Latinoamérica
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URUGUAY: ANTE UNA POLEMICA EVIDENTE
Sobre medios y libertad de prensa
Por: Carlos Santiago*
Parecería, por las declaraciones de algunos personajes vinculados a los medios de comunicaciones, que el Uruguay es un oasis de libertad donde la comunicación no tiene trabas y la libertad de prensa es un elemento que signa, con su aplicación, el crecimiento de una sociedad que necesita de su dialéctica para desarrollarse. Otros tienen otra visión, afirmando que nos encontramos ante una prensa tendenciosa, más intencionada, llena de vicios antidemocráticos. No es - pensamos - ni una cosa ni la otra.
Uruguay es un país en que - por suerte- se habla de todo y, obviamente, en el
que algunos defienden de manera abstracta mecanismos que, en realidad, no se
aplican, y también demonizan políticas, como las reguladoras, que deberían estar
en el centro de un debate que se hace necesario para el desarrollo de la
sociedad democrática. Y todo ello ocurre porque existen algunos parámetros
ideológicos que son repetidos con insistencia, que colocan a las mass media en
un lugar que solo le correspondería si se desbrozara el camino de obstáculos y
vicios que hoy oscurecen esa libertad de prensa que, ellos mismos, tienen,
defienden y aplican.
Pero, vayamos por partes. ¿Hay diferencias entre los medios escritos, radiales y
televisivos? Por supuesto que las hay y son fundamentales para una valoración de
las políticas que se deben aplicar en torno a los mismos. Los diarios,
semanarios y otras publicaciones escritas, son generalmente propiedad de
empresas editoriales que actúan comercialmente, casi siempre, vinculadas a
sectores políticos e ideológicos bien definidos. El riesgo les es inherente y,
por supuesto, su permanencia es reflejo de sus aciertos editoriales, sus
virtudes comunicacionales o comerciales. Es un sector el escrito, para
caracterizarlo de alguna manera, donde el Estado, como entelequia de derechos
ciudadanos, tiene poco para hacer. Solamente colaborar, a través del gobierno,
brindando todos los mecanismos de cristalinidad, para que la información pueda
llegar y democratizar al trabajo comunicacional. Por supuesto, y como no
queremos ser sospechados de otra cosa, que extendemos este mismo criterio a los
medios electrónicos, pues la libertad de información debe ser un denominador
común para el desarrollo y la profundización de la democracia.
Pero, es bueno señalarlo, existe una diferencia muy marcada entre unos y otros.
Las emisoras de radio y televisión funcionan en base a las ondas que les otorga
el Estado, las qué usufructúan sin medida, en una explotación comercial que
nadie les impide y que ha determinado pingües ganancias y/o mayúscula influencia
para algunos. ¿Por qué, entonces, no establecer contrapartidas en estas empresas
o medios que existen gracias a la concesión de las ondas que son de todos? ¿Por
que no regular, en común acuerdo, derechos y obligaciones? ¿Por qué no
establecer, por ejemplo, contrapartidas culturales, educativas, sociales, que
favorezcan al desarrollo de la sociedad en su conjunto?
¿Por qué no plantear la necesidad de que quienes explotan gratuitamente ondas
que le otorga el Estado, deban - más allá que desde el punto de vista
informativo e editorial tengan todas las libertades - comprometerse a cumplir
con un cúmulo de contrapartidas, claramente definidas, vinculadas todas ellas a
los grandes cursos de nuestra sociedad? ¿Acaso no son bienes supremos el
pluralismo, la igualdad racial y de género, los valores culturales universales?
Algunos dirán que tras una 'regulación' que tienda a defender en los medios
electrónicos algunos valores vinculados a nuestra esencia como país y,
fundamentalmente, como Nación, existen los peligros de que la norma se convierta
en una tiránica manera de establecer cortapisas a la información e intentar
contar con una prensa domesticada. Claro, esos males, pueden estar en el centro
del pensamiento de muchos que tienen otras concepciones. Pero otros - la mayoría
de los atentos receptores de los mensajes - se han quemado con leche, observando
como a través de las ondas que el Estado ha entregado gratuitamente, se
transmiten mayoritariamente programas del más bajo nivel cultural, en que el
entretenimiento pasatista desplaza a la educación y la tontería chabacana se
impone a los mecanismos comunicacionales que afiancen el desarrollo cultural.
Claro, tiene que haber de todo, pero algunos elementos esenciales deben
preponderar en el acuerdo que necesariamente debe existir entre los
permisionarios de las ondas y la sociedad en su conjunto.
Entonces, regular la relación entre el Estado que entrega las ondas - que no
quiere decir gobierno - y los permisarios de la mismas, es una acción básica que
esta vinculada al necesario afianzamiento de valores fundamentales para el
desarrollo de la democracia.
