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Venezuela: los medios no son el referéndum
Jenaro Villamil
La Jornada
El 11 de abril de 2002, poco después de la intentona golpista contra Hugo
Chávez, el vicealmirante Víctor Ramírez Pérez, entrevistado en Venevisión,
afirmó claramente: "nosotros (los organizadores del golpe) contábamos con un
arma mortal: los medios".
No le faltó razón a Ramírez Pérez. Los grandes consorcios televisivos y
radiofónicos, ante el derrumbe del modelo político que los cobijó y alentó,
dejaron de ser medios para asumir ese papel: "armas mortales". Desde el ascenso
de Chávez al poder no han sido sólo testigos o víctimas de la polarización en
Venezuela. La han alentado, trabajado, promovido. Han justificado su
animadversión al chavismo envueltos en la libertad de expresión y el derecho a
la información, pero ni una sola de sus concesiones y propiedades ha sido
revocada y no se han inmutado cuando en aras de esos mismos derechos han
tergiversado los hechos. Critican al bolivarismo por ser "populista" y en no
pocas ocasiones han calificado a Chávez de talibán, comparándolo también
con Idi Amin, Mussolini o Hitler, pero evaden mencionar que ellos mismos han
alentado desde la pantalla un modelo de populismo de derecha, con no pocos
ingredientes racistas, y su parcialidad noticiosa raya en el fundamentalismo
mediático.
El domingo pasado, este mismo conglomerado de medios transformados en fines
políticos, fueron derrotados en el referéndum revocatorio que ellos alentaron,
publicitaron, financiaron y ahora descalifican, a pesar de que contó con el aval
de dos observadores internacionales que ellos mismos legitimaron: los ex
presidentes James Carter y César Gaviria.
El uso y abuso de la pantalla que le critican a Hugo Chávez fue cometido por
ellos mismos al pretender convertirse en un referéndum revocatorio adelantado.
No lo consiguieron por tres razones fundamentales:
1. Su naturaleza oligárquica. El régimen mediático en Venezuela, como el
de muchos otros países latinoamericanos (incluyendo a México), está muy lejos de
constituir un modelo democrático. Las tres cuartas partes de la audiencia está
controlada por cuatro grandes consorcios televisivos: Venevisión, Globovisión,
Radio Caracas Televisión (RCTV) y CMT. Por lo menos nueve de los 10 periódicos
de mayor circulación, encabezados por El Nacional, están alineados con
los intereses y posiciones políticas de los consorcios televisivos. No hay
competencia libre entre ellos por la simple razón de que la familia Cisneros,
comandada por Gustavo Cisneros, heredero de la dinastía fundada por Diego,
controla no sólo la principal cadena televisiva sino a las principales empresas
publicitarias y cadenas radiofónicas. El otro empresario televisivo, Alberto
Federico Ravell (Globovisión) se alinea finalmente a Venevisión. El negocio
televisivo venezolano, el tercero más grande después de Brasil y México, tiene
redes internacionales claras. Cisneros forma parte de la red global con
intereses en Univisión, la cadena que controla 80 por ciento de la televisión de
habla hispana en Estados Unidos, junto con Televisa; es socio de Directv de
América Latina, de Playboy TV, de Galavisión, de Vale TV, Vía Digital y del
poderoso consorcio informático AOL de América Latina. Cisneros, calificado por
el escritor mexicano Carlos Fuentes como "un adelantado", es socio lo mismo de
Televisa que del grupo español Prisa y mantiene una "provechosa asociación" con
Coca Cola y Pizza Hut, según su propia semblanza
2. Sus veleidades golpistas. Los medios venezolanos privados y sus socios
internacionales que con insistencia recuerdan el pasado "golpista" de Chávez o
lo acusan de "autócrata" evaden mencionar que ellos mismos avalaron y
patrocinaron la frustrada intentona golpista de abril de 2002, encabezada por el
sindicato empresarial Fedecámaras. Todo mundo registró, incluyendo a las nada
prochavistas cadenas angloparlantes CNN y BBC, que el 13 de abril de 2002,
cuando Chávez fue restituido en el poder, los canales de Venevisión y
Globovisión continuaron transmitiendo telenovelas, filmes de acción, programas
de cocina y caricaturas. Los venezolanos se enteraron por los medios
alternativos y las propias cadenas internacionales. ¿Eso significa defender el
derecho a la información?
Antes y después del referéndum criticaron al Canal 8 estatal y a Radio Nacional
de "bombardear de propaganda chavista" a las audiencias. Sin embargo, su propia
parcialidad llegó a niveles escandalosos, incluso ahora que rechazan asumir los
resultados del referéndum que le dio una victoria de casi 6 votos de cada 10 al
presidente actual. Una de las series televisivas que mejor han documentado la
parcialidad y las veleidades golpistas de la televisión venezolana fue producido
por los irlandeses Kim Bartley y Donnacha O'Brian, titulado La revolución que
no fue televisada.
3. Audiencia vs ciudadanía. La experiencia venezolana nos volvió a
demostrar que el rating nunca será lo mismo que el voto, aunque pretenda
suplantarlo, y que la ciudadanía no se puede constreñir a su papel de audiencia.
El chavismo entendió ambos procesos y, a pesar de sus innegables errores de
comunicación política al inicio de su gobierno en 1998 o de su documentada
incontinencia verbal en pantalla, ha desplegado en paralelo un proyecto social
que jamás las televisoras privadas hubieran promovido (como las misiones de
alfabetización, la Mercal, que vende comida barata, los bachilleratos para
adultos, la atención sanitaria con asistencia de médicos cubanos, etcétera). A
estos proyectos los descalifican de "populistas", pero la realidad es que han
creado una legitimidad que no se observaba en Venezuela desde el desastre
económico y político de Carlos Andrés Pérez, responsable de una furiosa
represión contra los humildes durante el Caracazo de 1989. Los más de 400
muertos de la represión de esa temporada nunca son recordados por los medios
privados.
El referéndum en Venezuela demuestra que la construcción de ciudadanía es un
proceso complejo, duro y polémico. Sin embargo, en lugar de promoverlo, los
grandes medios privados pretenden suplantarlo y hacer del referéndum un
instrumento virtual que sólo es legítimo si los favorece. Hoy se volvió a
demostrar en Venezuela que cuando los medios buscan controlar el proceso
político, al margen de la ciudadanía, pierden su recurso más preciado: la
credibilidad.