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Medio Oriente - Asia - Africa


19 de enero del 2004

La historia lo predice: Todos los invasores tienen algo en común

Ramzy Baroud
YellowTimes
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Un desacertado edicto del gobierno talibán de principios de 2001, que ordenó la destrucción total de algunas de las más antiguas obras maestras del budismo en la provincia afgana de Bamiyan, provocó "sombríos escalofríos en toda la comunidad internacional", según ABC News.

Poco después del derribo de las estatuas de Buda, los talibán también fueron derribados, sus líderes dispersos, algunos muertos, otros en fuga.

Una escena inolvidable del desplome de una estatua de Buda en particular, la mayor del mundo, en marzo de 2001, provocó furia, e instigó inequívocas condenas de gobiernos y ONGs en todo el mundo.

"Les dije [a los talibán] que la comunidad internacional está actualmente perpleja y que la realización del edicto provocaría la indignación internacional", declaró a AFP en Kabul el enviado especial de la ONU a Afganistán, Francesc Vendrell, antes de que destruyeran las estatuas.

Y vino la "indignación internacional".

Pero, mientras hubo quienes estuvieron genuinamente preocupados por el irremplazable patrimonio cultural de la humanidad, otros cultivaron la demencial decisión de los talibán para librarse de "falsos ídolos" políticos. Se puede decir que la destrucción de por sí sirvió de fundamento para la campaña de propaganda que precedió a la guerra en Afganistán de Estados Unidos y de una pandilla de señores de la guerra locales.

¿Amenazaba realmente al dogma religioso de los talibán la presencia de una estatua de Buda de 53,4 metros de altura? ¿O fue la decisión una desesperada llamada de atención, de validación, tal vez una demostración de una fuerza tan evidentemente deficiente? Ahmed Rashid, autor de "Taliban: Militant Islam, Oil and Fundamentalism in Central Asia," señaló en una entrevista de ABC: "los talibán se han vuelto completamente locos". Yo hubiera aceptado ese análisis intelectual atípico si no fuera por el hecho de que los regímenes hostiles y los invasores foráneos habitualmente apuntan gran parte de sus hostilidades contra ilustraciones de la historia.

En muchos casos, la historia también es una víctima de la guerra. Irak y Palestina son ejemplos de primer orden.

Durante una visita a Irak en abril de 1999, me quedé insatisfecho con una explicación dada por un empleado en el Museo Nacional de Irak de que el edificio estaba cerrado debido a los constantes bombardeos de los aviones de EE.UU. Las bombas parecían apuntar y evidentemente arrasaron gran parte del Museo durante la guerra de 1991 y en los años subsiguientes. Por lo tanto, piezas históricas sin igual fueron llevadas a un área subterránea, adyacente al edificio principal.

Mis incansables protestas y ruegos terminaron por dar resultados, sin embargo, ya que me permitieron que contemplara durante algunos instantes segmentos de historia tan inigualados que proporcionaban lecciones más allá del discernimiento. Grandes construcciones de hace miles de años se hallaban en un oscuro subterráneo envueltas en sábanas blancas, polvorientas y desgarradas.

Mi cuerpo ya no resistía el calor abrasador de Bagdad, y se convulsionó en una ola de interminables escalofríos. Presencié la historia hecha y deshecha en piedra. Cada gigantesco bloque parecía testimoniar un fin inequívoco: los invasores nunca prevalecen. La semejanza de la historia narrada por imágenes era sorprendente: invasores, gigantes y poderosos, habitantes locales, atormentados y esclavizados, una rebelión, ríos de sangre, decapitaciones, gritos de agonía, alegría y victoria.

Luego, comienza un nuevo ciclo de la historia, escondido bajo otra sábana blanca, polvorienta y desgarrada.

