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Latinoamérica

Confesiones de un gorila en situación de retiro

Sostiene Pereira


En un libro publicado esta semana, el general Óscar Pereira, un militar con fama de ultramontano, afirma que era partidario de pedir perdón por las violaciones de los derechos humanos y de comprometerse a que no volvieran a ocurrir.

GW
Brecha

Asegura que fueron los políticos -no los militares- quienes agitaron el fantasma de un retorno a las décadas infames si no se daba vuelta la página.
A fines de 1999 el general Óscar Pereira, que había obtenido ese grado en 1993, era el general de la derecha -el más antiguo- y tenía expectativas de ser designado comandante en jefe del Ejército. Pero en febrero siguiente, el presidente Julio María Sanguinetti, previa consulta con su sucesor, Jorge Batlle, nombró al general Juan Carlos Geymonat. Pereira era uno de los Tenientes de Artigas y hubiera sido necesario pasar por encima del cadáver de Sanguinetti para que alguien de esa logia fuese nombrado al frente del Ejército. Si bien un presidente puede nombrar como comandante a cualquiera de los generales en actividad, lo habitual es que sea designado el de la derecha.
Pereira, que en aquel momento tenía 57 años, sufrió un infarto cuando se enteró de que no sería comandante, y poco después solicitó su pase a retiro. Una vez transcurridos los cuatro años en que todo militar en esa situación debe abstenerse de cualquier actuación política, publicó un libro sobre su trayectoria en el Ejército. El título es Recuerdos de un Soldado Oriental del Uruguay, y el volumen no tiene el respaldo de ninguna editorial de plaza: pasó directamente de la imprenta al distribuidor.
Las últimas páginas incluyen tres afirmaciones de singular importancia (págs 342 y 343). La primera es el reconocimiento de la "responsabilidad de las Fuerzas Armadas en las torturas, asesinatos y desapariciones de personas durante 'el Proceso cívico militar'". Pereira sostiene que "aunque la gran mayoría (de los militares) no había tenido participación directa, todos aceptamos de buen grado el procedimiento bestial, y algunos como yo, contribuimos fervientemente a su legitimación moral con el argumento de la condigna respuesta, para derrotar rápidamente al cruel enemigo encubierto de una guerra que no empezamos ni quisimos". Afirma que, "como tantos otros, consideré que las primeras denuncias por el deshonesto saqueo de viviendas, el ultraje de mujeres indefensas y la perversa desnaturalización materna de recién nacidos, eran patrañas orquestadas para socavar al máximo la imagen de las Fuerzas Armadas, pero los contundentes argumentos que se acumularon en el tiempo, me convencieron de que las injustificables aberraciones fueron cometidas por unos pocos delincuentes y sádicos desenfrenados, al margen de la mayoría que seguramente las condenaba tanto como yo; aunque también estaba muy clara la omisión irresponsable de todo el Escalón del Mando, porque nuestro código establece que la supuesta ignorancia de los hechos, no es causa para eximir la total responsabilidad del Superior".
La segunda afirmación relevante de Pereira es que, si bien no había participado en torturas ni en asesinatos, se sentía responsable de ese tipo de hechos por haberlos justificado y por eso mismo "estaba espiritualmente preparado para pedir mil veces el perdón y comprometer el nunca más que se reclamaba". Discrepaba pues con "los altaneros" que predominaban en el Ejército y que sostenían que "ni las Instituciones ni los Soldados deben pedir perdón". En declaraciones formuladas el miércoles 22 a radio El Espectador, Pereira señaló que si hubiera llegado a ser comandante del Ejército habría pedido perdón y habría asumido el compromiso del nunca más, pero a la vez aseguró que no creía que el hecho de que no haya sido nombrado para ocupar ese cargo se haya debido a que tenía esa disposición.
La tercera revelación significativa de Pereira es que son algunos políticos -y no los militares- quienes impusieron la idea de que jamás podría conocerse la verdad sobre las violaciones de los derechos humanos ni hacerse justicia con sus autores porque éstos lo hubieran impedido por la fuerza, sublevándose una vez más. En ese sentido, dice que los gobiernos "continuaron recreando su acostumbrada 'cucolandia preelectoral', con el pronóstico de una catástrofe institucional que nos retrotraería el pasado si triunfaban sus adversarios, dando lugar a sugerentes mensajes prospectivos de mi Superior Inmediato, al que parecía gustarle el rol de 'cuco' bien respaldado, que se desinteresaba olímpicamente de lo que pensara en contrario algún mudo subalterno (...) porque el candidato oficialista que había apoyado mi ascenso estaba dando algún inquietante indicio de posible viraje". Para algún lector desatento es oportuno aclarar que el "superior inmediato" de Pereira era Sanguinetti, y el del posible viraje -tras el indicio del caso Gelman- era Batlle.
CUESTIÓN DE ESTILO
La prosa del general Pereira es, por decirlo con delicadeza, abundantemente frondosa. Mezcla en el relato detalles absolutamente innecesarios a la sustancia y también a su contexto, por lo que la historia se explaya a lo largo de 355 páginas que casi no tienen márgenes. Abundan las mayúsculas y los errores de sintaxis. Falta, en cambio, la identificación con nombre y apellido de los cientos de personajes, que de todos modos son presentados de tal forma que pueden ser reconocidos por cualquier lector. Por ejemplo, nadie puede dudar de que, en la página 209, cuando habla de la tormenta generada por el golpe de Estado, la mención del "astuto bajito que la armó" corresponde al general Gregorio Álvarez. El humor, que no siempre caracteriza a los militares, en este caso está a menudo presente.
EL SÍ FÁCIL
Dice Pereira, hablando de 1973: "Cuando mi jefe me preguntó si estaba de acuerdo con la actitud de los superiores que resistían las decisiones del poder político, de inmediato me anoté en las huestes de los 'gorilas' al decirle que sí, porque como casi todos, estaba absolutamente descreído de la mayoría parlamentaria, que toleraba a los sediciosos pretextando una ambición política en las Fuerzas Armadas, a pesar de que actuaban por orden del gobierno en la lucha antisubversiva. (...) sinceramente creía que la intervención militar era el mejor remedio para el desgobierno de nuestro querido país, largamente empantanado en una irracional lucha cotidiana de todos contra todos".
Con respecto a los Tenientes de Artigas cuenta que un día su compañero de despacho, con quien a menudo conversaba sobre "la necesidad de introducir cambios en el Ejército, para incrementar su profesionalismo y eficiencia", le dijo "que ya había un pequeño grupo de Jefes, Coroneles y también Generales, que hace algún tiempo se habían integrado en una llamada Logia Militar de los Tenientes de Artigas, para trabajar con ese fin predicando una doctrina de clara inspiración Artiguista y categóricamente Nacionalista. Se mencionó entre otros miembros cercanos que yo conocía muy bien, agregando otros que sólo conocía de oídas y algunos de los jerarcas que estaban al mando en ese momento, para decirme que verían con agrado que yo me integrara a sus filas, y que si decidía no hacerlo, confiaban en mi discreción para mantener absoluta reserva sobre lo conversado. Me dio tiempo para pensarlo, pero como yo no necesitaba tiempo para involucrarme con un grupo que defendiera a capa y espada la independencia de la Patria, la dignidad de nuestra profesión y la idealidad de nuestro héroe, de inmediato contesté que me integraba con mucho gusto".
"PODEROSOS CARADURAS"
Pereira está muy enojado con los colorados y sobre todo con sus principales dirigentes. Se refiere a los partidarios de Batlle como "los de la lista de la niña bonita" o los que siguen al "patrón de las tres veces cinco" . A los sanguinettistas les llama "sanguinolentos". A unos y otros los considera miembros del "rojo partido que omitía mencionar a las Fuerzas Armadas en su plan de gobierno". Sanguinetti es, además, "el señor del dedo mágico", ambos líderes colorados "los poderosos caraduras de categoría peso pesado". En cuanto a "las tradicionales propuestas de gobierno, de los que siempre habían prometido mucho haciendo poco (...) me seguían pareciendo sesudamente elaboradas por masturbados políticos".
De Sanguinetti recuerda en tono de burla su reiterada afirmación de que "en el Ejército hoy no hay grupos, ni tendencias ni logias". Señala que el ex presidente "prefería ocultar el verdadero mérito de haber logrado que todos los que como de costumbre seguían 'agrupados' por algún motivo, coincidieran en la 'tendencia' de elogiar a su persona (...) y todos los jerarcas que tenían alguna expectativa de futuro (sabían) posicionarse para ser favorecidos por su mágico índice horizontal que sepultados por su pulgar hacia el suelo".
Pereira tampoco se llevaba bien con los masones, que por lo visto abundan en las Fuerzas Armadas. A uno de ellos lo describe así, haciendo uso y abuso de la jerga del Gran Oriente: "El tan reconocido militante nacionalista y supuesto 'camarada' de muchos años, ya había resuelto mejorar su vida con un 'mandil' y sólo se paró en 'escuadra' haciendo un 'compás' de espera, para que nadie dudara que le quería poner 'tres puntos' de distancia a sus viejos conocidos en desgracia".

