Latinoamérica
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Nela Martínez ha muerto
Heinz Dieterich
Debajo de una bandera roja, con el martillo y la hoz y una estrella
solitaria, descansaba Nela Martínez. Su pelo plateado, su nariz afilada y sus
ojos brillantes y combativos llenaban el amplio espacio del Teatro Prometeo con
su inconfundible presencia.
Miraba, desde su frágil cuerpo de anciana al condor de la bandera ecuatoriana,
flanqueado por la solitaria estrella de la bandera del caimán barbudo y del
bello pabellón de la Patria Bolivariana.
Contenta estaba Nela, la Nela que se insertó con arrojo en el corazón del pueblo
ecuatoriano durante la "revolución bonita", cuando por un momento pasajero las
fuerzas populares lograron arrancarle el poder a la oligarquía.
Contenta estaba Nela, porque, cuando sus cenizas ingresaron al Teatro Prometeo,
los presentes le rindieron tributo entonando espontáneamente la Internacional,
ese gran canto general de los oprimidos, por cuya liberación luchaba toda su
vida.
Veía que los granos de maíz y la luz de las velas marcaron su camino hacia el
altar, donde encontraba las mazorcas del maíz negro que tanto le gustaba. Veía
la canasta de frutas que siempre estaba en su casa, porque a Nela le encantaba
su olor al igual que su florero favorito que nunca debía carecer de los símbolos
de la vida, que son las flores.
"Las chismosas", una hermosa arcilla peruana, una paloma del mismo material de
la tierra, el collar de su casa maternal, las espigas de cebada de la hacienda
del padre, en medio de pétalos de rosas, junto con un huipil de Guatemala, donde
había arriesgado su vida en la construcción del Partido Comunista, y muchas
muchas velas.
En su última carta, dirigida al Comandante Hugo Chávez, había dado fe de su
inquebrantable voluntad de seguir el ejemplo de Manuela Sáenz y de los
Libertadores. "Este es el siglo de las revoluciones y no es una profesía, no. Si
lleva multiplicidad la convicción de generaciones que lucharon y, no murieron en
vano. Obligación de honor y Patria".
¡Hasta la victoria siempre, Nela!