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64 años de El Siglo
Historias de clandestinidad
Raúl Blanchet
El Siglo
Durante los 64 años de existencia de El Siglo, hay muchos y diversos
episodios que demandaron una respuesta más allá de lo común, de parte de quienes
han trabajado en él. Quizás si el período de la dictadura de Pinochet sea uno de
los momentos de exigencias más agudas, que exigió no sólo un valor superior,
sino además habilidades desconocidas hasta entonces por los propios
protagonistas de la epopeya que representó publicarlo bajo las barbas de la DINA
y la CNI.
La historia del periodismo clandestino no se ha escrito aún en
nuestro país. Por eso, cuando se escarba en el pasado de la prensa que hizo
frente a la dictadura de Augusto Pinochet comienzan a levantarse los vestigios
–hasta ahora anónimos- de una gesta comparable con las más dignas páginas de la
lucha independentista.
No es fácil dar con los integrantes de las redes secretas que hicieron posible
que un día de 1977, a cuatro años del golpe de Estado de 1973, apareciera en las
manos de miles de sorprendidos lectores el periódico fundado por los comunistas
chilenos en 1940, El Siglo. El mismo que cumple 64 años de existencia el próximo
31 de agosto.
Tras el golpe del 11 de septiembre, "nos sentimos destinados a participar en la
lucha contra la dictadura, a través de lo que sabíamos hacer, que era
periodismo", advierte el actual corresponsal de la agencia Notimex en nuestro
país, Marcel Garcés.
Un grupo de periodistas que se desempeñaba en diversos medios – incluido El
siglo- antes del golpe de Estado, pertenecía a las filas del Partido Comunista,
proscrito de inmediato por la dictadura. Al igual que miles de militantes,
optaron por permanecer en Chile, más allá de las perspectivas individuales. "Eramos
militantes del Partido Comunista. En función de eso asumimos que teníamos que
quedarnos y participar en la lucha contra la dictadura", afirma.
Nace Unidad Antifascista
En coordinación con la Dirección del partido, comenzaron por hacer informativos
escritos a máquina y reproducidos mediante papel carbón. Así surgió el periódico
clandestino "Unidad Antifascista", la primera publicación de resistencia a la
dictadura, asegura el profesional. El propio nombre obedecía a la orientación
política de constituir una amplia unidad de los sectores que eran afectados por
la dictadura y quienes la rechazaban.
La publicación tenía por finalidad denunciar los crímenes perpetrados por la
dictadura, que los redactores llegaban a conocer y que, según Garcés, eran
bastantes, y que llegaran a las emisoras que transmitían programas dirigidos a
Chile, como Radio Moscú.
La publicación llegaba también a las embajadas en Chile, de manera que se
producía una vasta cadena de denuncia sobre las violaciones de los derechos
humanos que permitía informar a la comunidad nacional.
Unidad Antifascista evolucionó de ser una hoja periódica escrita a máquina, a
ser impresa en máquina offset.
En su redacción, diseño, impresión y distribución, participaba una cantidad muy
grande de personas, asevera Marcel Garcés, organizadas en equipos que no se
conocían entre sí. Al punto que a veces las noticias volvían al equipo de
redacción que las había reporteado y escrito.
"Eso no era periodismo clásico –señala Garcés: era una entrega con gran carga de
pasión y en algunos casos de subjetividad, pese a que se investigaba. La
información era objetiva por cuanto era verdadera, pues se efectuaba un buen
trabajo con los corresponsales y un proceso de investigación e incluso de
confirmación. Teníamos relaciones con periodistas que trabajaban en algunos
medios, y otros vínculos nuestros. También estaba la confirmación de la Iglesia,
de la Vicaría de la Solidaridad y los propios organismos del partido".
Renace El Siglo
Con el paso del tiempo el boletín Unidad Antifascista fue impreso en offset y
muy bien diagramado, cuenta el periodista, Y además habían sacado cientos de
números sin ser descubiertos por los aparatos represivos. "Entonces nos
planteamos la idea de sacar nuevamente El Siglo. Teníamos la suficiente
capacidad técnica y organizativa y consideramos que teníamos la suficiente
cantidad de periodistas para hacer un periódico".
En un proceso de meses, rescataron el logo del periódico y entusiasmados
prepararon la primera edición clandestina.
Jorge Zúñiga participó en el proceso de fotomecánica, haciendo las planchas para
la imprenta. Fue en el máximo secreto, relata. Los materiales escritos llegaron
a sus manos y procedió a realizar su trabajo. Relata que existía el ánimo de
mostrar a la dictadura que a pesar de los recientes golpes contra el partido,
los
comunistas no sólo seguían de pie sino que en franco proceso de fortalecimiento.
Garcés, quien fuera el máximo responsable de ese equipo periodístico, relata:
"Sacar El Siglo era como un juguete nuevo en manos de un niño. Fue muy
emocionante tener la decisión y enfrentar el trabajo para hacerlo. Emocionante
porque en medio de todos los golpes que le habían dado al partido, de la caída y
muerte de mucha gente, esto era un desafío importante. Era decir al país y la
dictadura: ‘aquí estamos’. Era una reafirmación que entusiasmaba a la gente".
