Nuestro Planeta
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La falta de legislación permite la presencia de sustancias potencialmente tóxicas en alimentos de consumo humano.
Transgénicos sí, transgénicos no
Pablo Escribá
La historia de la humanidad va, en cierta manera, ligada a la historia de la
agricultura. Cuando el hombre pasó de recoger lo que la naturaleza le ofrecía a
plantar, cuidar y disfrutar de aquello que más le gustaba, comenzó la época
moderna. Desde entonces hemos podido manejar la naturaleza para nuestro
beneficio. Desde entonces, no hemos dejado de aumentar en número sobre la faz de
este planeta (algo que, por cierto, puede llegar a ser peligroso).
Desde entonces, hemos vivido una existencia cada vez más segura. Durante siglos,
el hombre ha ido escogiendo las cepas y razas de hortalizas, frutas y verduras
que más le han gustado. Durante siglos se han ido cruzando y seleccionado
aquellas variantes más apetitosas. Por otro lado, hace menos de tres décadas
comenzó una revolución en la biología. La era de la biología molecular.
Los trabajos pioneros de Jacob y Monod podrían considerarse como los
prolegómenos de esta nueva época. Sin embargo, y por poner una fecha de inicio,
fue el trabajo de Southern a finales de los setenta, sobre el marcaje de ADN
sobre membranas sintéticas, el que considero como punto de partida de la era
molecular.
De ahí a la modificación genética de organismos no se tardó mucho. Inicialmente,
fueron organismos primitivos y simples, como bacterias y virus bacteriófagos,
los que se manipularon para preparar genotecas de ADN con las que se clonaron
genes de muchas especies (incluidos humanos).
Estos estudios sirvieron para descifrar el código genético y, con él, la
secuencia de aminoácidos, de un gran número de proteínas y, posteriormente, su
función. El conocimiento que se tiene hoy en día del hombre y las bases
moleculares de sus enfermedades no sería igual sin estos avances. Estas
investigaciones han permitido desarrollar terapias para esas patologías. Desde
hace unos años, la investigación biomédica ha evolucionado con dos nuevos hitos
en la historia de la ciencia: los animales transgénicos y las células madre. En
este contexto, se ha producido aquello que era lógicamente esperable, el cruce
entre agricultura y biología molecular. Este cruce ha dado lugar a lo que se
conoce como alimentos transgénicos.
Ahora viene la pregunta clave ¿Alimentos transgénicos sí o no? La respuesta es
mucho más compleja de lo que pueda parecer en un principio, por lo que es mejor
dar todas las explicaciones necesarias para comprender el tema. En primer lugar,
explicaré en qué consiste un organismo transgénico. La plantas transgénicas (o
cualquier otro organismo modificado genéticamente, OGM) suelen tener genes que
no poseían en estado natural. También pueden carecer de algún gen que aparezca
en la especie natural.
Puede ser un gen de otra especie, de ahí el nombre de transgénico. Incluso se
pueden inducir algunos genes para que sólo se expresen en determinadas
situaciones, aunque este tipo de OGM suelen emplearse más para investigación
biomédica que para elaborar plantas de diseño.
Todas estas modificaciones se realizan en laboratorio y se introducen a
posteriori en la planta. Hasta aquí, todo sería parecido a cruzar cepas para
escoger lo mejor de cada una. Es decir, sería como lo que se ha hecho a lo largo
de la historia de la humanidad, pero acelerado y dirigido. Más rápido y
apuntando en una dirección concreta. Esta estrategia abriría unas posibilidades
increíbles ¿Se pueden imaginar tomates gustosos, naranjas jugosas o pimientos
crujientes? ¿Se pueden imaginar frutas y verduras con más vitaminas y
oligoelementos?
Sería maravilloso, pero la realidad es muy distinta. Los alimentos transgénicos
no se están preparando para beneficiar a los consumidores, sino para lucro de
los productores. Los alimentos transgénicos no son mejores que los que ya hay en
el mercado (de cara a los que estamos destinados a comerlos), sino que se
preparan para que resistan enfermedades o plagas que aumentan los costes de
producción. ¿Cómo evitarlo? Introduciendo en las plantas genes que producen
antibióticos, insecticidas o toxinas. Eso puede evitar el ataque de
microorganismos o insectos, pero a expensas de mantener elevadas cantidades de
productos tóxicos en el vegetal. Naturalmente, esas sustancias tóxicas van,
finalmente, a parar a los estómagos del consumidor.
A sus estómagos y a sus hígados y a su corazón, sus músculos e incluso puede que
hasta su cerebro. Esa es la triste realidad. Algunos quieren justificar esta
estrategia en base a la producción de alimentos suficientes para abastecer las
regiones más desfavorecidas. Este argumento es una mera excusa. Los productos
como sorgo, mijo o patata, que abastecen grandes regiones subdesarrolladas, no
son objeto de investigación en el campo de los transgénicos.
Lamentablemente, esto no es lo peor de todo. Cuando el consumidor va a la
tienda, no se le informa de cómo está modificado el alimento transgénico (si es
que tiene la suerte de que la etiqueta indique al menos que contiene un alimento
transgénico) y las sustancias tóxicas que pueda tener. La cuestión no es, por lo
tanto, transgénicos sí, transgénicos no. Como cualquier otra cosa hecha por el
hombre, los alimentos transgénicos pueden ser buenos o pueden ser malos. Como un
cuchillo, puede emplearse para tareas domésticas o para hacer daño. El debate no
debe centrarse en legislar todo lo concerniente a este asunto. Cualquier tipo de
sustancia que se quiere introducir para uso humano debe ser estudiada hasta la
saciedad.
Actualmente, se pueden escoger alimentos sin aditivos (conservantes, colorantes,
potenciadotes del sabor, etc.), ya que su presencia viene indicada en la
etiqueta de los alimentos de muchos países. Sin embargo, no tenemos esa
oportunidad con lo alimentos transgénicos. No tenemos opción de saber soi el
alimento transgénico produce alguna sustancia potencialmente tóxica para la
salud. Por lo tanto, aun en el caso de que contuviera un producto que no
deseamos ingerir, no tendríamos la oportunidad de descartarlo.
Ante este estado de cosas y dada la falta de legislación e información sobre el
tema, mi postura sobre el tema es no a los alimentos transgénicos. Pero... ¿cómo
sabré distinguirlos cuando estén delante de mí?
Pablo Escribá
Biólogo molecular español, investigador científico y divulgador cultural.