Medio Oriente - Asia - Africa
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Palestina irreductible
Ángel Guerra Cabrera
La Jornada
Los hechos de las últimas semanas han puesto de relieve la similitud entre lo
que ocurre en Palestina e Iraq. Ahora sabemos que la tortura de los prisioneros
iraquíes no era una práctica aislada de un grupo de facinerosos destacados en
una cárcel sino un procedimiento planificado, sistemático y generalizado,
exactamente como el que han sufrido los palestinos a manos de la soldadesca
israelí desde 1948.
Todo manual de contrainsurgencia de la CIA, el Pentágono o el Mossad incluye en
su repertorio la tortura. Esta se aplica por igual contra combatientes y civiles
inocentes, porque su superobjetivo es quebrar la voluntad de lucha del pueblo
oprimido y la ideología que la sustenta es el racismo, inherente a la esencia
misma de la cultura y el Estado coloniales, llámense Israel o Estados Unidos.
¿Por qué habrían de comportarse los militares estadounidenses en Iraq de una
manera distinta que en Vietnam o Filipinas? ¿ Existe alguna razón para pensar
que este imperialismo no es aquel que montó la Operación Cóndor y las guerras
sucias en Centroamérica? Por Dios, si hasta los personajes en los puestos clave
son los mismos: Cheney, Wolfowitz, Rumsfeld, Abrahams, Negroponte, Noriega.
Pero volviendo a las semejanzas, tanto Palestina como Iraq son escenarios donde
la sangrienta ocupación por tropas extranjeras equipadas con la más sofisticada
tecnología militar se ve empantanada por una resistencia popular irreductible.
Esta resistencia ha hecho hundirse en profundas arenas movedizas el plan de
reconquista del Medio Oriente y sus grandes recursos hídricos y energéticos al
que ha apostado todo su capital político la pandilla de Bush y Sharon. Y no sólo
eso, el fiasco militar en Iraq augura el naufragio de las aspiraciones de Bush a
un segundo mandato, mientras la desesperada acometida y las recientes bajas en
Gaza reviven en la sociedad israelí la pesadilla de la humillante retirada del
sur del Líbano. No es aventurado afirmar que esta se repetirá en Palestina.
Por lo pronto, se ve muy claro el fin de la carrera política de Sharon. El baño
de sangre contra la ciudad de Rafah, tan parecido a lo sucedido en Faluya, ha
ocasionado 30 muertos y centenares de heridos en los dos primeros días. Pero al
igual que en Faluya no es precisamente una demostración de fuerza sino un
estertor agónico.
Sharon perdió el apoyo de los fundamentalistas de su partido Likud porque no
aceptan ni la engañosa retirada de Gaza que prometió y le reprochan no haber
acabado ya con el "problema" palestino. A la vez es repudiado por un sector
creciente de la población de Israel, que -como aconteció con Líbano- parece
tomar conciencia de que no es posible una derrota del adversario por medios
militares. Es en este contexto que se producen las mayores bajas de Tel Aviv en
los últimos dos años, la posterior exigencia de la retirada de Gaza por más de
100 mil manifestantes israelíes y la escala gigantesca de la represalia lanzada
contra sus pobladores, considerada como el mayor despliegue militar del Estado
hebreo en esa zona desde la guerra de 1967.
Desde luego, la operación de castigo en el área costera palestina se lleva a
cabo con la bendición de Bush, que no hace más que afirmar que "Israel tiene
derecho a defenderse" como si el agredido y el despojado no fuera el pueblo
palestino. Fue Bush quien otorgó a Sharon luz verde para quedarse con la parte
de Cisjordania y Jerusalén que le conviniera dejando allí los 300 000 colonos
ilegalmente asentados porque otra cosa no sería "realista", quien negó el
derecho de los refugiados palestinos al retorno, quien justifica -en fin- los
asesinatos planificados de líderes de la resistencia.
Sólo en cuatro años de la segunda intifada Israel ha matado más de tres mil
miembros del pueblo que oprime, arrasado más de 60 000 casas, arrancado cerca de
un millón de árboles, destruido más de 8 000 talleres y fábricas, hecho
prisioneros a más de 7000 personas. Ha levantado un muro que cerca toda la
frontera terrestre de Gaza y secciona Cisjordania, impidiendo el acceso de su
población al agua, las tierras de cultivo, los hospitales y las escuelas y
universidades, cuyas puertas permanecen cerradas casi siempre.
Prueba irrefutable de que la solución militar es un expediente agotado es que
frente a esta orgía de violencia, a 56 años del primer despojo territorial a los
palestinos, su rebeldía permanece intacta.