Medio Oriente - Asia - Africa
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La tragedia de Kalkilia
Cristina Mas
Kalkilia, una ciudad del norte de Cisjordania cercada totalmente por el
muro israelí, recibió la semana pasada con una mezcla de esperanza y
escepticismo el dictamen del Tribunal Internacional de Justicia que declara
ilegal la construcción. "El objetivo de Sharon es capturar nuestra tierra y
hacer de las ciudades guetos depauperados", denuncia el alcalde. El muro causa
graves disfunciones en el sistema educativo, los servicios sanitarios y las
relaciones familiares
Para los 40.000 palestinos que viven en Kalkilia, el muro que Israel levantó el
año pasado alegando motivos de seguridad se ha convertido en una gran jaula. En
el lado oeste se erige una pared de hormigón de ocho metros de alto y tres
kilómetros de longitud, con torres de vigilancia y cámaras de seguridad. En el
norte, el sur y el este, el muro toma la forma de una doble valla electrificada
con una trinchera central. Existen tres puertas que deberían permitir el paso de
la población a los campos y pueblos colindantes, pero hoy están prácticamente
cerradas: el único acceso a la ciudad es la puerta este, bajo control militar
israelí. Más de la mitad de la superficie agrícola de la ciudad ha quedado al
otro lado del muro, que se ha convertido en un instrumento más de colonización.
El aislamiento de Kalkilia está arruinando la economía, el sistema educativo, la
sanidad e incluso las relaciones familiares.
Por su proximidad a la línea verde –la frontera entre Israel y Palestina antes
de 1967–, la economía de la ciudad dependía de los trabajadores que cada día se
desplazaban a las fábricas israelíes. Con el estallido de la segunda intifada en
septiembre del 2000, el gobierno de Sharon ordenó impermeabilizar la frontera:
6.000 trabajadores de Kalkilia perdieron su empleo. Un año más tarde, la
construcción del muro arrojó al paro a quienes trabajaban en otras ciudades
palestinas.
Jalil Haroub, obrero de la construcción, lleva cuatro años sin empleo. Tiene
cinco personas a su cargo y sobrevive a base de trabajos ocasionales. "Con el
muro no quieren construir una frontera segura, sino empujarnos a abandonar
nuestra tierra", asegura sentado junto al fuego en un cobertizo, reconvertido en
taller de reparación de electrodomésticos, donde mata el tiempo junto a otros
parados.
Usurpación de tierra
El impacto del muro no ha sido menor para el campesinado. Según las autoridades
locales, el 58% de la tierra ha quedado aislada o destruida por el muro. Adib
Silmi perdió un dunum (unidad de superfície árabe equivalente a un kilómetro
cuadrado) de sus campos con la construcción del muro: "Llegaron con tanques y
excavadoras, se llevaron los olivos y declararon mi tierra zona militar: desde
entonces no he podido volver a trabajarla y nunca recibí una indemnización".
La forma que tomó este expolio pone de manifiesto hasta qué punto la conquista
de la tierra sigue siendo el objetivo principal de la maquinaria política y
militar israelí: más de 8.000 olivos centenarios –símbolo de la herencia
histórica y cultural de los palestinos– fueron desenraízados y replantados en
asentamientos cercanos. "Algún día los colonos pretenderán demostrar con
nuestros olivos que llevan aquí cientos de años", se lamenta Silmi.
Abdul Atif está sentado a su lado. Tiene una parcela en Alkara, donde cultiva
cítricos. "En agosto construyeron el muro en esta zona, abrieron una puerta para
los agricultores y tuvimos que pedir un permiso para cruzarla. El salvoconducto
caducaba a los tres meses, y ahora no nos permiten renovarlo; cada día me piden
más papeles", dice mostrando los títulos de propiedad. Atif debe desplazarse
hasta el asentamiento de Kadumin para renovar el permiso, pero asegura que no
tiene miedo: "La tierra me pertenece, y tengo derecho a trabajarla".
En los meses posteriores a la construcción del muro, los agricultores podían
seguir trabajando sus tierras con permisos especiales para cruzar a diario la
puerta norte (conocida como "agrícola"). Después, las autoridades militares
empezaron a restringir la concesión de los permisos. Desde el 2 de octubre la
puerta agrícola permanece cerrada y la puerta en el sur se abre tres veces al
día sólo durante 15 minutos. Se supone que 6.200 campesinos tendrían que
cruzarla, pero en un cuarto de hora no pueden pasar más de 20.
El relato de Fatima Elayan resume en la vida de una mujer la historia de todo un
pueblo. Sus padres tenían en propiedad casi cinco hectáreas de olivos y
naranjos. En 1948, con la constitución del Estado de Israel, perdió la mitad de
su tierra, que quedó al otro lado de la frontera. Todos sus olivos fueron
destruidos en 1967, con la invasión de Gaza y Cisjordania en la guerra de los
Seis Días. En el 2001 construyeron el muro sobre sus campos. Hoy sólo le queda
una pequeña parcela que, aunque la siguen trabajando con esmero, ha dejado de
ser fértil: ocho metros de hormigón impiden que la luz del sol llegue a las
plantas, y la destrucción de las canalizaciones de agua hace que se encharque,
con lo que proliferan los parásitos y las enfermedades.
