la negativa del superintendente Fernández a admitir que las Reservas de
Siniestros Pendientes denunciadas por las compañías no se ajustaban a la
realidad, lo que fue posteriormente confirmado por la auditoría realizada por la
propia Superintendencia.'
Por último, señala Guzmán, la Gran y Unica Cuestión a tener en cuenta en todo
este embrollo:
'Debe tenerse presente que el doctor Fernández fue superintendente desde 1989,
período en que se perpetraron todas las irregularidades denunciadas a la
justicia. Por otra parte, tenía y tiene la obligación funcional de supervisar
las cuentas del Instituto, la cual de haberla cumplido, habría evitado las
graves irregularidades que ahora se conocen. Tampoco puede olvidarse que él
formaba parte de la Comisión que omitió confeccionar balances y calcular los
créditos a favor del Instituto. El Superintendente participó de todas las
Comisiones Liquidadoras del INdeR y nunca objetó los procedimientos
implementados por éstas, cuando mi gestión buscó adoptar las medidas tendientes
a reducir perjuicios económicos al Estado nacional, el doctor Fernández sostuvo
que 'no se acompañaba adecuadamente al sector'.
El fin
A menos de un año de la gestión Guzmán al frente del INdeR el ministro de
Economía Cavallo recibió un informe (fechado 30-7-95) asegurando que ese
Instituto no debía un peso. Al revés: tenía a su favor una suma calculada en
135.547.880 dólares. Guzmán cuenta detalladamente el resultado de ese informe:
'El ministro no podía ocultar su sorpresa con este resultado y preguntó cómo era
posible que las compañías reclamaran sumas millonarias sin ningún documento de
respaldo. Le respondí que eso tenía que ver con un montaje perfectamente
orquestado que instalaron hábilmente los intereses beneficiados con el saqueo
del INdeR (...) Cavallo retomó la palabra para interrogarnos acerca de cuál era
la responsabilidad que le cabía a los funcionarios que manejaron el INdeR. La
única respuesta que correspondía era que tenían mucha responsabilidad: como
mínimo, la funcional. Entonces, quiso saber qué intervención había tenido el
superintendente, doctor Alberto Fernández, que era miembro nato de la Comisión
Liquidadora: ¨la misma que todos los miembros de la Comisión durante los hechos
ocurridos durante su mandato¨, le dijimos. El secretario Maccarone trató de
explicar que, aparentemente, (Fernández) no concurría a las reuniones de la
Comisión. Cavallo le respondió en forma tajante:
-Pídale la renuncia.
El secretario le respondió que, en realidad, ya la había presentado para asumir
el cargo en la aseguradora del Banco de la Provincia de Buenos Aires.
Así concluyó la más larga gestión de un funcionario al frente del período más
oscuro de la Superintendencia de Seguros.
Sobre el desempeño de Fernández, sintetiza Guzmán:
'Si hubo corrupción y él era funcionario debería explicar: qué hizo para acabar
con ella, cuáles fueron las medidas implementadas y los resultados obtenidos,
cuáles fueron las denuncias efectuadas y ante qué autoridades ¿o es que teniendo
uno de los cargos más altos desconocía lo que ocurría dentro y fuera del INdeR?
Guzmán falleció en el año 2004 pero sus preguntas no murieron.
Veamos cuales fueron finalmente las respuestas obtenidas gracias al artículo de
Nudler.
Las fuentes
¿Podemos confiar en el testimonio de un hombre muerto? Vertbisky habla de la fe
de Nudler por confiar ciegamente en la versión de Guzmán. Los periodistas no
creyentes tienen, sin embargo, otros recursos. Las denuncias presentadas en la
justicia durante la gestión de Guzmán son unos. La respuesta del abogado Hugo
Wortman Jofré, otro: 'Guzmán era un hombre íntegro que luchó seriamente contra
la corrupción en el INdeR', contestó a LAVACA. El abogado admite que Fernández
prestó siempre colaboración a los procedimientos que ellos impulsaron para
esclarecer los ilícitos del Instituto, pero confirma que hasta la llegada de
Guzmán al frente de INdeR no se habían realizado ni investigaciones ni denuncias
sobre la corrupción en ese organismo. Señala, tal como cita el artículo con el
que Vertbisky intenta refutar a Nudler, que es cierto que mantenía diferencias
con Alberto Fernández, pero no menciona el tema de los celos protagónicos, sino
otras: 'Guzmán era un técnico y Fernández un político'. Para algunos lectores,
estos sustantivos podrán convertirse en adjetivos. O no.
'En el directorio estaban representados todos los bloques parlamentarios. Había
quien respondía al justicialismo y quién al radicalismo, así que hasta la
llegada de Guzmán el manejo era, fundamentalmente, político', informa Wortman.
También el archivo ayuda: comprueba que la versión de Guzmán ya fue publicada y
no refutada. Nudler la citó varias veces, ya que ante la llegada de cada nuevo
superintendente o interventor del INdeR, dedicó un artículo al tema. En el
archivo encontramos por los menos ocho de ellos, en donde informa muchos de los
temas que menciona en su columna censurada. También el libro de Guzmán es citado
en esta sintética versión de su gestión, a propósito de una intervención de la
SIGEN, en tiempos de Bielsa, que ponía en tela de juicio las actuaciones
posteriores a la gestión Guzmán que desarmaron prolijamente todo el control por
él iniciado. Como antecedente de este enfrentamiento, el artículo resume:
'El INdeR, al que las compañías aseguradoras le reclaman una suma próxima a los
400 millones de dólares fue escenario de denuncias de corrupción. Cavallo
designó a Roberto Guzmán. Roque Fernández lo relevó cuestionando que se hubiera
dedicado a investigar la corrupción existente. (...) El procedimiento habitual
que el defenestrado Guzmán denunció en un libro, consiste en la fabricación de
miles de siniestros inexistentes'.
