África neocolonial: algunos aspectos de su despojo
Celina Doria
Observatorio de Conflictos, Argentina
A un año de asumir el poder, el gobierno de la República Democrática del Congo
ha sufrido su segundo intento de golpe de estado. Se suma a esto la amenaza de
guerra civil, y el recrudecimiento de la lucha armada en la zona este del país,
frontera con Rwanda y Uganda. El enfrentamiento de los tres vecinos es un
ejemplo más de los innumerables conflictos que se dan en el continente africano.
Las guerras generan pobreza y los estados resultantes de ellas corrupción,
ausencia de derechos y pequeños déspotas que esquilman a sus propios
conciudadanos. Cada reyerta tiene sus características específicas pero todas
comparten, sin embargo, un sustrato común de miseria, violencia, inestabilidad
política y obscuros intereses en disputa. Se confirma así la permanencia de una
crisis que lleva años sin solución y que ha dado pie a variadas explicaciones.
Ensayemos también nosotros la nuestra.
PROBLEMÁTICA AFRICANA
Brevemente, podemos explicitar tres o cuatro temas que, enredando sus tramas,
componen un panorama difícil, que se ha complejizado con el correr del tiempo.
Pese a que hay voces que minimizan la influencia negativa del colonialismo y
acentúan, en cambio, la problemática esencialmente africana (boom demográfico,
extrema juventud de la población, bajísima producción de su economía, corrupción
de las élites), no es posible soslayar esta etapa de dominación, sus resultados
nefastos y su progresiva transformación en lo que hoy se define como
neocolonialismo. Una nueva fase, que actualmente permite a las potencias
extranjeras, ahora sin una presencia como fuerza ocupante, continuar con el
sometimiento a través de complejos mecanismos económicos y en ocasiones,
militares. Del lado africano, encontramos instaladas en los gobiernos a élites
corruptas, alejadas de las necesidades de sus pueblos, en connivencia con los
intereses foráneos y sostenidas por fuerzas militares mercenarias, pagadas por
dichos intereses. Buenos conocedores de las contradicciones étnicas, nacionales
o religiosas, muy comunes en África, las manipulan de acuerdo a la conveniencia
propia o ajena. La vía militar se impone para la resolución de cualquier
discrepancia. La denominación de "conflicto tribal" encubre los enfrentamientos
del poder central con grupos locales o de éstos entre sí. El tráfico de armas es
altamente redituable, y se asiste al fenómeno de los "señores de la guerra", una
nueva élite de empresarios políticos-militares que utilizan la guerra como medio
para sacar provecho en términos de poder o de riquezas. Invierten dinero en
armas y soldados, hombres o niños, inversión arriesgada de mucha rentabilidad.
En el último escalón, la gente del común, de una pobreza extrema, blanco fácil
de la esclavitud, carne de cañón de guerras y guerrillas, víctima constante del
hambre y las enfermedades. Por su parte, Occidente hace la vista gorda. Frente a
las cámaras de TV o desde las portadas de diarios y revistas los gobernantes de
turno lanzan llamamientos a la paz, se declaran defensores de los derechos
humanos, derraman lágrimas de cocodrilo frente a las cruentas masacres mientras
por lo bajo apañan a los victimarios o acreditan alguna comisión extra en una
cuenta suiza. Veamos con más detalle estos argumentos.
LA ETAPA COLONIAL
Desde siempre, los variados recursos africanos han despertado el interés, sino
la codicia, de vecinos y foráneos. A partir del siglo XVI, el avance
expansionista de los musulmanes, antiguos intermediarios con Europa y de los
mismos europeos, de la mano de los portugueses, iniciará una redituable y
desigual relación, que se extiende hasta nuestros días Para principios del siglo
XIX, luego de cuatro siglos de una trata de esclavos que desangra al continente,
los nuevos intereses económicos promueven su abolición. La revolución industrial
necesita ahora consumidores, dados los avances tecnológicos. No hacen falta
tantos brazos en las plantaciones y los hombres siempre pueden trabajar en sus
lugares de origen, produciendo materia prima. África es una promesa económica de
posibles producciones. El algodón de Egipto corrige con éxito la baja producción
de Estados Unidos, afectada por la guerra civil. Las minas de oro y diamantes
del sur tientan con sus brillos a los capitalistas europeos. A partir de la
Conferencia de Berlín (1884-1885), los países más industrializados dominan las
colonias y en el corto lapso de veinte años, se reparten el África. La modalidad
de la ocupación es más o menos la misma en todos los casos: "tratados" forzosos
se combinan con el aplastamiento de toda oposición física. Acto de conservación
en un principio, reflejo en pos de la supervivencia, el movimiento de
resistencia se generalizará con la consolidación del sistema colonial. Esta
segunda etapa, ahora fruto de la reflexión, se manifestará de maneras diversas,
la guerra del impuesto de las cabañas en Sierra Leona, la revuelta bailundu en
Angola, las guerras maji maji en el África Oriental alemana, la rebelión bambata
en Sudáfrica, testimonian con sus miles de víctimas, el rechazo de los pueblos
africanos al sojuzgamiento. Para lo que es hoy la República Democrática del
Congo el hombre clave de la colonización fue Leopoldo II, rey de los belgas,
quien anexionaría posteriormente Rwanda y Burundi. El discurso legitimante de
Leopoldo, común al imperialismo, pretendía "civilizar" la región, transformar
una cultura tradicional estática y poco productiva en una moderna y dinámica.
