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Medio Oriente - Asia - Africa

18 de marzo del 2004

Un ejército común africano: el sueño de Kadafi

Juan Agulló

El genocidio de Ruanda marcó el comienzo, en 1994, de una sutil batalla internacional por el control geoestratégico de Africa. Francia y Estados Unidos combaten por su control a través de grupos armados locales, potencias intermedias y multinacionales con intereses en la región. Pero el líder libio Muamar El Kadafi tiene su propio plan: la Unión Africana.

A finales de febrero pasado, en la ciudad libia de Sirte (norte de Africa) se reunieron los ministros de Seguridad y de Defensa de los 53 países que componen la Unión Africana (UA). Su misión, sencilla: aprobar un protocolo para una Política Africana de Seguridad y Defensa Común (PASDC).

Un trámite burocrático más, que en principio fue concebido como guinda a un proceso iniciado -dos años antes- en la ciudad sudafricana de Durban.

La UA sustituyó, en 2002, a la vieja Organización para la Unidad Africana (OUA). El impulsor del nuevo organismo fue el líder libio Muamar El Kadafi. El modelo institucional a imitar fue el de la Unión Europea (UE). El planteamiento político básico sostenía lo mismo que en Africa se viene repitiendo -con hueca machaconería- desde mediados del siglo pasado: la única esperanza realista para el continente pasa, necesariamente, por su unidad. Nada novedoso.

La única curiosidad radicó en la creación de un Consejo de Paz y de Seguridad Africano (CPSA).

Se trata de una institución que no tiene par en la UE sino, más bien, en el sistema de Naciones Unidas. Desde entonces, en Africa, se han sucedido crisis políticas, militares y humanitarias sin que el CPSA ni la Fuerza de Interposición Africana (FIA: el órgano militar del CPSA, creado el año pasado) hayan alcanzado la más mínima relevancia. Piénsese, si no, en recientes casos como los de Liberia, Sierra Leona o Costa de Marfil.

La propuesta de Kadafi

La reciente reunión de Sirte era, pues, mecánica pura. La OUA y otras organizaciones africanas ya han adoptado, a lo largo de su historia, multitud de acuerdos y protocolos -parecidos al de la PASDC- que hablan de convergencias políticas, económicas, institucionales e incluso militares. La cumbre estrella de la UA en 2004, en realidad, estaba previsto que fuera la que se celebrará en Addis-Abeba, Etiopía, el próximo 18 de marzo. Allá verá la luz -en este caso, a imagen y semejanza de la UE- un Parlamento Africano.

Pero Kadafi se encargó de dinamitar los planes de la UA mediante una propuesta audaz. El lugar escogido fue Sirte, y el contexto, la reseñada reunión de ministros africanos de Seguridad y de Defensa. Allá, el líder libio reivindicó una idea simple: la fusión de todos los ejércitos africanos en uno solo, bien pertrechado y entrenado. Sus eventuales misiones: mantenimiento de la paz, defensa de poblaciones civiles, desactivación de minas y, en casos extremos, intervenciones rápidas. En pocas palabras, mayor eficacia y menor gasto.

Recientes conflictos que empalidecieron al mundo por su crueldad -como los de Ruanda, Liberia o el Congo- fueron constantemente evocados por Kadafi. Las reacciones no se hicieron esperar.

Festus Mogae -presidente de Botswana y egresado de la Universidad de Oxford- se dijo escéptico ante "el sueño de Kadafi". Charles Wald -comandante en jefe del Comando Europeo del ejército estadunidense- fue más práctico: realizó una gira por distintos países africanos con el objetivo de tantear la posibilidad de instalar bases militares en la zona.

La coartada de Al-Qaeda

Al-Qaeda, como siempre, sirvió de coartada. Supuestamente células de dicha organización se estarían escondiendo y entrenando en Africa. Incluso estarían organizando atentados. Ese es el motivo por el que Wald le habría solicitado a gobernantes de países como Argelia, Nigeria, Angola y Sudáfrica (casualmente, todos ellos petroleros) cooperación en asuntos de inteligencia, maniobras militares conjuntas y acceso ilimitado a su espacio aéreo. En el contexto de la propuesta de Kadafi, la iniciativa de Wald suena a borrego.

El margen de maniobra occidental es, en efecto, estrecho: el líder libio ya no puede ser acusado de connivencias con el terrorismo islámico internacional. Tampoco puede ser presentado ante el mundo -al igual que Saddam Hussein- como un peligro para la paz: el año pasado llegó a un acuerdo con Estados Unidos y Gran Bretaña que conllevó el reconocimiento de sus antiguas implicaciones en actos de terrorismo internacional y la suspensión de todos sus programas de armamento de destrucción masiva.

En los últimos años, Kadafi incluso ha aceptado someterse a inspecciones internacionales que han asombrado al mundo. Todo ello le valió el levantamiento del embargo que pesaba sobre Libia y, por ende, la posibilidad de regresar al mercado petrolero y, sobre todo, gasístico internacional. Las divisas han comenzado, pues, a aflorar en un contexto de mucha mayor maniobrabilidad política que antaño. En Sirte, el camino estaba expedito para que el coronel Kadafi lanzara su órdago.

El espacio africano

Libia tiene una larga tradición de política africana. El vehículo de penetración de Trípoli siempre ha sido el Islam, que se encuentra en franco crecimiento en el sur del Sahara. Se trata de una versión muy peculiar de dicha religión. Ni tan sectaria como la de Osama Bin Laden ni tan laica como la de Hussein: lo justo como para -aderezada de un discurso panafricanista- ejercer cierta influencia política sobre unas masas -e incluso, sobre unos gobiernos- tratados con desprecio por Occidente.

Francia y Estados Unidos le temen, en efecto, al nacimiento de un actor político autónomo en Africa, ya sea en la forma militar que acaba de proponer Muamar El Kadafi; ya en la económica que defiende Sudáfrica a través de la Nueva Asociación para el Desarrollo de Africa (NADA). Se trata de un continente, más que inexplorado, prácticamente inexplotado. Las riquezas que alberga son fabulosas: enormes reservas de petróleo, gas y agua; abundancia de minerales raros y preciosos; biodiversidad endémica.

Durante la Guerra Fría, los poderes locales y las multinacionales foráneas fungieron como fichas de Estados Unidos, Francia y la URSS. La Guerra de Ruanda (1994) supuso la desaparición de Rusia como actor y la inauguración de un soterrado enfrentamiento entre París y Washington por el control de Africa. Desde entonces, cada conflicto debe ser entendido en dicho contexto. żEn qué medida la aparición de un tercer actor alteraría la relación de fuerzas existente? La respuesta quizás, la tenga Kadafi; es parte de su sueño.