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Para Monsanto todos somos criminales
Silvia Ribeiro
ALAI-AMLATINA
México D.F.- El pasado 21 de mayo la Corte Suprema de Canadá emitió la
sentencia final del caso Monsanto contra los agricultores canadienses Percy y
Louise Schmeiser, culminando así una lucha legal que duró ocho años, a partir de
la acusación de la trasnacional de que estaban "violando" su patente de canola
transgénica (resistente al herbicida RoundUp).
Los Schmeiser -agricultores familiares por más de tres generaciones- nunca
quisieron la canola transgénica: sus campos se contaminaron por viento e
insectos y no lo supieron hasta que Monsanto envió sus detectives secretos a
sacar muestras y una carta amenazándolos con llevarlos a juicio si no pagaban
los miles de dólares que estimaba le debían por regalías. En lugar de
amedrentarse por las amenazas del gigante trasnacional, Percy salió al mundo a
contar su caso, entendiendo que esto era un precedente grave para todos los
agricultores a los que se les contaminara su campo. En estos años, otras cortes
menores sentenciaron dos veces contra los Schmeiser, alegando que, aunque no se
podía demostrar su culpabilidad, debían haber advertido a esa empresa que podría
haber plantas contaminadas accidentalmente y pedirle que las retirara, o de lo
contrario se estaban "aprovechando" de los genes patentados. Por esta razón, los
condenaron a pagar casi 20 mil dólares de multas y regalías y más de 150 mil
dólares por los gastos de juicio, además de que Monsanto los amenazó con nuevos
juicios por salir a contar el caso al público.
La reciente sentencia de la Corte Suprema, por cinco votos contra cuatro, afirma
que la patente sobre genes de canola transgénica es válida también en las
plantas contaminadas, y por tanto los Schmeiser estaban ?"privando a Monsanto
del pleno gozo de su monopolio"! al "usar" plantas que contenían genes con su
patente.
Sin embargo, consideraron que los Schmeiser no tienen que pagar nada a Monsanto,
porque no sacaron ningún provecho de la canola transgénica, ya que nunca usaron
el herbicida RoundUp. Pero los Schmeiser, ambos de más de 70 años, no sólo
resultaron inocentes de los cargos, sino que ?sufrieron el daño de la
contaminación, muchísimos gastos en el proceso, y el acoso legal y
propagandístico por más de ocho años! Según Pat Mooney, director del Grupo ETC,
con sede en Canadá, "Monsanto se consiguió una patente inflable. Ahora puede
decir que sus derechos se extienden hasta cualquier cosa en la que se
introduzcan sus genes, ya sean plantas, animales o humanos".
La Corte de Canadá fue incluso más allá de la ley de patentes de Estados Unidos
-notoriamente pro monopólica-, porque sentenció que la patente sobre un gen se
extiende a cualquier organismo superior que contenga al gen patentado. "Bajo
este veredicto, la expansión de la contaminación se convierte en una estrategia
renditiva de las corporaciones para extender sus monopolios", dijo Mooney.
La sentencia implica que si un agricultor tiene semillas o plantas que contienen
genes patentados corresponde al agricultor probar que no está infringiendo la
patente monopólica de la compañía. En el mundo de Monsanto, todos somos
criminales hasta que una Corte diga lo contrario.
Monsanto, que controla actualmente 90 por ciento de los transgénicos plantados
comercialmente en el mundo, es seguramente uno de los responsables de la
contaminación del maíz campesino en México. A la luz de este hecho es aún más
ignominiosa la propaganda que está publicando en periódicos de Chiapas: en un
aviso pagado que comienza diciendo "Amigo agricultor:", advierte a los
campesinos que si usan "ilegalmente" sus genes patentados (en este caso de soya
transgénica) en "importación, siembra, guarda, comercialización o exportación"
podrán sufrir cárcel y multas mayores. Además instigan a que si tiene dudas, "o
conoce alguna situación irregular", se contacte con Monsanto, para evitar ser
"cómplice". (En Canadá ofrecían una chamarra de cuero por delatar a los vecinos,
pero la trasnacional cuenta con que para los campesinos chiapanecos bastan las
amenazas). En México no están permitidas las patentes sobre plantas, e incluso
las plantaciones de soya transgénica de Monsanto en Chiapas se han hecho como
"experiencias de campo" o bajo un eufemismo dudosamente legal llamado "programa
piloto" que aunque son miles de hectáreas, por irresponsabilidad de las
autoridades de agricultura y "bioseguridad", no son plantaciones para
"comercialización". Por tanto, si hay alguien cuya legalidad debiera ser
analizada es la de la propia Monsanto. Y yo aquí mismo lo denuncio, para no ser
acusada de complicidad.
Todas las patentes de Monsanto son biopiratería porque se basan en los miles de
años de trabajo colectivo y público de campesinos e indígenas en el mundo, que
crearon y desarrollaron las variedades que luego las empresas usan en sus
laboratorios. La amenazas de esa empresa en Chiapas y la sentencia de la Corte
Suprema de Canadá muestran una vez más que la (i)lógica de las empresas
trasnacionales parecen tener a su servicio los poderes Judicial, Legislativo y
Ejecutivo. Pero lo que no ha logrado es convencernos de que tienen razón. Por el
contrario, los ataques cada vez más virulentos de Monsanto sólo exponen sus
injusticias y alimentan la resistencia que existe en las poblaciones del mundo
entero a los transgénicos.
* Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC.