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Medio Oriente - Asia - Africa

Elecciones en Afganistán: "ni limpias, ni libres, ni democráticas"


Carmen Esquivel
Prensa Latina

Las elecciones presidenciales en Afganistán trascurrieron hoy en medio de denuncias de fraudes masivos e irregularidades que evidenciaron la imposibilidad de efectuar una consulta democrática en un país ocupado por Estados Unidos.

"Si el presidente norteamericano, George W. Bush quiere poner un presidente en Afganistán, que venga y lo haga, pero que no llame a esto elecciones", dijo a la prensa el aspirante presidencial Abdul Latif Pedram. Un grupo de 15 candidatos pidió a la Comisión Electoral cancelar los comicios, ante la falta de limpieza y libertad y los evidentes fraudes detectados, pero la entidad rechazó la solicitud y prometió decidir más adelante si la votación era legítima o no. "Cualquier gobierno que acceda al poder en estas elecciones no tiene credibilidad, ni validez y es ilegítimo", dijo el también aspirante Abdul Satar Sirat, en breve conferencia de prensa, a la que asistieron el enviado especial de la ONU, Jean Arnault, y el de la Unión Europea, Frances Vendrell. Sirat denunció que los electores fueron forzados a votar por el candidato favorito de Estados Unidos, el actual presidente Hamid Karzai, quien utilizó tres millones de tarjetas de identidad falsas para favorecer sus aspiraciones de ser elegido.

Mientras en la ciudad de Peshawar "se vio a niños que no tenían más de 14 o 15 años echando sus votos sin ser anotados", según dijeron testigos. En numerosos centros del país fue detectado que la tinta con la que se marcan los dedos pulgares de los electores, y que debería ser visible tres semanas después, desaparece fácilmente, lo cual permite votar más de una vez. En Kabul y en la ciudad de Mazar-i-Sharif, la más importante del norte, muchas personas mostraron a los periodistas la facilidad con que podían quitarse la tinta de la piel.

"Esto indica que se puede votar hasta 10 veces", denunció Massuda Jalal, la única mujer entre los aspirantes a la presidencia, quien se negó a participar en la votación por considerar que "estas no son unas elecciones libres, ni justas". Las denuncias fueron confirmadas por el mayor grupo de observadores electorales independientes de Afganistán, el cual aseguró que el problema se ha detectado en Kabul y también en todas las provincias.

En un intento por aplacar el escándalo, el embajador de Estados Unidos en Afganistán, Zalmai Khalizad, visitó la casa del candidato Sirat, para -según dijo- resolver los problemas.

El diplomático norteamericano ha sido acusado de injerencia en el proceso electoral y de favorecer a Karzai, en detrimento de los otros 17 aspirantes.

En opinión de Pedram, el proceso electoral afgano está diseñado para beneficiar a dos presidentes: Hamid Karzai y George W. Bush. "Un triunfo cómodo de Karzai en una elección cuidadosamente controlada impulsaría las posibilidades de reelección de Bush y esa es la razón de que exista un campo de juego electoral disparejo en Afganistán", dijo Pedram.

Las dos veces aplazadas elecciones se efectuaron en medio de un creciente clima de inseguridad, que sólo en un año dejó mil 600 muertos, pero la Casa Blanca ejerció presiones para se efectuaran antes de los comicios del 2 de noviembre en Estados Unidos.

A fin de controlar la jornada electoral, Estados Unidos puso en estado de alerta a los 20 mil soldados bajo su mando en Afganistán, envió a una fuerza de reacción rápida y ordenó la movilización de los más de nueve mil efectivos de la llamada Fuerza Internacional de Apoyo a la Seguridad (ISAF).

La contienda coincidió con el tercer aniversario de la invasión contra el país centro asiático, encabezada por Washington con el pretexto de capturar a Osama bin Laden, responsabilizado con los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

El líder de Al Qaeda sigue sin aparecer, pero Washington se empeñó en celebrar los comicios para legitimar la intervención extranjera y dar una imagen de éxito en su llamada campaña antiterrorista, opinaron los expertos.

