Latinoamérica
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PERU: DE UNA MAFIA OTRA
La corrupción bajo Fujimori y su
continuidad con Toledo (parte ii)
Raúl Wiener
Toledo el hombre
Una explicación que circula como moneda corriente pretende que la elección de
Toledo puede ser considerada como un error de los votantes que lo eligieron por
sus promesas, su participación en la lucha contra el fraude, su apelación al
elemento étnico, su condición de economista con estudios en el extranjero o por
simple miedo al regreso de Alan García al poder. Poco importa porqué lo
hicieron, lo cierto es que la democracia consiste en corregir el error eligiendo
a otro cinco años después.
Obviamente que este es un concepto triste de la democracia. Sobre todo si ve que
era lo que había para escoger en el 2001, que era el mismo plato que Fujimori
sirvió un año antes, con dos únicas variantes: ya no había re-reelección en
juego y García estaba de nuevo en el país. ¿Qué opciones de no equivocarse
podían existir en ese momento? Ciertamente casi ninguna. Y eso por supuesto
tenía que ver con la crisis de la política de los 90, pero sobre ello, con la
negativa del gobierno llamado de transición de impulsar la reforma
institucional. Lo que sin embargo no se puede decir es que no se supiera quién
era Toledo y si podía ser la persona capaz de resolver los problemas de un país
aquejado de agudo descreimiento.
No hay que decir mucho del político Toledo. Para el caso tan vacío como Fujimori.
Capaz de pasar de una posición a otra, simplemente por no tener ningún principio
sobre el que sostenerse. El hombre que vendió la idea a sus paisanos, familiares
y amigos, de que podía ganarse la elección y muchos puestos parlamentarios con
la fórmula 'a chino sigue cholo'. El que dijo que construiría el segundo piso de
la casa construida por Fujimori. Y el que luego denunció un fraude en su contra,
un andamiaje autoritario y que llamó a los peruanos a volcarse sobre Lima y el
Congreso para impedir la juramentación de tercer período fujimorista. El que se
olvidó en la campaña del 2001 de su compromiso de reinstitucionalización
democrática del año 2000. El que pervirtió el mecanismo de la promesa electoral
ofreciendo todo lo que la población le pedía para robarle sus votos. Sobre ese
no vamos a decir nada más.
Hablemos del Toledo moral. Del individuo que se propuso encarnar al país. Al
país posible de forjar con un nuevo sueño colectivo de prosperidad y democracia.
¿Existió en algún momento, o fue un engaño traicionero? Más importante aún:
¿teníamos elementos para saber con quién estábamos tratando y no quisimos ver?,
¿si o no?
Todo eso tiene relación además con el presente, donde no faltan los que dan la
impresión de estar prisioneros de su propio autoengaño previo y son los que
arman sofismas para no mover la situación creada en la que se empoza una
terrible frustración social.