Así la presencia europea se definió en términos de responsabilidad o deber de
una civilización superior que, con actitud paternalista, asumía "la tutela de
tales pueblos... confiada a naciones avanzadas" (1) Lo cierto es que el régimen
de Leopoldo fue uno de los más atroces que se impusieron en África. La
explotación del caucho originaría crímenes inenarrables y una expoliación
tremenda de recursos que permitirían al rey de los belgas recuperar sus
inversiones y créditos en poco tiempo. Las numerosas estructuras económicas
autosuficientes fueron destruidas o transformadas y subordinadas. Sus conexiones
entre sí se rompieron, como en el caso del comercio transahariano y el de la
zona interlacustre del África oriental y central. Vínculos previamente
existentes entre África y el resto del mundo también fueron afectados
negativamente, en especial la relación con India y Arabia. En la medida en que
la economía colonial empezó a madurar, prácticamente ningún sector de la
sociedad africana pudo quedar al margen de los parámetros que impuso. La mano de
obra fue reclutada a la fuerza, las formas no disimuladas de trabajo forzado y
las situaciones apenas encubiertas de esclavitud fueron otros tantos aspectos de
su afianzamiento. Los estados metropolitanos se aliaron a los capitales privados
en la coacción y explotación de los recursos. Así, la desigualdad del
intercambio se amplió en lo macroeconómico. Alto coste de las mercaderías
importadas y crecimiento del sector exportador a expensas de las comunidades
africanas, quienes pagaban la diferencia en tierras, trabajo, impuestos y
capital. Se creó así una dependencia externa manifestada en términos de capital,
mercados, tecnología, servicios y proceso de toma de decisiones. La economía
colonial pasó a ser una prolongación de la de la potencia colonizadora, sin que
ninguno de los elementos económicos como ahorro, inversión, precios, ingresos y
producción fueran puestos al servicio de las necesidades locales. Los objetivos
de la colonización fueron, en su forma más pura, mantener el orden, evitar
grandes gastos financieros y organizar una mano de obra productiva. Dependencia
económica, desequilibrio y subdesarrollo fueron las consecuencias.
INDEPENDENCIA Y NEOCOLONIALISMO
La independencia de los estados africanos, en los años sesenta, no trajo
demasiados cambios en las desiguales relaciones con Occidente. De hecho, el
dominio económico ha tergiversado esa independencia. Los dirigentes africanos
que trataron de poner un freno a la situación, como Patricio Lumumba o Thomas
Sankara, fueron físicamente eliminados con la complicidad activa o pasiva de las
potencias extranjeras y políticos locales venales. En el caso del Congo belga,
su independencia no fue producto del movimiento nacionalista, sino más bien
fruto de la incapacidad belga de mantener unas posesiones que se volvían cada
vez más conflictivas y poco redituables. Más o menos similar fue la situación
para Rwanda y Burundi, y de l962, fecha de la independencia de estos estados,
datan las continuas guerras civiles que los afligen. Cobra relevancia en este
período el papel jugado por las élites africanas. Ubicadas en los gobiernos,
tomaron el relevo de la opresión que antes ejercieron los colonizadores.