Hubo que superar numerosas dificultades materiales como adquirir la tinta, el
papel, el local de la imprenta, lo que debían solucionar diversos equipos.
Finalmente estaba el desafío de recuperar la diagramación del diario. Tenía que
ser parecido al original.
Jorge Zúñiga cuenta que cuando salieron los primeros ejemplares impresos de El
Siglo clandestino, se informó a los equipos que participaron en su preparación y
la emoción se apoderó de cada uno de sus integrantes. Describe aquel día como un
momento de abrazos y lágrimas, en una modesta vivienda del sector oeste de
Santiago.
Garcés asevera que "cuando El Siglo comenzó a aparecer, hubo mucha gente que no
creía que fuera el nuestro. No creían que fuera factible que esto ocurriera.
Algunos pensaron que era obra de la dictadura, de los organismos de seguridad
que hacían el diario para crear una rendija por donde meterse entre nuestra
gente".
La esperanza fue más que el miedo
Pronto la gente se convenció de que era el periódico auténtico el que tenían en
sus manos y "fue una inyección de confianza convencerse de que éramos capaces de
hacer esto, de que había la organización y la capacidad suficiente para que El
Siglo volviera a salir. Le llevó mucha esperanza a la gente. A mí me llegaban
datos sobre ello", señala el periodista.
Se esmeraban por lograr una diagramación adecuada, buenos titulares para que
funcionara como un periódico de verdad, que aparecía inicialmente una vez al mes
hasta ser quincenal.
"No alcanzábamos a hacer más, porque nos demorábamos mucho en llegar de una
reunión de pauta a una reunión de trabajo y elaborar el material", agrega el
profesional.
"Todo lo hacíamos como si se tratara de un trabajo normal. Actuábamos como si
realmente estuviéramos en reunión de pauta, con el director del periódico. Como
si fuera todo un proceso normal. Nos negábamos a vivir la historia de la
clandestinidad de una manera conspirativa. No estábamos conspirando".
Aunque el peligro de desaparecer si eran descubiertos haciendo ese trabajo
estaba presente, ellos lo vivían como un riesgo propio de la opción asumida, sin
convertirlo en un hecho dramático.
Esa era la normalidad a la que se habituaron todos quienes participaban en ese
tipo de labores, cuenta el periodista. "No había otra alternativa, porque el
riesgo era cometer más errores y sabíamos cuál era el destino si éramos
descubiertos".
En la elaboración de El Siglo trabajó mucha gente cuyos nombres son
desconocidos, porque eran las normas del trabajo que se realizaba en aquella
época. Desde la casa en La Florida, a la de Pudahuel, o en la Población La
Victoria o fuera de Santiago. "Cientos de personas participaron. Si bien éramos
los que profesionalmente teníamos la responsabilidad de escribir, en el proceso
completo era mucha la gente que participaba a la que nunca se le ha rendido el
honor que merecen realmente, porque son gente muy modesta, gente que nos
recibía, nos preparaba comida, nos protegía, gente de las casas en que vivíamos.
La verdadera historia debería hablar de toda esta gente, algunos de cuyos
nombres conocemos y otras no quieren ser conocidas, porque así fue la gente: de
una modestia y bondad tremendas, poseedores de una solidaridad enorme".
La información era básica y vital a veces para defender la vida de gente que era
detenida. La denuncia de los campos de concentración, la identificación de un
lugar donde había un centro de detención y tortura, logró salvar la vida de
alguna gente, porque salía en un medio de comunicación fuera del país.
Se actuaba en la clandestinidad, basados en escasos conocimientos. Sin una
preparación previa especializada. "Habíamos leído un par de novelas, pero
existía la convicción de que era necesario hacerlo. Uno lo consideraba un deber
patriótico, democrático, moral. Consideraciones de ese tipo motivaron a la gente
a afrontar los riesgos existentes y convertirlos finalmente en una cosa
cotidiana. No pensábamos demasiado en los riesgos. Simplemente, estábamos
haciendo lo que hacíamos. No había nada de heroico o cinematográfico en esta
historia. Tratábamos de que fuera todo una vida muy normal. Esa es la verdad de
lo que vivió mucha gente en ese tiempo", puntualiza Garcés.
Cubrieron las primeras manifestaciones callejeras. Lo hacían desde lejos,
"porque no teníamos derecho a caer detenidos. Observábamos a los dirigentes
hablando en una manifestación con el rostro pálido por efecto de la adrenalina y
enseguida tenían que arrancar. Observamos las primeras manifestaciones
callejeras de lejos. Estar más cerca era un riesgo no sólo innecesario, sino que
además irresponsable. No se podía poner en peligro todo lo que se estaba
haciendo. Pero era irresistible la tentación de ver lo que estaba sucediendo".