Obsesión capilar
Cuando -teniendo el grado de mayor- recibió la "muy buena nueva" de que había sido designado segundo jefe de un batallón de infantería, Pereira resolvió raparse la cabeza. Lo cuenta así: "Creo que fue la certeza del cambio de ambiente lo que aceleró mi decisión, y una madrugada me levanté dispuesto a cumplir con mi forzoso destino de 'calvatrueno', lo que en términos de Real Academia sigifica 'calva que abarca toda la cabeza', porque después de afeitarme la cara, dejé subir por las patillas la diestra armada con la zumbante máquina eléctrica y seguí con una pasada rápida en la nuca que hizo desaparecer mi coronita, reflejando en el espejo por vez primera esa imagen, que expresaba mi voluntad inequívoca de alejarme definitivamente de los fígaros y que me haría merecedor de nuevos apodos ganados en buena ley".
Es posible que sea a partir de aquella decisión que le haya nacido una suerte de obsesión en materia de pilosidades. En una inequívoca alusión al senador Pablo Millor, menciona a "un largo legislador con poco pelo estratégicamente distribuido en el casco" . Más adelante dice que al terminar su presidencia, Sanguinetti "dejó de Vicepresidente a su barbado delfín y unos días más tarde se develó al mando con sus hombres de confianza como Ministros en Defensa, Interior y Relaciones Exteriores, para coronar una gestión tan brillante, que hasta su también barbado Secretario Privado reconoció públicamente sentir que lo envidiaban por haberse enriquecido con celeridad". Se trata, por supuesto, de referencias a Luis Hierro López y Ernesto Laguardia respectivamente.