Educadas en occidente, desconectadas de las realidades sociales de sus tierras,
son acusadas de pasar más tiempo en los países del norte que en los suyos. Sus
hijos se educan en París, New York o Londres, sus inversiones inmobiliarias en
el extranjero se cuentan por miles, sus cuentas en paraísos fiscales se abren
con donaciones, ayudas o créditos para el pueblo africano. Es así como países
con suficientes recursos para dar una vida digna a su población se ven
endeudados por sus gobernantes, sin recibir nada a cambio, salvo el ajuste de
las tasas de interés. Innumerables concesiones son adjudicadas a los capitales
extranjeros, sin medir consecuencias ni beneficios. En ese contexto ideológico,
por ejemplo, se formó la NEPAD, "Nueva Sociedad Económica para África",
representada por jefes de estado de Senegal, Argelia, Sudáfrica y Nigeria, un
plan que apunta a "incrementar las inversiones privadas extranjeras", en otras
palabras, da vía libre al saqueo "legal" de los recursos del África. Como en los
Siglos XVI ó XIX, África atrae hoy al mundo con una serie de recursos,
esencialmente mineros, que se califican como "estratégicos". La República
Democrática del Congo aseguró mucho tiempo el suministro de uranio, sus reservas
de cobalto y cobre son de las mayores del mundo, y las de manganeso, cinc, oro y
diamantes tienen un potencial importante. Hasta comienzos de los 80, estas
fuentes minerales fueron un elemento clave en la política americana y europea en
relación al África. Los estados extranjeros se permitieron tanto intervenciones
militares directas como tratos menos claros (apoyo al apartheid sudafricano, por
ejemplo), para sostener su abastecimiento. Si bien el mercado de minerales no
energéticos ha ido perdiendo valor en relación con los hidrocarburos esto no ha
frenado la voracidad de los capitales, que ahora avanzan sobre las reservas de
petróleo africano.
CONGO, RWANDA, UGANDA.. UNA INTRINCADA MADEJA DE INTERES
El cambio en los precios del mercado afectó la economía africana. En el Congo,
las industrias que explotaban el cobre y el cobalto sufrieron la falta de
inversión luego de su nacionalización y de transformarse en fuente de beneficios
de los allegados al presidente Mobutu. A cambio, el mercado de los diamantes se
mantuvo estable y una nueva opción apareció en el horizonte, el coltan, material
poco conocido pero cuya demanda ha tomado ribetes impensables, debido al auge de
la telefonía celular en la que se utiliza. Lejos de aportar beneficios o
soluciones económicas, los diamantes y el coltan son fuente de terribles
conflictos donde se cruzan las variables de la lucha tribal, el tráfico de
armas, los "señores de la guerra" con disputas territoriales de larga data. En
la región de Kivu, al este del Congo, se asientan las minas de diamantes de
Kinsagani, en cuya producción están interesadas también Uganda y Rwanda. Los
diamantes de Kinsagani han llevado a los dos vecinos a enfrentarse militarmente
en territorio congolés, con el resultado de tres mil pobladores locales muertos.
En l997, una coalición de Uganda, Rwanda y Burundi invadió el Congo. Con la
excusa de luchar contra los rebeldes que se oponían al presidente Kabila y
mantener la paz en el país, las tropas permanecen instaladas aún hoy. Hay que
agregar que Kabila, apoyado por la antedicha alianza, y ésta por capitales
ingleses y norteamericanos, acababa de dar un golpe de estado contra el general
Mobutu, ligado a intereses franceses en la región. A sur de Kivu se encuentra la
provincia de Ituri. Con su capital Bunia, parece estar asentada en una vasta
reserva de petróleo cercana al lago Alberto. En esta zona, el poder local es
disputado por dos grupos, Hemas y Lendus, acusados de crímenes en masa atroces.
Uganda provee armas a ambos y entrena a sus hombres, mantiene de esta manera el
caos en la región y, al mismo tiempo, se presenta como garante de paz.
Sugestivamente, sus exportaciones de diamantes, de los que no es productora, y
de oro, que produce en mínima cantidad, aumentan considerablemente. También
Rwanda provee armas y entrenamiento a Hemas y Lendus, si bien no tiene especial
interés en Ituri, pero sí, como decíamos antes, en la provincia de Kivu de donde
obtiene oro, diamantes y coltan. Por otro lado, reclama abiertamente tierras
fronterizas con el Congo. Las luchas tribales también le sirven para legitimar
su presencia. En este caso son las etnias Hutu y Tutsi las que se ven
involucradas. La minoría Tutsi era la casta tradicional que históricamente
controló la monarquía, ejército y administración en la región de Rwanda. Al
darse la independencia en l962, la mayoría Hutu tomó el poder y desde entonces
los conflictos y matanzas se sucedieron sin interrupción. En Abril-Mayo de l994
extremistas Hutu masacran un millón de personas, principalmente Tutsis, dichos
extremistas habrían buscado refugio en el Congo, y de allí la presencia, desde
hace siete años, de las tropas rwandesas. Además del robo de sus recursos y el
asesinato de sus habitantes, la infraestructura del Congo en la zona ocupada ha
sido destruida masivamente. Se habla incluso de fábricas enteras, desmanteladas
y trasladadas directamente a Rwanda o Uganda. La explotación ilegal del coltan
sigue un modelo similar. La demanda se ha ampliado y las grandes compañías como
Nokia, Sony o IBM se disputan la producción. La extracción del mineral es
llevada a cabo por una población que, empujada por la pobreza, se emplea en las
minas por unas pocas monedas y en condiciones de esclavitud. Los trabajadores
más codiciados son los niños, que abandonando en masa la escuela, se constituyen
en una mano de obra barata, dócil y de pequeño tamaño, condición esta última más
que conveniente, pues las minas están a ras de la tierra y les es más fácil
penetrar en ellas. Como síntesis de las condiciones de trabajo imperantes, se
calcula que más de tres millones de personas han muerto en los últimos años en
las minas de coltan.