Más capacidad, más calidad, más heroísmo
El sociólogo Oscar Azócar, actualmente integrante del Comité Central del Partido
Comunista y director del Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz, estuvo a
cargo del área de propaganda de la colectividad a comienzo de los años ochenta,
en la que se incluía la edición de El Siglo, que ya circulaba fluidamente en
todo el país, de manera regular.
"Como era propio de aquellos años se mantenía la compartimentación de los
equipos de edición, producción y distribución", explica.
De entre los centenares de anónimos luchadores que hacían posible la proeza,
Azócar recuerda a Luis Meza, que se destacó en su labor de fotomecánico haciendo
las planchas para la imprenta.
Meza tenía un pequeño taller equipado de una ampliadora fotográfica, un archivo
de fotos y diversos utensilios para la confección de las planchas. Con esos
recursos desarrollaba un trabajo de enorme calidad.
El taller, ubicado en la Alameda cerca de Estación Central, fue detectado por la
policía y se logró salvar buena parte de él gracias a la habilidad del técnico.
Resuelto el "contratiempo", Meza siguió en su labor, "en tiempos de mucho
sacrificio, cuando escaseaban los recursos y se proporcionaba una modesta ayuda
que también fallaba a veces", asevera Azócar.
Las planchas de fotomecánica eran entregadas al aparato que efectuaba la
impresión. "Teníamos máquinas offset pequeñas. También máquinas Multilit,
Externer, etc. Había más de una".
La impresión se realizaba en casas particulares, donde se instalaba talleres
secretos con una máquina. Se adoptaba una serie de medidas para evitar el ruido
cuando ésta trabajaba, velando por los horarios para que no resultara tan
perceptible el trabajo.
El lugar en que estaba la máquina se aislaba al máximo. El operador vivía allí
con su taller. Le llegaban las planchas que se producían en serie, más de una
copia, porque había más de una máquina. Llegada la plancha se procedía a la
impresión. El periódico era compaginado por el mismo impresor.
Luego se hacía cargo el equipo de distribución –también compartimentado-, que
enfrentaba una de las labores más delicadas: hacer llegar miles de ejemplares a
todos los rincones del país. "Ellos eran quienes movían el periódico de lado a
lado. Era una tarea muy arriesgada", sostiene Azócar.
El Siglo experimentó en clandestinidad etapas como el enfrentar los primeros
golpes de la dictadura, pasando por la Política de Rebelión Popular y el proceso
del plebiscito. Una importante página en la historia del periodismo y las luchas
sociales de nuestro país, en la que se funden miles de hombres y mujeres
anónimos, cuyos nombres deben ser colocados en el lugar que ganaron aun sin
proponérselo.
Una voz desde las sombras
Quien fuera un importante dirigente del Partido Comunista en la clandestinidad,
al que identificaremos como BS -pues solicitó que no mencionáramos su nombre
real- y que tuvo a su cargo la relación de la dirección partidaria con el equipo
que produjo las primeras ediciones del periódico, nos entrega el siguiente
recuento.
"El diario El Siglo constituyó desde su fundación un órgano indispensable para
difundir el proyecto político de cambio social impulsado por los comunistas
chilenos. Además, permitió demostrar a los trabajadores y otros sectores de la
población cuál era la actividad práctica que realizaba el partido, y hacer
llegar a amplias capas del pueblo las ideas, las obras literarias, la acción
social de actores individuales o colectivos que en conjunto aportaron al avance
de las reformas democráticas hasta el triunfo de la Unidad Popular y los cambios
a favor del pueblo en los tres años del Gobierno Popular dirigido por Salvador
Allende.
En esa perspectiva histórica de la gesta protagonizada por nuestro pueblo se
inscribe la historia correspondiente a la prensa comunista y popular durante la
obligada clandestinidad en los años de la dictadura militar. Primero fue el
periódico ‘Unidad Antifascista’, escrito a máquina en hogares humildes por
abnegados periodistas e impreso en viejos mimeógrafos. Secretarias anónimas
hacían llegar las versiones transcritas de las cintas grabadas al escuchar el
programa ‘Escucha Chile’ de Radio Moscú. Dirigentes clandestinos aportaban sus
opiniones sobre la situación política. Testigos de las detenciones, torturas y
asesinatos relataban sus vivencias. Finalmente, manos generosas distribuían los
ejemplares, unas cuatro páginas tamaño oficio.
A medida que se acrecentaba la represión surgió la necesidad, pero también la
posibilidad de reiniciar la publicación de El Siglo, como expresión de una
voluntad política orientada a demostrar que era posible avanzar en la lucha
hasta vencer a la dictadura. Así, en el momento en que ya operaba en Chile una
Dirección interior del PC, apareció de pronto El Siglo, cada quince días,
impreso en máquinas offset. El equipo periodístico era más amplio y la capacidad
orgánica se fortalecía gradualmente, y después de dos o tres años se pudo
imprimir una edición de formato periodístico que incluía fotos y una
diagramación agradable, impresa en máquinas antiguas".