En la primera vuelta de 2001 teníamos los siguientes datos sobre el hombre que
estaba más cerca de llegar a la presidencia de la nación:
1. Era el padre de una niña a la que había negado durante 14 años, y para evadir
su responsabilidad había manipulado jueces, comprado testigos, difamado a la
madre, rechazado la prueba de ADN y rejurado ante el país que no había tenido
relación con la señora denunciante;
2. Era una persona de conducta personal dudosa, lo que está registrado en
denuncias de su esposa por mal trato respondidas por él acusando a la señora
Karp de abandono del hogar y adulterio, y que en la segunda mitad de los 90
denunció un supuesto secuestro que según documentó la revista Caretas no había
sido sino una escapada entre tragos y estupefacientes, con mujeres de paga por
varios hoteles de la ciudad;
3. Fue el administrador de los fondos para el 'salvataje de la democracia' al
que aportó el multimillonario especulador George Soros y otros, después de la
segunda vuelta electoral del año 2000 y la convocatoria a la marcha de los
Cuatro Suyos. La mayor parte de este dinero fue a una cuenta personal de
Alejandro y Koki Toledo en los Estados Unidos (700 mil dólares) para eventuales
contingencias de represión. Después del 28 de julio de ese año, Toledo abandonó
el país sin que explicara nunca el destino de esos recursos;
4. En el 2001, Alejando Toledo fue el candidato que disponía largamente de la
mayor cantidad de dinero para su propaganda y movilización por el país, pero
nunca se aclaró quién dio los fondos para ello. Circularon, eso sí, serios
rumores que había dinero de los cubanos de Miami, de una empresa interesada en
la privatización en la privatización del agua y las regionales de electricidad;
de Delgado Parker y Romero que cambiaron a Vladimiro por Alejandro a toda
velocidad;
Había, por lo menos, una pesada sombra sobre el anticorruptor y demócrata
ejemplar que quería que votáramos por él. Muchos dirá que sin embargo estaban
ante un malo conocido y alguien que no sabían si podría superar su propia
historia personal. Lo que no puede seguramente excusarse es aquellos que
pudieron saber por razón de cercanía de qué clase de apuesta se trataba. He
hablado con personas que cuentan las juegas de Toledo, su descontrol
escandaloso, sus excesos con las mujeres, que pensaron que esos eran defectos
menores y que después no sabían como enfrentarse a ellos.
Alguna vez la cristianísima Gloria Helfer comentó a propósito del caso Zaraí,
que quién debía hacerse el ADN era Lourdes Flores para saber si era hija
ideológica de Fujimori. Ahora sabemos que el heredero era Alejandro Toledo que
mantuvo todo el esquema y el personal fujimorista. Pero más importante era
llegar a saber el grado de relatividad moral de cierta gente.
A dos semanas del cambio de mando, el vicepresidente electo, Raúl Diez Canseco
intercedió, con esa investidura, que todavía no había sido formalizada, ante la
SUNAT para que no se cobrara los adeudos tributarios de las empresas privadas de
la electricidad. Esto fue denunciado por el superintendente de administración
tributaria, y no pasó nada. Meses después, ya como ministro de Industrias, junto
al de energía y al de economía, el mismo RDC, realizó una inédita marcha de
ministros al Congreso para exigirle no pronunciarse por la obligación de pagar
esa deuda. Lo consiguieron. Llevaron el caso ante un tribunal arbitral de la
Cámara de Comercio que dictaminó que no correspondía el pago. El gobierno sacó
la cara por el contribuyente evasor y tramposo, y afectó su propia
disponibilidad de recursos, que sería compensada con nuevos impuestos indirectos
para el pueblo.
El Toledo inaugurado como presidente, definió que la primera prioridad era
fijarse un sueldo de 18 mil dólares y 12 mil para sus ministros. Organizó una
gran tour de sus allegados hacia China con todas las escalas necesarias para
sacarse fotos y desvió la ruta de regreso para ir a España con su séquito para
no perderse la firma de una contrato de cooperación por 2 mil millones de
dólares, que nunca se desembolsaron. Remodeló Palacio de acuerdo a sus
caprichos, usando fondos de Petroperú que no estaban autorizados. Nombró al
sobrino favorito como jefe del sistema de cómputo de la casa de gobierno,
tomando en cuenta su trayectoria de vendedor de frituras en carretilla en las
calles de Nueva York. Nombró más sobrinos, cuñados y otros parientes en
posiciones estatales, como recompensa a los méritos de su inmensa familia.
O faltaron por cierto los que anotaron que estos excesos eran producto del
entusiasmo de la victoria. En fin, habían asuntos más importantes. Seguramente
era la mafia la que armaba escándalos para tapar sus propias corruptelas. Y ahí
empezó el país que hoy tenemos. Toledo y su entorno cogidos en uno y otro hecho
corrupto, grande o chico, y un largo debate acerca de la importancia del caso,
los intereses detrás de la denuncia, la gobernabilidad que se cae sin Toledo, el
peligro de García y Fujimori, etc.
