Argentina: La lucha continúa
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Kirchner, nacio un estadista
Jorge Altamira
No hay ciudadano que no esté indignado con la decisión de Kirchner de
quedarse en la República de Calafate, sin decir esta boca es mía, junto a la
señora que va primera en las encuestas de la provincia de Buenos Aires, mientras
la República Cromagnon se llevaba la vida de, según el desesperante estado de
muchos heridos, más de doscientas personas.
No es que el Presidente tenga el 'phisique du rol' del que escapa a poner la
cara. Cuando se produjo la tragedia de Río Turbio, en la que su responsabilidad
supera a la de Ibarra en la tragedia de Once, Kirchner se fue disparando al sur
a controlar la situación.
Esta vez no fue así, porque la presencia de Kirchner en la Capital habría puesto
al desnudo el vacío político al que ha quedado reducido el gobierno de la
Ciudad. Kirchner no puede, porque tampoco quiere, producir la caída de su
principal socio en la Capital Federal. Una cosa es que recoja el cadáver de su
aliado si éste no logra sobrevivir, otra cosa es pedirle que se tome el avión
para empujarlo al precipicio.
Por encima de los sentimientos para con 'los hermanos y hermanas de mi Patria',
Kirchner tuvo en cuenta los intereses politiqueros, la razón de Estado y los
negocios. La burguesía nunca le perdonaría que arruinase la fiesta de la
devaluación con una crisis política.
Kirchner ha pasado la mayor parte del tiempo en lo que va de su gestión en urdir
todo tipo de maniobras para acabar con los piqueteros, con los sindicatos en
lucha y con las fábricas ocupadas. Preside, después de todo, un gobierno 'normalizador',
que necesita erradicar los incluso vestigios del Argentinazo. Por sobre todo, en
su propio escenario que es también el lugar donde reside físicamente el poder.
Tiene más claro que nadie que no hay que mover el avispero con una crisis
política en esta Ciudad. Cuenta con el antecedente de las movilizaciones a la
Legislatura contra el Código de la Represión Convencional, que puso fin a una
parte importante de su gabinete.
Al despreciar el sentimiento popular para imponer su caracterización política,
Kirchner le mostró a todo el capital, no solamente al nacional, que con él ha
nacido un estadista.
La derecha cierra filas con Ibarra
¿Por qué el clamor popular no fue suficiente hasta ahora para poner fin al
gobierno de Ibarra?
Por una razón muy simple: porque todo el arco político de la burguesía se puso
de acuerdo en que había que salvar al Intendente y evitar, a tres años del
Argentinazo, una crisis política en la ciudad que fue su principal escenario.
Basta cotejar la euforia de la Bolsa, el ingreso de turistas y la reactivación
del circuito comercial para comprender que la sociedad capitalista no tiene la
menor intención de permitir que una 'tragedia roquera' perturbe la digestión de
sus negocios. Si, a pesar de todo, el destino de Ibarra fuera irreversible, ya
se encontrará la oportunidad para cesarlo en sus funciones 'en su medida y
armoniosamente'. Nunca en medio de una pueblada protagonizada por sectores
pobres de la clase media y de los obreros.
Macri se encargó de impartir la directiva y de 'enfriar' a los lobbistas de la
policía como Jorge Enríquez. 'No politizar un drama', le dijo a Clarín ; 'en
términos similares se expresó la titular del ARI, Elisa Carrió'. Pero si no hay
que politizar el momento supremo de la condición humana, el drama, lo que queda
es politizar las farsas, precisamente lo que estos farsantes hacen todos los
días.
Cuando Blumberg le puso el estado de sitio a los diputados y senadores, y los
obligó, bajo la presión del clero y de los medios de comunicación, a sancionar
un mamarracho de leyes violatorias de los derechos civiles, a ningún tilingo se
le ocurrió mentar la 'politización del dolor'. El propio Ibarra montó, con plata
de los contribuyentes, una tribuna con sonido excepcional en una de las
concentraciones de Blumberg frente al Congreso (los trabajadores conmemoraron el
Argentinazo desde una tribuna montada sobre un camión), sin dar dos mangos por
la 'politización' de los dolores. Ahora que una parte de los barrios pobres pide
la cabeza de Ibarra, un arribista del oficialismo, el legislador Giorno, se
opone a que 'se juegue a la política con el dolor que todos sentimos'.
