Medio Oriente - Asia - Africa
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Alabado por los suyos y respetado por el mundo
Murió Yasser Arafat, confinado por Israel
Emilio Marín
De Yasser Arafat, como de otros grandes hombres del siglo XX y parte del XXI,
se puede decir que no pasó indiferente por este mundo. Según las multitudes que
lo amaban, su alma está ahora en la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén. Allí
deseaba ir a rezar quien vivió exiliado la mayor parte de sus 75 años, pero la
muerte lo fulminó. No fue su único sueño incumplido: tampoco vio un estado
palestino independiente. Las razones de su fallecimiento son un misterio médico.
Es público y notorio que desde el 1 de diciembre de 2001, fue un preso del
régimen israelí, confinado en la semidestruída sede de su gobierno.
ES UN GRANDE
Para el liderazgo sionista, Arafat era un vulgar terrorista sentenciado
oficialmente a muerte desde junio de 2003. Así pensaban Ariel Sharon y su
ministro de Defensa, general Shaoul Mofaz. El jefe de ambos, George W. Bush,
tenía ese mismo punto de vista descalificador por eso nunca aceptó reunirse con
el presidente de la Autoridad Nacional Palestina. Vale el contraste: a Sharon le
abrió nueve veces la puerta de su Salón Oval.
A despecho de esos juicios lapidarios de la Casa Blanca y Tel Aviv, y quizás a
causa de los mismos, el dirigente palestino escaló más peldaños en la
consideración de buena parte del mundo.
Su fallecimiento causó mucho dolor entre los cuatro millones de palestinos que
viven en Cisjordania, Gaza y barrios de Jerusalén oriental. A eso hay que sumar
el mar de lágrimas derramado por los refugiados en otros países árabes. Ese
dolor, que se puede traducir como reconocimiento póstumo o amor, está fuera de
toda discusión. La denostada TV a veces sirve para algo; en esta oportunidad,
para registrar el duelo de la gente de Ramallah y el resto de Medio Oriente.
Hablemos de las condolencias que expresaron figuras tan disímiles como Fidel
Castro y Nelson Mandela, en una punta del espectro ideológico internacional, y
Juan Pablo II, el rey Juan Carlos de España y dirigentes de la Unión Europea, en
la otra vereda. Todos los líderes, al pertenecer a determinadas corrientes
políticas, concitan amores y odios. Pero hay algunos, que al fundirse con el
nombre de sus nacionalidades, logran que los sentimientos positivos desborden
los cánones de la lucha de clases. Ellos amalgaman algo así como un arco iris
que no se corresponde con un esquema unicolor. Este fue el mérito grande de
Arafat, tras defender por 52 años la causa palestina, si se toma como punto de
partida la fundación de la Federación de Estudiantes Palestinos en 1952, en El
Cairo.
Luego de semejante periplo por la historia, peleando en Egipto, Jordania, El
Libano, Túnez y Cisjordania, el fatigado fedayin se ganó un lugar en la
historia. Su alma andará por Al Aqsa, la mukata de Ramallah o no estará en
ninguna parte: esa es una adivinanza religiosa o cuestión de fe. La política
despidió a un "imprescindible" felicitado por la poesía de Bertolt Brecht.
LOS IMPRESENTABLES
Algunos políticos como el fallecido en el hospital militar de Percy, son
imprescindibles. Y otros son impresentables, inclusive en esos países europeos,
como el premier israelita, con causas por genocidio abiertas en Bélgica por
familiares de centenares de víctimas de los campos de refugiados de Sabra y
Shatila, en 1982, en El Líbano.
Las autoridades israelitas tienen una responsabilidad en la agonía de Arafat por
haberlo confinado por tres años. El titular de la ANP no podía salir de sus
oficinas, le fue bombardeado hasta su dormitorio, no recibía atención médica
adecuada, no podía ver la luz del sol ni tomar aire libre por la posibilidad de
atentados con bombas, misiles o tiros de francotiradores.
Ese largo confinamiento permite comparar al líder con los 6 mil presos
palestinos encarcelados por Israel. El régimen es tan poco humanitario que por
resolución de la Corte Suprema de Justicia se permite la tortura, definida como
"presión física moderada".
Si el hombre es uno y su circunstancia, la salud de Arafat era objeto diario de
torturas al saber que los territorios ocupados tienen un desempleo superior al
50 por ciento y que más de 3.500 personas han muerto desde el inicio de la
Segunda Intifada (setiembre de 2000). Con cada baja, sobre todo de mujeres y
niños, el viejo león se iba muriendo de a poco. Así se murió del todo.
Los sionistas en la cúspide del estado teocrático de Israel no se privaron de
nada para hacer daño a su adversario. Como quedó dicho, en los últimos años lo
tildaron de terrorista y mandaron al tacho de basura su seca rama de olivo de la
paz, congelando la llamada "Hoja de Ruta" (plan negociador de EE.UU. Unión
Europea, Rusia y la ONU). Pero incluso en los últimos días hicieron circular
versiones de que era homosexual y se estaba muriendo de SIDA. Si con esos golpes
bajos intentaban salvar el prestigio de su servicio secreto, sindicado como
presunto autor de un envenenamiento contra el enfermo, la misión terminará en
fracaso. Nada despejará las dudas sobre el Mossad.