El toledismo de verdad
Algunas de las argumentaciones más sorprendentes sobre Toledo es la que señala
que Fujimori robaba más. Otra alude a que allí había una organización y aquí son
acciones desconectadas. Finalmente están los que opinan que nunca está
suficientemente demostrado el delito, que no es posible basarse en indicios que
aún no han sido acreditados como pruebas penales y que en última instancia la
palabra es del juez. En enero del 2004, sin embargo, estalló la bomba. De
pronto, nos enteramos que el hombre de confianza directa del presidente, el
multipropósito de Toledo (Indecopi, Conasev, Central de Inteligencia y otros
directorios y presidencias ejecutivas), había mantenido un vínculo clandestino
con la cúpula de lo que oficialmente se definía como una mafia. Ni más ni menos
que con el hombre del dinero de Montesinos, con el que aparecía conversando en
un audio en relación a la posibilidad de interceder en sus asuntos penales, y
que devolvía visiblemente el favor con información sobre sus contactos y formas
de conseguir para el actual gobierno las mismas cosas oscuras que lograban para
el anterior.
Imaginar que Toledo no sabía de Almeyda es sin duda alguna, exactamente igual
que suponer a Fujimori ignorante de las andanzas de Montesinos, o a García ajeno
a los juegos de Mantilla. Pero es claro que cuando no hay cómo responder a una
acusación demoledora lo único que cabe es la cara dura. Así Toledo se declaró
traicionado por su asesor principal. Y aunque ha hecho lo posible para que lo
pase de la mejor manera en la cárcel, no ha querido asumir ninguna
responsabilidad por sus actos. El abogado toledista ha aparecido luego
involucrado en otras denuncias relacionadas con Alejandro Toledo y Eliane Karp.
Al punto de haber sido el que cobraba, en una cuenta encubierta en el Caribe, la
remuneración que el ex banco de la mafia (Banco Wiese) abonaba a nombre de la
primera dama por una supuesta investigación sobre negocios rurales. Pero, claro,
Toledo o estaba enterado.
Antes del audio Almeyda se sabía de los tratos que el presidente había
establecido con los dueños de las principales cadenas de televisión que se
vendieron al régimen fujimorista. La más obvia con Genaro Delgado Parker, que
tiene la ostra de presentarse como luchador por la democracia y víctima de
Montesinos, luego que fue a llorarle para que le arreglara el juicio con su
familia y que finalmente se acogió a la condición de pobre viejo para no ser
procesado. Pero también estuvo con los Crousillatt cuando todavía no se había
armado el sistema para traspasar la propiedad de América televisión a los amigos
del diario La República y El Comercio.
Lo que es lo más grotesco, se reunió en su casa con Schutz, propietario de la
mayoría de acciones de Panamericana, cuando el gobierno ya tenía el casete de la
cuantiosa coima que le entregaba Montesinos para comprar el apoyo de su 'canalote'
y en la víspera de la fuga del empresario del país. Nunca se ha aclarado estas
insólitas reuniones, ni se ha despejado la sospecha de que el presidente estaba
presionando a vender la participación de los acusados aprovechando su situación
de debilidad.
Pero luego del audio Almeyda-Villanueva, quedaba al desnudo que la relación con
la corrupción del pasado era más profunda de lo que podía suponerse.
No sólo había corrupción nueva, como la de los hermanos metidos en cuanto
resquicio del Estado se mueven fondos públicos; como la del mismo Toledo
involucrándose en la venta de acciones del monopolio cervecero a través de
procedimientos irregulares, aprobados por Almeyda y otros funcionarios nombrados
a último momento por el presidente y discutiendo directamente esta decisión con
el dueño de la empresa compradora (Bavaria de Colombia); la primera dama
malversando las donaciones para los pueblos indígenas; el vicepresidente
gestionando una ley para beneficiar a su futuro suegro; etc.; sino que estábamos
ante un puente con la gran corrupción previa, cuyo enjuiciamiento iba
diluyéndose en el transcurso del tiempo.
