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Medio Oriente - Asia - Africa

15 de enero del 2004

Israel: Respuesta a una entrevista con Benny Morris en Ha'aretz (9 de enero de 2004)
Tras la expulsión se esconde el genocidio

Adi Ophir
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

En un punto de la entrevista, cuando el lector podría haber llegado a concluir que Benny Morris ya ha dicho lo peor, menciona, como de pasada, la exterminación de los americanos nativos. Morris sostiene que su aniquilación fue inevitable. "La gran democracia estadounidense no podría haber sido lograda sin la exterminación de los indios. Hay casos en los que el bien general y último justifica actos difíciles y crueles que son realizados en el curso de la historia". Morris parece saber lo que es el bien general y último: el bien de los estadounidenses por supuesto. Sabe que ese bien justifica un mal parcial. En otras palabras, bajo condiciones específicas, circunstancias específicas, Morris cree que es posible justificar el genocidio. En el caso de los indios, es la existencia de la nación EE.UU. En el caso de los palestinos, es la existencia del estado judío. Para Morris, el genocidio es asunto de circunstancias, que puede estar justificado bajo ciertas condiciones, todo según la amenaza percibida que la gente a ser aniquilada representa para la gente que realiza el genocidio, o sólo su forma de gobierno. Los asesinos de Ruanda o Serbia, que son procesados actualmente en tribunales internacionales por sus crímenes contra la humanidad, podrían emplear a Morris como asesor.

Las justificaciones circunstanciales para la transferencia y el genocidio son exactamente las mismas: En ciertas circunstancias no hay alternativa. Es sólo cosa de circunstancias. Algunas veces hay que expulsar. Algunas veces no basta la expulsión, y hay que matar, exterminar, destruir. Si, por ejemplo, hay que expulsar, y los expulsados insisten en retornar a sus hogares, no queda otra alternativa que eliminarlos. Morris documenta esta solución en su libro sobre las guerras fronterizas de Israel en los años 50. Una simple lectura podría llevar a pensar que está describiendo el peor pecado del Estado de Israel: el pecado no es que Israel expulsó a los palestinos durante una sangrienta guerra, cuando los judíos confrontaban una auténtica amenaza, sino que mataron a tiros a todo el que trató de volver a su hogar, y que no permitieron que los refugiados derrotados retornaran a sus aldeas desiertas y aceptaran a las nuevas autoridades, y se convirtieran en ciudadanos, como lo hicieron con los palestinos que no huyeron. Pero Morris, el cuidadoso comentarista, ofrece una interpretación diferente de Morris el historiador: no había alternativa. Ni entonces ni hoy. Sugiere que nos veamos, por lo menos durante una generación más, en el ciclo de expulsión y asesinato, listos en todo momento a tomar las medidas más radicales, cuando sea necesario. En la etapa actual tenemos que encarcelar a los palestinos. Bajo condiciones más graves tendremos que expulsarlos. Si las circunstancias lo requieren, si "el bien general, último" lo justifica, la exterminación será la solución final. Tras la amenaza de prisión y expulsión está la amenaza de exterminación. No precisa leer entre líneas. Lo declaró claramente en la entrevista. Ha'aretz lo publicó. No sorprendería si los palestinos lo ven como enemigo absoluto. Para los palestinos, Morris, junto con los numerosos israelíes que aceptan con entusiasmo la lógica de la transferencia y de la eliminación, se presenta como el enemigo contra el que no cabe otra alternativa que la lucha a muerte. "Es la mentalidad israelí", dirá el palestino preocupado, "no hay nada que podamos hacer al respecto. Los israelíes están dispuestos a hacer cualquier cosa para negar nuestra presencia en su entorno. Hay un problema en lo profundo del ser israelí. El sentido de victimismo y persecución tiene un sitio central en la cultura del nacionalismo judío. La gente frente a nosotros está dispuesta a renunciar a las últimas restricciones morales cada vez que se siente amenazada, y tiende a sentirse amenazada cada vez que se vuelven más agresivos. Los acuerdos de Oslo lo demuestran".

Y, por cierto, Morris con sus palabras, crea el enemigo con el que no cabe compromiso alguno; exactamente como las jaulas de la ocupación crean al terrorista suicida con el que no se debe y, por cierto, ya no se puede, transigir.