"Antes, al menos, veía la tierra que me habían robado: ahora ni eso", clama la
anciana, que sólo encuentra una explicación a la construcción del muro: "Quieren
que nos marchemos de aquí. La ONU nos da harina, pero, ¿cómo seguiremos con
nuestras vidas?". Denuncia, agitada, que los americanos han destruido Iraq y
destruirán Siria: "dicen que el islam es terrorismo, pero cuando los israelíes
matan a nuestra gente les apoyan; nosotros no tenemos tanques". Fatima ya no
cree en la paz: "Tengo 70 años y escucho las mismas noticias que cuando tenía
15. Han matado a demasiada gente, no habrá paz mientras haya ocupación, no habrá
paz hasta que nos devuelvan lo que nos han robado".
Más que una barrera de separación, el muro se ha convertido en una nueva forma
de usurpación de tierra palestina. En Kalkilia penetra seis kilómetros dentro de
la frontera: en la zona oeste de la ciudad discurre a 30 metros de las casas. Su
trazado serpenteante ha anexionado de facto más de 2.000 kilómetros cuadrados de
tierra y seis asentamientos a Israel. Las poblaciones palestinas de Arab ar
Ramadin, Ad Daba y Ras at Tira han quedado aisladas al lado israelí del muro.
El control del agua es otro de los principales objetivos de la ocupación
israelí. Kalkilia se encuentra sobre la cuenca del acuífero oriental, que
produce la mitad de los recursos hidráulicos de Cisjordania. Diecinueve pozos
(más del 30% de las fuentes de agua de la ciudad) han quedado al otro lado del
muro, bajo control de Israel. Esto ha generado graves problemas de
abastecimiento en una de las zonas agrícolas más ricas de Cisjordania: Kalkilia
tenía una huerta conocida en toda Palestina, colmenas, viveros y una
desarrollada ganadería.
Con un muro que impide el acceso a las tierras y a las fábricas, la economía de
la ciudad se ha colapsado. El índice de paro alcanza, según el registro del
Ayuntamiento, el 76%. Una familia de cinco miembros vive, de media, con 60
dólares mensuales. El desempleo no tardó en repercutir sobre el comercio: un
tercio de las 1.800 tiendas de la ciudad han tenido que colgar el cartel de
cerrado. El mercado central –donde se comercializaba la producción agrícola de
los pueblos de la zona– queda totalmente desabastecido cuando las autoridades
militares imponen largos periodos de cierre. Es lo que en Kalkilia se conoce
como el "plan de estómagos vacíos".
Más allá del impacto económico, el muro ha provocado graves disfunciones sobre
el sistema educativo. Los cierres, toques de queda y controles militares
dificultan el acceso de los maestros a las escuelas de los pueblos cercanos y
gran parte de los estudiantes que acudían a la Universidad de Najah, en Nablús,
han tenido que abandonar los estudios. En el extremo norte de Kalkilia, el muro
se erige a escasos 40 metros del patio de una escuela de niñas.
Nuha Nasar, psicóloga responsable de un club infantil, resume el impacto del
muro sobre la infancia: los pequeños y jóvenes presentan problemas de déficit de
atención, dificultad para conciliar el sueño, miedo a los espacios oscuros o
incontinencia nocturna. El impacto psicológico del cierre repercute también
sobre la capacidad de relacionarse: "cuando juegan a árabes e israelíes –explica
la psicóloga– o dicen que los matarán o que de mayores quieren hacerse suicidas,
no ves ningún rastro de niñez en sus vidas". Algunos maestros y especialistas de
la ciudad han optado por una terapia sorprendente: llevar a los niños a pintar y
escribir sobre el muro. "Así pueden dar una salida a sus sentimientos,
desahogarse, y aprenden que el muro no es un monstruo, sino algo concreto,
tangible, que un día puede desaparecer".
El muro ha roto también las relaciones familiares. La mayoría de los ciudadanos
de Kalkilia tiene parientes en las poblaciones cercanas o entre los palestinos
que viven en Israel. El contacto con los segundos es imposible, y visitar otras
ciudades de Cisjordania supone pasar horas en los controles militares, siempre
que los cierres no lo impidan.
Antes de la construcción del muro se registraban en el municipio dos casos de
divorcio al mes; ahora, tras dos años de incomunicación, la media es de 16.
Margaret Rai, secretaria de la Unión de Comités de Mujeres Palestinas, destaca
el impacto del muro sobre la vida familiar en la ciudad: "Marido y mujer están
juntos en casa todo el día, sentados frente a frente sin nada que hacer y
teniendo que afrontar graves problemas económicos". Las mujeres han acabado
responsabilizándose de llevar el pan a casa: cosen y cocinan para otros, pero
para Rai "no hay que confundir esto con la liberación, porque la posición social
de la mujer no ha cambiado". Las esposas de los cientos de presos de la ciudad
tienen que trabajar y sacar la familia adelante solas.