EL ROL DE OCCIDENTE
Mientras los gobiernos se disputan el territorio, las empresas se reparten el
control económico de la región, financiando a las fuerzas militares de los dos
frentes. El tráfico de armas comparte las mismas rutas que el comercial: los
vuelos de ida al Congo viajan cargados de armas, los de vuelta, de mineral.
Imposible cualquier posibilidad de desarrollo de una industria local. Por otro
lado, el reclamo a las fuerza occidentales para que detengan de algún modo la
expoliación del Congo y la masacre de sus habitantes cae en oídos sordos. Las
grandes potencias han permanecido por años en la zona y conocen la situación,
pero sólo han intervenido cuando han estado en juego sus propios intereses. La
masacre tutsi de l994 fue planeada con cuidado, tanto Bélgica como Francia veían
venir los acontecimientos. Bélgica no pasó de alguna advertencia espantada.
Francia, interesada en su posición estratégica en la zona de los Grandes Lagos,
proveyó armas, entrenó hombres hutu y recibió a sus dirigentes en París,
prometió incluso intervenir militarmente en caso de ser necesario protegerlos.
Los intereses británicos han hecho su parte en la zona. La contribución
financiera a Uganda y Rwanda ha sido importante. Sin embargo, Inglaterra nunca
ha usado su influencia para detener el tráfico de armas que sustenta la guerra.
Es más, el jefe de inteligencia de Rwanda, James Kabarebe, responsable de
crímenes varios, es recibido por la Oficina de Asuntos Exteriores inglesa y la
M16, en un visita semioficial en Londres. Estados Unidos tiene a Uganda como
modelo de lo que un país africano debe hacer para salir del subdesarrollo, el
FMI y el Banco Mundial solventan ese crecimiento con créditos garantizados por
beneficios espurios. La ONU ha dictado dos resoluciones, l304 del 2000 y l34l
del 2001 condenando la invasión, pero lo cierto es que su influencia no es
suficiente. Las causas del conflicto han sido cuidadosamente catalogadas, los
criminales, identificados, pero la respuesta de occidente se hace esperar.
"OTRA ÁFRICA ES POSIBLE"
Pensamos que la solución podría, debería mejor dicho, surgir de los mismos
africanos. Algunos intentos están en marcha. Inspirado en el Foro Social Mundial
de Porto Alegre, se ha iniciado un Foro Social Africano. Su primera reunión se
realizó en el 200l, con sede en Bomako. En enero del 2003, 250 representantes de
43 países africanos, algunos de ellos en guerra, se reunieron para la segunda
convocatoria en Addis Abeba. Los participantes provenían de movimientos
sociales, sindicatos, organizaciones de campesinos, ONGs e institutos de
investigaciones. Bajo el lema de "Otra África es posible" discutieron
problemáticas diversas: salud, situación de la mujer, comunicaciones, educación,
participación, y fundamentalmente la dependencia económica de los estados
representados. Organizar un evento de la magnitud que se pretende importa no
pocos problemas en un continente devastado como África. Falta de comunicación,
rutas intransitables, conexiones aéreas aleatorias, falta de medios en general.
Sin embargo, se ha colocado la primera piedra de lo que pretende ser un
movimiento contrario a las políticas económicas que se aplicaron en el
continente durante décadas, y que terminaron por hundirlo en la miseria, la
guerra y la desintegración política actuales. La resolución final de Addis Abeba
subraya el fracaso de las recetas liberales y de los dirigentes que las han
seguido. Rechaza la NEPAD como paradigma del desarrollo del África. Propone, en
cambio, la organización civil, la elaboración de un discurso común en el que se
retome y afiance la cultura africana, no sólo como medio de resistencia a la
dominación extranjera sino como herramienta para construir un marco económico,
político y social para la Otra África. En ese contexto, se determinarán
prioridades propias, en función de necesidades específicas, dejando de lado los
cánones homogeneizantes impuestos desde afuera y alejados de las características
puntuales de las sociedades locales. El camino es arduo, sin muchas
perspectivas. Los africanos sólo pueden, por ahora, echar mano de sus
experiencias y, agregan, de su inagotable caudal solidario. Tal vez, con el
tiempo, sus voces sean escuchadas y atendidos sus reclamos.
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Nota
(1) Betts, R.F. "Métodos e instituciones de la dominación europea" en Historia
General del Africa. Africa bajo el dominio colonial (1880-1935), Unesco, 1987,
Vol VII, cap 13, p.341