Con la caída de Bagdad, la comunidad chiíta de Irak, que constituye más de la
mitad de la población iraquí, por primera vez en la historia moderna de su
nación está en posibilidad de exigir compartir el poder de manera
correspondiente a su peso demográfico.
A primera vista los chiítas pueden parecer un grupo monolítico, controlado por
un liderazgo relativamente central, generalmente receptivo a concepciones
islamitas radicales, o marioneta del vecino Irán. Nada más falso. En el seno del
chiísmo iraquí existe una rica diversidad de ideas y aspiraciones respecto a la
ocupación, al sistema político futuro y al papel de la religión en política.
Esquematicemos.
Son dos las familias clericales más importantes de Irak: al-Hakim y al-Sadr.
Ambas fundaron conjuntamente el partido Da'wa, para separarse posteriormente.
Antes de su muerte en un atentado con coche bomba en Najaf (29 de agosto de
2003), Baqir al-Hakim trató, mediante el Consejo Supremo de la Revolución
Islámica en Irak (CSRII, fundado en 1982 y con base en Teherán), de desarrollar
un partido político influyente apoyado en su brazo armado (milicia Badr, que
agrupa aproximadamente entre 4 y 8 mil combatientes) y sus estrechos lazos con
Irán.
En los últimos días del régimen de Saddam Hussein, el sobrino de al-Hakim, quien
tomó las riendas del movimiento luego de la muerte de su tío, es desafiado por
el ayatola Mohammed Sadiq al-Sadr, pariente lejano del fundador de Da'wa,
Mohammed Baqir al-Sadr, acusando a al-Hakim de actuar como mercenario de Irán.
Con la invasión anglo estadounidense, el CSRII adoptó una táctica ambivalente
respecto a la ocupación: llama a la resistencia por medios pacíficos y al retiro
de las tropas extranjeras, pero colabora con ellas mediante su participación en
consejos nacionales y municipales, y su integración al gobierno interino.
Washington trató con esta organización antes y después de la guerra, viendo en
ella un puente de contacto con la comunidad chiíta y con Irán. Pero las
tensiones no tardaron en surgir, cuando Estados Unidos exigió el desarme de la
milicia Badr y denunció la influencia de Irán.
Moqtada al-Sadr debe su posición en gran parte a la influencia de su padre, el
gran ayatola Mohammed Sadiq al-Sadr. A diferencia del tío de al-Hakim, sin
embargo, Sadiq al-Sadr nunca dirigió a su grupo desde el exilio, sino que
permaneció en Irak.
En febrero de 1999 fue asesinado a tiros en su coche junto con dos hijos
mayores. Su movimiento permaneció en la clandestinidad hasta la caída de Bagdad,
cuando su hijo de 27 años, Moqtada, quien heredó de su padre una vasta red de
escuelas, mezquitas y asociaciones caritativas, se adjudicó públicamente el
liderazgo.
Al-Sadr carece de los recursos materiales e institucionales del grupo de al-Hakim,
por lo que se apoya más en una política populista, mediante la cual canaliza el
resentimiento de los jóvenes clérigos de medio y bajo rango, y encuentra
seguidores especialmente entre los habitantes de los suburbios pobres de Bagdad
y del sur de Irak, aunque también en Najaf.
Durante más de 40 años, Da'wa fue esencialmente un partido nacionalista (a
diferencia del CSRII, se oponía al embargo económico contra Irak impuesto en
1991 y favorecía la apertura a los laicos). Duramente reprimido por el régimen
baazista luego del triunfo de la revolución islámica de Irán en 1979, fue
cooptado por Estados Unidos luego de la invasión. Sin embargo, con el reciente
ataque a Najaf, Da'wa ha exigido, por boca de su líder Ibrahim Jaafari, que las
tropas extranjeras salgan de la ciudad santa.
Al parecer, pues, el ataque estadounidense a Najaf está poniendo en crisis la
posición oscilante entre el oportunismo, la neutralidad y el colaboracionismo de
las máximas autoridades religiosas chiítas de los partidos presentes en el
gobierno de Allawi, el partido Da'wa y el filo-iraní CSRII. Paralelamente agrava
el conflicto entre el CSRII y el movimiento de Moqtada al-Sadr. Frente a una
Najaf en flamas, ni siquiera el máximo líder religioso Ali al-Sistani, no
obstante su popularidad, es inmune a las críticas por haber abandonado Najaf en
la vigilia del ataque estadounidense para someterse a un "tratamiento médico" en
Londres.
La caída del régimen de Hussein abrió el camino a la comunidad chiíta, pero ha
dejado tras de sí un liderazgo sumamente atomizado, todavía en busca de una
plataforma unificada. Las luchas dentro de este grupo religioso determinarán si
una fuerza política organizada puede emerger como su representante legítimo.
En última instancia, las posturas y programas de estos grupos estarán en función
de la habilidad de las fuerzas de ocupación para satisfacer las necesidades
básicas de la población iraquí, de la velocidad con la que avance el proceso de
transición hacia una soberanía iraquí total, así como de las relaciones entre
Washington y Teherán. Queda por ver si el gobierno marioneta de Alawi logrará
equilibrar estas presiones contradictorias