Pura hipocresía
Giorno hacía referencia, en su queja, a un pedido de interpelación de Ibarra en
la Legislatura, que sin embargo él mismo acabará votando, una vez que se arme el
acuerdo entre 'los bloques' para que Ibarra zafe con sus 'explicaciones' de la 'requisitoria'
de los diputados.
Macri tampoco podría politizar el 'drama' porque está cargado de causas
judiciales y porque, capitalista del espectáculo él mismo, entre otros negocios
de vaciamiento, en cualquier momento puede enfrentarse a una situación en la que
pueda ser linchado por el pueblo.
Los funcionarios de las patronales no quieren 'politizar el drama' pero sí
manosearlo con la politiquería. Es lo que surge de las rencillas que provocó la
renuncia del secretario de Seguridad, Juan Carlos López, entre la camarilla que
conducen Vilma Ibarra y Alberto Fernández, que lo respaldaba, y la del
secretario de Gobierno, Raúl Fernández, que hace tiempo quería moverle el piso.
La descripción exacta del alineamiento real que han tomado TODOS los bloques
patronales en defensa de la continuidad de Ibarra, desenmascara la completa
estupidez del 'medio pelo' izquierdista que caracteriza al pedido de renuncia de
Ibarra como una forma de 'hacerle juego' a la derecha. Si hay que preservar a
Ibarra para que nos proteja del arribo de la derecha al Gobierno de la Ciudad,
estamos perfectamente sonados.
Para que los capitalistas del espectáculo puedan hacer funcionar sus negocios,
no ya sólo sin habilitación ni inspección y con las puertas de emergencia
cerradas; no ya sólo en zonas residenciales prohibidas por las normas de
planeamiento y sobrepasando por cuatro el ingreso de público (para de paso
evadir el pago de ingresos brutos); sino incluso sin seguros contra accidentes;
para que los capitalistas puedan actuar así deben contar con la completa
complicidad del Estado. La tragedia ya estaba politizada por el capitalismo
incluso antes de haberse producido.
Ibarra es un desagradecido. Debió haber caído hace tres años junto al gobierno
nacional que ayudó a formar y cuya política promovía especialmente en la Ciudad.
Sobrevivió metiendo el rabo entre las piernas, y ni siquiera se sintió alcanzado
por el asesinato de 36 personas por parte de la represión, dentro de su propia
jurisdicción.
Pero, como dicen los que saben, el asesino volvió al lugar del crimen. El
capitalismo y su Estado suscitan a cada paso la tragedia y la rebelión como
consecuencia de su condición explotadora. Cuando las manifestaciones vuelven a
levantar ahora la consigna de 'que se vayan todos', no sólo revelan con ello que
la conciencia subjetiva del Argentinazo no se ha apagado sino, por sobre todo,
que el régimen que produce los argentinazos sigue ahí, más podrido que nunca.
La interpelación, un salvataje
La responsabilidad política criminal del Gobierno de la Ciudad no se puede
ocultar más con conferencias de prensa. Esto lo han comprendido incluso los
jefes políticos de los legisladores porteños y, por sobre todo, el gobierno
nacional. Por eso han coincidido en montar una interpelación a Ibarra en la
Legislatura, cuyo guión ya está escrito. Ibarra, por su lado, insistirá en las
'responsabilidades compartidas', o sea repartidas, entre un poco el gobierno,
otro poco los empresarios y un último 'gran poco' el público 'pirotécnico'; la
oposición tratará de sacarle una 'autocrítica' que el Intendente está deseoso de
hacer si sirve para no 'politizar' la tragedia. La interpelación es un recurso
final para evitar que la crisis política ponga fin al gobierno de Ibarra. Los
dueños de la Ciudad quieren evitar que su caída haga saltar a la superficie el
pavoroso estado social de la Ciudad y de la seguridad ciudadana en todos los
planos de la vida cotidiana.
La interpelación no va a servir para hacer justicia, sino para adelantar los
tiempos de las internas partidarias para pujar en las legislativas de fin de
año. Los interpelantes no están interesados en llegar a la verdad sino en
organizar una salida en orden, mientras en el camino buscarán lucrar con la
desgracia del adversario político.