Normalmente un acontecimiento como el audio Almeyda divide las aguas. El
gobierno herido de muerte, tiende a decomponerse a suma velocidad: aumentan las
denuncias porque se van desprendiendo los relacionado de menor rango, los
resentidos y maltratados y porque una parte del cogollo empieza a pensar en
salvarse por su cuenta lo que ya expresa en la pérdida de mayoría parlamentaria
del oficialismo. La autoridad se diluye y la gente le pierde respeto. En ese
punto, la crisis puede ser afrontada por la vía rápida, con los mecanismos
institucionales y con las brechas que se le abrió al sistema durante los sucesos
del 2000: recortar mandato, reemplazo del presidente, reforma política; o por la
vía lenta, de dejar caer al gobierno, no tomar ninguna responsabilidad sobre la
salida, asumir que los delitos no son tan graves o no han terminado de probarse,
y desgastar a todo el establishment político al lado de Toledo.
Es clarito que tenemos una clase política impotente para las crisis serias. En
eso, Toledo demostró ser superior a todo el resto. Nadie parece tener capacidad
para devolverle el gesto de la primera vuelta del 2000 y los Cuatro Suyos. Ni
siquiera cuando a los tres meses del audio, se pudo saber que las firmas con las
que se inscribió Perú Posible en 1998 habían sido falsificadas en una proporción
sorprendentes (90%), y validadas por un sistema que en otros casos no sólo era
exigente sino capcioso y abiertamente selectivo. Sin duda alguna la inscripción
de Toledo para competir con Fujimori que iba a la re-reelección ilegal, fue
digitada por los órganos electorales del antiguo régimen y del propio dictador y
su asesor. Así funcionaban entonces las cosas. Lo que indica que el toledismo
era una oposición consentida.
Esto, que todos saben que es verdad, completa el cuadro de las relaciones con la
mafia previa al más alto nivel y del fracaso de la anticorrupción que se va
haciendo más rotundo cada día que pasa. ¿Y la oposición actual? Bien, gracias.
Otra vez indignada, otra vez que hay que investigar y otra vez que Toledo debe
durar hasta el 2006, porque peor sería quererlo cambiar. Miedo al vacío. Y la
máxima audacia: que se remplacen ministros, que sean más independientes y que
Toledo hable menos. Efectivamente el caso de las firmas es extremadamente grave.
Pero hay que tomar nota de la respuesta del régimen que no ha sido negar el
fraude, sino exigir que investiguen a otro, que quiere decir que ellos saben que
no fueron los únicos que fabricaron adhesiones y fueron reconocidos por algún
acuerdo con el gobierno al que decían estar combatiendo. Parte de la parálisis
de la oposición de hoy es que ella tuvo demasiados lazos con el pasado como para
caminar por decisiones radicales.
La mejor defensa de Toledo en su última crisis, resulta de esta manera amenazar
con que se cae todo. Si ellos van presos, vamos todos. Lo demás son maniobras
burdas para permitir que fiscales y jueces amigos hagan su trabajo de considerar
insuficientes la pruebas. Una de ellas, especialmente escabrosa, la de la
participante de las falsificaciones que describió ante la fiscalía el
procedimiento que se usaba y que involucró al presidente y sus hermanos en la
dirección de estas acciones, y que resultó saliendo clandestinamente del país
con varios pasaportes en la mano y dejando una declaración filmada en la que se
desmentía, en manos de dirigentes del partido de gobierno. Sin duda un test para
idiotas, porque pretendería que los peruanos nos traguemos que aquí no hubo
presión, chantaje o soborno, para sacar a esta mujer de en medio, no para que se
desmienta la falsificación, lo que no puede hacerse, sino para que no quede que
Toledo asistía a la casa donde se copiaban los planillones.
¡Cómo si el jefe del partido y candidato pudiera ser ignorante del origen del
respaldo a su inscripción!
De submafia a mafia acabada
Tal como van los acontecimientos y se van conociendo más cosas, se insinúa ya
una hipótesis inquietante: el toledismo fue una pequeña mafia política formada
en el contexto de la dictadura de Fujimori para lograr colocar gente en puestos
públicos, y se convirtió en parte de la constelación de relaciones armadas por
Montesinos para cubrir la mayor cantidad de espacios de la vida nacional.
