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Medio Oriente - Asia - Africa

16 de enero del 2004

Historias de un país bajo tutela

La reconstrucción de Líbano
JUAN AGULLÓ
Misiosare

El multiculturalismo y la influencia occidental que caracterizan a Líbano son inhabituales en Medio Oriente. Su posición geoestratégica y su fama de refugio financiero aumentan su atractivo. Por eso, tras 11 años de guerra civil, continúa la larvada batalla por su control. Su reconstrucción, sin embargo, es más lejana: requiere de una paz sustentable en la región

Emile Lahoud, presidente de este país, es cristiano maronita. El primer ministro, musulmán sunita; el ministro del Interior, cristiano greco-ortodoxo; el presidente del Parlamento, musulmán chiíta; y el comandante de las fuerzas armadas, cristiano druso. Los equilibrios religiosos son los únicos capaces de dotar a las instituciones de cierta legitimidad. Y con ello mantener una paz que, a 11 años del fin de la guerra civil y a tres de la retirada israelí, pende de tres hilos: la retirada de las tropas sirias, la normalización de las relaciones con Jerusalén y la resolución de la cuestión palestina.

Tres hilos que forman un solo cordón umbilical llamado pacificación en Medio Oriente. En las últimas décadas, Israel ha firmado la paz con dos de sus vecinos: Egipto y Jordania. Actualmente - sin considerar los casos particulares de Irak y Arabia Saudita- tres son las principales fuentes de problemas en la zona: los territorios ocupados, Siria (los Altos del Golán están ocupados por Jerusalén desde 1981) y Líbano, que constituye al mismo tiempo la avanzadilla del ejército sirio, la retaguardia palestina y el campo de maniobras israelí.

Casi todos los actores del conflicto tienen fichas en este pequeño país de apenas 10 mil kilómetros cuadrados (poco más pequeño que el estado de Querétaro). Su diversidad étnico- religiosa lo favorece: Europa, Estados Unidos e Israel se apoyan en los cristianos; Siria en los sunitas, e Irán en los chiítas. La última palabra casi nunca está en Beirut. El país tiene una soberanía permanentemente limitada que no parece haberle quitado las ganas de luchar: de pelear por superarse y, al menos, dejar a un lado la lógica de la guerra.

Desde Solidère

En la colonia Solidère -en pleno centro de Beirut- hay un reloj. Si uno se acerca por la Plaza de la Estrella un sábado por la noche podría pensar que se encuentra en cualquier otro país del norte del Mediterráneo: Grecia, Italia o España. Las callejuelas adyacentes están plagadas de tiendas y boutiques de lujo. Casi todas las marcas multinacionales están presentes: desde Virgin hasta Adidas. Cada café tiene su terraza y precios exorbitantes. En principio, sólo la proliferación de pipas de agua y uno que otro pañuelo femenino nos recuerda que estamos en Medio Oriente.

Basta, sin embargo, con ser poco más observador para darse cuenta de que tras la aparente normalidad hay algo de ficticio. Para empezar, aunque restauradas las construcciones, hay restos de balazos por todas partes. Para continuar, rara es la casa habitada. El centro de poder libanés, en efecto, fue escenario de los enfrentamientos más duros de la guerra civil libanesa hace sólo 15 años. La línea del frente pasaba por la Calle del Parlamento, fundamental para controlar el puerto. La acelerada reconstrucción de la zona ha tenido, pues, mucho de simbólico y otro tanto de impagable.

Al otro lado de la ciudad, mientras tanto, hay colonias en las que pareciera que el tiempo se ha detenido: muros derruidos, vigas al aire, ventanas al viento. Para sus habitantes, el antiguo frente sigue ejerciendo una barrera psicológica: hay quien no conoce el otro lado (Al este, moda; al oeste, pañuelos). Incluso, los prefijos telefónicos siguen siendo distintos. Sabra y Chatila (los tristemente célebres campos de refugiados palestinos en los que se escenificó una masacre en 1982) merecen punto y aparte. Se trata de los suburbios de Beirut, donde son comunes la basura, la hojalata y el barro.

Hacia el norte

Tariq es un niño de cuatro años y unos enormes ojos negros. Vive en Trípoli, la segunda ciudad del país (a unos 70 kilómetros al norte de Beirut). Le gusta jugar disfrazado con el uniforme de campaña del ejército libanés. Es musulmán, pero eso importa poco: a muchos niños cristianos también les entusiasma jugar a la guerra. Adora los caramelos. Mientras degusta uno de fresa, explica el funcionamiento de su arma de juguete. La clave son unos pequeños pistones que emiten un ruido seco cuando se oprime el gatillo. Entre la chiquillería de Trípoli causan furor. A la entrada del zoco, cerca de la Gran Mezquita, el ruido es ensordecedor.

A unos 300 metros de allí, en la calle Malik Faisal, Ahmed y Yasser tratan de concentrarse en su partida de ajedrez. Mohamed los observa. Comenta divertido que, como casi siempre, Yasser perderá. El edificio de enfrente está lleno de orificios de bala. La idea de la guerra está siempre presente aunque no se quiera. Y eso que en Trípoli el conflicto fue menos traumático que en Beirut y, por supuesto, que en el sur del país. Además, aquí la reconstrucción avanza a velocidad de vértigo: en la parte nueva de la ciudad -camino del puerto de Al-Mina- abundan edificios a punto de estrenarse.

El senegalés Ibrahim trabaja en una obra en la calle Riad Al-Sohl. Dice sentirse bien en Líbano: "El clima es agradable, los salarios elevados; el clima benigno y la gente simpática. Es, además, un país musulmán". Ibrahim tuvo la oportunidad de venir a trabajar luego de la gestión de Annuar, un libanés establecido desde hace décadas en Senegal. Su camino es, pues, parecido al que sigue la mayoría de migrantes.

Hacia el sur

En el sur de Líbano también hay extranjeros, pero es distinto. Desde 1948 los campamentos de refugiados palestinos son un auténtico quebradero de cabeza. Como en el resto de los países de la región, da la impresión de que Beirut nunca hizo esfuerzos reales por promover una integración social satisfactoria. La marginalidad, los marcados rasgos de identidad y la cercanía con Palestina hicieron el resto. Durante décadas, Líbano se convirtió en la retaguardia política y militar de la resistencia palestina. Por eso Israel invadió este país en 1978 y no se retiró de su franja sur sino hasta 2000.

También por eso los senegaleses que viven en Tiro (a unos 70 kilómetros al sur de Beirut) se ocupan como cascos azules de la ONU, no como obreros. Vigilan precarios equilibrios políticos y religiosos recurrentemente bombardeados por Israel. Al sur de Líbano, el verdadero poder en la sombra es Hezbollah, el Partido de Dios. A nadie se le ocurre hacer nada sin contar con su anuencia. En el resto del país es el principal partido de oposición; aquí, decide. Su fuerza política y organizativa es tal que ha terminado por incorporar a sus filas a musulmanes y cristianos, religiosos y laicos, libaneses y palestinos.

Los capitales tienen miedo de venir a Líbano. Los que se expatriaron durante la guerra, los que provienen del golfo Pérsico y los que son prestados por organismos como el FMI o el Banco Mundial. La reconstrucción requiere de la consecución de una paz sustentable en Medio Oriente. La retirada israelí seguramente fue un paso. Ahora hace falta que Jerusalén deje de desestabilizar… y que "Siria cumpla con su parte", apunta el pescadero Walid, mientras atiende a su clientela en el mercado de Sidón.