¿Fueron las amenazantes profecías de esos estridentes edificios lo que llevaron al robo y a la profanación, de puro estilo del Lejano Oeste, de los símbolos restantes del antiguo Irak después de la caída de Bagdad el año pasado? De alguna manera peculiar, al permitir el robo de los tesoros culturales e históricos de Irak, los invasores más modernos validaron sin querer el curso de la historia.

Pero el panorama iraquí no es la primera persecución de símbolos históricos en el Medio Oriente. Más modernos todavía, Israel y sus camarillas intelectuales sionistas, cuya proliferación proviene de una versión racial e interesada de la historia, niegan todo derecho histórico a los habitantes del país a su propio país; es un ejemplo indiscutible.

Tanto la historia antigua como la reciente de Palestina está siendo negada física y alegóricamente. A partir de 1948, cientos de aldeas y ciudades palestinas, algunas tan antiguas como la historia, han sido totalmente borradas del mapa.

Pero la historia en Palestina recién se está escribiendo. Entre diciembre y enero de 2004, el ejército israelí ha demolido numerosos edificios en Nablus, la mayor ciudad de Cisjordania.

Las raíces de Nablus se remontan al año 72 AEC cuando el emperador romano Titus construyó una ciudad, Flavia Neapolis [Nueva Ciudad de Flavio], en honor de su padre.

Pero la Nueva Ciudad decae bajo las cadenas de tanques y las palas de las aplanadoras del ejército israelí. Sólo durante las últimas semanas, Nablus y su campo de refugiados, Balata, han sufrido 16 víctimas fatales del cerco y las incursiones israelíes. Además de la pérdida de preciosas vidas, también han volado por los aires o arrasado antiguos tesoros en la Ciudad Vieja de Nablus, en el área de al-Qarun y por todas partes.

Los "urgentes llamados" de la Autoridad Palestina a los gobiernos y a las ONGs del mundo para salvar Nablus y sus símbolos históricos han caído en oídos sordos. Lástima, nadie ha hablado todavía de "indignación internacional".

Sin embargo, la historia tiene su manera de enseñar lecciones, aunque a menudo escoge caminos vulgares, sangrientos, para subrayar lo que quiere decir. Una masiva roca salpicada de imágenes de guerra y victoria en Bagdad, es un recuerdo doloroso de que los gigantescos invasores terminan por ceder, incluso se encogen de miedo, ante su botín de guerra y sus súbditos esclavizados.

La destrucción de las estatuas de Buda subrayó la futilidad de la destrucción de la mezcla cultural y espiritual de Afganistán. En consecuencia, la aceptación de ese hecho es el primer paso hacia la verdadera paz y la armonía en el país en guerra.

La demolición de la historia en Nablus con tal terrible falta de consideración no discontinuará la existencia misma del pueblo palestina o su derecho moral y legal a su propio país.

Lo que los regímenes hostiles y los crueles invasores no comprenden es que las lecciones de la historia no se debilitan cuando sus símbolos son convertidos en montones de escombros. Es el espíritu transmitido por sucesivas generaciones lo que importa en última instancia. Los que admiran las enseñanzas de Buda no se harán menos fieles aunque hayan destruido su colosal estatua; los iraquíes se lanzan a un nuevo capítulo de un futuro casi augurado, sólo una nueva etapa en la existencia de una Mesopotamia de perenne resistencia. A la inversa, el pueblo de Nablus perseverará, a pesar del inaguantable polvo, de los montones de cadáveres y de las malvadas aplanadoras.

Quisiera que los que tratan de echar por tierra los símbolos de la historia hicieran un esfuerzo por aprender de ellos, sólo lanzarles una mirada antes de reducirlos a escombros. Hay una lección invaluable que aprender, que comprendí, hace años, en un oscuro museo subterráneo en Bagdad, tan polvoriento y desgarrado.

[Ramzy Baroud es un periodista estadounidense-árabe y redactor jefe del periódico digital Palestine Chronicle. Su libro "Searching Jenin: Eyewitness Accounts of the Israeli Invasion," se encuentra en www.palestinebooks.com.]
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