No fue, por supuesto, la primera vez que una dictadura creaba la oposición que
le era más conveniente, dentro de un esquema que pretendía ser competitivo,
aunque fuese realmente monolítico. Pero el caso del Perú de los 90, era el de
una dictadura mafiosa y los que se asociaban con ella a cierta profundidad
tenían que asimilarse a esta característica. De hecho pueden verse los rasgos de
inicio del movimiento de Toledo: (a) asociación carente de base ideológica
(principios, idea de país) y aún de objetivos políticos definidos, en la que los
ejes se reducen a candidato, inscripción legal, dinero; (b) invasión temprana de
espacios de ilegalidad (falsificación de firmas, tráfico de terrenos del
hermano, manejo de influencias, etc.); (c) utilización de la política como
formalidad legal para obtener ventajas particulares; (d) silencio y complicidad
entre los integrantes; (e) jerarquización casi automática de las relaciones, con
el liderazgo de Toledo-Karp; y bajo ellos los hermanos; Almeyda, Pollack y otros
amigotes; los paisanos de Cabana; los líderes históricos del partido; los
aportantes a la campaña; etc.
Montesinos debe haber visto a Perú Posible como una posibilidad de entenderse.
Que como toda asociación de conveniencia tuvo su tiempo y se rompió de acuerdo a
circunstancias inesperadas. La reorientación del voto antifujimorista hacia
Toledo, después de haber demolido las candidaturas de Andrade y Castañeda, fue
una oportunidad no prevista. Y la rebelión contra el resultado de la primera
vuelta, un acto de audacia que separaba los campos. Al fin y al cabo, ni a uno
ni a otro convenía revelar las vinculaciones de la etapa anterior. Y si el
fujimorismo y montesinismo han soltado el dato de que hubo acuerdos, dinero,
videos de por medio, no han podido a su vez hablar claro por todo lo que también
los compromete.
La corrupción toledista tiene aún una serie de zonas no aclaradas, que tal vez
sea peores a lo que nos imaginamos. Pero en lo que ya no podemos tener
vacilación es en asumir que el toledismo fue una falsa puerta de salida del
fujimorismo. No sólo en política económica, lo que es obvio. No sólo en haber
mantenido con subterfugios y equívocos rodeos, la constitución e instituciones
del viejo régimen. No sólo por haber castrado la anticorrupción y otros procesos
de cierre del esquema dictatorial: descentralización, verdad y pacificación,
participación democrática y fiscalización del poder, etc. No sólo por haber
reclutado gran parte del personal del viejo régimen ratificando que en este país
se premia el colaborar con los usurpadores. No sólo por no haber revisado las
privatizaciones y contratos corruptos del régimen anterior. Todo esto es
fundamental. Pero lo es mucho más llegar a saber que el sistema que tenemos
permite recrear una mafia después de otra. Institucionaliza el engaño, el robo
de votos y termina por conformar una legalidad vaciada de contenido porque sólo
sirve a fines deshonestos. Y que Toledo pudo jugar con as esperanzas del pueblo
alzándose contra un fraude, del que él era parte.
¿Cómo evitar que después de Toledo, en los siguientes meses, o en todo caso en
el 2006, el Estado pase otra vez a manos de una organización de predadores igual
o peores que los anteriores?
Para mí se requiere, ante todo, hablar fuerte y claro sobre los riesgos ante los
que estamos. No ablandarse, no esconder la cabeza en el piso, no contar el
cuento de que no hay suficientes pruebas y me quedo tranquilo, no confundir a
los jueces con la justicia, ni al país con los intereses de los inversionistas,
principalmente extranjeros. Para romper el círculo destructivo del escepticismo
y el cinismo, se requiere una coalición de los peruanos por la reforma del
Estado y el cambio de rumbo.