Cuando Morris habla de la necesidad de la transferencia, no está describiendo algo que ya existe, sino contribuyendo a su creación. Y no sólo la transferencia para los palestinos. Morris sugiere que los israelíes deben vivir por lo menos otra generación encadenados al techo de una jaula en la que están aprisionados los bárbaros e incurables asesinos seriales, e insinúa que en el horizonte amenaza el Apocalipsis: "en los próximos veinte años podría haber aquí una guerra nuclear".

Bajo semejantes condiciones hay algo poco cuerdo en la decisión de quedarse aquí. Según el análisis de Morris (que utiliza, por cierto, el lenguaje de la patología sólo para describir a los palestinos), Israel se ha convertido en el sitio más peligroso para el pueblo judío. Si es sionismo es motivado en primer lugar y sobre todo por la existencia nacional del pueblo judío, este análisis debe conducir a toda persona cuerda a emigrar de Israel y a dejar que la gente del "muro de hierro" continúe sola por el camino hacia su colapso nacional.

Una guerra a muerte, en la que se está dispuesto a abandonar toda restricción moral, es el resultado de un sentido de "sin salida", no necesariamente de una ausencia real de alternativas. La lógica de las palabras de Morris crea un sentimiento de ausencia de salida para ambos lados.

En su investigación, Morris es generalmente cuidadoso y responsable, incluso conservador, que respeta los detalles y evita generalidades. Morris, el entrevistado, es un pésimo historiador y un terrible sociólogo. Sus generalidades sobre "un problema en lo profundo del Islam", sobre "el mundo árabe tal como existe actualmente" y sobre "el choque de civilizaciones" no son el resultado de una investigación histórica, sino una cortina de humo con el propósito de eliminar toda posibilidad de una semejante investigación. Sus declaraciones sobre la sociedad palestina como una sociedad enferma niega el hecho de que si habla de enfermedad, es porque los israelíes - soldados, colonos, políticos, e intelectuales como el propio Morris - son el virus. Si los palestinos son asesinos seriales, Israel es el evento traumático que obsesiona al asesino. Y no es por la memoria de la catástrofe de 1948 (la Nakba). No son las víctimas de la Nakba que se han convertido en terroristas suicidas, sino sus nietos, gente que responde a la forma actual de control israelí de los territorios.

El trauma es lo que sucede en la actualidad. El día en el que las palabras de Morris fueron publicadas en Ha'aretz, la organización de coordinación humanitaria de la ONU en Palestina publicó una enérgica protesta contra el daño a la población civil en la ciudad vieja de Nablús, y la destrucción de antiguos edificios durante las actividades de las IDF [ejército israelí, N.d.T.] en la ciudad. Llegará el día en el que aparecerá un historiador como Benny Morris para documentar uno por uno los crímenes cometidos durante operaciones como ésa. Por el momento, sin embargo, el propio Morris está contribuyendo a su negación, al discutirlos en tiempo futuro. La jaula que propone también existe ya, por lo menos desde abril de 2002. Hasta cierto punto, la transferencia también existe. Cuando Morris habla de expulsión, está soñando, parece, con el retorno de los camiones de 1948. Pero bajo las condiciones del control actual de Israel en los territorios, la transferencia es realizada lentamente por el ministerio del interior; por la autoridad civil, en los aeropuertos y en los cruces fronterizos, por medios sofisticados como formularios, certificados y la denegación de certificados, por medios menos sofisticados como la destrucción de miles de casas, y los puntos de control, y los cercos, y las clausuras, y los asedios, que llevan a que las vidas de los palestinos sean intolerables y que conducen a muchos de ellos a tratar de emigrar para poder sobrevivir. Aun si por el momento la cantidad de nuevos refugiados es pequeña, el aparato que puede aumentar su número de un día al otro.

Lo más aterrador en esta entrevista no es la lógica de destrucción mutua presentada por Morris. Lo más aterrador es que esa lógica se infiltra en Ha'aretz y se asoma por la primera plana de su respetado suplemento del Viernes. El entrevistador y los redactores pensaron que era apropiado entrevistar a Morris. Aprecian el hecho de que ha abandonado el vocabulario de la corrección política y que dice lo que muchos piensan pero que no se atreven a decir. Si aquí hay una sociedad enferma, la publicación de esta entrevista es al mismo tiempo un síntoma de la enfermedad y de lo que la alimenta.

* El profesor Adi Ophir enseña filosofía en la Universidad de Tel Aviv