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Zócalo: respuesta al poder faccioso
La Jornada
El empecinamiento del gobierno de Vicente Fox en impedir la posible
candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones de
2006 y el uso faccioso de las instituciones y del poder público contra el
gobernante capitalino han generado ya un rechazo social contundente y masivo que
se expresó ayer en una marcha enorme y en un Zócalo repleto en apoyo al programa
propuesto por el político tabasqueño. Los afanes de destruir una propuesta
nacional alternativa con recursos legaloides y triquiñuelas judiciales ?como es
la petición de la Procuraduría General de la República de desaforar a López
Obrador por un desacato imaginario? se han convertido en una inmejorable
plataforma de lanzamiento para esa misma propuesta. El designio oficial de negar
a la oposición su derecho a competir en las urnas ha llevado a los ciudadanos a
exigir en las calles el ejercicio de ese derecho, con lo que se evidencia, ante
México y el mundo, el carácter antidemocrático y autoritario del "gobierno del
cambio". La concentración de ayer tiene, desde esta perspectiva, diversos
significados: es una muestra de respaldo a López Obrador y a la propuesta de
país de la izquierda, pero es también un acto de rechazo a Fox, a sus arreglos
inconfesables con Carlos Salinas y a la reconstituida red de complicidades
priísta-panista que hoy pretende atropellar los derechos políticos del jefe del
gobierno capitalino y a los mexicanos que desde ahora lo consideran su opción
electoral.
El acoso mediático, político, presupuestal y judicial contra la administración
que encabeza López Obrador ?en el que la demanda de desafuero es sólo el más
reciente capítulo? ilustra, en efecto, que la fórmula electoral que llegó a la
Presidencia en 2000 enarbolando las banderas de la alternancia, el cambio, la
democracia, la legalidad y la transparencia ha dado pie a una recomposición, en
la cúpula del poder público, del estilo discrecional, corrupto, oligárquico e
intolerante que caracterizó los últimos tramos del priísmo. Los intentos por
penalizar al gobernante capitalino recuerdan, de manera inevitable, los
"juicios" montados en tiempos de Gustavo Díaz Ordaz a presos políticos como
Heberto Castillo y José Revueltas, o el implacable y sanguinario acoso del
salinato contra luchadores sociales y políticos, especialmente los perredistas.
El empeño de Fox por influir en su propia sucesión y por marginar al precio que
sea a uno de los posibles contendientes en ese proceso evoca, necesariamente, la
oprobiosa costumbre del dedazo.
La torpeza política imperante en Los Pinos es de tal magnitud que el equipo
presidencial no ha caído en la cuenta de que, a estas alturas, con la carga de
desgaste y desprestigio que arrastra el Ejecutivo federal, los ataques que de él
proceden fortalecen en vez de debilitar, ya sea en las propias filas del panismo
?donde el enojo presidencial le hizo la candidatura a Felipe Calderón Hinojosa?
o fuera de ellas.
Ante la creciente visceralidad exhibida por el propio mandatario, por su
secretario de Gobernación y por otras personalidades del primer círculo
presidencial, es razonable suponer que muchos ciudadanos encontraron un
atractivo adicional en el propósito formulado ayer en el Zócalo por López
Obrador de gobernar mediante acuerdos y de "convencer y persuadir a los sectores
de buena voluntad para impulsar los cambios", es decir, justamente lo que no ha
podido hacer el foxismo en los casi cuatro años transcurridos desde que llegó al
poder. De igual manera, los otros puntos propuestos ayer por el actual jefe de
Gobierno del Distrito Federal resultan esperanzadores por sí mismos, pero
también porque contrastan con las erráticas y erradas acciones y actitudes del
gobernante federal. Este tendría que admitir ante sí mismo que su oportunidad en
el poder terminará el primero de diciembre de 2006, y renunciar a cualquier
tentación de intervenir en los destinos nacionales más allá de esa fecha. De
otra forma, corre el riesgo de convertirse, al igual que su aliado priísta de
esta coyuntura, en un indeseable insepulto político.
En este que es el tramo final de su presidencia, Vicente Fox y sus colaboradores
tendrían que concentrarse en la tarea de preservar la armonía y la paz social y
asegurar un funcionamiento republicano y sereno de las instituciones. El único
mérito al que aún puede aspirar el foxismo, además del de haber inaugurado la
alternancia ?porque el crédito de haberla logrado le corresponde más bien a la
ciudadanía?, es el de entregar el poder en paz y con estabilidad a quien los
votantes mandaten para gobernar en los comicios de 2006. Pero el grupo en el
poder pareciera empeñado en arruinar a toda costa esa perspectiva deseable y en
provocar una peligrosa polarización política y social.