Son esenciales para la construcción de una sociedad democrática - dijimos en
alguna ocasión - la libertad de prensa, la libertad de expresión y el derecho a
la información mediante la promoción de la ética, la investigación, la precisión
y el uso de las nuevas tecnologías en el ejercicio periodístico, así como la
protección de los periodistas, sin duda, uno de los eslabones más débiles, junto
con los receptores de la información, de todo el proceso comunicacional.
La libertad de prensa
Estamos cansados - lo decimos con el mayor de los respetos - de escuchar las
elucubraciones aparentemente libertarias de algunos personajes que sostienen que
la libertad de prensa es un bien supremo y, a la vuelta de la frase, afirman que
un dirigente político hace tanto o cuanto tiempo no le da reportajes a
determinado medio.
Con ello tratan de demostrar una dualidad que, obviamente, no existe. Tiene
tanto derecho el medio de prensa a entrevistar a quién quiera, como el político
o el ciudadano, para abrir más el concepto, a elegir si da o no la entrevista.
Por supuesto que la cosa cambia cuando se trata de funcionarios públicos que,
obviamente, deben establecer mecanismos de transparencia y accesibilidad a la
información, la que debe estar a disposición de todos.
Pero, en lo personal, perfectamente se puede tener una visión distinta,
diferente, sobre los medios.
Qué hay gente que se enoja con una información y reacciona cerrándose a dar
notas al soporte de la misma, es obvio. Y claro, ello es inherente también al
funcionamiento de la democracia. Si en una publicación se agravia a una persona,
o para ser menos drástico, se la molesta, ¿cómo se puede reclamar ante la lógica
negativa a ser entrevistado, sosteniéndose que esa actitud viola fundamentos
esenciales de la comunicación? ¿Es que una persona necesariamente tiene que
estar abierta a todos los requerimientos periodísticos que se le hagan?
Pero también existen otros elementos: un político puede, obviamente, establecer
pautas estratégicas para sus apariciones en la prensa, de acuerdo a concepciones
de oportunidad. ¿Por qué no tiene derecho a hacerlo? Hay otras personas que
prefieren trabajar en la reserva, a las que no les gustan ni los destellos de
las luces, ni las letras de molde. ¿No hay que respetar las decisiones que
puedan adoptar como resultado de ese perfil?
Un comunicador se podría agraviar y estaría en su derecho si la información de
una dependencia estatal, no fuera transparente o no se entregara de manera
plural. Pero, ¿es lícito, que se rasgue las vestiduras, si un político le dice
que 'no'? Señalar que el doctor Tabaré Vázquez, desde hace años, no le da un
reportaje a una determinada publicación, es evidentemente un exceso que no deja
de ocultar un fuerte contenido político. Vázquez está en su derecho a elegir sus
interlocutores periodísticos y sus decisiones - más allá de las determinantes
que las impulsen - deben ser respetadas.
Otra cosa sería que durante un gobierno se estableciera una política
discriminatoria, de 'amigos y enemigos'. La información, en democracia, debe ser
pareja para todos y las opiniones editoriales no deben ser tomadas en cuenta
para establecer los mecanismos que hagan cada vez más transparente a la
administración.
Y los medios deben atenerse a las generales de la ley. ¿Cómo es posible que
algunos sostengan, incluso periodistas, que la libertad debe ser tan ilimitada
que la gestión de un simple derecho de respuesta puede estar conculcando valores
fundamentales y jaqueando a la libertad de prensa? Sin duda, se trata de un
análisis insustancial e interesado, destinado a subir al Olimpo a una actividad
humana que tiene las mismas virtudes y defectos que todas las otras ¿Es lícito
sostener que los periodistas estamos más allá del bien y del mal y, que como los
dioses, no debemos responder ante nadie?
¿Si mancillamos reputaciones, mentimos o perjudicamos a personas e instituciones
en base a informaciones falsas, por qué vamos a tener a nuestro servicio una
especie de tácita ley de impunidad, que nos de vía libre, para hacer lo que
queramos? ¿Es que los ciudadanos no pueden defenderse también de la prensa
utilizando el arbitrio de la ley?
Sostener lo contrario es polémico; se trata de un razonamiento que parece ser
producto de una soberbia desmelenada, en base al qué se intenta establecer un
privilegio para un sector que, más allá de su obligación de informar, tiene que
acatar las reglas del juego que marca la convivencia en una sociedad
democrática.
* Carlos Santiago es periodista. (Secretario de redacción del diario LA
REPUBLICA de Montevideo y del suplemento Bitácora).