Sharon y el bloque derechista del Likud no tuvieron compasión con el finado,
incurriendo en gestos de debilidad como negar su sepultura en Jerusalén del
este. ¿Tenían miedo que les ganara batallas después de muerto? Más obseno aún
resultó el espectáculo de colonos ortodoxos -neonazis- bailando en las calles y
bebiendo felices por la muerte del debilitado titán. No debería sorprender ese
culto de la muerte de la ultraderecha judía: al fin de cuentas uno de los suyos
mató al premier laborista Yitzhak Rabin en noviembre de 1995. ¿Por qué no
brindarían por la desaparición del "raís" de los odiados palestinos? Uno de los
granujas mayores resultó el embajador de Israel, Rafael Eldad, quien ayer
escribió en La Nación: "como un gesto hacia un ser humano, quiero
expresar mis condolencias por el fallecimiento de Arafat". Unos días antes
deseaba su deceso: "Yo decía, con humor, que este dicho en español que señala
que ´yerba mala nunca muere´, no es correcto: Arafat ya está bastante enfermo" (La
Voz del Interior, 30/10).
LO QUE VIENE
Imposibilitado de enterrar a su presidente en Al Aqsa, la solución elegida
por los palestinos no fue desacertada pues la Mukata o sede de la ANP de
Ramallah es todo un símbolo de la resistencia.
La cresta gubernamental-militar israelí tuvo el tupé de poner la pelota en el
campo palestino con vistas a hipotéticas negociaciones de paz. Sharon pidió que
"la nueva dirección palestina que va a sucederle comprenda que los avances en
las relaciones con Israel y las soluciones de los problemas pasan ante todo por
una guerra contra el terrorismo". Su mandante, desde Washington, repitió que
según como se comporten los palestinos habría una nueva oportunidad para la paz.
Cualquier observador más o menos imparcial del conflicto del Levante se pondría
del color de la grana ante tanta hipocresía. Es que el nudo gordiano que hay que
cortar para abrir un proceso de paz es devolver los territorios palestinos
ocupados por la fuerza en 1967.
No son los reclamos de un estado independiente con capital en Jerusalén oriental
la barrera a la comprensión entre los dos pueblos. Es escollo ha sido en los
últimos cuarenta años, sino más, la ocupación practicada por las
administraciones del Likud y el Partido Laborista. Golda Meir, Menahem Begin,
Benjamin Netanyahu, Ehud Barak y Sharon, por citar a algunos, no han aceptado lo
que Arafat llamó "la paz de los valientes". Quien firmó la Declaración de
Principios de 1993, Rabin, se llevó a la tumba su premio Nobel de la Paz,
recibido conjuntamente con Shimon Peres y Arafat.
Esa historia de opresión sobre los palestinos tuvo capítulos muy recientes como
la operación "Días de penitencia" que el Ejército israelita (Tzahal) realizó en
Gaza. Cien muertos palestinos fue el ominoso saldo.
Sólo removiendo esa barrera se podrá avanzar hacia soluciones pacifistas. Si
Sharon mantiene la segregación mediante el "Muro del Apartheid", que ingresa 30
kilómetros en Cisjordania, usurpando más superficie y aislando poblaciones, es
fácilmente pronosticable que seguirá la confrontación entre las dos partes.
Quienes fomentan el resentimiento de sus vecinos no pueden después lamentarse de
los estallidos y reacciones violentas de éstos, con brotes de fundamentalismos.
Mal que le pese hay que decir que los mayores fundamentalistas no son los
líderes de Hamas o la Jihad Islámica, ni los ayatolas iraníes o de Irak. El
campeón es Sharon, a nivel de pequeña potencia nuclear; el supercampeón, ya
sabemos quién es.
Cualquiera que termine elegido com sucesor de Arafat, sea por medio de
elecciones dentro de 60 días o por un acuerdo del Consejo Legislativo, no podrá
menos que seguir en la huella trazada por aquél. Incluso los "moderados" como
Abu Mazen o Abu Alá, si son ungidos, tendrán que resistir las presiones de
Israel, sobre todo si éste no hace ninguna concesión concreta para mostrar a los
sufridos palestinos.
Se dirá que Arafat (nombre de guerra Abu Ammar, "padre constructor") cedió
muchas cosas a Israel desde la Declaración de Washington. Es cierto, tanto como
que ese acuerdo pautaba la fundación del estado palestino al cabo de cinco años
de autonomía, plazo que se venció groseramente sin lograr ese objetivo.
Esas limitaciones, de los últimos años de su vida, no restan mérito al trazo
grueso de sus 52 años de lealtad a la causa palestina. A los argentinos nos dejó
una gran enseñanza político-militar pues en junio de 1982, en simultáneo con la
rendición de Mario Benjamín Menéndez en Puerto Argentino, el titán palestino
resistía heroicamente con sus fedayines en El Líbano la invasión de los
israelitas aliados a los cristianos maronitas. Y sobre esa base, Arafat pudo
salvar el grueso de su ejército y embarcarse rumbo a Túnez, para seguir su
lucha. En cambio, a los generales argentinos especialistas en centros
clandestinos de detención, Malvinas los fulminó como flojos y vendepatrias.
Ninguna de esas cosas podrán decir de Arafat, ni siquiera sus enemigos.