El sistema sanitario tampoco ha sido inmune a la construcción del muro. Kalkilia
no tiene grandes hospitales, de modo que los casos críticos solían trasladarse a
30 kilómetros, a Nablús. A causa de los controles militares y los cortes de
carreteras, para recorrer este trayecto ahora son necesarias unas cuatro horas.
"Las autoridades israelíes se comprometieron a abrir las puertas para dejar
circular a las ambulancias en caso de emergencia: el problema es que a veces
tardan tres o cuatro horas en encontrar la llave. Anoche me llamaron porque un
bebé de dos años de Ad Daba –una pequeña población situada a escasos kilómetros
de la ciudad– estaba a más de 40 de fiebre. Llegué a la puerta de Kfar y esperé
más de una hora, finalmente los padres consiguieron llegar y tuve que pinchar al
bebé desde el otro lado de la verja. Cada día vivimos situaciones como esta",
explica Abu Reehan, responsable de la Media Luna Roja en la ciudad.
También los hospitales se quedan sin suministros en los periodos de cierre: "La
insulina escasea y tenemos muchos problemas para mantener los tratamientos de
diálisis", explica Reehan. Además, los arrestos y asesinatos de personal médico
en los traslados de urgencia son frecuentes.
Mustafa Malki, gobernador de la región, se muestra satisfecho con la sentencia
del Tribunal Internacional de Justicia, pero alerta de que se trata de una
decisión no vinculante. "El fallo es importante, porque reconoce nuestros
derechos, declara el muro ilegal, pide su desmantelamiento y que se indemnice a
los afectados. Aunque sabemos que todo esto puede quedar sólo en palabras".
Malki deposita todas sus esperanzas en la discusión de la próxima semana en el
seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: "Aunque Estados Unidos ejerza
su derecho a veto, se hará evidente que ellos e Israel son los únicos países que
apoyan el muro".
Enclaves incomunicados
Marouf Zahran, alcalde de Kalkilia, habla con la desesperación del que denuncia
lo evidente. "Israel justifica el muro por razones de seguridad: pero entonces,
¿por qué no lo construyen sobre la frontera? Si estuviera en la frontera y
sirviera para la separación, yo lo apoyaría, pero si alguien se quiere separar
de su vecino no le levanta una pared en medio la cocina". Afirma que el muro es
un instrumento de ocupación, que pretende la destrucción de la economía y la
aniquilación de los recursos que podrían hacer viable un estado palestino. "No
sé –pregunta con ironía– cómo podremos tener un estado sin agua, sin tierra,
formado por cantones aislados".
Zahran advierte que Kalkilia es la materialización del proyecto de Sharon para
toda Cisjordania: un conjunto de enclaves incomunicados y empobrecidos
controlados por una red de asentamientos y bases militares. "El principal
objetivo de Sharon es capturar nuestra tierra y nuestra agua y convertir las
ciudades en guetos depauperados que fuercen a la población a emigrar, en
beneficio de los colonos. Kalkilia ha perdido 3.000 habitantes desde la
construcción del muro".
El alcalde extrae también conclusiones políticas: "Este muro está alimentando la
semilla del terrorismo: al que ya lo ha perdido todo sólo le queda la lógica de
la venganza". No esconde su desencanto con los organismos internacionales. "En
el ayuntamiento hemos recibido a representantes de la Unión Europea, de Estados
Unidos, de Rusia, de la ONU... Cada día vienen tres delegaciones desde Europa.
Todos muestran su sorpresa cuando ven lo que está ocurriendo aquí, pero no hay
pasos concretos para detener la política de hechos consumados de Israel". Para
el alcalde, sólo una política clara y sincera desde Europa y Norteamérica que
presione financieramente a Israel resultaría efectiva: "Israel está pagando el
muro con el apoyo económico de Estados Unidos y de la cooperación
euromediterránea. A Libia le cortaron este apoyo tras los atentados de Lockerbie.
¿Por qué no pueden hacer lo mismo con Sharon?".
La situación de Kalkilia se presta, para la generación de políticos palestinos
que lideró los acuerdos de Oslo, a sacar balance. El alcalde se compara con sus
antepasados y con su hijo: "Mi abuelo no tenía formación y no pudo resistir a la
deportación de 1948; mi padre trabajó toda su vida en Israel; yo siempre me he
dedicado a negociar con ellos. Pero mi hijo de 16 años no quiere ni hablar con
los israelíes". Asegura que la generación posterior a Arafat no estará dispuesta
a aceptar tantos compromisos. "No tenemos miedo, seguiremos luchando y no nos
rendiremos. No tenemos otra elección: es nuestra tierra. Israel se equivoca si
piensa que con el muro conseguirá explusarnos de ella".