Lo firma Horacio Vertbisky en Página 12, pero en julio de 2000.
Cuatro años después, Vertbisky transcribe el descargo de Moroni a las
acusaciones de Nudler sobre su relación con la compañía Lua Seguros, uno de los
casos más escandalosos de fraude en la industria del seguro, que dejó un saldo
de más de 4.000 juicios sin pagar:
'Admite haber actuado durante seis meses en LUA. (...) Cuando fue designado por
segunda vez Superintendente, en 2002, antes de asumir declaró a esas compañías
entre sus incompatibilidades y se excusó de intervenir en asuntos que las
involucraran. 'Es mi profesión, y un ex funcionario si fue honesto necesita
trabajar para vivir.'
En la Oficina Anticorrupción respondieron que no hay otra constancia de
incompatibilidad que las presentadas por Moroni en su declaración jurada, cuya
copia solicitamos. Allí solo consta su relación en calidad de 'socio' del
Estudio Mazars, un buffet internacional, asociado localmente con el estudio
García Lema. Es decir: la Oficina Anticorrupción no ofrece constancia de la
mención de Moroni a ninguna compañía ligada a la función pública que iba a
desempeñar.
Por otra parte, tampoco parece cierto que se haya excusado de intervenir en
cuestiones referidas a LUA: en la resolución 28916 publicada en el Boletín
Oficial el 9 de setiembre de 2002 Moroni dispone con su firma la disolución de
Lua Vida Compañía de Seguros S. A., una de las compañías de las cuales es
accionista Investar, sociedad propietaria del 58% de Lua Porteña.
La excusación es obligatoria, según dictamina la Ley 25.188 de Etica Pública, en
su capítulo V, artículo 15, que dispone que los funcionarios están obligados a
'abstenerse de tomar intervención, durante su gestión, en cuestiones
particularmente relacionadas con las personas o asuntos a los cuales estuvo
vinculado en los últimos tres años', fecha que alcanza a la relación de Moroni
con LUA.
La justicia cómplice
Ni el censurado artículo de Nudler ni el de Vertbisky se extienden sobre la
responsabilidad de la justicia en la investigación de las denuncias.
- El juez Urso fue el responsable de diluir las presentadas por Guzmán.
- Rodolfo Canicoba Corral, que investigaba el vaciamiento de las empresas entre
1992 y 2001 en una causa promovida por los damnificados y en la que el fiscal
Gerardo Pollicita señaló que era necesario determinar la responsabilidad 'que
podrían haber tenido los funcionarios de la Superintendencia encargados de
verificar el funcionamiento de las compañías', terminó archivándola.
- El Defensor del Pueblo de la Nación, Eduardo Mondino remitió copias de las
actuaciones que se realizaron en ese organismo a raíz de las denuncias recibidas
y el expediente está ahora en la Procuración, lo cual significa que la
investigación del Defensor determinó que habría elementos para realizar
presentaciones legales que todavía esperan trámite.
- En setiembre de 2002 el ministro de Economía, Roberto Lavagna y el
superintendente Claudio Moroni fueron denunciados ante la justicia federal por
presunta 'asociación ilícita, cohecho e incumplimiento de los deberes de
funcionario público', demandados por la madre de un niño de 3 años que murió al
ser atropellado por un vehículo asegurado por Lua La Porteña. Por este caso fue
condenado a trabajos comunitarios el conductor del vehículo (un remisero) y la
justicia civil determinó un pago indeminizatorio de 700.000 dólares. Los socios
propietarios de LUA La Porteña son los mismos que poseen el 77% de las acciones
de TBA Trenes de Buenos Aires, el 38% de Metrovías y el 40% de una línea de
subterráneos en Porto Alegre, además de varias líneas de colectivos. También
recibieron, dos años antes de quebrar, la inversión del fondo norteamericano
Century, que aportó 30 millones de dólares. Entre todas las empresas del grupo
forman un conglomerado que factura 600 millones de dólares al año. Sin embargo,
al momento de solicitarse el embargo preventivo para garantizar el pago a la
familia del niño muerto, la justicia se encontró con la siguiente respuesta del
Banco Central: 'Lua La Porteña no posee cuentas bancarias'. Tampoco tenía
activos declarados para embargar. Lo cual significa, entre otras cosas, que de
una empresa como esa fue asesor Moroni.
En la denuncia ante la justicia, la madre del niño muerto afirmó que el ministro
de Economía, el Superintendente y la compañía 'son socios de la impunidad' ya
que las autoridades 'permiten dicho funcionamiento ilícito'. Si la investigación
judicial sobre la denuncia de complicidad entre los funcionarios que tienen la
obligación de controlar que no sucedan estas cosas y las compañías que
impunemente estafan con un nombre acá, mientras se presentan en licitaciones de
servicios públicos con otro nombre allá, todo en el mismo mercado, con el mismo
gobierno e idénticos empresarios, hubiese sido todo lo seria, acelerada y
certera que obligaba la situación no estaríamos hoy leyendo este artículo que
plantea más interrogantes que respuestas. Pero el periodismo es eso: preguntas y
más preguntas que, como aquel tábano del que hablaba Botana, molestan con sus
zumbidos los oídos de los funcionarios, de los jueces, de los políticos y de
todos aquellos que están obligados por su función a dar respuestas.
Celebremos, al menos, que la censurada nota de Nudler, la réplica de Vertbisky y
modestamente ésta, representen -con sus limitaciones y preferencias- el sano
ejercicio de mantener en vuelo la información, aunque sea sobre temas tan
intrincados y -reconozcámoslo- aburridos que alientan junto al bostezo de los
lectores, la impunidad.