Si en el 2000 era necesario un nuevo punto de partida, en el 2004 es muchísimo
más urgente. Las grandes revoluciones democráticas aportaron una consigna para
este propósito, que fue la de la Asamblea Constituyente, que no se resume en el
dictado del mejor documento de nueva legalidad, sino en la apertura de una etapa
de debate y decisión nacional en que todo puede discutirse o cambiarse de
acuerdo a la voluntad democrática. A esto por supuesto le temen los falsos
demócratas, para los que cuenta el orden económico y los privilegios que están
bajo la institucionalidad, y de ningún modo el gobierno efectivo del pueblo.
Si bajo Paniagua, la Asamblea Constituyente hubiera significado la construcción
de un consenso general para la transición, que nunca hubo. Si en el primer
momento de Toledo, pudo servir para reconstruir el Estado y limitar la
presidencia para que el país recuperara la confianza. Hoy la Constituyente
adquiere de hecho una perspectiva mucho más radical, y en torno a ella se
ordenan diversas necesidades y tareas:
1. definir lo que se deba hacer con las instituciones actuales, presidencia,
Congreso, Poder Judicial, dando solución al problema político e institucional en
una mismo proceso;
2. dar opción para definir el tipo de cambio y su profundidad, en el sistema
político, que podría permitirnos limitar la presidencia, forjar un nuevo sistema
parlamentario controlado por los electores, descentralizar el Estado, reformar
el presupuesto y el sistema tributario, etc.
3. abrir la discusión sobre el modelo económico, el rol del Estado, la
planificación, el sistema de contratos, los tratados comerciales, la inversión
extranjera y nacional, los órganos de regulación, los derechos del trabajo, etc.
4. establecer los sistemas de participación democrática de la población y los
mecanismos para ejercer su derecho a fiscalizar a las autoridades públicas a
todo nivel;
5. promover la aparición de nuevos líderes y organizaciones políticas,
especialmente la de mujeres y jóvenes, contribuyendo a la renovación política y
moral de la nación.
Toledo ha querido, como en otras cosas, enredar este planteamiento. Por supuesto
que no hay comparación entre la lamentable reforma de la constitución de 1993
impulsada por Pease desde el Congreso sin tener mandato para ello y sin saber
qué estaba buscando, salvo un nuevo documento que llevara su nombre; o para
especular sobre el poder constitucional del Congreso del 2006 que sería también
elegido en el marco de las viejas normas; con la convocatoria al país a ejercer
el poder constituyente.
Pero es lo mismo que anunciar la apertura de sus cuentas personales en el mundo,
sin indicar en donde están y sin responder una por una las acusaciones que pesan
sobre su persona. Para confundirlo todo el presidente ha dicho que espera que
todos los políticos del Perú sigan su ejemplo y abran sus cuentas. Para que
todos los fiscales y jueces se dediquen los próximos años a ver si alguien tiene
más dinero que el que debiera. Algunos dicen que esta es la prueba de la
honestidad de Toledo, que permite que lo investiguen, mientras García y Fujimori
escaparon a sus acusadores.
Qué chiste.
Cuando García y Fujimori tuvieron el poder, manejaron las acusaciones con la
capacidad de manipulación e impunidad que permite el Estado. Lo que habría que
ver es un Toledo sin poder para ver si responde a la telaraña de escándalos que
apunta sobre su conducta ética y la de su entorno más inmediato: esposa,
hermanos, amigos, que no podían hacer lo que hacen si no tuvieran el soporte del
hombre con el cargo más poderoso del país.
El problema de la corrupción en el Perú es mucho más que el de las cuentas
personales de Toledo y de otros políticos que se la saben todas. Como el
problema de la democracia es mucho más que elegir a un presidente cada cinco
años. O que la economía es también mucho más que hacer todo tipo de concesión
para ver si viene el capital extranjero.
El problema del Perú es ante todo de actitud. De romper la inercia de las
frustraciones, derrotas, engaños y miedos que nos impusieron en los últimos 30
años.
Es fácil decirlo.
El reto es empezar el cambio.