Un comentario del diario The New York Times intitulado "Estados Unidos tiene un favorito en Afganistán, eso es un problema", auguraba hace poco que las elecciones se verían socavadas, si el proceso era visto como un teatro político dirigido por los estadounidenses para impresionar a los votantes norteamericanos en vez de a los afganos.
Afganistán, tres años después

Inmersos en la campaña electoral, el tercer aniversario de la invasión de Estados Unidos contra Afganistán pasó inadvertido, menos para los afganos que sufren las consecuencias en una nación golpeada por la guerra, el narcotráfico y la inseguridad.

En octubre de 2001, Washington y sus aliados iniciaron una campaña, que paradójicamente fue bautizada como Libertad Duradera, con el pretexto de capturar a Osama Bin Laden, responsabilizado con los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

En nombre de la libertad, uno de los países más atrasados del planeta fue atacado con bombarderos B-1, B-2 y B-52, aviones de combate, bombas de precisión y misiles Tomahawk.

Después de 78 días de bombardeos, el general norteamericano Tommy Franks, jefe de la operación, dio por concluida la campaña, aunque admitió desconocer el paradero de Bin Laden. Se desconoce con exactitud cuántos civiles murieron durante esta agresión, pero algunas fuentes coinciden en que suman más de cinco mil, entre ellos un elevado número de mujeres y niños. Estados Unidos derrocó al movimiento talibán e impuso en el poder al presidente Hamid Karzai, pero éste ha sido incapaz de ejercer su influencia más allá de la capital. No en balde muchos de sus críticos lo llaman el alcalde de Kabul.

Tres años después de la invasión, el país centroasiático está devastado por la guerra y con una economía basada en un 90 por ciento en actividades ilegales. "Afganistán está encerrado en un círculo vicioso de la economía informal, donde el negocio de las drogas y la violencia se alimentan recíprocamente", aseguró un reciente informe del Banco Mundial.

El narcotráfico se convirtió en la principal actividad económica y es el sostén de los caudillos o "señores de la guerra", que controlan la mayoría de las provincias y tienen un ejército de 100 mil efectivos.

Afganistán sigue siendo uno de los países más pobres del mundo. Con una población de 24 millones de habitantes, la tasa de analfabetismo alcanza al 79 por ciento de las mujeres y al 49 de los hombres, mientras que la mortalidad infantil es de 115 por cada mil nacidos vivos, por sólo citar algunos datos.

A esta crítica situación hay que añadir el creciente clima de inseguridad, agravado por la intervención norteamericana y las constantes operaciones militares de las tropas de ocupación en el sur y el este contra supuestos seguidores del talibán y de la red Al Qaeda. Sólo en el último mes murieron en ese país unas 60 personas en atentados, ataques contra organizaciones internacionales, enfrentamientos entre caudillos rivales o en bombardeos de la aviación norteamericana contra supuestos escondites del talibán.

"La situación de seguridad empeora cada día", dijo Nick Downie, asesor de las organizaciones de ayuda internacional en territorio afgano, muchas de las cuales tuvieron que abandonar el país.

En medio de este clima de violencia tendrán lugar mañana las dos veces aplazadas elecciones presidenciales, sin que existan las más mínimas garantías de seguridad, pero con el apremio de Estados Unidos que necesita mostrar ante el mundo el éxito de su llamada campaña antiterrorista.

Washington está empeñado en que los comicios funcionen y para ello puso en estado de alerta a 100 mil militares y policías, entre ellos los 20 mil de las tropas de ocupación estadounidenses y los nueve mil de la llamada Fuerza Internacional de Apoyo a la Seguridad (ISAF), al mando del Eurocuerpo.

Estados Unidos expresó abiertamente su apoyo al presidente Hamid Karzai, de origen pashtun, quien aspira a mantenerse en el poder.

Hay además otros 17 candidatos a la jefatura del Estado, entre ellos el tayiko Yunis Kanuni, ex ministro de Educación y prominente miembro de la llamada Alianza del Norte, el caudillo Abdul Rashid Dostum, de origen uzbeco, y Haji Mohammad, de la etnia hazara.

Pero muchos dudan de la validez de lo que han dado en llamar las "primeras elecciones libres" en un país ocupado y sometido a una guerra, donde sus habitantes no pueden elegir su propio camino, sino un modelo impuesto desde el exterior.